Los cambios civilizatorios y los medios


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El término civilización se ha empleado como sinónimo de cultura, incluidos los presupuestos científicos y técnicos que han permitido sociedades con diversos grados de organización, nuevas instituciones, estructuras basadas en tecnologías de amplio acceso que han relegado, suprimido o arrasado otras anteriores, junto con las consecuentes mudanzas de visiones del mundo, ideologías, creencias, valores, costumbres, leyes, políticas… y hasta éticas. Estos cambios están ocurriendo desde el nacimiento de la propia civilización y han transitado bajo cierta continuidad que acompaña a su mutación; en algunas épocas se prolongan los códigos y esquemas, y en otras se acentúa la transformación, a veces de manera violenta: evolución y revolución han marcado la dinámica de los cambios a través del tiempo. Las diferentes civilizaciones de la Antigüedad sostenían pocos intercambios entre ellas, eran dispersas y desiguales, y aun cuando se generaban saltos cualitativos, su implantación general demoraba siglos para establecerse definitivamente. La Edad Media agilizó la divulgación de los cambios civilizatorios debido a un mejoramiento de las comunicaciones, y estos se establecieron más rápidamente en regiones cercanas y afines. A causa de la internacionalización del mundo después de su interconexión acelerada debido a la invasión europea a América, y sobre todo durante el auge de la Ilustración, los cambios se hicieron cotidianos y a menudo violentos. El siglo XIX fue testigo de una violencia mayor que la generada en el XVIII; el XX dejó empequeñecido todo lo anterior, especialmente por sus dos guerras mundiales, y los cambios civilizatorios se hicieron vertiginosos desde su segunda mitad hasta el presente.

En la preparación de “la continuación de la política por medios violentos”, la comunicación ha influido más y llega a ser decisiva a finales del siglo XIX. Cuba fue escenario o “teatro de operaciones” de la primera guerra imperialista, cuya “preparación comunicativa” en Estados Unidos resultó esencial, mediante los periódicos y especialmente con el nacimiento de la prensa amarilla. Aquellos artículos y fotografías espectaculares y sensacionalistas fueron decisivos para inclinar favorablemente a la opinión pública del país hacia la intervención militar en Cuba. Se construyó la atmósfera de hostilidad para que el presidente republicano William Mckinley le declarara la guerra a España y así emerger como gran potencia vencedora del conflicto, una estrategia preparada, entre otros factores, desde la comunicación. El editor y político William Randolph Hearst, creador de un imperio nacional de medios de prensa ―llegó a controlar una cadena de 25 periódicos en las más importantes ciudades de Estados Unidos en 1927― presentó las imágenes más crueles de la reconcentración ordenada por Valeriano Weyler en la Isla, como si hubieran sido las únicas escenas bárbaras y salvajes en esta historia de confrontación. Cuando el Ejército Mambí estaba liquidando al poder colonial en la Isla, se hizo famoso The Yellow Kid, “El Niño Amarillo”, protagonista de una serie de tiras de prensa de Richard F. Outcault publicadas entre 1895 y 1898, de ahí el término de “prensa amarilla” para calificar los procedimientos sensacionalistas: tanto en el New York World, de Joseph Pulitzer, como en el New York Journal, de Hearst, donde apareció esta serie, fueron parte de una estrategia comunicativa.

Cuando era un niño, mis abuelos me contaban sobre la maravilla del cine que ellos vivieron: la posibilidad de contar con una pantalla inmensa en que se podían ver imágenes “inexistentes”; fue el primer invento del ser humano que pudo derrotar a la muerte, pues actores y actrices ya fallecidos se podían ver aún mucho después en situación real. Cuando se logró sincronizar sonido e imagen, la simulación de realidad fue total, y hasta se podía viajar a la luna. La posibilidad de contemplar otro espacio-tiempo afectó la manera en que los humanos podían relacionarse entre sí: podían ser filmados y dejar constancia de su existencia para todos los tiempos y lugares, incluso, los imaginados. Las “personas mayores” también se referían a lo importante que había sido tener un radiorreceptor en casa, un equipo inmenso y pesado que ocupaba toda una mesa; se trataba de un aparato en que se oían noticias sin necesidad de leerlas y se escuchaba música sin asistir a un concierto, mientras se trabajaba en faenas domésticas u otras tareas, por lo que duplicaba la posibilidad de atención: se realizaban dos cosas a la vez sin que una interrumpiera a la otra. Esta doble atención multiplicaba y complejizaba la facultad de concentración, entrenaba para seguir la trama de una radionovela o un episodio de aventuras y, paralelamente, preparar un sofrito, “mecaniquear” un auto, jugar cartas o atender el tablero de la lotería. Se podía estar atento a cualquier suceso de actualidad, conocer alocuciones directas de las más altas autoridades del país, discursos de políticos y refutaciones de opositores a viva voz, dentro de la casa.

