Daniel Taboada: La arquitectura es un organismo vivo (+Podcast)


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El Premio Nacional de Arquitectura llegó a su profesión por casualidad.

El cuerpo humano tiene aproximadamente 30 billones de células, que forman 206 huesos, 78 órganos y 13 sistemas de órganos. Daniel Taboada alberga la misma cantidad de componentes. De alguna manera, la arquitectura comparte con el Premio Nacional de Patrimonio Cultural, esa armonía de sus elementos— funcionales, estructurales y decorativos—, sin la cual no podría existir.

De acuerdo al investigador, las personas y las edificaciones respetan un ciclo natural: «La arquitectura es un organismo vivo, que crece, a veces se reproduce, y a veces muere». Para Daniel, dicho lapso comenzó un 8 de junio de 1931 y continúa la travesía 90 años después.

La cifra parece ínfima, considerando que la obra arquitectónica más antigua del mundo supera los 11 mil años. Sin embargo, su tiempo humano, por decirlo de alguna manera, lo ha consagrado a más de una treintena de monumentos en la Isla más grande del Caribe. La naturaleza de una persona, y en especial la de Daniel Taboada, está estrechamente ligada a la arquitectura: «Hay una interacción entre el ser humano y la arquitectura que no se sabe quién moldea a quién, pero uno influye el otro».

Cuando se trata de su propia historia, el Máster en Conservación y Rehabilitación del Patrimonio Construido, regresa a Regla, su municipio natal. Contagia la nostalgia de observar la ciudad desde el otro lado de la Bahía de La Habana. La década del 30 sabe para Daniel a los dulces que traían los chinos a casa de los abuelos, los helados que se fabricaban allí, el olor de las frutas que inundaban el embarcadero.

«Regla es mi nacimiento, mi familia materna, mi abuela, las vacaciones. La casa todavía se conserva en la calle Céspedes y Martí. Ya la población urbana rodea la Regla antigua que recuerdo. Mi padre era español, pero aplatanado. Tenía una cafetería, La estrella, en la esquina, frente al cine, él era un fanático. Aunque después hubo otro cine, El Regla, con una arquitectura moderna, el tradicional era el Céspedes, con su fachada de diseño académico. Actualmente le falta el techo, pero no se ha demolido por sus valores históricos.

«Martí es la calle principal, nace en el embarcadero y muere en la loma del cementerio nuevo.  Al otro lado, se observaba el Muelle de Luz, que está ahora espectacular. Las lanchitas, sin embargo, no se han podido recuperar, un sueño que ambicionamos. Ahora son cajones de metal, no tienen proporciones o diseño náutico. Antes parecían tranvías, con asientos reclinables. Ojalá pueda ver las lanchas llegando a Regla, al mismo embarcadero de madera que yo conocí. Ese es el punto neurálgico del municipio, donde se une con Guanabacoa y toda la periferia. Ahí está el santuario de la Virgen de Regla, que tiene connotaciones transculturales muy profundas. Me acostumbré desde pequeño a las festividades de Nuestra Señora de las aguas. El día anterior desfilaban los cabildos, el día ocho los católicos. Unas de las zonas más bonitas eran los parques, el de Las Madres de Regla y frente al cine, el Parque del Ayuntamiento, declarado Monumento Nacional. Este último es muy representativo, hay pocos tan sólidos y notables en su diseño neoclásico».

El Premio Nacional de Arquitectura llegó a su profesión por casualidad. No se le puede llamar un golpe de suerte, sino un embullo fortuito. Ya no vivía a orillas de la Bahía, sino en la Calzada de Concha, en Luyanó. Entonces eran comunes las escapadas de fin de semana con su padre. Lo mismo cogían un tranvía hasta La Habana Vieja, que salían de la ciudad a caminar la carretera y comer bajo algún árbol.

