El Capitolio. Génesis y creación de un símbolo nacional


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Gerardo Machado y Morales (1925-1929) (1929-1933), hizo una de las más importantes contribuciones al embellecimiento y planificación de La Habana. Su obra física queda para siempre inscrita en la historia como un logro positivo, al igual que en el aspecto ético-político queda inscrito negativamente en la historia como un dictador más del zoológico caribeño y latinoamericano.

Nicolás Quintana.

“Arquitectura y urbanismo en la República de Cuba (1902-1958), p. 10.

 

La primera mitad del siglo XX ratificó y otorgó primacía, en el ámbito internacional, a dos valores patrimoniales: el histórico y el artístico. ¿Sería posible en el presente separar la connotación histórica, en no pocas ocasiones reducidas al orden político, de la artística? ¿No resultan la Historia y la Historia del Arte construcciones que por tener por sustrato el análisis de la realidad, ofrecen desde sus cuerpos teóricos resultados que se erigen a su vez en documentos o huellas de determinado contexto cultural? El Capitolio habanero, construido en el segundo lustro de la década del 20 del pasado siglo como documento histórico (político) y artístico (arquitectónico), desborda hoy, en el siglo XXI, esas nociones y, en su lugar, se presenta como un signo de un discurso identitario de los cubanos. ¿No sería oportuno ahondar en la significación de esta obra para los diferentes sectores sociales que dialogaron con ella en los diversos momentos históricos? Una especie de arqueología documental desde perspectivas antropológicas podría ofrecer valiosísimos resultados, mientras esa difícil tarea se realiza, sin dar la espalda a ella, recurramos a la Historia y a la Historia del Arte, intentando desde el método interpretativo encontrar nuevas luces.   

Las iniciativas vinculadas a la creación de un Palacio de Congreso en Cuba se manifiestan en 1910 durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909–1913), idea que enriquece con el concepto de “Capitolio” Mario García Menocal (1913–1921) al tiempo que distingue en el diseño los hemiciclos, la escalinata y la cúpula. Con la presidencia de Alfredo Zayas y Alfonso (1921–1925) se paraliza la obra y a sugerencia de Carlos Miguel de Céspedes se hacen nuevos estudios para otorgarle mayores proporciones. Definitivamente, quedará ejecutado en el periodo de Gerardo Machado y Morales (1925–1933) como fruto de la Ley de Obras Públicas sancionada el 15 de julio de 1925 en la que se planteaba, para el caso de La Habana, un estudio por parte del ejecutivo nacional de un plan de ensanche, engrandecimiento y embellecimiento de la ciudad y la atención a necesidades de ornato y construcción de grandes edificios tales como un capitolio, biblioteca y museo, según apunta Pilar Fernández Prieto, Dra. en Ciencias sobre Arte y profesora titular de la Universidad de las Artes, en su texto Arquitectura habanera (1925-1935). De sus artífices apunta:

La construcción del edificio comenzó bajo la dirección artística de Raúl Otero y la técnica de Eugenio Rayneri; más tarde, el primero fue sustituido por José María Bens y Arrate hasta que, dos años después, el Arq. Rayneri asumiría las dos direcciones respectivamente. También otros profesionales nacionales y extranjeros participaron con sus criterios en el proyecto definitivo. (1)

De su tipología destaca que el edificio “muestra una distribución espacial inspirada en la planta basilical romana” y subraya entre sus espacios el Salón de los Pasos Perdidos, los hemiciclos y la cúpula con su linterna y el centellador.  Indica que “El proyecto consistió en una construcción monumental de cuatro plantas, coronada por una cúpula de doble tambor y una profusa decoración”, mientras que estilísticamente resume: “El componente clásico predomina dentro del diseño ecléctico y las modernas estructuras de acero se revisten con el ropaje de la antigüedad”. Declara también, en relación entre el quehacer del artífice y el comitente: “La escala, la cúpula y el espacio, sin olvidar la jerarquía de la ornamentación constituyen la trilogía sobre la cual se estructuró el símbolo constructivo que, partiendo del modelo norteamericano, daba la respuesta adecuada a la demanda social del inversionista”.

Consciente de la importancia de las fuentes literarias en las investigaciones socioculturales, Pilar Fernández tiene en cuenta la presencia del Capitolio en la novela El recurso del método, de Alejo Carpentier, texto al que recurro en aras de constatar desde la ficción aquellos detalles que escapan a las fuentes oficiales no sin antes recordar que se trata de un autor cuyas vivencias se encuentran directamente relacionadas con la dictadura de Machado, sentimientos que en la novela afloran en 1974, es decir, 45 años después de la inauguración del Capitolio y en el contexto de la Revolución Cubana.

