Días de son


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Nicolás Guillén, Miguel Matamoros, Arsenio Rodríguez, Ignacio Piñeiro y Benny Moré.

A Lino Betancourt, cuya muerte aceleró este proceso.

 

Toda historia relacionada con los hechos fundamentales que involucran a la música cubana tiene un origen determinado por alguna causa que funciona como catalizador, siempre hay un día X o una circunstancia que modifica los acontecimientos y los lleva a un punto de no retorno. Ese tal vez sea parte del contexto que rodea el surgimiento de una suerte de institución que hoy se comienza a hacer pública y a actuar; se trata de la llamada Alianza sonera de Cuba.

La idea de que existiera una organización o asociación que reuniera a los cultores del son o –para no ser excluyentes— a los músicos que defienden lo popular bailable, rondaba en la cabeza y en los diversos encuentros informales que sostenían algunos de los más importantes directores de orquestas cubanos desde fines de los años noventa del pasado siglo.

Para ese entonces la confianza de todos en el gremio estaba depositada en la figura y el prestigio de Juan Formell. Él había sido el promotor de la existencia de la empresa Clave Cubana como Agencia de representación artística; él había sido el interlocutor ante las autoridades culturales ante cualquier incomprensión y además gozaba del respeto tanto de los decisores, como de los músicos y del público en general.

Sin embargo, pasaron los años y la tan solicitada unidad nunca llegó a ocurrir; y para mayor desventura Formell muere en mayo de 2014 en momentos que preparaba la primera gira mundial de la orquesta; un sueño pocas veces logrado por los músicos cubanos a excepción del Buenavista Social Club y el proyecto Afro-Cubans All Stars.

Cinco años después de su muerte nuevamente regresa el tema, solo que esta vez ocurren dos acontecimientos que aceleran el proceso que desembocará en la aparición de la Alianza sonera de Cuba; siendo estos a saber: la suspensión del Festival del Son Miguel Matamoros que coincide con la llegada de Adalberto Álvarez –su fundador y presidente— a sus primeros setenta años de vida y el fallecimiento de Lino Betancourt, el más acucioso investigador y conocedor de la trova cubana de los últimos cincuenta años. Como complemento, recién se estaba inaugurando la Feria CUBADISCO.

Y como CUBADISCO es en esencia una fiesta de la música cubana expresada a través del disco, el sello BIS MUSIC organizó junto a la Agencia Clave Cubana un gran jolgorio en el centro cultural El Sauce, al que concurrieron casi todos los músicos populares que forman parte del catálogo del sello discográfico y aquellos involucrados con el resto de las agencias de ARTEX. Y allí nuevamente, entre tragos de ron y recuerdos, la idea de lanzar “un ente que una a los soneros cubanos y del mundo” se tornó el centro de un largo debate que duró al menos cinco o seis horas y que fue acompañado por algunas botellas de ron y la determinación unánime de que fuera Adalberto Álvarez quien liderada todos los esfuerzos y aglutinara a los músicos.

Ciertamente es Adalberto nuestro “primo sonero”; prestigio tiene y por sobre todas las cosas capacidad de liderazgo.

En lo personal llegué a pensar que una vez más era testigo de un intento de unidad entre los músicos cubanos, nacido al calor de las emociones y la euforia que provoca el reunirse en tiempos de CUBADISCO; ya había vivido esa idea unas cuantas veces antes y nada había pasado.

Sin embargo, para septiembre de ese año la idea se había materializado y se escogió como cuartel general el estudio del compositor y productor musical Manolito Simonet. La Alianza sonera de Cuba era una realidad palpable, a pesar de que entre sus fundadores iniciales estaban ausentes físicamente "Pachi" Naranjo y "Tiburón" Morales; dos nombres imprescindibles cuando se habla del son en estos tiempos.

Ahora solo quedaba trazar una estrategia de trabajo y empezar a convocar a nuevos miembros. Aún así, tras vivir la experiencia, surgen algunas preguntas y definiciones que son válidas exponer:

¿Podemos definir una pentarquía de nombres obligados para entender la historia del son? Lo correcto es decir que sí y esta involucra los siguientes nombres con los que casi todos coinciden: Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Miguel Matamoros, Benny Moré y Nicolás Guillén.

Y surgirá la pregunta: y por qué Guillén. Sencillo. Nadie como él elevó el son y sus historias a la categoría de poesía universal. Guillén convirtió la breve historia sonera, sus estribillos en una forma poética que inauguró un movimiento literario –aunque no fue el único— del que fue su mayor exponente.

Ya que comenzamos por Nicolás Guillén, repasemos los aportes de los otros nombres que definen nuestra estrella sonera.

Ignacio Piñeiro modificó el sexteto sonero en septeto al incorporarle la trompeta, pero además le introdujo la clave de rumba abakuá, considerándosele el primer embajador del género conocido.

Arsenio Rodríguez es el innovador por excelencia y, aunque existen antecedentes de formatos orquestales al que él propuso; el suyo definió y modernizó el son. De su música y su genio salen todos los caminos del son.

