La cultura en tiempos del COVID-19


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Las pandemias —enfermedades epidémicas que se extienden a muchos países o que atacan a casi todos los individuos de una localidad o región, según el DRAE—han azotado al mundo desde tiempos inmemoriales. Entre las más referenciadas están la ocurrida durante la Guerra del Peloponeso,430 a. n. e., que mató a la cuarta parte de las tropas atenienses, se supone que por fiebre tifoidea; la de viruela, 165-180 d. n. e., con brotes reiterados en diferentes épocas, durante la cual se dice que morían en la Roma antigua unas cinco mil personas por día; la peste bubónica o peste negra, también con varias olas de contagios, detectada inicialmente en Egipto, en 541 d. n. e., y extendida a los pueblos costeros del Mediterráneo oriental, con unas diez mil muertes diarias. En la literatura ha sido muy comentada la “peste negra” del siglo XIV, llevada a Europa hacia 1348 por los mercaderes italianos que compraban en el Lejano Oriente, y que se supone que mató a veinte millones de europeos en seis años, la cuarta parte de su población. El tifus se manifestó en las Cruzadas y diezmó notablemente las tropas, mucho más en los cruzados europeos que entre los musulmanes. 

A lo largo de los siglos XIX y XX el cólera dejó varios momentos de pandemia; se supone que comenzó en la India, se extendió por China y llegó a Europa y a América, privando de la vida a millones de enfermos; otras epidemias de cólera se repitieron por el resto del mundo hasta alcanzar la segunda mitad del siglo pasado. Recuerdo que a los cooperantes cubanos que cumplían misiones en África les aplicaban una vacuna contra el cólera que ocasionaba fiebre alta y dolores en todo el cuerpo; uno casi sentía el cólera, pero prevenía. Mi abuelo materno murió de tuberculosis y muchos millones personas contrajeron esa enfermedad bacteriana muy contagiosa, transmitida desde tiempos remotos, expandida en los siglos XIX y XX a un nivel alarmante y solo detenida pero no erradicada al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1944, con tratamientos a base de estreptomicina; hoy la tuberculosis, antes conocida como “tisis”, sigue siendo flagelo y un problema en algunas regiones y poblaciones vulnerables.

El arte y la literatura se han hecho eco de varias de estas enfermedades pandémicas. Un ejemplo más que conocido es el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, que utiliza el motivo de la peste en Europa a mediados del siglo XIV para narrar las historias contadas por diez personajes, supuestamente aislados para huir de la pandemia, que se distraen relatando peripecias en las cuales ocupan lugar preponderante la picardía, el ingenio, en ocasiones la falta de escrúpulos, y siempre la sensualidad, tal vez porque las mejores armas para derrotar a Tánatos, las porta Eros. La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo), está protagonizada por una prostituta que muere de tuberculosis, agravada por su vida “licenciosa” y por sus males de amor, en un argumento retomado por Giuseppe Verdi para su mundialmente célebre ópera La Traviata. Por su parte, la monumental novela La montaña mágica, de Thomas Mann, se desarrolla en un sanatorio para tuberculosos en Davos, Suiza, en momentos en que la reclusión en lugares altos, de clima seco, y una alimentación abundante en leche, cárnicos, frutas y huevos, eran los recursos tenidos por más efectivos para contener la enfermedad —de ahí el internamiento de nuestro Rubén Martínez Villena en sanatorios de la antigua Unión Soviética. Más cercana cronológicamente, El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, ya desde el nombre nos anuncia el viaje interminable en que los enamorados Fermina Daza y Florentino Ariza pretenderán salvarse, amándose, de la epidemia.

Lo más frecuente y constante en las pandemias modernas—de la centuria pasada y de la presente— han sido las enfermedades infecciosas causadas por virus, desde un resfriado común hasta síndromes respiratorios agudos severos; las epidemias de influenza o gripe han sido constantes y de varios tipos, asociadas por lo general a síndromes respiratorios registrados desde los tiempos de Hipócrates; han ocasionado la muerte a varios cientos de millones de personas, y por mucho avance de la Medicina moderna y vacunas diseñadas para combatir algunas de sus modalidades, no se han conseguido erradicar del todo. La llamada gripe española, de 1918, aunque comenzó en Fort Riley, Kansas, Estados Unidos, adoptó ese gentilicio porque fue la prensa española la que mayor cobertura dedicó a la enfermedad; se extendió en varios países, entre estos Cuba, y se estima que dejó una secuela de entre cincuenta y cien millones de muertos en el mundo; de la gripe asiática, una pandemia iniciada en Pekín en 1957, nadie ha podido precisar el número de muertes.

Es cierto que otras epidemias y pandemias, enfermedades comunes o alteraciones de la salud de muy diferentes causas, han asolado a la humanidad; también es verdad que hoy existen varios tipos de enfermedades que la Medicina no ha podido controlar del todo. Sin ser contagiosos, padecimientos diversos relacionados con el descontrol o desequilibrio de las células del organismo, denominado comúnmente cáncer, han afectado a la población mundial y ultimado a cientos de millones de personas; sus clasificaciones son complejísimas y no tienen una causa única. Una enfermedad contagiosa como el sida, causante de la muerte de muchas personas por la incapacidad de su sistema inmunitario para combatir las infecciones y otros procesos patológicos, se suma al espectro de padecimientos con que los médicos se enfrentan hoy todos los días.

