Raúl Pérez Ureta: la grandeza de la humildad (IV y final)


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Daniel Díaz Torres

Por su apasionamiento, por su dedicación, por su entrega al trabajo, es un colaborador casi insustituible. Existe tal nivel de comunicación entre nosotros que me cuesta trabajo pensar en otro director de fotografía. Trabajamos a partir de la lectura del guion y de la idea de la película. Él, inmediatamente, empieza a generar imágenes que ambos valoramos y aplicamos a la dinámica de la puesta en escena y el rodaje, de manera flexible… aunque sin dejar de discutir bastante (1).

Mario Crespo

Trabajar con él en «Zoe» fue una gran escuela para mí en todo sentido. Aprendí mucho de cine y, sobre todo, de la condición humana. Es un corto de apenas dieciocho minutos, pero he podido pensar en él durante treinta años y alegrarme de la suerte que me regaló la colaboración y la amistad de un ser de tanta sensibilidad y gusto, y, sobre todo, un excelente ser humano.

Gracias, Raúl, te adeudo mucho, tus visitas a mi casa junto a Vilma en mis tiempos tristes, enmudecidos; te adeudo tantos consejos, tanto ejemplo y, sobre todo, esa luz que nos diste y que sé que te acompañará siempre.

Raúl Pérez Ureta

Rolando Díaz

No me canso de decir que siempre hablamos muy bien de los que se van, no solo porque lo merecen, sino porque forman parte de la vida que hemos recorrido, y no podemos negar que, aunque llena de contradicciones, descontentos y desilusiones, dieron lugar a la existencia de una cinematografía y a talentos que como él ocuparán por siempre el panorama de lo visual latinoamericano.

Francisco Puñal

Siempre lo recordaremos como artista y ser humano, por su aporte sobresaliente al cine cubano y latinoamericano, por su noble amistad y por contribuir a lograr un arte genuino y honesto.

Manuel Pérez

Pasó a ser el director de fotografía de los filmes de ficción que no olvidamos. Era de un talento excepcional, e integral como fotógrafo.

Mayra Segura

El día de la fiesta del fin del rodaje de mi corto «Adriana», brindando con chocolate caliente, que era lo único que había, y yo aún con la tensión y el susto, lo abracé y le dije que sin su apoyo no lo habría logrado. Y él, con su humor habitual, porque era un gran bromista, me dijo un chiste que le encantaba repetir y sabía que me divertía mucho: «Yo, que soy un hombre del tercer mundo, camino al cuarto… hice lo que podía». Y entre lágrimas y risas nos despedimos. Nunca lo olvidaré.

Guillermo Torres

Raúl Pérez Ureta era, sin dudas, uno de los directores de fotografía más talentosos que tenía el ICAIC, y su pérdida deja un enorme vacío en esa generación que realizó el cine cubano.

Ernesto Granado

La relación siempre estuvo, nos encontramos, nos separamos y nos volvimos a encontrar. Su temperamento afable, su profundidad para el trabajo, su honestidad y su apoyo incondicional me motivaron a estimarlo para siempre. Con su obra y su actitud nos dejó un ejemplo de valores; por todo esto y más, nunca me pude separar de Raúl.

Erick Grass

Han pasado varios años desde que crucé mi destino creativo con el fotógrafo de Papeles secundarios, aquel artista que fue inspiración para mi generación por la imagen posmoderna lograda en una película de alta factura. Varias anécdotas vividas durante los procesos creativos que implica un proyecto cinematográfico hicieron nuestra relación cordial y a veces litigante, pero siempre con loables resultados visuales en pantalla.

Raúl Pérez Ureta y Fernando Pérez

No obstante su choteo, creo haber sido merecedor de su aprecio. De las películas que dejamos a la historia del cine cubano, si algo nos reconocen, es haber logrado un estilo visual donde Raúl y yo formamos equipo. Se extrañarán sus historias personales tan simpáticas, sus estornudos atronadores y sorpresivos que asustaban al impasible Fernando frente al monitor en los rodajes, pero, sobre todo, su gran talento, ese que propició un legado en el imaginario de la nación.

Eduardo del Llano

Incluso antes que su prodigioso talento, que su incomparable sensibilidad, lo primero que evoco del viejo Pérez es su sentido del humor, las bromas que generaba o encajaba con sobriedad de gentleman. Proverbiales son las guerritas entre la gente de sonido y de cámara, entre la dirección de arte y el fotógrafo, y Raúl tomaba parte en ellas con la clase y el ingenio del curtido veterano que era. Sus anécdotas de rodajes en otras latitudes, o del aspecto de La Habana de su juventud, tendrían que ser grabadas con un estilete en el interior de los párpados, como se sugiere una y otra vez, sádicamente, en Las mil y una noches, para lección y escarmiento de los más jóvenes.

