La Habana y sus centros (I)


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Morro y entrada del Puerto de La Habana.

Las ciudades nacieron con un “centro”, alrededor del cual se fueron conformando las redes de calles y la estructura urbana. Al crecer el entramado citadino se organizaron otros centros, que, a veces, desplazaron al anterior por su importancia social, comercial, religiosa, política…, o coexistieron, distinguiéndose por sus funciones. Cualquier ciudad ha tenido en su devenir varios centros, conservados o no, en dependencia de su crecimiento y desarrollo. Después del surgimiento de las megametrópolis, durante la expansión de la modernidad en la centuria pasada, los centros se fueron multiplicando y comenzaron a formar parte de la identidad de diferentes distritos, municipios o barrios. Los urbanistas contaron con ellos para la planificación física y los arquitectos los tuvieron como referencia para identidades específicas contenidas en una más general.

No son pocos los elementos que fueron perfilando el rostro de una ciudad, aunque no formaran parte, en el momento de su creación, de su centralidad. Bastaría el ejemplo de la Torre Eiffel en París, levantada en el extremo del Campo de Marte y muy criticada en su momento por romper de manera abrupta con la tradicionalidad de su entorno, no solo por su altura, sino por su entonces inusitada estructura de hierro, pero que hoy es símbolo de la urbe y de Francia. La aparición de signos diferentes que se superponen o complementan, puede formar parte de la identidad general, o sustituirse sucesivamente. Cuando las ciudades toman dimensiones que no son manejables, incluso para quienes viven en ellas, los emblemas ancestrales van cediendo importancia a otros nuevos, a veces, desgraciadamente, demasiado comerciales, y pueden diluirse en una homogenización de aceros y vidrios, de lugares comunes y espacios semejantes.

La Habana todavía conserva una escala humana, y también ha mantenido vivos, diacrónica y sincrónicamente, algunos centros aún identificables, que siguen constituyendo parte de sus marcas de identidad. Comenzó con la Plaza de Armas, sitio fundacional en 1519, cuando se celebró alrededor de una ceiba la primera misa, después de ser elegido el puerto de Carenas como último emplazamiento de la futura villa. En acta capitular del 3 de marzo de 1559 se mencionaba una anterior plazuela, cercana a la antigua fortaleza arruinada por Jacques de Sores en 1555; dejada atrás por su cercanía a la entrada del canal de la bahía de bolsa, se mandó a construir la de Armas más adentro. Con el fin de evitar que los pobladores comenzaran a edificar casas alrededor de la nueva fortaleza que se levantaba —que vendría a ser la Real Fuerza—, se dictaron ordenanzas que intentaron establecer el centro de la ciudad donde se había celebrado la misa fundacional.

Desde aquellos tiempos, en Cuba, de la orden a la ejecución, pasaba mucho tiempo; todavía el 13 de septiembre de 1577 la plaza estaba llena de monte y el 16 de junio de 1589 no se observaba mucho progreso en ella. Da la impresión de que aquel centro, impuesto alrededor de una fortaleza, no fue acogido con mucho entusiasmo por los primeros habaneros: demasiado cerca de los militares, demasiado cerca de donde se voceaba el bando con sus ordenanzas, demasiado cerca de la Parroquial Mayor —reconstruida después de su destrucción por el pirata francés de Sores—, para una población de formación católica heterodoxa y popular: el 25 de enero de 1567 el pregonero del Cabildo voceaba: “… mandaron que ningund bodeguero ni tabernero ni tendero antes de la misa los Domingos e fiestas de guardar no tengan sus tiendas abiertas ni den comer antes de la misa…”, y el 2 de junio de ese año, el voceador del bando volvía a insistir: “…por quanto ay mucho deshorden los Domingos e fiestas de guardar en las tabernas e bodegones en dar a comer e vender vino antes de misa mayor se pregone públicamente que de aquí adelante ningund tabernero abra taberna ni venda vino ni ninguna persona hasta ser dicha e acabada la misa mayor…” (Gustavo Eguren: La fidelísima Habana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1986).