Ligado al Grupo Minorista, Carpentier participa en la Protesta de los Trece, liderada por Rubén Martínez Villena, y es encarcelado y perseguido por oponerse al dictador; además, profesionalmente es un intelectual informado culturalmente al punto de ejercer la crítica desde los años 20 en diarios como La Discusión y las revistas Carteles, Avance y Social. Desde tal panorama no es posible despojar de esta obra literaria la postura revolucionaria de su autor, ni tampoco su permanente interés en comprender la expresión cultural del continente americano, en particular en el tema de la arquitectura, al margen de simple mímesis o copias a discursos eurocentristas, una especie de teórico al que hay que saber encontrar en La ciudad de las Columnas o Una ciudad sin estilo, según indican las profesoras Luz Merino Acosta y Pilar Fernández Prieto. Por la polisemia del texto literario en este, como en otros casos, se citan fragmentos sin extenso, en tanto los lectores pueden encontrar en ellos múltiples significados. En la introducción de la novela, “Al lector”, se acota:

El personaje central no tiene nombre. Se llama simplemente el Primer Magistrado. Puede ser de las islas, de Centro América o de América del Sur. El país que gobierna este Primer Magistrado tiene las características geográficas de todos los países de América; es un prototipo de todas sus partes, si contemplamos la historia trágica y sangrienta de nuestro continente. (2)

Para entrar en el contexto constructivo del Capitolio narra Carpentier: “Después de mucho meditarlo, el Primer Magistrado se entregó, con remozada energía a lo que habría de ser su gran obra de edificador, materialización, en piedra, de su obra de gobierno: dotar el país de un Capitolio Nacional”. Y para señalar el marcado interés de su comitente por acompañar a la obra de reconocimiento internacional en diálogo con la postura de los arquitectos de la Isla:

Tomada la determinación se pensó en promover un gran concurso internacional, abierto a todos los arquitectos, para poder comparar ideas, proyectos y planos. Pero, apenas se difundió la noticia, protestaron los arquitectos nacionales, recientemente constituidos en colegio, afirmando que, para tal obra, ellos se bastaban. Y se inició, entonces, un trabajoso proceso de críticas, transformaciones, discusiones, que imponían al futuro edificio una sucesión de metamorfosis en cuanto al aspecto, estilo y proporciones.

Y tras burlarse de la ignorancia que de la cultura universal poseía el personaje precisa como referente del Capitolio: “Mejor mirar hacia la Roma eterna, madre de nuestra cultura”, para en las líneas siguientes explicitar su postura con nítida ironía:

Por fin, después de muchas cavilaciones, discusiones, consideraciones y reconsideraciones, quedó aceptado el Proyecto No. 31 que ofrecía la solución más sencilla: una réplica del Capitolio de Washington, con uso interior de maderas nacionales y mármoles nacionales –que en caso de no ser tan buenos como se creía, serían sustituidos por mármoles comprados en Carrara, aunque, para el público, seguirían siendo mármoles nacionales…

En relación con la escultura que simbolizaría a La República, una vez establecido el debate entre el arte moderno y el arte académico, Carpentier resalta la “retrógrada” conveniencia de optar por el estilo neoclásico en pos de una mejor recepción de la información que ha de ofrecer la pieza, al tiempo que subraya cómo la excesiva concentración en la grandilocuencia priva del disfrute pleno de la pieza, en tanto resulta prácticamente imposible contemplar su rostro. Para encarnar la figura del escultor Ángelo Zanelli (3) ha elegido el escritor el nombre del milanés Aldo Nardini y llama al puerto de La Habana, Puerto Araguato:

Pero subsistía un problema: bajo la cúpula debía alzarse una monumental estatua de la República. Todos los escultores de la nación se ofrecieron a hacerla. Pero el Primer Magistrado sabía que ninguno de ellos era capaz de medirse con semejante tarea. […] Y el marmolista italiano, gran proveedor de ángeles, cruces y panteones para cementerios, a quien varias ciudades nuestras debían muy satisfactorias estatuas epónimas, tanto en lo heroico como en lo religioso, recomendó cálidamente a un artista milanés, con obras premiadas en Florencia y en Roma, notablemente especializado en la concepción de monumentos, fuentes municipales, santuarios cívicos, figuras ecuestres, y, en general, de cuanto fuese arte oficial, serio, solemne, con uniformes históricamente exactos si lo requería el asunto, desnudos tratados con dignidad si el desnudo correspondía al carácter de una alegoría, en expresión inteligible a todos, de una estética nada anticuada, ni tampoco demasiado moderna –que eso del modernismo en la plástica era cosa harto discutida en estos tiempos. Aldo Nardini envió un boceto que fue aprobado, de inmediato, por el Consejo de Ministros: La República era representada, en él, por una inmensa mujer, de robusto cuerpo vestido a la griega, apoyada en una lanza –símbolo de vigilancia-, de cara noble y severa, como nacida de la famosa Juno vaticana, con dos enormes pechos, uno velado, el otro desnudo –símbolos de fecundidad y abundancia, -Nada genial, pero el mundo quedará contento-concluyó el Primer Magistrado-: “Ejecútese”. Varios meses trascurrieron en la realización y fundición de la estatua, con informaciones en la prensa acerca de la marcha del trabajo, hasta que, una mañana, entró en la bahía de Puerto Araguato un buque venido de Génova, trayendo la Inmensa Mujer. Pero la República llegó por fin a su capital, y así fue como la Nación, en vez de tener un monumento de Bourdelle, vio erigirse una estatua del milanés Nardini, cuyo rostro sereno y grave se perdió por siempre para el público, porque el tamaño excesivo de la figura extraviaba su cabeza en las alturas de una cúpula cuya columnata circular solo era visitada dos veces al año por los obreros encargados de limpiarla –acróbatas de andamios, harto atentos a los equilibrios exigidos por su vertiginosa tarea para poderse detener en apreciar los méritos de una obra de arte.

Para ilustrar la magnificencia del código ecléctico y el simbolismo de la obra, refiere la profesora Pilar Fernández en relación con la entrega de la obra y su ceremonia de inauguración las palabras de Carlos Miguel Céspedes, secretario de Obras Públicas reconocido como “el Dinámico” y “el Julio Verne Tropical”:

Cumplida la orden del General Machado, quiero que el presidente de todos los cubanos pueda entregar al presidente del Congreso, un minuto antes de la media noche gloriosa, el edificio en plena eficacia de sus más mínimos detalles, con todos los empleados uniformados, con los muebles en su lugar, con los papeles necesarios, todo “andando” como una vieja organización (4). // Dos mil personas se sentarán debajo de la gran cúpula. Será un banquete en el más suntuoso y apropiado escenario, alrededor del Presidente Constructor que tendrá su asiento sobre la piedra preciosa que ha de marcar el sitio desde el cual se medirán todas las carreteras de la República. En el centro del piso de mármol del gran salón, que tendrá como techo la cúpula monumental, un piso que será la más bella alfombra marmórea que se conozca en el mundo, hecha con mármol de todas tonalidades, los más valiosos de las famosísimas canteras de Bérgamo, se engastará una piedra preciosa de gran tamaño, una bella esmeralda, o un zafiro, tal vez un aguamarina, y esa piedra estará unida al mármol por una montadura de platino en la cual haré fundir la pluma de oro con que el General Machado firmó la Ley de Obras Públicas y alrededor de esa piedra central, se grabarán las flechas directoras de las carreteras de la República, las arterias por las que ha de correr la sangre viva y activa de la nueva Cuba que Machado está construyendo. (5)

Se refiere al VI Congreso Panamericano y desde esa presentación inaugural es obvio que El Capitolio devenga símbolo del servilismo de la Isla al Gobierno norteamericano, más no se ha de reducir a ello si es interés que lo veamos hoy en toda su trayectoria histórica y cultural. Por ejemplo, ¿qué significó el Capitolio para los miles de obreros que trabajaron en ella, para los vecinos de la zona urbana, de la ciudad total, la provincia o el resto de la Isla? Resulta difícil encontrar el testimonio de la mirada que sobre la obra ofrecieron los diferentes sectores y grupos sociales durante su construcción y décadas posteriores, saber de suma importancia en el proceso de patrimonialización del Capitolio Nacional. Ante este inconveniente es preciso que busquemos en el texto a la vista aquello que se oculta a los que no tienen voz.