¿Qué más puedo decir? Raúl fue auténticamente grande, un maestro, un buen hombre. Siempre preguntaba, y escuchaba las opiniones ajenas. Nunca me sentí ni remotamente digno de estar a su lado, siempre me sentí como el chico indisciplinado e invasivo que merece un cocotazo. Si él y Daniel vinieran ahora a propinarme algunos, pondría gustoso la otra mejilla. O bueno, mi sufrida cabeza para que me aleccionaran en estéreo.

Julio Simoneau Rodríguez

En su última filmación, en febrero de 2020, un documental sobre los canarios en Cuba, aparte de ser el fotógrafo, participó como personaje por ser descendiente, y dio un testimonio muy interesante. Antes de su deceso había terminado de filmar y dar el OK fotográfico a la película de Gerardo Chijona Oscuros amores, que no se ha podido estrenar por la pandemia, y por la misma razón no pudo realizar el rodaje de Rikimbili o la vida según Nelsito, la nueva obra de Fernando Pérez, que estaba en preproducción.

Lo recordaré como hombre sencillo, honesto, con virtudes y defectos, como somos los seres humanos, acordándome siempre de sus buenos consejos, de cómo se debe iluminar y buscar siempre la mejor luz, siempre aportándome buenas ideas y conocimientos que me han servido significativamente en mi carrera cinematográfica.

Rodaje de Oscuros amores, de Gerardo Chijona

Fernando Timossi

Le agradezco a Raúl tantas cosas: su gentileza, su amistad, que trascendió ese rodaje; agradezco que me contagiara sus contraluces; agradezco hasta su despiste, que le hacía cambiarme el nombre a cada rato; que corriera junto a mí para recoger basura de la calle segundos antes de rodar, ante la mirada atónita de todo el equipo.

No solíamos vernos, pero en los encuentros casuales siempre estuvo el cariño mutuo y mi admiración por ti, Raulito. Mi mayor elogio, hoy te lo confieso, fue con el que celebraste la fotografía de un corto que filmé para otro director mucho después. Hoy me resulta absurdo no haber compartido más películas, agregado otra cámara vieja a tu colección, no haber acariciado más tus gatos. Es absurdo, Raulito, no haber aprendido más de ti como persona, que me toque escribirte, buscarte a contraluz.

Arturo Sotto

Su figura no solo debe destacarse por su responsabilidad en la imagen del cine cubano, por su maestría, su enorme talento para la fotografía y el tratamiento de la luz en el cine. Raúl fue, además, un hombre muy querido, de abundante modestia y exquisito humor, tolerancia y sabiduría para entender la complejidad de una industria que aprendió a conocer desde muy abajo, y cada paso que dio fue el resultado de un esfuerzo mayor para alcanzar sus sueños. Un caballero en toda la extensión de la palabra, dentro y fuera del set. Colocó muchas luces para iluminar los disimiles rostros del cine cubano, pero nunca las inclinó hacia él; su ausencia de vanidad, su naturaleza guajira lo remitía a la sombra, no quería resaltar, hacerse visible. Desde ese espacio desbordó todo su magisterio. Gracias, Raúl, toda mi gratitud, que creo que nunca llegué a expresarte en su justa medida. Un abrazo.

Lester Hamlet

Siento que aprendí definitivamente a hacer cine con esta experiencia con Raúl Pérez Ureta. No por gusto es un maestro, no por gusto se ganó todos los halagos y todas esas cosas bellas que se piensan de él, y que comparto, con esa grandeza, esa humildad, ese sentido hermoso del trabajo, de la disciplina… Hablo de él y me viene a la cabeza su voz, diciendo: «Entre 2 y 2,8, más pegadito a 2», que era el diafragma con el que se hizo, básicamente, todo el interior de Ya no es antes: un privilegio, un gusto, una oportunidad grande que la vida me regaló y que no desaproveché, y que tanto bien le hizo al resultado visual de mi película. Gracias, Raúl, es lo que pienso ahora que ya no estás. Gracias, Raúl, por la luz, por las enseñanzas, por tu magisterio. ¡Feliz viaje, profe!

Patricio Wood

Si Raúl se «apartaba», siempre con brevedad, de su trabajo para saludar, incluso para indicar algo al actor, sabía dejar su respeto y afecto al hacerlo. Fotógrafo virtuoso en saber los bordes de su participación en el área actoral, sabía intervenir con la suavidad y precisión requerida como para no interferir, para hacer que el actor se sienta apoyado en su labor. Sabía también aprobar el desempeño del actor dejando aflorar una sonrisa muy propia, pequeña, en su rostro, grande en su sinceridad, sonrisa que dejaba clara su bondad humana y su respeto a lo que amó y seguirá amando en todos los que le admiramos y recordamos.

