Isidro Rolando, maestro que jamás renuncia


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Por estos días, en los salones de la compañía Danza Contemporánea de Cuba se trabaja en el remontaje de Súlkary, la emblemática pieza donde su coreógrafo Eduardo Rivero develara, con elegancia exquisita, los principios funcionales de la técnica de la danza moderna cubana. Bailarines que junto a Rivero modelaron la grafía corpo-espacial de la legendaria obra, hoy comparten sus saberes como ensayadores ejemplares; escuchar y observar in situ las indicaciones y correcciones de la primera bailarina Luz María Collazo y de Isidro Rolando, Premio Nacional de Danza, o los comentarios on line de Nereida Doncel desde España, es un placer mayor. Tras el afán de visitar las trayectorias de esas voces que estructuran el hoy de la danza cubana, reinterpretar el testimonio del maestro, régisseur y coreógrafo que sigue habitando el día a día de Isidro nos conecta invariantemente con Ramiro Guerra.

Isidro formó parte del elenco originario de Súlkary, algo que lo enlazaba directamente a todo lo aprendido con su mentor Ramiro Guerra. Así nos advierte que el traspasar aquella experiencia vivencial a los danzantes de hoy, es como volver sobre los recuerdos del maestro. Ramiro, el primero, Eduardo, su colega e instigador de ir siempre por más. Hoy que Isidro Rolando está de aniversario dentro de los sesenta y cinco años que su gran cuna Danza Contemporánea de Cuba, viene juntando en este 2024, es rigor ir sobre esas razones que se vuelven historias narradas en primerísima persona. La voz de Isidro se registraba cuando estaba más activo en los salones de Danza Contemporánea de Cuba como ensayador y asistente de coreografía, aunque sigue allí como presto consejero y diligente dador, al tiempo que hoy comparte sus saberes como maestro en la compañía de su gran colega Santiago Alfonso.

Nos cuenta Rolando que en el año 1948 su hermana fue alumna de Ramiro Guerra en un curso que él impartió en lo que es hoy el hotel Riviera, antiguamente Palacio de los Deportes. Pero su hermana no tenía condiciones para la danza, quien de veras asimilaba el curso era él, a pesar de tener siete años. Esa fue la primera vez que escuchó el nombre de Ramiro Guerra. Nombre que marcaría su vida por siempre.

Al triunfo de la Revolución cuando se organiza el Teatro Nacional de Cuba en distintos departamentos, a Ramiro le asignaron el de Danza. Acudí a la primera convocatoria, siempre amé la danza como un loco. Esa fue la oportunidad de participar en una forma danzaria que estaba acorde a mis posibilidades. Tal vez, ahora que lo pienso, mi primer maestro haya sido Gene Kelly, de tanto repetir lo que veía de él, ya la danza estaba en mí. Pero yo no era más que un muchacho que apenas bailaba; entonces caí en el último grupo de la convocatoria. Ramiro se reunió con nosotros y nos explicó que necesitaba bailarines con algo de experiencia porque tenía muy poco tiempo para crear la compañía. Así que no nos aprobaron. Me deprimí mucho. Incluso, mi hermana hizo una carta pensando que no me habían aprobado por problemas raciales. Pero qué lejos estábamos de la realidad, pues aquel hombre, por el contrario, estaba buscando caminos diferentes para la danza.

Después hice una prueba en la Asociación Cubana de Artistas, me dieron un autorizo para bailar y comencé en la televisión. Allí coincidí con algunos de los miembros que estuvieron en los primeros tiempos en la compañía de Ramiro, algunos habían tenido problemas de indisciplinas con él, conductas no aprobadas. Entonces ellos y yo acordamos presentarnos a la segunda convocatoria del año 1961 para ingresar a la compañía y, después de que nos escogieran, no asistir, queríamos “vengarnos”. Pero eso no ocurrió, ellos nunca fueron, a mí me escogieron y he permanecido hasta hoy.

