"Flor oculta de la vieja trova": cosas que solo saben mujeres y poetas


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Los músicos Pablo Milanés y José María Vitier unen sus talentos por primera vez para producir sendos discos que titulados Canción de otoño y Flor oculta de la vieja trova proponen un recorrido por temas antológicos del pentagrama cubano. Foto: Yander Zamora

Este no es disco que puedan disfrutar a plenitud los posmodernos, ni aquellos que se declaran abiertamente apocalípticos e integrados de la cultura de masas. Es razonable, la posmodernidad no entiende estas canciones; lo mismo ocurre con los famas y los demiurgos de la urbanidad. Ellas fueron escritas con palabras que pocas veces han escuchado; por lo que sus consejeros las encontrarán rebuscadas y exigirán que las engaveten. Sin embargo, para algunos cronópios es el argumento adecuado para mostrar su disfuncional erudición. Bravo por ellos.

Son canciones que se originaron un siglo antes de que ellos tuvieran voz propia y formularan sus teorías. Pertenecen a eso que se conoce como trova; una palabra que les puede asustar, lo mismo que las estrofas o versos que se interpretan. No duden que les parezca sofisticada la música que las acompaña —el piano en este caso les asusta tanto como una película de terror de serie M—, no tiene el flow deseado. No son contenidos propios de este milenio.

Ellos decretaron hace cerca de treinta años el fin de todas aquellas cosas bellas y sublimes que alimentan el alma y hacen la vida placentera; aunque como siempre ocurre hay decretos que no surten efecto o al menos el códice que les respalda va perdiendo vigencia ante la realidad cotidiana. La utopía puede ser reinventada.

Los autores —que no compositores— de los temas que se cantan en este disco tienen nombres sencillos y cristianos: Miguel, Sindo, Pepe, Ramón, Emiliano, Manuel, Ángel, entre otros, y no se gastan alias o calificativos estrafalarios; sus grandes virtudes es hacer la crónica de sus amores con toda la poesía que les sea posible. El romanticismo su gran arma secreta y la guitarra su brazo ejecutor.

Pienso así mientras disfruto a plenitud el CD Flor oculta de la vieja trova, producido por Pablo Milanés  y José María Vitier , que Bis Music presentará en próximos días y que establece una continuidad estética y cultural con la anterior producción de estos dos músicos titulada Canción de otoño.

Si Canción… era un acercamiento a la poesía romántica —el nicaragüense Rubén Darío es el punto de partida de ese movimiento literario que tiene sus antecedentes en la poesía del cubano José Martí—; Flor oculta… transita por ese mismo movimiento literario solo que esta vez desde la canción trovadoresca que se fue creando y escribiendo en Cuba en las primeras décadas del siglo XX, expresión de un modo de ser y vivir no solo de esta Isla sino de todo un continente y que tiene su culminación en los años cuarenta con la fuerza que alcanza el bolero como género musical en esta misma zona geográfica, con una amplia profusión de intérpretes y compositores, algunos con mayor fortuna que otros.

Pablo Milanés ha sido durante toda su carrera un defensor de la trova tradicional cubana, de sus intérpretes y de sus canciones; lo ha plasmado a lo largo de toda su discografía y el ejemplo más recurrente es la serie Años, en la que además de cantar invita a muchos de los autores e intérpretes que aún vivían en el momento de producir los fonogramas.

Sin embargo, esta vez Milanés no recurre a la guitarra como elemento acompañante, ni siquiera recrea la fórmula que incluye el martillar de los bongoes; ni hay bardos haciendo las voces segunda o terceras. No. Asume el piano como acompañante; lo que no entra en contradicción con el espíritu y el “ángel” de la canción o su misma historia.

El piano, por su parte, siempre ha sido complemento adecuado para la trova –lo que no desdice el valor musical y creativo de la guitarra como formulador primario de estas canciones; tampoco debe olvidarse que la gran mayoría de los trovadores ejecutaban el instrumento de forma empírica, aunque alguna que otra vez recibieran clases elementales por parte de algún músico conocido, como fue el caso de la presencia de “Guyún” en una época–; incluso fue desde ese instrumento que la canción trovadoresca alcanzó otros estratos sociales en sus comienzos; por lo que el maridaje piano/guitarra/trovador no debe sorprender.