Quizás por estas razones, los más antiguos habitantes de La Habana comenzaron a gestionar hacia 1584 el emplazamiento de otro centro urbano más adentro, entre las actuales calles de Teniente Rey, Muralla, San Ignacio y Mercaderes, con su “Plaza Nueva”, rebautizada como “Plaza Vieja” después de la erección de un mercado en la Plaza del Cristo. Hay por lo menos tres versiones sobre por qué era necesaria la creación de esta nueva plaza: la oficial abundaba en las ventajas de mantener activa una plaza de armas cercana a la fortaleza principal para la defensa de la ciudad, en tiempos en que merodeaba el corsario inglés Francis Drake —quien, por cierto, nunca atacó a La Habana—, y otra comercial y civil reclamada por los pobladores; la voz popular pedía correr toros en un sitio de diversión y hacer fiestas por los “buenos sucesos é victorias” de España en una plaza más amplia; y como los intereses privados también cuentan, se sabe que Alonso Suárez de Toledo y su hijo tenían un solar sin fabricar por la zona en que se pretendía construir la Plaza Nueva, por lo que el Cabildo acordaba nombrar tasadores “de ciencia y conciencia” para llegar a un arreglo con ellos y pagar el terreno. Lo cierto es que terminado el siglo todavía en la llamada Plaza Nueva no se había limpiado el área y se cargaba de monte, pero con el tiempo se convirtió en un centro comercial importante, y en 1835 Miguel Tacón llegó a construir allí el famoso Mercado de Cristina, con regulaciones estrictas para el manejo de las carnes y la limpieza del establecimiento, incluso, hasta con vigilancia policial.

El desarrollo de estos dos centros de la ciudad en el siglo XVI, la Plaza de Armas y la Plaza Nueva, de alguna manera expresa las rivalidades entre los intereses de la hegemonía colonial y los sentimientos de la contrahegemonía popular. Un centro no sustituyó al otro, y los dos se combinaron; otros vinieron después y comenzaron a consolidarse en el siglo XVII, con funciones civiles más específicas.

En el último cuarto del siglo XVI ya existía la Plazuela de la Ciénaga ─hoy conocida como Plaza de la Catedral─, pues en aquel paraje corrían las aguas después de la lluvia y se estancaban antes de desembocar al canal de la bahía; además, allí iba a parar uno de los brazos de la Zanja Real, construida desde 1592, que traía el agua a los habaneros desde el río de La Chorrera, hoy Almendares. Este lugar comenzó a cobrar importancia después que Alonso Hernández de Ayones, de oficio tejero, solicitara permiso al Cabildo en 1624 para ampliarse e inició un litigio con su vecino, el regidor Juan Sánchez Pereira; en 1631 el capitán Gonzalo Chacón, que vivía en el lado sur de la plaza, hizo petición de otros terrenos y la querella se complicó. Como el gobernador no pudo resolver el caso, se dirigió al rey, quien con fecha 20 de diciembre de 1632 dispuso en real cédula que la plazuela no se vendiera a nadie porque era de bien común. Así surgió otra nueva plaza donde confluían vecinos para cargar agua, aunque por su condición cenagosa no tenía atractivo para construir. Pero esto es solo el nacimiento de lo que vendría a ser un centro importante en la centuria próxima, cuando los jesuitas empezaron a levantar su iglesia, interrumpida por la expulsión de la orden de las tierras de España y sus posesiones. Con la decisión de trasladar la Parroquial Mayor, por su estado ruinoso, para la inconclusa iglesia de los jesuitas y de mejorar el aspecto constructivo del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, la plaza se convirtió en el siglo XVIII en un sitio muy atractivo para la fabricación de grandes mansiones como la de Lombillo, la del marqués de Arcos, la del marqués de Aguas Claras y la del conde de Bayona.

 Otra plaza vendría a disputarles notoriedad a las anteriores. Nacida en 1628 para darle amplitud al convento de San Francisco, una real cédula de 1632 autorizó que ofreciera servicio de agua a las flotas, y como en sus contornos habitaban vecinos distinguidos, entre ellos el sargento mayor Diego Delgado de Vargas, el marqués de San Felipe y Santiago y los señores Aróstegui y Armona, adquirió cierta centralidad citadina. La plaza del Cristo, comprendida entre las calles de Amargura, Bernaza, Villegas y la iglesia del mismo nombre, también fue tornándose notoria; allí terminaban las estaciones del Vía Crucis, que salía desde San Francisco por Amargura, y se caracterizó en el siglo XIX por ser un sitio comercial, “el mercado del Cristo”, aunque popularmente fue adoptando el nombre de Plaza Nueva.