Ese fue mi despunte, no solo como bailarín, sino también desde el punto de vista cultural. Nosotros teníamos seminarios con muchas de las primeras figuras del teatro, de la danza, de las artes plásticas, etc. Siempre estábamos en los cursos de extensión cultural que se daban en la Universidad. Ramiro fue un guía para muchos de nosotros en la preparación física, mental y espiritualmente.

Por otra parte, el trabajo de Ramiro en el Conjunto Folclórico Nacional de Cuba también influyó mucho en mi formación. Iba todas las noches a los ensayos, me gustaba mucho el tap y sentía que la percusión guardaba relación muy directa con el ritmo americano, entonces descubrí realmente el sonido de los tambores en los ensayos del Folklórico. Ramiro buscaba que en sus ejercicios danzarios siempre apareciera el lenguaje gestual del cubano. Elementos que se ven claramente en muchas de sus obras: Orfeo antillano, Mulato, Mambí, Medea y los negreros. O sea, todo lo que hizo tenía detrás el soporte de “lo cubano” como sello. Sus creaciones reflejaban la forma de movernos y los modos de articular, gesticular, vociferar que tenemos los cubanos; fue algo que supo captar y canalizar muy bien.

Además del decisivo influjo de Ramiro, por la compañía pasaron maestros como Nieves Fresneda, Lázaro Ross, Jesús Pérez, eso fue lo que hizo que me encontrara a mí mismo, mi verdadera identidad. Trabajábamos mucho, sobre todo después de la llegada de Elena Noriega y Lorna Burdsall, quienes ayudaron en la organización del trabajo de la compañía en cuanto a las concepciones de la Danza Moderna. El análisis del porqué en los movimientos, no agregar gratuidades, sino concentrarnos en el desarrollo físico y creativo del bailarín.

No pensábamos en el tiempo, a veces llegábamos a las siete y media de la mañana a recibir una clase y seguíamos trabajando hasta las diez de la noche. La compañía era nuestra casa, nuestro incentivo. Los tiempos más felices de mi vida los pasé allí, éramos muy a gusto. Trabajo arduo, intenso, aun así, insistíamos. Ramiro era muy fuerte, a veces te decía una palabra punzante, pero uno se daba cuenta que en ella había confianza y que estaba contento. Era un látigo, pero un látigo que, lejos de dejar marcas soeces en nuestros cuerpos, marcaba el mejor sendero de nuestras vidas. Lo mismo organizaba una visita dirigida a algún museo, que nos hacía ver el estreno de una película. Después teníamos que hacer trabajos sobre lo que habíamos visto y nos daba libros como premio para estimularnos a estudiar.

La primera vez que entré al Museo Nacional de Bellas Artes fue un descubrimiento increíble. Dos cuadros me llamaron la atención, muy diferentes uno del otro. Uno fue El rapto de las mulatas, de Carlos Enríquez y el otro, La anunciación, de Antonia Eiriz. Hice un trabajo sobre este último y me gané un libro. Pero El rapto de las mulatas me estuvo dando vueltas durante mucho tiempo, sabía que tenía que hacer algo creativo a partir de él. Me cuesta mucho trabajo decidirme a hacer coreografías y fueron muchos los cuestionamientos y las ideas que deseché. Hasta que decidí crearme una historia sobre lo que pudo haber motivado al pintor y de ahí salió mi pieza homónima muchos años después.

Algo parecido me ocurrió con la escultura El portador del ternero, estuve frente a ella en una gira por Grecia. Allí en la Acrópolis de Atenas cuando veía a aquel mancebo que sostenía a un ternero como ofrenda a la diosa Afrodita. De la sinuosidad, del movimiento interno de la figura, sabía que tenía que hacer una obra. Creo que pesaba en mi imaginario, que tiempos atrás yo supe de aquella escultura en una clase de Ramiro, él había mostrado la lámina. Así surgió Rhombos y la ofrenda, una pieza que luego me aportaría mucho. Cuando la hice, en la compañía estaban dos bailarines con características especiales, hablo de Luis Roblejo y Rubén Rodríguez, luego Miguel Iglesias se sumó al proyecto. Sé que eso también se lo debo a Ramiro.