«Papá tuvo amigos campesinos, les compraba la cosecha de hierba fresca y heno, la comercializaba y vendía en pacas. Todavía me gustan ese tipo de excursiones, ya tengo cierta cultura campestre, no solo observo lo urbano, sino también lo rural. En casa siempre pensaron que iba a estudiar agronomía, de hecho, siempre tuve inclinación. Pero, cuando terminé el bachillerato, la mayor parte de mis amigos estudiaron ingeniería o arquitectura, eso me terminó influyendo. Cuando en la gala de fin de curso, dijeron por los micrófonos que iba a estudiar arquitectura, mi familia pensó que había sido una equivocación. Y no lo era, yo había escogido estudiarla.

«Al principio me pareció poco honesto cambiar de esa manera, pero no me arrepiento, fue una bendición. Mi primer empleo fue en Moenck y Quintana en su edificio de O’Reilly 407, en La Habana Vieja. Más tarde nos trasladamos a la calle 11, entre D y E, en El Vedado, hasta 1958. Ahí trabajé con Nicolás Quintana, que era mi sueño, mi ejemplo. Esa época, los 50´s tuvo a Nicolás, Frank Martínez, Manuel Gutiérrez, Osmany Cienfuegos. La arquitectura me formó, es una disciplina que te hace crítico».

En la década de los 60 Daniel Taboada perdió su empleo con el cierre de la compañía Moenck y Quintana. Lo que pareció un revés terminó llevándolo al universo de la arquitectura patrimonial desde 1964. A partir de ahí trazó una trayectoria laboral que abarca el convento de Santa Clara, San Francisco de Asís, la Capilla de Loreto en la Catedral de la Habana, más de 30 retos de la restauración y la conservación. Transitó por el Ministerio de la Construcción, el Consejo Nacional de Cultura, en 1977, comenzó en el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM), hasta finalmente llegar a la Oficina del Historiador de la Ciudad.

«Con Fernando López trabajé en la Demajagua. Fernando allí y yo en La Habana haciendo planos, a distancia, como hubiéramos hecho ahora en la pandemia. Celia Sánchez estuvo a cargo de ese proyecto. Fue una obra que me apoyó para mi entrada en la Dirección de Artes Plásticas de la UNEAC. También estuve en el Mausoleo de los Mártires del Cinco de Septiembre, con el arquitecto Enrique Capablanca y el escultor Evelio Lecour. Para dimensionar había que tener nociones de escultura, teniendo en cuenta las estructuras mármol y bronce.

«Cada obra es diferentes, no se puede comparar la Casa de los Peñalver, la Plaza de la Catedral, la Capilla de Loreto o la Casa de los Condes de la Reunión. La Obra Pía no tiene nada que ver con el Palacio Aldama. Las edificaciones de provincia son preciosas, joyas de la historia de la arquitectura en Cuba. Tuve la suerte de trabajar en Viñales, Pinar del Río, donde se une lo paisajístico con lo urbano, Matanzas, Cienfuegos, con sus estructuras del siglo XIX. Siempre he tratado de mantener una relación con las primeras villas: Bayamo y Santiago de Cuba, que es patrimonio por donde la mires, hasta lo contemporáneo con las creaciones de José Antonio Choy. En el Castillo de Jagua en Cienfuegos, el puente levadizo se hizo por fotografías, estábamos orgullosos de las dimensiones. Estaba hecho con una madera mucho más pesada de la que pudimos conseguir, tuvimos que añadirle plomos cómo se le hace a una balanza».

«Vine a ser investigador en los últimos años de mi vida. La arquitectura popular despertó mi curiosidad, todo Santo Suárez, Lawton, Luyanó. En el Vedado son casas con piso de mármol, balaustrados, escalinatas, pinturas murales, de vidrio, vitrales, otro tipo de arquitectura».

Daniel Taboada ha formado parte de más de una treintena de obras

¿Qué diferencia existe entre la conservación y la restauración?

Es una mala costumbre llamar obras de restauración a todo, algunas se prestan más por su estado estructural, la época de fabricación, pero hay otras donde la conservación es importante. El trabajo nuestro en la arquitectura patrimonial es una mezcla de sabores, un ajiaco como diría Fernando Ortiz. Cuando intervienes constructivamente en una obra vas encontrar momentos de restauración, investigación, momentos de modernización siendo respetuoso del patrimonio.  