Sin embargo, todos estos centros eran militares, comerciales o sociales, pero no tenían un peso civil superior porque La Habana no había alcanzado mayoría de edad como ciudad. Cuando se construyó el Coliseo o Teatro Principal hacia 1773, frente a la Alameda de Paula ─hoy esa edificación no existe y estaría cerrando el paso de la Avenida del Puerto, frente al embarcadero de la lancha de Regla─, en pleno auge de la presencia de las ideas de la Ilustración en la Isla, este paseo cobró una vida social y cultural que la ciudad no había tenido. Para La Habana intramuros, la Alameda de Paula del marqués de la Torre en el siglo XVIII se convertiría en un espacio muy atractivo; hacia 1841, después de una amplia reforma, constituyó el primer centro importante de la ciudad, aunque ya desde los años del propio marqués de la Torre había nacido una zona extramuros de creciente importancia, tanta, que en el cambio de la centuria del XVIII a la del XIX emergería el más bello e importante paseo habanero: la alameda de Isabel II, extendida desde La Punta hasta el Campo Militar, hoy Parque de la Fraternidad.

En el paseo o alameda de Isabel II se emplazó, más o menos en el centro, una estatua en bronce de la reina española, con una rotonda de árboles, en lo que hoy se conoce como Parque Central —durante el período de ocupación norteamericana a la efigie de Isabel II la sustituyó una Estatua de la Libertad de calamina, y en 1905 se erigió el monumento a José Martí que conocemos hoy. Al lujoso paseo dedicado a la soberana se le añadían fuentes y el símbolo español de los leones. Gracias a su privilegiada ubicación, los pasajeros y tripulantes de los barcos que entraban a la bahía admiraban en plenitud una extensión y belleza, poco común entonces en oreas ciudades americanas, a la cual se sumaban uno de los teatros más grandes de América, el Tacón, y la Fuente de la India, en el comienzo del paseo, otro de los símbolos de una ciudad cuya sacarocracia se había enriquecido con el trabajo esclavo. Todas las demás plazas y paseos, avenidas o calzadas, quedaban subordinadas a un centro difícilmente de superar en opulencia. Además, el paseo de Isabel II, una vez derrumbadas las murallas, iba quedando verdaderamente en el centro de La Habana, a partir de la expansión hacia el oeste en su crecimiento.

Las numerosas litografías protagonizadas por La Habana desde la primera mitad del siglo XIX demuestran el esplendor de una ciudad pródiga, admirada por los visitantes. Ariel Abbot afirmaba en 1828: “La Habana es un lugar de opulencia agrícola y comercial, una de las más ricas e importantes ciudades del mundo”; Jean Jacques Antoine Ampére en 1855 escribía: “La Habana tiene el aspecto de una ciudad española con un movimiento comercial que recuerda a las ciudades de los Estados Unidos”; un texto ilustrado en dos tomos publicado entre 1844 y 1845, denominado Historia de América desde los tiempos remotos hasta nuestros días, aseveraba: “Cuba es la más hermosa y más rica colonia que los europeos han fundado en el Nuevo Mundo”; Maturín Murray Ballou en 1854 señalaba: “Con una enorme cantidad de edificios públicos, catedrales antiguas, venerables iglesias y conventos, con los palacios de la nobleza y la clase adinerada, la capital de Cuba resulta probablemente el país más rico del mundo en relación con su superficie” (Siomara Sánchez Robert: La Habana: puerto y ciudad, historia y leyenda, Ediciones Boloña, La Habana, 2001).

Ver: La Habana y sus centros (II).

 

Plaza de Armas en la Habana. Isla de Cuba Pintoresca.

La Plaza Vieja (originalmente llamada Plaza Nueva).

Plazuela de la Ciénaga, hoy conocida como Plaza de la Catedral.

Convento de San Francisco.

Iglesia del Santo Cristo en La Habana. Isla de Cuba Pintoresca.

Alameda de Paula.

Alameda de Isabel II. Isla de Cuba Pintoresca 1839.

Vista del Gran Mercado de Cuba. Isla de Cuba pintoresca.


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