Cultura local vs. Cultura cubana. Camagüey (II)


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Vista de Puerto Príncipe 1865. Detalle, Grabado de Laplante.
 

El presente trabajo constituye la segunda parte de la historia cultural de la ciudad de Camagüey como tributo a la Jornada por la Cultura Cubana, una especie de historia del proceso en el que los camagüeyanos construyeron algunos de los signos de su telaraña de significados, al decir del antropólogo Clifford Geertz, en el transcurso de un periodo que sobrepasa ya los cinco siglos. Como se ha indicado en el primer artículo, guían la perspectiva de análisis la teoría del patrimonio cultural y, dentro de ello, la defensa a la diversidad cultural como principio inherente a la cultura.

II.- Camagüey ante la Ilustración

A mediados del siglo XVIII, la cultura principeña ocupaba un espacio en la producción material y espiritual de la Isla. Desde la otredad el viajero Nicolás Joseph de Ribera en su obra Descripción de la Isla de Cuba, considera a la ciudad como un «pueblo grande y hermoso” y el historiador José Martín Félix de Arrate en Llave del Nuevo Mundo: antemural de las Indias Occidentales distingue que sobresalía “en la arquitectura y caudales”, mientras el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, además de ubicarle entre las tres primeras de Cuba, apunta en su visita eclesiástica que “a excepción de La Habana, no hay pueblo alguno de la Isla que le exceda, ni aun le iguale”. Desde sí, dos de sus hijos, Diego de Varona y de la Torre, y el canónigo doctor Matías Boza de Lima y de Vergara, se suman a la obra de los historiadores Ambrosio Zayas Bazán, Morell de Santa Cruz, Arrate e Ignacio José de Urrutia y Montoya.

En la centuria posterior sus hijos dan claras evidencias de patriotismo, en el sentido de amor a la patria chica. Aquí fomentó su cultura, y la de la ciudad, el Alférez Real don Tomás Pío Betancourt, primero en entregar una biografía de la ciudad desde la etapa prehispánica hasta mediados del XIX, hombre que fiel a la tradición de la época fomenta la fortuna heredada mediante sus matrimonios con las hermanas Agramonte y acciones comerciales con industrias norteamericanas. También entonces despliega su potencialidad Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, quien insiste en inscribir a Camagüey en las coordenadas del “progreso” decimonónico. Es la tierra de Frasquito Agüero y Andrés Sánchez, de Joaquín de Agüero, Miguel Benavides, José Tomás Betancourt y Fernando de Zayas, de ese gran adalid que fue Ignacio Agramonte y Loynaz; de Salvador Cisneros Betancourt, uno de los más intransigente e incansables cubanos, de Enrique José Varona y Carlos J. Finlay. Todos, inmersos en reiteradas polémicas filosóficas, ideológicas y políticas en la historiografía cubana; todos, enriquecedores de la cultura local y nacional.

Casa de Tomás Pío Betancourt, Historiador de la Ciudad.

Pero en pos de la diversidad cultural serán sus féminas los mejores ejemplares. Basta tomar como punto de partida a cuatro de ellas: Amalia Simoni Argilagos, Aurelia Castillo de González, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Dolores Betancourt y Agramonte, todas camagüeyanas por naturaleza y convicción.

Amalia, conocida no solo por su lealtad al Mayor, con quien compartió palmo a palmo la guerra del 68, sino también por el protagonismo desempeñado en el ámbito artístico al contribuir al disfrute de la ópera y la zarzuela. Partió al exterior tras la muerte de su esposo y regresó íntegra al Camagüey; el arte y la cultura la sostuvieron en las más difíciles circunstancias económicas, lejos estaba por imaginar que uno de sus hijos, Ignacio, ingeniero civil, modernizaría el paseo de la Caridad con aires afrancesados en los inicios de la república, y legaría además uno de los edificios eclécticos de mayores valores estéticos que posee el centro declarado Patrimonio de la Humanidad, el actual Banco de Créditos y Comercio, antes el Royal Bank of Canada, una obra tan exquisita que en las ampliaciones posteriores, sus colegas no tuvieron más que seguir al pie de la letra el modelo original. Cultura inmaterial y material salieron de esta gran patriota.

Avenida de La Caridad.

