Juan Nicolás Padrón: La aventura única e irrepetible de vivir


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Para Juan Nicolás Padrón Barquín la sinceridad constituye la base esencial para mantener la estabilidad y la paz. /Foto: Cortesía del entrevistado.

Aquel adolescente pinareño terminó mudándose a la finca de sus abuelos Santa Amelia del Retiro, ubicada en el municipio San Luis. Para entonces se dedicaba a alimentar gallinas y cerdos, recolectar mangos y aguacates, a montar bicicleta y caballo. Sin embargo, Juan Nicolás tenía otra pasión más bien nocturna, devorar los clásicos de la literatura: Shakespeare, Molière, Balzac, Poe, Quiroga, Cervantes.

Sí, Cervantes con su ingenioso hidalgo Don Quijote y las hazañas llevadas a cabo por aquel «flaco destartalado» sobre el caballo Rocinante. Acompañado de su fiel escudero Sancho Panza, el autodenominado caballero fue siempre un mantenedor de la verdad en aquel lugar de La Mancha, de cuyo nombre el autor nunca pudo acordarse y, el cual Juan, nunca pudo olvidar cuando se convirtió en un escritor con resultados de escribidor, como él se autodefine.

«Creo que aún sin lograrlo, la divisa del Quijote de decir la verdad, aunque eso cueste la vida, es una buena brújula. Claro, que me refiero a una verdad relativa, personal, que hay que contrastar y consensuar con otras, pues por suerte no vivimos solos en el mundo. Entonces, mantener esa verdad, o reconocer que no era tal, exige argumentos y diálogo constante con otras personas. Muchas veces se cambia la verdad de uno por otras, ya sea porque los argumentos propios no resistieron la confrontación con otros más sólidos, o porque la praxis no confirmó la validez de ciertas modelaciones ideales tenidas por verdades.

«No quiero decir con eso que todo lo que he escrito ahora lo comparto o ratifico, pues, te repito, algunas verdades han cambiado en el transcurso de mi vida. Lo que sí te puedo asegurar es que jamás he escrito literatura por conveniencia, coyuntura, emergencia… y mucho menos bajo órdenes o subordinado a proyectos de otros, sean cuales sean y sean quienes sean. Nunca he pretendido hacer tribuna ni he confundido mis papeles de servidor público con los de creador literario. Cuando he escrito por deber, he intentado hacerlo con la mayor decencia posible, cumpliendo el papel asignado; pero cuando escribo mi obra personal soy mantenedor de la verdad, a cualquier precio».

Para Juan Nicolás Padrón Barquín la sinceridad constituye la base esencial para mantener la estabilidad y la paz, aunque sea dura, difícil y molesta. Sus verdades las ha plasmado en su obra, que no sólo ha sido poética sino también la de un ensayista, investigador, editor, profesor, prologuista, articulista y antologador. Este testimoniante de la vida se niega al aquello de «reflejar» en su literatura.

Además de poesía, su dominio de las letras cubanas lo llevó a desarrollar ensayos y textos periodísticos. /Foto: Cortesía del entrevistado.

«La fantasía supera cualquier reflejo directo, aunque confío en el papel de lo vivido en los resultados de la producción literaria, sin que las circunstancias y experiencias del escritor se manifiesten necesariamente a manera de “reflejo”».

El papel de la imaginación es misterioso, laberíntico, inefable. A veces me levanto con algún tema y lo escribo; en muchas ocasiones debo «retocar» y otras no, y también, desechar. No estoy seguro de que ese tema provenga de una emoción sentida en sueños o de una idea repentina que me soplaron al oído —espero que no sea esquizofrenia. En ocasiones sí me propongo deliberadamente el reflejo, me empeño en trabajarlo y no sale nada; al cabo del tiempo encuentro el acomodo o el comodín que me hacía falta. He escrito más de una vez para una fecha o un tema fijado, o una solicitud a la que no pude negarme por razones de cariño y amistad, y general y milagrosamente no me sale tan mal. No tengo explicación. En última instancia, busco expresar, no reflejar, la aventura única e irrepetible de vivir.

