El son infinito del Septeto Nacional


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Han pasado cerca de treinta años desde que la TV nacional dejara de transmitir el programa Álbum de Cuba, que conducía  la cantante Esther Borja, y que junto al humorístico San Nicolás del Peladero eran parte del paquete de contenidos que nos referenciaba y conectaba con la memoria histórica y cultural de la nación.

Álbum… era tal vez el programa menos popular para mi generación y las anteriores, y es que los artistas que a él concurrían no representaban nuestros intereses, ni pertenecían al círculo musical de esos convulsos años sesenta y setenta. Preferíamos las Aventuras que dirigían Erick Kaupp o Silvano Suárez hasta que Eduardo Moya acaparó la atención de todos los cubanos con una de las series de aventuras más populares de todos los tiempos: Los comandos del silencio.

Sin embargo; de mi memoria no escapa la imagen de mis abuelas sentadas cada lunes frente al TV, a las nueve de la noche, deleitándose con “aquella música vieja” y repitiendo cada canción que se presentaba, con una voz casi apagada —a modo de segunda menor— para no importunar al resto de los miembros de la familia. No quisiera equivocarme pero aquel programa era su conexión con la historia de su vida.

Fue en ese espacio donde por vez primera escuché dos de los temas cubanos que más me han impresionado: La cleptómana de Manuel Luna en la voz de Barbarito Diez —cuyo estribillo mi madre y mi abuela cantaban a dúo—; y Bardo, que interpretaban un grupo de viejitos muy trajeados para esos tiempos en que el ꞌblue jeansꞌ comenzaba su democratización; cuyo primer verso aún resuena en mi memoria: “Párate y oye cantor/ lo que he sufrido/ tan solo por tenerle/ aquí conmigo…”, junto con el largo pasaje de la trompeta. Una trompeta que sonaba melancólica, pero no triste.

No negaré que fue Álbum de Cuba una de las tantas fuentes que me abrió el horizonte de la música cubana que me había precedido. Y es que entre aquellas personalidades que desfilaban por su estudio o el jardín de moda, una vez que el ꞌvideo-tapeꞌ nos llegó, estaban mi abuelo y algunos de aquellos célebres personajes que alguna vez me presentó con un orgullo superlativo. Pero ese horizonte lo comprendería años después en la medida que maduraba culturalmente.

Fue el tema Bardo el que estableció mi primera simpatía con el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro; una simpatía que fue creciendo en la medida que pasaron los años y que tuvo su punto culminante cuando en 1988 tuve el placer de conocer a Lázaro, “El pecoso”, Herrera, quien fuera el primer trompeta de esa formación musical. Inconscientemente la música de aquellos siete hombres mayores —algunos ya muy ancianos— se fue convirtiendo en parte de mi universo cotidiano; universo que fue alimentado en la medida que descubrí temas como Sobre una tumba una rumba, Mentira Salomé, En la alta sociedad y sobre todo Dónde andaba anoche, también conocido como Avísale a tú vecina.

Álbum de Cuba, mi abuelo,  “El pecoso” y Carlos Embale —con aquella voz impresionante— son parte de una historia que algunos demiurgos y sus acólitos han condenado al más oscuro rincón de la memoria. Sin embargo, el Septeto Nacional de Piñeiro sigue siendo un organismo vivo, resistente a las contaminaciones sonoras y estéticas de estos tiempos. Lo que demuestra que el son posee unos genes que se ríen de las mutaciones sonoras contemporáneas.

La muestra fehaciente de la anterior afirmación es el audiovisual dedicado a sus noventa años, producido por BIS MUSIC y que recorre una parte importante del repertorio de esta emblemática agrupación sonera cubana; un repertorio que ha evolucionado sin hacer concesiones a la modernidad, ni actualizaciones estilísticas —cual si fuera un pasaje de una película infantil de estos tiempos— o intentar descubrir “el agua tibia” en estos tiempos.

Cierto es que mantenerse fiel a la esencia de los fundadores para muchos puede resultar difícil, sobre todo cuando las causales económicas son determinantes en la industria del entretenimiento y en la música en particular; mas Frank Oropesa, conocido como “El matador” ha sabido dirigir acertadamente a la tropa que heredó hace ya más de un cuarto siglo, y ello queda demostrado en el material de marras.

Sobrevivirá el Septeto Nacional a las tendencias de estos tiempos. Será un ꞌrara avisꞌ musical en Cuba. Cómo le verán las futuras generaciones si los medios de comunicación hoy le dan el esquinazo a su trabajo y solo le recuerdan de ꞌPascuas a San Juanꞌ o le incluyen en la categoría de “folklore musical del pasado siglo”, como leí hará pocas semanas en un enjundioso ensayo referido a determinados ritmos del mediterráneo caribeño.

A las anteriores interrogantes hay una respuesta más que coherente: Sí Sobrevivirá. Lo demostró en los años treinta y cuarenta cuando parecía agonizar ante el empuje del conjunto sonero y a las jazz band a la cubana. Sobrevivió a la era del mambo, a los años cincuenta y a la crisis económica de los años noventa.

Para el son, el ritmo cubano por excelencia, han existido momentos y personalidades imprescindibles. A Gerardo Martínez corresponde el mérito de haber fundado el Sexteto Habanero; a Ignacio Piñeiro el haber generado dentro del género, además del buen gusto y la elegancia, su fusión con otras formas musicales de su tiempo como la clave, la rumba, el guaguancó y los toques propios de la liturgia abakuá (recuérdese su clave ñáñiga que cantara María Teresa Vera y que escandalizaría a más de uno) y a Arsenio Rodríguez haber sintetizado todo eso cuando inventó el conjunto sonero.

Con estos precedentes lo acertado sería que todo aquel que proclame a los cuatro vientos la necesidad de defender la música cubana, deba ante todo detenerse al menos un minuto y acercarse a la obra de Ignacio Piñeiro, uno de los cimientos de la cultura musical cubana de todos los tiempos; no importa que Álbum de Cuba haya quedado en el camino por considerar algún fulano que ya no cumplía su función inicial, o que sus fundadores fueran demasiado viejos; lo cierto es que aquella música aún se escucha en diversas regiones de Cuba y el mundo.

En BIS MUSIC saben de estas cosas. Por eso festejan, junto al Septeto, sus primeros noventa años.


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