Martí, Dos Ríos y un aguacero


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Es mayo y el parque de Jiguaní clarea de palomas, zunzunes, abejas y mariposas. Juegan a despertar a una gota de rocío en el cáliz de una azucena. Es mayo,  y las explosiones de sol ciernen sobre Martí que escribe Patria sentado en una piedra. Nace  un aguacero de acuarelas parpadeantes como el guiño de un lucero. Un canario amarillo, de ojo negrísimo, sacude sus plumas y vuela hacia la luz. El Maestro recibe mensajes en clave fantástica y realista: lenguaje de flores y risas. Las palmas lo custodian, descienden y son matizadas por miles de pinceles, millones de besos y esperanza infantil.

El Ismaelillo recita Abdala. Don Mariano palpita bajo su compostura de hombre recto y una paloma sopla la mejilla de doña Leonor. Desde un globo aerostático  los personajes de La Edad de Oro lanzan crayolas, estrellas, corazones. Descienden y el globo estalla cuando Elpidio Valdés ordena la marcha de la bandera.

Detrás de un arbusto, el adolescente José Julián, de catorce años, observa maravillado la escena, sonríe, está contento, acaba de inscribirse en la clase de Dibujo Elemental, de la Escuela gratuita de Dibujo y Pintura de La Habana.  Un pincel de cerdas sensibles guía su mente: verde y blanco para la esperanza, gris en el cielo oprimido, negro el traje por Cuba esclava. Crece y perfila la patria. El salto en tierra oriental conjuga los colores de la libertad. Dicha grande.

Es mayo y Martí está en Dos Ríos rodeado de palmas. Las tropas lo aclaman general, los campesinos lo llaman presidente. Múltiples tonalidades lo ruborizan, pálpitos coloridos viajan corazón adentro y resuenan por encima de aquellos disparos.

En el centenario del camino hacia la luz del Apóstol, al que Fidel no dejó morir, cayó sobre Dos Ríos un gran aguacero, en recuerdo, quizás, de aquel otro que desbordó las aguas del Cauto y el Contramaestre, cien años atrás. Dos Ríos recogió los colores del Maestro dispersos en el rocío de los potreros, y como luces irradiaron en la Galería de Arte Benito Granda Parada, de Jiguaní. Como una carga mambisa, nació el Salón Nacional de Plástica Infantil “De donde crece la palma”.

Veintiséis años han transcurrido desde que ardió la médula del macroproyecto y quedara el summun de la idea extraordinaria: niños, adolescentes y jóvenes  sueñan a Martí desde las artes plásticas. Lúcidos martianos como Abel Prieto, Armando Hart y los Cinco Héroes, dejaron su apoyo, impulso e iniciativa para el desarrollo del evento, hoy viaja por comunidades de difícil acceso, escuelas de campo y ciudad, se promociona en revistas, suplementos infantiles, radio, prensa, televisión y redes sociales.

Amplia es la influencia de Martí, se percibe en los trazos de los estudiantes desde los eventos de base del concurso, en obras dramatizadas, cantos de coro y solistas, y en el guión de la actividad central cada diecinueve de mayo. Esa confianza es la misma observada en las creaciones literarias infantiles, aparece en cuentos, cartas y poesías el amigo al que con optimismo expresan sus alegrías o desventuras.

El evento tiene implicaciones semánticas y conceptuales. El significado de palma, árbol y atributo nacional, se convierte, además, en símbolo cultural de cubanía.  Lo más importante: se derrama en los valores espirituales y patrióticos de los participantes.

 “De donde crece la palma” puede convertirse en generador de influencias positivas sobre las manifestaciones del arte, extrapolando a Martí artista desde el pincel hacia todas las especialidades, en vínculo total con el movimiento de aficionados en comunidades y casas de cultura. El Salón no es solamente un islote de resistencia, es un país que fortalece sus raíces.

El alcance de la convocatoria llega a todos los rincones del archipiélago y viajará pronto a Latinoamérica, porque como La Edad de Oro, “De donde crece la palma” también es para los niños de América, en ese vuelo  nuestroamericano Martí abrazará a los libertadores de la independencia y a los héroes anónimos y cotidianos que hoy luchan por la integración de nuestras tierras.

Es mayo y llueve. Dos Ríos se asoma a la ventana y mira a Cuba. Los puntos refulgentes de una larga noche son ahora retoños de amanecer. Martí regresa, camina, guarda piedras, caracoles, puñados de tierra en sus bolsillos, una paloma blanca se le posa, le canta y vuela hacia otros hombros. Nubes continentales diluvian. El Apóstol  permanece en el centro de los retoños, levanta la cabeza y sonríe. Las palmas, deliciosas palmas recién nacidas, crecen en el corazón del hombre sincero.

 


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