José María Vitier, aunque desde otra dimensión musical y humana, siempre ha estado cerca de la órbita de la trova cubana –entendida esta como un movimiento de vanguardia cultural–; de hecho, es heredero de una tradición que combinó en su momento todos los elementos culturales disponibles (el alma del grupo Orígenes  corre por su venas y se ramifica a sus manos e inteligencia musical); y aunque algunos le puedan tildar de elitistas, a ellos se debe –por ejemplo—la poesía martiana ajustada a las notas de una copla popular que hoy nos identifica como nación.

Con tales referentes solo faltaba adecuadamente seleccionar los textos a cantar y dejar a la buena estrella del pianista el pulso sonoro del fonograma en cuestión, que no es al libre albedrío aunque hay cierta libertad expresiva.

El riesgo de hacer un disco que reúna 18 temas, algunos más conocidos que otros, en estos tiempos es un acto digno de respeto y admiración; máxime cuando sus creadores son hombres de carreras profesionales más que sólidas en sus campos: uno como compositor e intérprete de algunas de las canciones tan hermosas como esas y que han soportado el juicio del tiempo, la historia y las generaciones; y el otro como compositor y pianista de depurada técnica.

Igualmente, con toda la ingenuidad posible que admite el caso, me pregunto: ¿Por qué Bis Music asume el riesgo de producir y poner en circulación un disco con temas que nadie oye –muchos ni los conocen—y además interpretados a voz y piano en tiempos que lo rentable es jugar las bazas del mercado y/o proponer productos musicales de rápida realización?

La respuesta es: Bien, en Bis Music saben de las jerarquías culturales; las mismas que permiten que haya un segmento de personas que se identifique con estas canciones, a las que no importan los modismos. Ese cautivo merece ser tenido en cuenta una y otra vez.

 

Para cada tema que Milanés canta, Vitier crea pasajes alejados de lugares comunes, su piano más que acompañante es otro intérprete más; ora con reminiscencias de las contradanzas, ora con pasajes propios del romanticismo y hasta ciertas poses del más tropical expresionismo. Hay fantasmas a los que no se debe renunciar y que llevan por nombre Ignacio o Manuel.

La trova, bien lo cuenta su historia, fue algo íntimo en lo creativo, bohemia en su existencia y dispuesta siempre a ponderar la belleza de ese ser al que la vida dotó con nombre de mujer. Mujeres de propia belleza, mujeres a las que se amó en el más absoluto silencio para no ofender su virtud; y es que los trovadores fueron los Quijotes de unos tiempos a los que renunciar sería abominable.

Mercedes, Longina, Marta y otros nombres menos conocidos, abrieron las puertas de una tradición que involucró poetas de distintas tendencias y a músicos de formaciones dispares y que hoy parece fenecer ante el feudo de la ignorancia.

Tal vez para enfrentar a los demiurgos y agoreros de la anticultura musical, estos dos cubanos se apresten a producir este disco. Tal vez para no perder la costumbre de cantar una y otra vez esas canciones que no deben morir, aunque pase el tiempo –el implacable— y las nuevas necesidades expresivas de los hombres reduzcan los verbos, los abrazos y las emociones.

Cien años antes la electricidad, el fonógrafo de Edison y los hermanos Lumière fueron los grandes protagonistas de las noticias; hoy, Bill Gates, las redes sociales y los teléfonos inteligentes determinan el modo de vida. Sin embargo la luz, el aroma y la prestancia de lo que conocemos como “vieja trova” o “trova tradicional”, parecen no estar condenada a “cien años de soledad”.

Esas son cosas que solo saben mujeres y poetas; los mismos que nos regalan este disco; los mismos que vienen esta vez a robarnos el corazón.

 

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