Como reflejo controversial, Luis Enrique Camejo ha hecho de su obra una ciudad próxima teniendo como una sostenida trayectoria la paisajística urbana, que descubre de La Habana, imagen y posibilidad.

Un sutil contraste entre gracia y melancolía que llega a provocar las formas.  Una Habana elegante, según refiere, poblada de un imaginario que se ha enraizado en la cultura del cubano.

Dibujos realizados sobre papel con tinta china y plumilla, miramiento nostálgico a la belleza de nuestra capital, teniendo en cuenta su pasado, presente y lo que quisiera para el futuro.

Más allá de fachadas latentes, apuntalamientos, la corrosión del tiempo o cualquier espejismo contemporáneo, la elegancia se desdibuja en contraposición de lo antiguo a lo moderno. En la atmósfera sicológica, los nuevos actores sociales, y la carga expectante de visitantes.

La Habana corriente, mundana, texturizada y asaltada por instante vitales. Una realidad violentamente agitada, llena de memorias, vivencias de aquellos que incluso estando cerca, no se sienten parte de ella, como también de otros, que la hacen suya.