EL MAESTRO-ESCRIBIDOR

La travesía de Padrón como escritor-observador de la vida en esta Isla comenzó mucho antes, en los primeros intentos de obras de teatro, en las páginas de otros libros que no eran suyos. Tal vez el licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana ya llevaba contenido el verbo crítico y sin pelos en la lengua, cubanamente hablando, cuando se paró frente a un aula de secundaria en el complejo municipio de Marianao. Incluso, mucho antes, cuando siendo un joven discrepaba con Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo.

«Mi padre era un comerciante muy curioso de holgada posición y mi madre una maestra con gran capacidad para las relaciones públicas, por lo que mi casa estaba siempre llena de libros y visitantes muy diversos y variados. Entre los libros recuerdo la enciclopedia juvenil El tesoro de la juventud en 20 tomos; una Historia del mundo en cinco partes; la literatura para niños y jóvenes que se leía entonces, fábulas y leyendas, Verne y Salgari, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez —por cierto, nunca me gustó porque me parecía poco sincero y artificial—. También había libros de ciencias biológicas, agrícolas o comerciales, textos de carácter religioso o sobre masones, pues mi padre era masón y mi madre, católica.

«Leía de todo, Historia de Cuba y Universal, poesía cubana y extranjera, atlas y mapamundis, breviarios sobre ciencia y tecnología, muchos cómics o «muñequitos» que disfrutaba enormemente; pero también escuchaba música clásica y popular —¡ah, el Benny! —. Era fan del cine, y de un invento reciente entonces: la televisión. Paralelamente, siempre había visitas de todo tipo: un judío vendedor de especias, un sirio que traía cortes de tela, una joven extravagante con revistas de moda femenina, una señora testigo de Jehová, un negro comunista, comerciantes, periodistas, y hasta una solterona que se añadía a la familia para escapar con nosotros el fin de semana, cuando el auto de mi padre nos llevaba a descubrir el mundo».

Juan Nicolás comenzó a escribir breves puestas en escena que se representaban en la secundaria. Recuerda especialmente aquella obra teatral denominada El rey sordo. En el preuniversitario descubrió la literatura moderna europea y latinoamericana, y en profundidad, a José Martí: un verdadero deslumbramiento, como él lo llama.

«Mi vocación no estaba bien definida: alcanzaba buenas calificaciones en Español y Literatura, en Matemática y Física. Elegí la carrera de Ingeniería Eléctrica, pero en segundo año me di cuenta de que no me veía como ingeniero; entonces, comencé a trabajar como maestro y a estudiar la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana, en el curso para trabajadores».

Primero ejerció la pedagogía en la Secundaria Básica Mártires del 13 de Marzo, en Marianao, donde tuvo la oportunidad de compartir con un buen claustro. Aquel colectivo lidiaba cada día con las problemáticas sociales y familiares de los adolescentes. Posteriormente trabajó en la escuela Aguilera Maceira donde fue el jefe de la cátedra de Español, un lugar del que atesora buenos recuerdos, especialmente de un alumno en particular.

Durante su estancia en Casa de las Américas como subdirector del Fondo Casa trabajó junto a Eduardo Heras, entonces director de la editorial. /Foto: Cortesía del entrevistado.

«El magisterio no solo se enseña, sino además se aprende mucho. Atesoro muchas satisfacciones de aquellos años, aunque a veces impartíamos las clases con una patrulla de la Policía a la entrada de la escuela.  Una vez le conseguí una beca para estudiar danza a un estudiante con grandes condiciones físicas que cursaba el séptimo grado con 16 años; como el padre estaba preso, la madre era alcohólica y él debía ocuparse de su hermano menor, conversaba mucho con él para tratar de ayudarlo. Lo dejé de ver y muchos años después, por la calle Línea, un auto moderno se detuvo ante mí, se me abalanzó un mulato de casi 2 metros de estatura —pensé que se trataba de un ataque—, me cargó y besó entre lágrimas y me dijo que yo le había salvado la vida con aquellas largas conversaciones y con la beca de danza. Residía en España y era un reconocido gerente cultural».

¿Cómo aquel profesor de Español-Literatura terminó haciendo literatura?