En 2018 participé en la vigésimo séptima edición del Festival de Cine de Ceará, en Brasil, como actor de Últimos días en La Habana. Allí Raúl obtuvo el premio a la mejor fotografía y me tocó recibir el trofeo y decir unas palabras en su nombre. Ya en La Habana, lo sorprendí entregándole su trofeo, él lo tomó en sus manos y con su acostumbrada sonrisa me estrechó la mano y dijo: «¡Pesa…!». Él sabe por qué lo decía.

Laura de la Uz

Los fotógrafos, junto con los operadores de cámara, son los únicos que tienen la posibilidad de vernos a los actores a través del lente, y tienen esa capacidad de sentir nuestras emociones, porque el lente nos conecta, una conexión de la que ni siquiera el propio director participa. El director de fotografía siente las sutilezas que pueden hacer de una toma algo grande, maravilloso, o algo que… se podría repetir y mejorar. Es por eso que existe esa relación especial y cercana que, calladamente, sobrepasa o esquiva incluso al director. Con Raúl, esa relación fue más que especial: él fue el fotógrafo que más veces me vio a través del lente. Y me conocía. Volver a rodar con él era reencontrarme con una parte importante de mi vida. Lo que yo siento cuando pienso en Raúl, más que palabras, es un silencio, un silencio cómplice, amable, humilde, inteligente. El silencio cómplice del cine.

Lisandro Duque

Realicé cuatro películas con él —Visa Usa en 1986, La niña de mis ojos (documental que filmamos en La Habana) en 1996, Los niños invisibles en 2001 y Los actores del conflicto en 2008—, y tanto dentro del set como fuera de este, aprendí de su magisterio profesional. Era un hombre fogueado con muchos directores, temas, locaciones, saberes, universos, ciudades, etcétera, de modo que cada director sabía que, al trabajar en su compañía, se beneficiaba del acervo y la sensibilidad de quien había sido partícipe de tantas obras que honran la cinematografía.

He aprendido a no usar el verbo «viajar» a propósito de alguien que se muere, de modo que, de Raulito Pérez Ureta, mi buen amigo cubano —así como tengo otros—, no diré que «viajó al infinito», o «al más allá». Era muy serio él como para aparecérmele póstumamente con esa ocurrencia. Además, como Raulito era materialista, no se merece esa lírica fúnebre que, a los que van expirando, les atribuyen actividades post mortem en la eternidad con quienes los han precedido en ese trance de fallecer: «Por allá estará preparando nuevas películas, o concluyendo algunas que se le quedaron pendientes, con Danielito Díaz Torres o Fernando Birri o Jaime Osorio», etcétera. No, qué va: Raulito hizo con mucho rigor y afecto cuanto acometió como fotógrafo y camarógrafo cinematográfico en este mundo de los vivos, y puede ahora dedicarse a darle reposo a su cuerpo, que en el más acá será su obra la que lo sobreviva.

Orlando Rojas

La constancia de Raúl se impuso a todos los obstáculos. Pudo más, por ejemplo, que la rabia con que día tras día lo castigaba el actor español Juan Luis Galiardo, no dispuesto a doblegarse a la obsesión de aquel fotógrafo caprichoso e irresponsable por unos humos que demoraban siglos en asentarse. Mientras yo escapaba de aquel dilema haciéndome el sueco, no sé cómo Raulito, solo, pudo aguantar los embates del experimentado actor. Lo que cuenta es que pudo. Y que logró la imagen que deseábamos. Galiardo, en cambio, no consiguió actuar con el acento cubano que su personaje requería.

Meses después de terminado el rodaje, Juan Luis culpó a Raúl del doblaje de voz con que metimos por el aro a su personaje. Pero ese día sí no me quedé callado: la película estaba terminada y ni la posibilidad de perder la amistad con el gran actor me frenó. «A cada cual lo suyo», le dije, «Raúl ganó y tú perdisteNunca debiste haberte metido en esa luchita». Galiardo me miró y calló. Aunque su mirada quería no expresar nada, yo me di cuenta de que sufría. Estoy seguro de que, en los cielos, Juan Luis intermedia con Dios para que Raulito sea el fotógrafo de su próxima producción.