El llamado comúnmente Covid 19—SarsCov 2—, la última pandemia del planeta, constituye en el presente la ocupación y preocupación de casi todos los médicos y gobiernos del planeta. Las autoridades sanitarias en nuestro país, con un alto grado de profesionalidad demostrada y reconocida por la comunidad científica mundial, se encuentran en el primer frente del combate de la pandemia, apoyadas por las autoridades políticas y de gobierno. Nuestros médicos combaten la enfermedad no solo en Cuba, una práctica común en esta Isla solidaria, de ahí que sea homenaje hermoso y merecido el aplauso a las 9 de la noche. Los partes diarios en los medios registran informaciones amplias y se evacuan dudas con exactitud y precisión. No soy médico, y no voy a repetir aquí las explicaciones que a diario nos ofrecen los especialistas; confío en ellos y considero imprescindible seguir sus orientaciones para no contagiarnos: ese sería el primer paso para ganarle la batalla a la muerte. Si bien es cierto que pandemias hubo y habrá, y dejan un número de víctimas, que presumiblemente aumentará, como en cualquier sitio del mundo, serán muchos más si no se enfrenta la enfermedad en tiempo y forma, con disciplina y responsabilidad individual y colectiva. Que abril sea menos cruel dependerá, en buena medida, de nosotros mismos. Lo que se ha denominado “percepción del riesgo” es fundamental para proteger la salud frente a una enfermedad nueva y muy poco conocida, altamente contagiosa y todavía sin un medicamento efectivo para curarla ni una vacuna para prevenirla. 

Nunca antes hubo tanta información planetaria sobre una enfermedad contagiosa, capaz de registrar contaminaciones y muertes día a día en cada rincón de la Tierra; ello tiene un efecto positivo porque estamos informados y prevenidos, mas pudiera incidir de forma negativa por las constantes noticias de infestados y muertes; por otra parte, tampoco existió jamás tanta movilidad entre regiones, países y localidades como ahora, por lo que la posibilidad de contagiarse aumenta exponencialmente si no nos inmovilizamos cambiando abruptamente nuestro estilo de vida. Ambos factores nos alertan de que debemos estar informados, sin paranoia, para cumplir lo estricto sin desestimar ni exagerar, sin crear “entusiastas” iniciativas más allá de lo indicado, ni poner en práctica remedios descabellados, provenientes de dudosas “autoridades”; el otro mensaje imprescindible es que debemos cumplir el mayor aislamiento físico posible, por muy fastidioso que sea permanecer en casa: convertirnos en ermitaños ciberconectados.

En los tiempos del Covid 19, bajo la necesidad de informarse sin pánico y con responsabilidad, y de aislarnos físicamente, hay que aprovechar el tiempo para cultivarse —es decir, para adquirir más cultura— y no dejarse derrotar por las malas noticias —algunas falsas, amarillistas o apocalípticas—, aunque advirtamos y denunciemos grietas o fisuras visibles en cualquier sistema social por la falta de preparación frente a una contingencia de esta magnitud. Claro, en algunos lugares se notan más porque su historia, estructura, educación, cultura, ideología, política… están basadas en el egoísmo y el individualismo; si a ello sumamos que en algunos países hay presidentes-detritus de la excrecencia del sistema, el desastre será mayor. Se demuestra a diario que Cuba tiene fortalezas para enfrentar esta pandemia, pero no será fácil ni pronta su solución, por lo que hay que entrenarse no solo de la manera en que lo estamos haciendo, sino para un tiempo mayor de lo que panglosianamente podemos suponer, porque también nuestra sociedad tiene debilidades y una de las más peligrosas es la falta de constancia o regularidad.

Leer a plenitud y en confianza. (Juventud Rebelde)

Quizás por ello no vendría mal no solo proteger el espíritu para enriquecerlo, sino fortalecerlo, y constituir esa práctica en hábito, para lo cual mucho ayudará la lectura, en cualquier soporte; las series o películas de calidad o la buena música, desde una fuga de Bach hasta un songo de Juan Formell o una canción de Silvio que perpetúe su gira interminable. Hay que divertirse y pensar —no todo ha de ser ligero, ni tampoco denso—, combinar una curiosidad o moda con una información para adquirir conocimientos de mayor profundidad, en una selección equilibrada e intencionada para estos tiempos de encierro responsable.

Nadie puede predecir con certeza absoluta un límite de duración de la pandemia, y debemos prepararnos para que dure más de lo que pudiéramos pensar. En esta época dominada por la incertidumbre y el riesgo, lo más importante es estar dispuestos y entrenarnos para un largo aislamiento, como los astronautas que viajan al espacio. Es una oportunidad para dejar a un lado el no-pensamiento, combinar placeres y goces a partir de valores culturales, concebidos para fortalecer el espíritu, más allá del pánico o el consumismo; esto es posible cuando podemos desarrollar gustos más complejos y pasiones menos elementales. Tal vez sea oportunidad para sacar alguna ventaja de esta desgracia, para potenciar felicidad en el consumo no tóxico. Se ha dicho que lo que es bueno para el individuo, lo será también para la sociedad, y, viceversa; si muchas personas transitan esta vía, tendremos después que pase la pandemia una sociedad más organizada, disciplinada y culta. Estamos en el minuto de inventarnos y construirnos una felicidad personal que ayude a la social con los mejores consumos culturales; seguramente respiraremos después con menos virus.


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