«Te comenté que empecé a escribir obritas de teatro en la secundaria, por puro divertimento. Después me creí poeta, me aventuré a garabatear composiciones que suponía poéticas, y me incorporé a tertulias y grupos culturales del preuniversitario. Pertenecí a la Brigada Artística cuando cortábamos caña y como eso me permitía un horario «especial», puse más empeño en ser «escriba», y retorné a las obritas de teatro para participar en los festivales estudiantiles —. Recuerdo que montamos una sátira sobre el “descubrimiento” de América, que ganó algún reconocimiento en uno de ellos—, y también «ponencias», o quizás «quitancias», para eventos —. En el Primer Encuentro de Jóvenes Escritores de La Habana conocí a muchos escritores y artistas, y coincidí con otros que después lo serían. Por eso, cuando llegué a ser profesor ya había transitado algún trecho en el infinito camino de la escritura, pero al estudiar más me di cuenta de que todavía no estaba haciendo literatura».

Para Juan Nicolás en Cuba es imposible separar cultura y nacionalidad. /Foto: Cortesía del entrevistado

Para Juan Nicolás en Cuba es imposible separar cultura y nacionalidad. /Foto: Cortesía del entrevistado.

Juan Nicolás Padrón eligió inicialmente el camino de la poesía, no solo como vehículo de expresión de su imaginario, sino también como editor del género. Su dominio de las letras cubanas lo llevó a desarrollar además ensayos y textos periodísticos, pero de una manera u otra siempre retorna a sus versos, un relato subjetivo de la vida y la espiritualidad de este cubano, que cree en la posibilidad de trasformar la palabra poética a semejanza de su tiempo.

«Te dije que no creía en los compartimentos genéricos que desde Aristóteles para acá han tenido una vigencia académica y “legal” inconmovible. La posmodernidad es incompatible con estándares de consumo, especialmente cuando se pretenden imponer. La poesía no es solo marginada, sino que desde hace años es marginal; muchos poetas tienen como público otros poetas, y algunas lecturas públicas se producen en ambientes más cercanos a la psicoterapia que al arte.

«Los más jóvenes exigen dinamismo, recursos audiovisuales, espectáculo, un fenómeno que se estaba estableciendo por los años 80 del siglo pasado; sin embargo, los modelos institucionales se han anquilosado en la promoción de la poesía y distanciado de los intereses jóvenes. La poesía y, en sentido general, la literatura dirigida a las más recientes generaciones tiene que acercarse con mayor energía y rapidez, sentido de la imagen plástica y musical, y una presentación divertida o entretenida. Posiblemente muchos escritores no podamos satisfacer esas expectativas».

La obra poética de este escritor, oriundo de la provincia más occidental del país, fue definida por el profesor José B. Álvarez como un reflejo de la «firme voluntad conceptual de expresión directa del poeta, acentuada por el tratamiento de los temas de la historia contemporánea». Padrón evita las definiciones, las asimila, las rebate y las transfigura, eso forma parte también de su verbo inquieto.

«Me defino como un escritor, aunque a veces mis resultados sean de escribidor; no creo en los géneros literarios como camisas de fuerza, pues las formas tienden cada vez más a la hibridez. Eso de “reflejo” también es cuestionable; de lo contrario, no te puedes imaginar las cosas que reflejaría. Ahora bien, sí he tratado de darle un peso conceptual a lo que escribo.

«El ser humano es sapiens y esto nos distingue un poco, solamente un poco, de la animalidad; ese distingo tiene que ver con la posibilidad de la abstracción y de procesos de razonamiento que llegan al concepto, y creo que la belleza, el placer, el hedonismo deben pasar por esa voluntad para resumir una concepción. Imposible hacerlo de manera ahistórica; al menos para mí, el historicismo es falso y no pocas veces está vinculado a la manipulación. Comparto con Eliseo Diego que quienes escribimos estamos “para dar testimonio”; para mí no es una responsabilidad, sino un placer, de ahí que mi testimonio sea natural e íntimo desde mi contemporaneidad. En ese sentido, comparto la definición de mi amigo Pepe Álvarez».