Miguel Matamoros es –salvando las distancias— nuestro equivalente musical a Michael Jackson. Es el más universal de nuestros soneros, no solo como compositor sino como renovador. Si Arsenio definió para la posteridad el Conjunto sonero; Matamoros convirtió al son en el elemento fundamental de lo cubano en el mundo; sobre todo al mostrar sus posibilidades de interactuar con otros géneros de la música cubana, fundamentalmente el bolero.

Mientras que el Benny es la suma de todos esos soneros que le antecedieron. En su voz se funden el alma y el decir de cantantes como Orlando Guerra (Cascarita), Miguelito Valdés, Abelardo Barroso o Miguelito Cuní, por solo citar algunos de los tantos nombres que han marcado el son por más de cien años.

Ya tenemos nuestra estrella nominal, ahora se trata de las siguientes preguntas: ¿gusta el son hoy a los cubanos, lo saben bailar? Qué se debe hacer para que coexistan tradición y modernidad. Cómo asimilar las propuestas genéricas que le rodean.

A la primera hay respuesta total: sí; a los cubanos hoy les gusta el son. Ejemplos hay los suficientes, aunque el universo musical de la nación se decida y defina en La Habana por su condición de capital de la república. Y tres ejemplos lo avalan. El primero es el inmenso número de seguidores que tienen en el centro y oriente del país orquestas como La Original de Manzanillo, Cándido Fabré y su orquesta, la Maravilla de Florida y el Septeto Santiaguero; este último el más mediático y premiado de los septetos cubanos del momento; a esa lista se debe sumar al cantante Yumurí y sus hermanos, el más sonero de todos los músicos del occidente de Cuba y a la orquesta de Adalberto Álvarez.

Dolorosamente en Cuba ya no se baila son. Los cubanos bailan casino, que es nuestro modo de bailar el rock & roll desde hace más de medio siglo; el ejemplo está en sus pasos y su carácter acrobático, que desplazó en elegancia y prestancia al son de salones y giras.

Tradición y modernidad existen, coexisten y se interrelacionan; solo que no funcionan a nivel de promoción y popularidad por factores extramusicales;  donde es determinante el papel de los medios de difusión, los programadores y decisores de las salas de bailes y el distorsionado mercado de la música en Cuba donde además de la popularidad determinan los egos y criterios economicistas. Y no olvidemos que los sitios para bailar en la ciudad capital no pasan de diez.

Solución. Compartir los espacios entre los que hoy son populares y aquellos que acusan una historia sólida. Cuánto ganaría el son, el bailador y la cultura cubana en general, si en uno de esos sitios coincidieran –pongamos un ejemplo— Habana de Primera y la Orquesta Aragón. Comento que es más fácil para los aragones tocar los temas de Alexander Abreu que a sus músicos ejecutar limpiamente un “sabroso cha cha chá”. En este caso se trata más de voluntad y sentido patrio que hacer valer egos (los hay) y visión económica. Si ello ocurriera, entonces se estaría ante un paso para lograr la unidad verdadera y llevar el son a todos los públicos. Mientras eso no ocurra todo criterio llevará implícito una fuerte carga de hipocresía y demagogia cultural.

De ello están consientes quienes hoy dirigen la Alianza.

Por último, queda por resolver el tema de la membresía y de lograr unificar todos los eventos que involucran al son y a la música popular cubana hoy. Lo primero que debe primar es una voluntad integradora y ello implica renunciar a protagonismos y subordinar intereses musicales; dejar la visión habano centrista de lo que debe proponerse al público. Y es que en todos los festivales que se hacen hoy en Cuba coinciden casi las mismas orquestas –solo el sonido camagüeyano escapa a ese mal—, bajo el argumento de que son las más populares o las que garantizan los dividendos económicos.

No se trata de cerrar un festival o de generar uno nuevo. Es simple sentido común. Se trata de que si lo determinante es el son, a él se deben destinar todas las energías, los recursos y la voluntad creativa. Unificar frentes determina victorias trascedentes.

El son es el comienzo y final de la impronta universal de la música cubana. Es su alma mater, por decirlo de alguna forma. Eso lo saben quienes a fines del año 2018 unieron esfuerzos para fundar la Alianza sonera de Cuba; sobre todo Adalberto Álvarez que es depositario directo del legado de Arsenio y de Miguel Matamoros.

Si queremos regresar a la ruta de la universalidad es tiempo de asumir tres principios: estudiar, respetar y avanzar a una sola voz.

Actuar como Fuenteovejuna puede ser un camino y una actitud que agradecerán nuestros hijos y las generaciones futuras. En nombre del son todo es posible.

Entonces Miguel Matamoros y Juan Formell podrán disfrutar del reposo del sonero. Démosle ese gusto.

Miguel Matamoros debe estar gozoso de alegría allí donde quiera que esté. A pesar del aislamiento social y físico que nos ha obligado a asumir, como forma de vida, esta pandemia;  su cumpleaños no pasó inadvertido y como complemento se masificó la posibilidad de establecer ese día como “el Día nacional del son”.

 

 


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