De la significación de la obra para el comitente, el Dr. Carlos Miguel de Céspedes publica en el Boletín de Obras Públicas correspondiente a los meses marzo-abril de 1928: “Para Machado y su gobierno, el Capitolio debe ser un monumento nacional que simbolice la República y el firme propósito de que perdure a través de los siglos, libre, independiente y soberano” (6). ¿Auguraba el Secretario de Obras Públicas con estas frases la declaratoria de Momento Nacional que recibiera este edificio aproximadamente 80 años más tarde? ¿Conocía Machado la importancia de la construcción de símbolos en los que perpetuar su obra presidencial? Téngase en cuenta que a él corresponde la firma de la ley dictada el 24 de julio de 1928 en la que reza: “El Ejecutivo Nacional queda autorizado para hacer la declaratoria de Monumento Nacional, dictando los reglamentos y disposiciones que crea convenientes para la mejor y más eficaz protección de dichos documentos, bien sean de carácter histórico, artístico o patriótico; así como para la conservación de las riquezas y bellezas naturales del país” (7), hecho al que debe añadirse la creación de la Orden de Mérito “Carlos J. Finlay” en 1928, para reconocer la obra de quienes prestan relevantes servicios a la ciencia.

De modo que El Capitolio se avenía, no solo por su magnificencia, sino también por el lugar que ocuparía en la historia del arte y el patrimonio en Cuba, a la construcción de un signo al que acompaña una inherente polisemia en el campo de la lectura e interpretación de la cultura de un país, significación que sería modelada por los horizontes culturales que habrían de acompañar a sus receptores en los diferentes tiempos históricos. En el ámbito patrimonial su valor desbordaría los tradicionales conceptos de patrimonio histórico y artístico para desbordarlos e inscribirse, desde su génesis, en el ámbito del patrimonio cultural. El hecho de que la literatura centre la atención en aspectos políticos y económicos no niega el hecho de que otras miradas resultaran contenedoras de ese enfoque plural que debe acompañar al patrimonio cultural. Obsérvese algunos ejemplos.

Las actas capitulares de los ayuntamientos, no solo de la región habanera sino también en las de otras municipalidades de la Isla, dan muestra de elogio a la obra y agradecimiento a su promotor. Rolando J. Rensoli Medina, en su libro La Habana. Ciudad azul. Metrópolis cubana, por ejemplo, cita:

[…] este Ayuntamiento de La Habana estima en su deber reconocer y agradecer al Honorable Presidente de la República, General Gerardo Machado su acierto e inigualada labor en beneficio de Cuba y especialmente de esta ciudad de La Habana, que de manera grandiosa ha sido embellecida con la edificación del Capitolio, el Parque de la Fraternidad, la Plaza del Maine, la Avenida de las Misiones y otras demostrativas de su amor a la Patria […]. (8)

Sí, todas estas obras estaban en función de la imagen que habría de lucir La Habana con motivo de la VI Conferencia Panamericana que se celebró entre el 16 de enero y el 28 de febrero de 1928, a la que asistió por primera vez el Presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge; pero para las municipalidades de la Isla, El Capitolio significaba la defensa ante una centralización administrativa encaminada a ahogar la autonomía del gobierno municipal. Recuérdese que en 1928 en el hemiciclo de la Cámara de Representantes se celebró el Segundo Congreso Nacional de Municipios, “con la asistencia de numerosos alcaldes y representantes de ayuntamientos de toda la República” donde junto a figuras de la talla de José Luciano Franco y Emilio Roig de Leuchsenring, estuvo en la primera sesión el Gerardo Machado (9), génesis del Primer Congreso Panamericano de Municipios celebrado en La Habana del 14 al 19 de noviembre de 1938, en cuya acta final se hacía reconocimiento constitucional al municipio como uno de los órganos de la soberanía del pueblo y de la nación.

Desde la historia Emilio Roig apuntaría: “El costo de este palacio de palacios, erigido en un país de atraco, de miseria, de insalubridad, de analfabetismo, de masas casi desnudas, descalzas y hambrientas ascendió según datos oficiales a 16 640 743.30 y constituye un alarde exagerado de suntuosidad, un derroche insensato […]” (10); mientras la profesora e investigadora Pilar Fernández, tras vencer los prejuicios académicos de tomar como objeto de estudio el eclecticismo de La Habana dentro de las ciencias sobre arte comenta como resultado de sus análisis:

En efecto, la obra del Capitolio trasciende los objetivos del Estado y se convierte en el emblema no solo del machadato, sino de toda la política de la República neocolonial. Para otros sectores de la sociedad, el símbolo denotaría una imagen engañosa de prosperidad, pues ocultaba, mediante la magnificencia de un código arquitectónico, la otra cara de la humillada República, inmersa como país dependiente en las ráfagas intensas de la crisis mundial del capitalismo que repercutía violentamente en todos los ámbitos de la vida cubana. (11)