Entre sus títulos se encuentran Desnudos en el camino (1988); Peregrinaciones (1991); Crónicas de la noche (1995); el ensayo La palma en el huracán, (1996); El polvo finísimo del tiempo (1981); Géneros literarios y periodísticos (2004); Bestiario, animales reales fantásticos y La llegada de los dioses (2008).

La poesía se caracteriza por el intimismo y la libertad creativa. Para usted que se ha desempeñado como editor de este género, ¿qué aspectos deben tenerse en cuenta desde el punto de vista estético?

«No toda la poesía es íntima, aunque siempre tiene como exigencia la libertad creativa; de lo contrario, no es poesía. Tenemos un pathos romántico muy acentuado y le exigimos a la poesía la intimidad, pero hay poesía antirromántica hasta en el propio siglo xix: ahí está Baudelaire para demostrarlo. No debemos exigirles a las poéticas ese intimismo, sin embargo, considero la libertad y la creatividad condiciones esenciales para un texto poético, rimado o no. Lo poético es el espacio de la libertad expresiva, un reino autónomo que no prohíbe ni limita nada, una república que norma las reglas para un texto o para un estilo y las mantiene con coherencia hasta el final, aunque estas mismas normas sean violadas, cambiadas, olvidadas, en el próximo poema.

«Muchas veces lo creativo del poeta se registra en esas rupturas, deliberadas o inconscientes; ello no quiere decir que no existan magníficos ejemplos de coherencia estilística y conceptual a lo largo de toda una vida creativa. Con respecto al editor, su tarea es velar porque todo esto sea un sistema estético; el editor acompaña y cuida que lo poético mantenga la autonomía del reino y a la vez cumpla con las leyes de la república, dos sistemas que el propio poeta ha creado».

Aquel profesor de literatura de la secundaria Aguilera Maceira terminó haciendo literatura /Foto: Cortesía del entrevistado.

CUBA A TRAVÉS DE LA MIRADA DE JUAN NICOLÁS

El poeta terminó asumiendo otras responsabilidades profesionales más allá de su producción literaria. Su máxima inquietud y bendición siempre fue Cuba, cuyos relatos escritos entremezclan las problemáticas sociales y políticas con las individuales, una singularidad que él considera propia de esta Isla. Juan fue testigo de importantes cambios y momentos históricos en el archipiélago, pero, a su vez, fue capaz de transformarse junto a él, de crecer como creador.

«A pesar de que nuestras comparaciones siempre son con potencias mundiales, somos una pequeña isla con aspiraciones tan enormes, que Santiaguito Feliú pudo hablar del planeta Cuba. Existe un gran desequilibrio entre lo que deseamos y la realidad; no por gusto nos dicen en América “los argentinos del Caribe” —los europeos les llaman a los argentinos “los franceses de América”. Esta condición ha hecho posible que tengamos una cultura muy por encima de nuestras dimensiones territoriales y poblacionales.

«Cultura y nacionalidad en nuestro país se encuentran tan fundidas que sería inútil el ejercicio de separar un tema del otro: Carlos Manuel de Céspedes, uno de los fundadores de nuestra nacionalidad, el “padre de la Patria”, fue músico y poeta, y contribuyó a componer el Himno Nacional; no fue filósofo, como en Francia, o banquero, como en Estados Unidos. Sociedad y política se funden con arte y literatura, en un espacio reducido y en una historia intensa —tres revoluciones en 64 años: la del 95, la del 33 y la del 59—; casi todos estamos involucrados o heredamos un legado histórico, cultural, político… muy intenso, no pocas veces mezclado, y eso forma parte de nuestras historias individuales, personales, hasta íntimas. Esta síntesis requiere un mayor despliegue para explicarlo, pero me parece que se trata de una singularidad cubana».

¿Cuánto de lo que se propuso como director de Literatura del Instituto Cubano del Libro, pudo hacer realidad a finales de los 80 y principios de los 90?