Actualmente se está haciendo una arquitectura que no siempre es arquitectura, más bien es construcción. Se ha hecho costumbre llamar arquitectura a todo lo que se levanta del piso. Una edificación debe tener belleza, estética, proporciones. El tema es teóricamente muy difícil, con la escasez de la vivienda. Entre no tener techo y tenerlo, hay un mundo de diferencia.

Cuando hablamos de la arquitectura patrimonial, hay valores adicionales: históricos, icónicos, culturales. La arquitectura es una de las bellas artes, siempre se ha relacionado con la pintura, la escultura, las ha proporcionado y utilizado. Yo he visto problemas conceptuales grandes, como pintar una obra recién restaurada, eso es una falta de respeto para el patrimonio.

¿Cómo llega a la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana?

Leal me recogió en medio de la calle. Nos conocíamos de antes, cuando yo trabajaba en el Palacio del Segundo Cabo y él en el de los Capitanes Generales. Cuando se terminó esa obra, fui para el Castillo de la Real Fuerza. Entonces se habían hecho cambios con buena intención, pero no tenían nada que ver con la edificación: se tumbaron los techos de madera preciosa, se demolieron algunas construcciones de muros importantes, la cubierta de la escalera central, que databa del siglo XVI. En 1964, tuvimos la responsabilidad de deshacer parte de esas transformaciones. Los valores históricos no se pueden despreciar ni alterar, eso se aprende después de mucha experiencia.

Desde entonces tenía esa preocupación por el patrimonio: los muebles, la arquitectura religiosa, moderna, todo me llamaba la atención.  La obra quizás más conflictiva fue el Palacio Aldama, la hice sabiendo que iba a tener una guerra civil. Demolimos toda la planta alta, que era añadida totalmente, con una estructura metálica que imitaba la fachada histórica en el exterior.

Luego de trabajar muchos años en el CENCREM, presenté la renuncia. Un día iba por la calle, Leal tropezó conmigo en la plaza y me propuso irme con él para la Oficina del Historiador de la Ciudad. Me tiró el lazo y mordí, hasta hoy.

¿Qué significa para usted la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula?

Eusebio firmó un acuerdo con una fundación española para crearla. Leal me dio la responsabilidad de dirigirla, desvié mi curso de arquitectura patrimonial hacia esa nueva experiencia.

Existe en la actualidad una relación entre la arquitectura académica y la vernácula. La misma cobija que hizo el indígena, oriundo del Caribe, tiene un valor patrimonial enorme. Luego llegan los europeos con sus grandes techos de madera, más tarde las influencias de la arquitectura moderna. Pero lo fundamental es esa arquitectura de los nativos, los fundadores de nuestras raíces poblacionales. Siempre me remití a esos recursos, hacer arquitectura contemporánea, pero con raíces en la nuestra tradicional. Empleé cantería, techos inclinados, ventanas de piso a techo, losas de barro. Me parecieron bien en la década del 50, también lo fueron para Nicolás Quintana, Mario Romañach, hicieron obras que todavía admiramos.

La mayoría de las veces, nuestros arquitectos jóvenes, diseñan para el siglo veinticinco, pero no pueden olvidarse de nuestra luz, sombra, lluvia, nuestro aire cruzado. Ahora todo es climatización artificial y ¿cómo se utilizan las energías renovables? Hay que proteger el medio ambiente, yo he hecho de eso una religión.

Daniel Taboada cree irremediablemente en la importancia del dar y recibir, aunque confiesa que es mejor darle a los otros. La arquitectura es un organismo vivo que nace, crece, se reproduce y, a veces, muere. Para el ser humano la permanencia física es limitada pero la espiritual trasciende. Daniel dio trozos de vida y los convirtió en edificaciones sólidas. Así que, de cierta manera, cómo la propia arquitectura, está destinado a prevalecer. Cómo él afirma, toda obra tiene una pertenencia común: «El patrimonio no es de los cubanos solo, Cuba está en el Caribe, el Caribe está en América y América está en el mundo. El patrimonio es de todo el mundo».


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