La propaganda política invadió la radio junto a la publicidad. Los mecanismos para ganar audiencia se volvieron tramposos y perversos en ambos casos. Muchos políticos usaron la radio para ganar elecciones; se comprobó la eficacia del medio y las empresas la utilizaron para posesionar sus productos o servicios y ampliar sus jugosas ganancias. La política y el comercio se adueñaron de las emisiones radiales de manera muy rápida por las ventajas que ofrecían, y las convirtieron en acompañante seguro de campañas políticas y publicitarias, que no pocas veces combinaban radio y cine para sus fines: la meta era actuar sobre las conciencias. La Alemania nazi y la URSS tuvieron en la radio vehículos decisivos de propaganda. Estados Unidos hizo lo mismo, pero de una manera más sutil: reforzó la publicidad de sus productos, que poco a poco fueron invadiendo el mercado mundial, creando una necesidad de consumo cultural colonizador. La radio se convirtió en el medio de comunicación más importante antes de la Segunda Guerra Mundial, que se perfeccionaba con la calidad de emisiones en frecuencia modulada y con innovaciones en el propio lenguaje radiofónico, capaz de combinar audazmente voz, sonidos y música. Las técnicas empleadas en las redacciones con sus diversos géneros periodísticos y los recursos disponibles en las emisoras para mantener en el aire una programación atractiva, llegaban a lugares intrincados. Poseer un radiorreceptor en el hogar se convirtió en una necesidad como parte de los cambios que desplegaba la modernidad. A finales de la década del 50 comienzan a aparecer los radios portátiles o transistorizados, lo suficientemente pequeños para llevarlos en un bolsillo o cartera, alimentados por una batería, lo cual permitió escuchar la radio en pleno movimiento o en lugares no electrificados.

Joseph Paul Goebbels, ministro de Propaganda e Información de Adolf Hitler, empleó todos los recursos del sistema educativo y de los medios propagandísticos, especialmente la radio, para hacerles creer a los alemanes que contaban con un líder que era como un dios cuyo pueblo tenía como destino gobernar al mundo por ser raza superior. Para estos delirantes y extravagantes propósitos dirigidos a una nación que contaba con una impresionante tradición de pensamiento y cultura, apeló a los resortes emocionales y psicológicos más irracionales y a los trucos o trampas más imaginativos e insólitos, con el fin de manipular las conciencias por medio de textos panfletarios, apelaciones radiales propagandísticas y exaltados discursos. La radio fue su aliado principal y la información debía simplificarse y hacerse única, reforzar y reiterar una idea o una consigna hasta convertirla en verdad y símbolo; simplificar al enemigo y atribuirle todos los defectos, resumir en él todos los problemas y concentrar esa esquematización en un individuo o en un tema como suma de todos los males. Comprobó el poder sugestivo de la radio y estudió los mecanismos de convencimiento, como cargar al adversario con los propios errores o defectos y adelantarse al ataque con la rapidez de la denuncia, negar las malas noticias, matizarlas y transponerla al campo contrario, aunque se tuvieran que inventar informaciones, a veces fantasiosas, para distraer la atención. Un principio que no podía faltar en aquellas emisiones radiales era la exageración, y cualquier suceso, por insignificante que fuera, podía desfigurarse hasta convertir en una grave amenaza que sirviera de pretexto para una declaración conveniente o para aplicar una política que necesitaran. A pesar de la derrota militar del fascismo, no poca de su cultura de manipulación quedó establecida en los medios, y hasta el presente los imperios la han usado como parte de su estrategia comunicativa en cualquier medio para ejercer su hegemonía.

Con el inicio de la televisión, las imágenes invadieron nuestras conciencias para reforzar una idea, una cultura, una doctrina, una política, un modo de vida, una ideología… en fin, una civilización, hasta límites inimaginables. El sistema de transmisión y recepción de imágenes y sonidos en movimiento y a distancia, revolucionaron los medios, constituyó el principal vehículo para actuar como “el medio de comunicación de masas” y ha servido de plataforma tecnológica para perfeccionar el sistema hacia la televisión en colores, el video, la digitalización... Los equipos admitieron recepción por cable, satélite, en 3D, con alta definición, pantallas de plasma para formatos mayores y formas curvas, etc. Las emisiones televisivas se ampliaron considerablemente y más allá de la programación informativa y noticiosa en la que se despliegan todas las nuevas técnicas de la manipulación que enmascaran la propaganda y la publicidad de grupos de poder político y económico, se complementan con programas de participación popular, series, variedades, revistas… que actualizan los símbolos de la civilización de consumo capitalista. Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, con plataformas y medios indetenibles en sus veloces y fulminantes cambios para aniquilar tecnologías que se hacen obsoletas en días, son los acompañantes del último cambio civilizatorio. Las proyecciones con la robótica y la genética avizoran otras tantas posibilidades, para bien y para mal, que están poniendo en riesgo todo lo conocido hasta ahora, incluida la ética. En estos momentos se transita por esa mutación de civilización que, como nunca antes, está proponiendo una mudanza de cultura vertiginosa: jamás el ser humano había estado sometido a un influjo tan dinámico para asimilar transformaciones en su conciencia y en las subjetividades. ¿Habrá una pausa para asimilar los cambios o estamos asistiendo a la civilización de la muda permanente e infinita?


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