El propio Carpentier en El recurso del método testimonia los vínculos que se establecen entre diferentes públicos y la obra en momentos de paralización del proyecto:

Y como –aunque sin techo todavía- ya se pintaban, con gradas, los dos hemiciclos de la Cámara y el Senado en aquel ámbito de edificaciones en espera, sus espacios fueron aprovechados, en las pausas de labor, por la Facultad de Humanidades de la Universidad y por el empresario de un Slcating-Ring.  Así ciertas noches, oyéronse los lamentos de Ájax, los clamores de Edipo, incestuoso y parricida, en el Hemiciclo Norte, usado por los estudiantes como Teatro Antiguo, en tanto que, al compás del más famoso vals de Waldteufel, sobre una retumbante pista de madera instalada en el Hemiciclo Sur, giraban mujeres que, por no renunciar a la moda en favor del deporte, habían encontrado (p. 178) el modo de montar sus tacones Luis XV en patines de ruedas. En algunos lugares intermedios instalábase, a veces, un ambulante Museo Dupuytren, el Gran Panóptico del Descubrimiento de América y Suplicio de los Indios, una exhibición de animales, el mástil de un ayunador, mientras en lo alto, sobre alambres tensos entre columnas sin cornisas, varios funámbulos de mallas rosadas y balancines con focos eléctricos viajaban de capitel a capitel pasando, insensibles al espectáculo de abajo, sobre rondas de patinadores y tragedias de Sófocles –en espera de ser expulsados por el ejército de obreros que regresaba periódicamente a sus abandonadas faenas para proseguir la casi litúrgica –elevación del Templo Cívico hacia el tope de su linterna cimera…     

Y en Crónicas de la República de Cuba 1902-1958 la profesora Uva de Aragón refiere: “aunque las efigies de Machado en las puertas del Capitolio fueron borradas a martillazos, el pueblo respetó la construcción. Según la Dra. Ana Cairo, en su libro sobre el 20 de mayo: «el edificio era un orgullo colectivo». Opina también la profesora Cairo que «para los capitalinos, se identificaba con el imaginario de la modernización de la ciudad»” (12). La representación del Capitolio Nacional en los diferentes medios publicitarios, diseñados para presentar a la Isla –tanto en el ámbito nacional como internacional- es el testimonio de ello.  Postales, mapas y planos turísticos, sellos, folletos y cuantos suvenires podamos imaginar, legitimaban a la capital de todos los cubanos mediante la imagen de su Capitolio. 

 

Notas:

 (1) Pilar Fernández Prieto: Arquitectura habanera (1925-1935), Ed. Adagio, La Habana, 2008. Las citas señaladas corresponden a la p. 57.

(2) “Al lector”, p. 13, en Alejo Carpentier: El recurso del método, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1974. Las citas que continúan sin referenciar pertenecen e a esta fuente y se ubican entre las páginas 169 y 179.

(3) Ángelo Zanelli (1879-1942). Escultor italiano autor de las estatuas La República (1928), El Trabajo (1929) y La Virtud Tutelar (1929) para El Capitolio en La Habana; Monumento al Militar Desconocido (1928) en Imola, Italia y la estatua ecuestre de José Gervasio Artigas en la Plaza de Independencia en Montevideo, Uruguay, entre otras.

(4) Carlos Miguel de Céspedes: Boletín de Obras Públicas, junio-julio de1928, p. 21-22. Apud. Pilar Fernández: Ob. cit., p. 60.

(5) Ibíd., p. 22-23. Apud. Pilar Fernández: Ob. cit., pp. 60-61.

(6) La cursiva corresponde al autor de este trabajo.

(7) Apud. Emilio Roig de Leuchsenring: Veinte años de actividades del Historiador de la ciudad de La Habana 1935-1955, t. 3, pp. 274–275, Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 1955.

(8) Apud. Rolando J. Rensoli Medina: La Habana. Ciudad azul. Metrópolis cubana, p. 124, Ediciones Extramuros, La Habana, 2015.

(9) V. Emilio Roig de Leuchsenring: Ob. cit., t. 1, pp. 23-30.

(10) Apud. Juan de la Cuevas Toraya: 500 años de construcciones en Cuba, p. 259, Ed. Chavín, La Habana, 2001.

(11) Pilar Fernández: Ob. cit., pp. 59-60.

(12) Uva de Aragón: Crónicas de la República de Cuba 1902-1958, p. 108, Ediciones Universal, Miami, 2009.


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