He estado en la compañía desde casi su anunciación, Ramiro fue decisivo en mis modos de mirar la vida, el arte, el mundo. De él aprendí el sentido riguroso de la danza, el no contentarme a primera vista. De su fino gusto musical y de su ojo aguzado en las artes pláticas he nutrido mi obra creativa. En mis diferentes roles en la compañía, desde dictar una clase o asistir a algún coreógrafo, siempre he pensado en sus enseñanzas, en su guía permanente. El cine, por igual, fue importante en nuestra formación; quizás por ello no me fue difícil adaptarme a ese lenguaje porque, de una u otra forma, también lo conocía de la mano de Ramiro. Él nos dio una formación tan completa, estábamos muy bien preparados desde todos los puntos de vista. Todavía hoy es así, los bailarines de la compañía actúan, cantan, saben ir más allá de la técnica y el movimiento. Saben entregarse a los procesos de creación por muy diferentes que estos sean.

Hoy que ya Ramiro no está, su huella sigue presente. Recuerdo que cuando impartí la primera clase al grupo de estudiantes que luego iniciarían la Cátedra de Danza Moderna en el Instituto Superior de Arte, Ramiro estaba en el jurado. A pesar de que yo llevaba mucho tiempo como profesor, aquel día fue como el primero de todos, no sé quién estaba más nervioso, si los alumnos o yo.

Las personas que estuvimos ligadas a la enseñanza en esa época tan prematura de la enseñanza universitaria, fuimos herederos directos de las concepciones de Ramiro. Lo que encontré con él es mi vida y no puedo apartarlo. Él es sinónimo de cuestionamiento, de desarrollo, de no ver a la danza como zona estática. Todavía, a pesar de que uno evolucione, debe buscar la manera de conservar esos elementos que siguen teniendo validez. Siempre utilizo el mismo ejemplo para ejemplificar lo que digo: en el terremoto del 85, en México, se derrumbaron muchos edificios, pero al Palacio de Bellas Artes no le pasó nada porque tiene buenos cimientos. Con buenas raíces uno puede construir encima la estructura que quiera. Por eso es importante que los bailarines de ahora conozcan las bases anteriores que sustentan sus trabajos.

En los inicios no éramos universitarios ni teníamos tantos conocimientos de anatomía o kinesiología como se tienen ahora, pero las bases corporales que nos enseñaron fueron muy sólidas. Por eso hoy, aun cuando los tiempos han cambiado, cuando muchos de aquellos jóvenes colegas ya no están; la compañía que sembrara las simientes de la actualidad en Danza Contemporánea de Cuba, siguen latiendo. Tratar de mantener esos gérmenes, aunque sin limitar la creación coreográfica contemporánea, es dialogar con la historia desde el presente. No digo que los bailarines de nuestra compañía sean los mejores, pero tuvimos un diapasón amplio en cuanto a interpretación y ejecución. Nuestro director Miguel Iglesias ha sabido cómo hacernos ir de una estética a otra, de una obra de corte experimental a una más cercana a lo aportado por aquellos maestros que parieron la actual compañía.

Hoy, tanto tiempo después de que Isidro subiera por vez primera las escaleras de Danza Contemporánea de Cuba, de haber bebido del manantial incalculable de lo que fuera la génesis de un movimiento que se ha expandido a lo largo y ancho de Cuba; poder ver cómo devuelve de manera desprendida lo allí aprendido, es de una generosidad tremenda. Cuando él reafirma que “Ramiro es la guía de lo que soy”, nos deja ver el sentido afable de un maestro que jamás renuncia.


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