Gerardo Chijona

Rodaje de Oscuros amores

Duele hablar de Raúl en pasado. Duele saber que ya no podremos volver a salir a ver locaciones, estar junto al monitor de la cámara o sentarnos nuevamente en las noches a hacer el storyboard y llegar al rodaje con la tarea hecha. Duele saber que no lo vamos a tener nuevamente en el set, admirando su genio, su creatividad, su modestia, sus arrebatos. Duele saber que ya no podremos volver a discutir, y a veces hasta pelear, por la manera de filmar una escena. Duele saber que ya no podremos volver a esconderle el storyboard y verlo buscar en su maletín como un desesperado. Raúl nos deja una obra perdurable y un recuerdo inolvidable como ser humano. El cine cubano acaba de perder a uno de sus grandes.

Fernando Pérez

Era el verano de 1993, el país estaba en lo más crudo del período especial y aun así estábamos filmando Madagascar. La falta de petróleo, comida, electricidad, transporte, etcétera, multiplicaban las dificultades propias de todo rodaje, pero ninguna de esas carencias conseguía empequeñecer o frenar nuestras aspiraciones. Sobre todo las de la concepción fotográfica, diseñada y soñada por Raúl Pérez Ureta en un storyboard de imágenes casi en movimiento y un guion técnico que prefiguraba el encuadre y la luz de cada plano como si ya estuviera filmado. Siempre recuerdo que fui yo el que impidió una vez que Raúl alcanzara la perfección en uno de esos planos.

Habíamos escogido para la escena que narra una de las frecuentes mudanzas de las protagonistas el interior de un edificio con múltiples pasillos al fondo, que, curiosamente, dejaban filtrar la luz, porque no tenían paredes. La cámara, montada en una grúa, se desplazaba desde la entrada del edificio y terminaba su movimiento mostrando en plano general la silueta de Zaida Castellanos atravesando lentamente uno de los pasillos superiores. La atmósfera inquietante de ese plano radicaba en la luz, y habíamos medido que esa luz mágica era posible únicamente entre 7:41 pm y 7:46 pm (era verano). Además, para acentuar el carácter onírico de la imagen, Raúl dejaría caer diez sacos de harina mezclada con finísimas partículas de serrín para que volaran, flotaran y transparentaran la luz y el aire.

La tarde del rodaje culminaba una larga y agotadora jornada desde casi el amanecer, y habíamos conseguido el acuerdo de todo el equipo para trabajar un poco más de las doce horas establecidas y esperar por la hora mágica. Pero a las 7:41 pm el Sol de agosto quiso descender muy lentamente.

A las 7:44 pm pegué el ojo al visor de la cámara y luego miré a Raúl. Negó con la cabeza.

A las 7:48 pm algunos miembros del equipo me señalaban el reloj frunciendo el ceño, mientras Raúl esperaba impasible sentado frente a la cámara.

A las 7:50 pm el productor me murmuró inquieto: «A las 8:00 pm hay que cortar».

A las 7:52 pm me acerqué a Raúl y volví a mirar por el visor: la atmósfera de luz comenzaba a ser tenue, envolvente, melancólica. Para mi sorpresa, Raúl me dijo: «Sí, si quieres puedes filmar, pero vas a tener solo un 95 por ciento de la luz que necesita este plano».

A las 7:56 pm di la voz de «¡cámara, acción!».

A las 7:58 pm teníamos una toma muy buena (es la que está en la película).

A las 7:59 pm el productor dio la voz de «raperó» (2).

A las 8:00 pm el equipo comenzó un veloz y dinámico desmontaje: se había cumplido el plan del día, éramos bien profesionales.

A continuación, después de revisar con el director asistente el plan del siguiente llamado, crucé la locación para buscar la salida, y allí, en el mismo sitio donde estuvo emplazada la cámara, continuaba, solitario, Raúl. Solo me dijo: «Mira». Y ante mis ojos, la atmósfera vidriaba el ámbito de los pasillos, las partículas que habíamos lanzado durante la toma aún volaban transparentes en el tenue aire y una efímera y fugaz luz mágica trasmutaba todos los espacios en una imagen traslúcida más allá de la realidad. «Esa era la luz de nuestro plano». Eran las 8:08 pm.

Desde entonces supe que en todas las películas que haríamos juntos siempre habría un tiempo exclusivo, no importa cuánto durara, para la luz de Raúl Pérez Ureta: esa era su zona sagrada, su desvelo creativo, su alquimia cinematográfica. A través de sus ojos, aprendí a ver.

Volver a filmar sin Raúl será muy difícil para mí. Lo haré, pero siempre me sentiré huérfano de su compañía.

(cuarta parte y final)


(1) Entrevista realizada por Pedro Gutiérrez Torres para el documental Daniel Díaz Torres: La aventura de hacer cine, serie «Disparos al sol» (Cinematografía Educativa, 2001).

(2) Palabra de origen desconocido, que utilizan los equipos de realización para indicar que concluyó el rodaje del día.

 


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