Otra historia, diferente, aunque no precisamente opuesta, es la de Aurelia, casada con un oficial español, Francisco González del Hoyo a quien sigue a la metrópoli al ser deportado por el Gobernador de la Isla. Aurelia, por fidelidad al matrimonio se distancia de las guerras de independencia, mas su hermosa lírica, particularmente sus Fábulas, pasaron a ser textos imprescindibles en las enseñanza primaria en Cuba, y como signo de pertenencia a su patria chica y a sus hijos, no solo fue una de las organizadoras de los actos patrióticos, sino que además se mantuvo firme, brindando su apoyo a Amalia, aquel 24 de febrero en que la Sociedad Popular de Santa Cecilia inaugurara el conjunto escultórico dedicado al adalid camagüeyano en la plaza que llevaría su nombre. La ciudad las recibió como se reciben a los hijos que han sabido cumplir su deber, con beneplácito y orgullo.

En otras coordenadas está la Tula, cuyos aportes culturales, distan aparentemente de su natal Camagüey para ubicarla en contexto hispanoamericano. Pero sabe El Camagüey que cuanto dio en las letras, en el amor y en la defensa de la dignidad humana, tiene por base la cultura sedimentada entre los siglos XVI e inicios del XIX en esta región. Hay tradición en esta mujer moderna; hay profundo conocimiento de los derechos y deberes para con su esposo, para con Dios, pero también para consigo misma. Toda su vida y obra está cargada de ese deber ser al que solo la convicción promueve. Amante de un hombre casado hasta la “desvergüenza” de la realización, fuerte en cuantas empresas inició, fiel a cuanto se prometió, dotada de una flexibilidad ante los pecados de sus progenitores, familiares y amigos que le permite abrazar con entereza a su medio hermana mulata. Sí, no había “mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y varonil”, como diría Martí motivado quizás por la experiencia de una vida compartida con Carmen Zayas Bazán, también auténtica camagüeyana.

Escuelas Pías, 1942, Parque Martí.

Completa el mosaico seleccionado, —de los miles que pueden encontrarse en una ciudad de tanta riqueza en ideas y obras—, Dolores Betancourt y Agramonte, “Señorita medio millón”, como le llamaron en el siglo XX por fundirse en su propiedad el legado de sus patricios por vía paterna, el referido don Tomás Pío Betancourt; la más pequeña del segundo matrimonio entre las familias Betancourt y Sánchez Pereira y Agramonte. Siguiendo los principios de su padre, Dolores se distanció de las guerras por la independencia y se refugió en los Estados Unidos de Norteamérica donde continuó engrandeciendo la fortuna heredada hasta que, en 1921, decidió poner en orden su patrimonio; y en el centro de estas reflexiones, para sorpresa de muchos —principalmente sus familiares más cercanos—, estará su “patria”: El Camagüey. Su testamento, un documento que desborda toda asesoría jurídica para dejar claras evidencias de camagüeyanidad, es huella de un espíritu profundamente religioso, una independencia total para la toma de decisiones y un cauteloso cuidado en asegurar el cumplimiento de su última voluntad. Así, la “fanática religiosa”, como la calificaron sus parientes ante las cortes, legó a Camagüey su fortuna para el establecimiento de un colegio para niñas pobres bajo la orden de las Salesianas. Dolores Betancourt murió sin ver su obra, pero la ciudad sintió renacer con su legado las barriadas de Santa Ana, El Cristo y El Carmen con la llegada de la Escuela “Madre Mazzarello” al antiguo Convento de las Ursulinas, aquel en el que Dolores había terminado su “dechado” en 1865. Asistieron al colegio los más pobres, no solo hembras, sino también varones, y de él salieron grandes profesionales en diferentes saberes. También fueron financiadas con tal legado dos edificios de suma importancia en la imagen urbana: la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en el entorno del Parque José Martí, y la Iglesia de San José en la Avenida de los Mártires.

Claustro del Convento-Hospital San Juan de Dios.

El contexto del siglo XX impondrá nuevos retos a la tradicional ciudad, pero como demostraré, lejos de minimizar su patrimonio como signo identitario de la cultura regional y nacional, apostará por un enriquecimiento que le permitirá, en la primera década de la presente centuria, inscribir un área de su Centro Histórico en la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

 

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