«Me siento satisfecho, pero no plenamente. Estoy orgulloso de haber participado, junto a un grupo numeroso de personas —el ministro Armando Hart, el presidente del Instituto Cubano del Libro Pablo Pacheco, mis compañeros en la Dirección de Literatura y los colegas de otras provincias— en el descongelamiento de muchos autores y el descubrimiento de otros; en la promoción de la mejor literatura del país, la difusión de valiosos libros, la entrega de premios que dejaron inaugurado un sistema que tal vez hoy deba renovarse, el estímulo a la participación en concursos internacionales, el vínculo entre diversos factores de la cultura literaria —autores, traductores, bibliotecarios, promotores, etc.—. Tengo insatisfacciones que todavía persisten, como la división entre cultura y escuela, los prejuicios mutuos entre la radio y la televisión con el espacio literario, la timidez de los bibliotecarios para incorporarse definitivamente a la cultura y otro largo etcétera. Tengo apuntes sobre estos temas que algún día publicaré. Entre muchas personas logramos algunos cambios y propusimos caminos que desgraciadamente se desdibujaron en el Período Especial y que ahora no vale la pena retomar porque ya vivimos en una sociedad muy diferente».

En pleno Período Especial tuvo a su cargo la Editorial Letras Cubanas. ¿Cómo hacer prevalecer la literatura en tiempos de crisis económica, social y espiritual?

«La literatura y la cultura en sentido general tienen la capacidad de reacomodarse ante las exigencias de las crisis. El Período Especial no dejó mucho margen porque el arrasamiento fue tal que hubo que ser muy creativo para mantener a flote las instituciones, seguir publicando, divulgando y manteniendo la cultura literaria. Estuve un año como director de la Editorial Letras Cubanas, posiblemente el peor de mi historia laboral, no porque haya tenido malos compañeros de trabajo o jefes ineficientes, sino porque resultaba casi imposible trabajar. La situación partía de una crisis económica, comercial y financiera, que provocaba la inacción laboral, el desaliento profesional, la angustia social y la depresión espiritual; sin embargo, contábamos con reservas morales, teníamos una base técnica que permitía una continuidad mínima para hacer libros, el sistema de relaciones institucionales era fuerte o estaba en ascenso… Prevaleció el consenso de voluntades para no dejarse derrotar; muchos se marcharon del país y hubo hasta suicidios; la mayoría sobrevivió, incluso algunos maduraron más y quedaron en mejores condiciones para enfrentar otras crisis».

¿Qué experiencias conserva como subdirector del Fondo Editorial Casa de las Américas e investigador de su Centro de Investigaciones Literarias?

«Mi estancia en Casa de las Américas por 20 años fue revitalizadora y de crecimiento y madurez, después que fuimos dejando atrás el momento más agudo del Período Especial. En mi primera etapa estuve de subdirector del Fondo Casa; junto a Eduardo Heras, director de la editorial, y un grupo de editores y diseñadores, iniciamos ese proyecto que daba continuidad a una labor muy sólida y prestigiosa. Creo que revitalizamos la inserción de las publicaciones de la Casa no solo en el mundo editorial latinoamericano mediante la presencia en diversas Ferias, sino también a lo largo de todo el país con una red de ventas, un desafío que libramos entre muchos compañeros, encabezados por Roberto Fernández Retamar, con su tacto, inteligencia y sabiduría, asentados en una experiencia insustituible.

 «La segunda etapa transcurrió en el Centro de Investigaciones Literarias, con el mejor jefe de toda mi vida laboral: Jorge Fornet; y lo digo no solo porque me haya estimulado a escribir numerosos prólogos, artículos, ensayos…, o aceptado con entusiasmo mis clases y conferencias en universidades extranjeras— pues en definitiva eso formaba parte de mi trabajo— sino porque tenía la habilidad y la sabiduría para hacer coincidir mis inclinaciones personales como investigador con las necesidades institucionales, más allá de naturales inconformidades o discrepancias. Fornet ha sido el “cuadro cultural” más destacado que he conocido; exigente y cordial, jefe y amigo de todo su equipo en las duras y las maduras».

A sus conocimientos de Literatura se sumaron dos Maestrías, una en Edición de Libros, que cursó en la Universidad de Santa Clara en 2007, y otra en Filosofía y Lingüística. Si algo lo caracteriza es su constante curiosidad y superación profesional. En su currículum vitae no pueden faltar sus estudios de posgrado sobre la poética hispanoamericana, culturas antiguas orientales, mercadeo de libros, pedagogía y psicología.

