Pablo Milanés, La Habana y nosotros


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Ella: la ciudad

Siempre ha estado ahí. La hemos ido descubriendo poco a poco o de golpe; de acuerdo a nuestra voluntad para asimilarla y/o entenderla. Puede que haya dejado de crecer pero no deja de reinventarse a cada tanto. Quienes la conocen no dejan de disfrutar aquellos espacios que la han definido como clásica o los que los nuevos tiempos imponen.

Prefiero, al igual que muchos, verla desde todas las alturas posibles; desde la crudeza de sus avenidas gastadas por el paso del tiempo (como la Calzada de Jesús del Monte o del Cerro) o desde esas que apuntan a una modernidad que se detuvo en el tiempo. De ella me duelen aquellos que le laceran el cuerpo en nombre de no sé qué manifiesto o voluntad divina no otorgada; son los demiurgos que el tiempo borra de un plumazo y la memoria nunca llega a registrar.

Esta ciudad ha visto nacer, crecer y morir historias y personajes; mujeres hermosas y hombres comunes. Tiene una leyenda a la que aún no se le canta como es debido.

Pablo Milanés. Concierto en ell Karl Marx el 7 de septiembre 2018 dedicado a La Habana

Él: el cantor.

Nadie nace predestinado a seguir la ruta de su futuro. El futuro se crea activa o casuísticamente. Solo la vida y las circunstancias lo saben. Hay una legión de hombres que intentó seguir una ruta trazada de antemano y vio como sus sueños se estrellaban contra el muro de la vida o eran devorados por la circunstancias. De todas formas perseverar es una opción que puede abrir las puertas de la victoria o alimentar el fuego de la derrota.

El cantor lo sabe y ha corrido el riesgo. Un riesgo que comenzó cuando apenas tenía veinte años, o mucho antes; cuando definió lo que sería su modo de vida y las circunstancias le fueron favorables. Creció en el ambiente de un mundo en cambio, de una nación que se sacudía y en una ciudad que no temía a los que intentaran modificar determinados hechos. Se convirtió en cantor.

Las noches de la ciudad alimentaron sus sueños y le forjaron una leyenda. Lo demás fue obra del talento –ese don que todos poseemos pero pocos sabemos utilizar correctamente—, la voluntad y el  tiempo.

Nosotros: los mortales

Hemos venido de todos los confines de esta isla en busca de un espacio en esta ciudad. Somos los mismos que nos identificamos con el cantor; los que compartimos sus alegrías y sus dolores. Los que hemos amado bajo su influjo, los que decimos a una voz sus canciones, los que le hemos acompañado y alimentamos su leyenda.

Sí, porque la leyenda de las ciudades y los cantores la hacemos nosotros. Ora porque convivimos unos con otros, ora porque alguien, que muy pocos conocen, nos cuenta cierto hecho que magnificamos en busca de una audiencia o notoriedad. El cantor y la ciudad han sido nuestra tribuna, nuestro refugio y nuestra más cercana compañía. Nos pertenecen por la divina coincidencia de vivir aquí y ahora.

Hubo un antes en esta ciudad que involucro a otros cantores y a otros habitantes. Muchos que llegaron en busca de concretar su sueño. La ciudad le acogió a todos. Los cantores le amaron sin reparos.

II.

Pablo Milanés en concierto. Ciertamente no es noticia que sature las redes sociales, no es tendencia. Lo entiendo perfectamente. Su música y sus canciones son anteriores a toda la era digital y han encajado en ellas; él fue la tendencia en un tiempo y aún forma parte de ella; lo mismo que sus seguidores; esos que bajo lluvia, sol y sereno, no fallan, están ahí aguantando.

Miro el público reunido en el teatro. Encuentro rostros conocidos, algunos que hace años no veo. Se cruzan los saludos y los abrazos. Se hacen las presentaciones de rigor: una nueva pareja, un hijo, los nietos. Hay canas impuestas o disimuladas, protuberancias abdominales, arrugas corregidas y falsas muestras de juventud. Muchos volvemos a compartir asiento con la misma devoción que compartíamos años atrás un breve espacio físico lo mismo en la escalinata de la Universidad que en los lugares más increíbles.

A una sola voz –cual Fuenteovejuna musical—coreamos las canciones, no importa la afinación; se trata de emociones, de saber que existe un espacio tal donde nos reconocemos musicalmente; que está a la altura de aquel sueño y de la utopía que alimentamos. Las canciones de Pablo Milanés han soportado el juicio de la historia y del tiempo; lo mismo que su voz.

Pero Pablo es un hombre intergeneracional. Así ha sido su vida, así ha sido su música. En las noches habaneras de los años sesenta fue uno de los ídolos de su generación, bien fuera por sus canciones o su forma de decir. Esas primeras canciones que marcaron un rompimiento estilístico dentro del feeling y de toda la cancionista cubana. Ejemplos notable Tú mi desengaño y Mis 22 años.

En los setenta, se atrevió con rumbas y sones distintos a los de su generación y la de los que le precedieron; recuerdo aquello de Los caminos; un guaguancó que transitaba hacía la canción y terminaba en una rumba; o que decir de la fuerza poética de canciones como Yo pisaré las calles nuevamente (aún la historia era contemporánea y la posmodernidad no estaba de moda).

Pablo canta y mi memoria evoca a Emiliano Salvador, a Frank Vejerano, Jorge Aragón y a Eduardo Ramos; hay de ellos en cada una de estas canciones, de esta música que no deja de sorprendernos. Ellos, lo mismo que el Guerrero, son algunos de los grandes ausentes.

Pablo canta y pienso las veces que se adelantó a su tiempo como hombre de música e ideas: El breve espacio o El peacado original ; entonces el género era una quimera que nadie entendía de que se hablaba; pero como siempre ocurre en esta isla es la música la puerta de salida a la vanguardia en el pensamiento social.

Regreso a mis años de estudio. Aquella edad que se fue y que he reencontrado esta noche aquí al ver a aquellos que mi memoria había lanzado a un rincón donde parecía que nunca más habría de salir. Somos una generación distinta a la de ayer y a la de hoy. Carlos Varela y Pancho Céspedes nos conectan con otros sueños, con el mismo ímpetu de siempre. Una y otra vez aplaudimos.

Dos horas después el concierto termina. La ciudad se prepara para recibir a los noctámbulos de estos tiempos y arropa a aquellos que quieren dormir o amarse entre sus muros y paredes. Alguien con una guitarra en la mano repite el ciclo del trovador o del cantante. Tal vez mañana sus canciones nos convoquen.

La Habana, la ciudad en que habito, en que habitamos todos los cubanos, es el pretexto para este concierto. Ella está por cumplir sus primeros quinientos años, el ya celebró sus setenta y cinco.

El cantor, la ciudad y muchos de nosotros nos tendemos la mano para compartir nuestra suerte al pasar en estos tiempos.

 


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