Usted ha compartido la idea de que existe una «delimitación lúcida entre la estética y la política». ¿En qué punto se encuentra esta relación en la producción literaria cubana actual?

«Uno de los descalabros más estrepitosos del estalinismo ha sido la confusión entre estética y política. Stalin consideraba a los escritores y artistas, “ingenieros de almas”. No es necesario repetir que, especialmente durante finales de los 60 y casi hasta finales de los 70, prevalecieron intentos de sovietización que marcaron una línea cultural errática, que confundió estas categorías, en medio del hostigamiento de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos para socavar la estabilidad de la Revolución con cualquier recurso, incluida la guerra cultural.

«Estoy orgulloso de haber pertenecido a una legión que por los años 80 intentó delimitar con acciones concretas estas funciones, sin confundirlas, a veces batallando contra viento y marea, pues las rémoras del pensamiento estalinista continuaban y alguna que otra vez resurgen como el Ave Fénix —hace 30 años que las “quince hermanas” no existen, aunque algunos crean que sí. Han surgido nuevas generaciones de escritores cuyos discursos tienen radios de acción, influencias y propósitos diferentes a los de entonces, y receptores con intereses y circunstancias distintas. Las nuevas tecnologías imponen a todos otras dinámicas, tácticas y estrategias. De la madurez, cultura y honestidad de creadores y políticos dependerá que los límites no se transgredan más allá de la línea de equilibrio».

Ha tenido el privilegio de representar a Cuba en otras latitudes. ¿Cuán real es la visión que se tiene de nuestro país y su producción literaria fuera de las fronteras de la Isla?

«No me he creído nunca que represento a Cuba; esa expresión me queda muy grande. Sí he tenido el privilegio, como bien dices, de representar instituciones cubanas, el Instituto del Libro, la editorial Arte y Literatura, el Ministerio de Cultura o la Casa de las Américas, en eventos, jornadas, ferias, universidades. Toda visión depende de muchas subjetividades. El rango de las que he conocido va desde afirmar que Cuba no tiene literatura propia, aunque se reconozcan algunos pocos escritores clásicos, hasta considerarnos entre los faros principales de la literatura en las Américas, pasando por quienes nos «promedian». Tenemos que delimitar entonces de qué producción literaria estamos hablando, de qué época, en qué país escuchamos las opiniones, entre qué sector, qué acceso ha tenido esa persona a libros y autores cubanos. La visión de las letras cubanas pasa por estas y otras interrogantes y tiene también mucho que ver con las colosales mentiras propagandísticas para desacreditar la cultura y la literatura de la etapa revolucionaria; por las medias verdades de un lado y de otro».

¿Qué diría aquel profesor de literatura, que impartía clases en una secundaria en Marianao, sobre el escritor Juan Nicolás Padrón de 70 años?

«Desde el punto de vista personal diría que me siento complacido de lo que he hecho a lo largo de todos estos años, a pesar de mis errores y equivocaciones, de mis iras y exabruptos, de mis torpezas y falta de paciencia, de las que no me arrepiento si sus destinatarios han sido enemigos —no adversarios—, retranqueros ideológicos, cabezas adocenadas, inquisidores disfrazados, funcionarios incultos y soberbios, pero que no hubiera querido hacer sufrir a amigos, compañeros de muchas batallas o alumnos. Siempre defendí con pasión lo que creí y lo seguiré haciendo; me equivoqué, pero también acerté; si fuera un lanzador, tendría unos 40 juegos perdidos, pero tal vez 80 ganados.

«Como escritor no puedo evaluarme; lo único que puedo asegurarte es que soy muy trabajador. Tengo algunos libros inéditos y espero que algún día se publiquen. Ahora que cumplo la intimidante cifra de 70 años, he comenzado a escribir, antes de que se me olviden, mis memorias: apuntes, anotaciones, anécdotas… recogidas en el camino, para las cuales ya tengo el posible título de Testimonio íntimo. No hay nombres… solo hay claves para quienes saben de dónde son los cantantes».


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