“Tulipa”, la película cubana más subestimada


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Puestos a elegir las películas cubanas del ICAIC que refuerzan la perspectiva y el discurso femenino, debería quedar, en un lugar destacado de tal antología, el largometraje Tulipa, de cuyo inicio de rodaje se cumplen 55 años este 12 de abril.

Cineasta, crítico, guionista y escritor, uno de los creadores más importantes del ICAIC en sus primeros treinta años de vida, Manuel Octavio Gómez se graduó de Publicidad y Periodismo en 1957, poco antes de cumplir 23 años, y publicó cuentos además de escribir para la radio y la televisión. Su vocación se encauzó hacia el teatro y la narrativa, además de publicar artículos en los periódicos La Tarde y Diario Libre. Se vinculó a los proyectos culturales más avanzados de la época, como los que animaban la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y Cine Club Visión. Muy pronto se integró a la Sección Fílmica de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde y trabajó como asistente de dirección en varios documentales y en el primer largometraje de ficción realizado por el ICAIC. 

Comenzó a dirigir documentales y en esta primera etapa destacan los didácticos El agua (1960), Una escuela en el campo (1961) y Guacanayabo (1961), además de la emotiva Historia de una batalla(1962) y el curioso Cuentos del Alhambra (1963) que, según se asegura en varios textos bien informados, se inspiraba en la novela Canción de Rachel, de Miguel Barnet, más tarde versionada por Enrique Pineda Barnet en La bella del Alhambra

Su ópera prima se tituló La salación (1965) y describe los conflictos de una joven pareja cuya relación es cuestionada por las familias de ambos. Este fue el primero de los diez largometrajes que consiguiera realizar uno de nuestros más prolíficos y originales cineastas cubanos. 

Para el segundo largometraje de su carrera, Tulipa (1967), el director se encarga del guion, concebido a partir de la obra de teatro Recuerdos de Tulipa, de Manuel Reguera Saumell. Y a partir de esta segunda película, en la filmografía de Manuel Octavio Gómez se vuelve una constante la inspiración en relatos preexistentes, de origen literario, teatral o histórico, como lo fueron las adaptaciones de la obra de Antonio Benítez Rojo La tierra y el cielo; la fábula yoruba que da lugar al musical Patakín…, y los relatos de Miguel Ángel Asturias y de Miguel Barnet en las respectivas Señor Presidente y Gallego.

Tulipa contaba en su elenco técnico y artístico no solo con un texto teatral de reconocida importancia, sino también con los más importantes profesionales del cine cubano en aquel momento: la producción general corrió a cargo de Miguel Mendoza; la dirección de fotografía se encomendó a Jorge Herrera; la edición, a Nelson Rodríguez; y el autor musical fue Félix Guerrero, quien trabajó sobre el tema Titina, canción anónima francesa.

Lo mejor del cine, y del teatro cubano de aquella época, se dio cita en el elenco de una película que necesitaba de actores y actrices entrenados, pues se refería a las artes escénicas: Idalia Anreus, Omar Valdés, Alejandro Lugo, Teté Vergara, José Antonio Rodríguez y Alicia Bustamante, además de una muy joven Daisy Granados. 

El filme, al igual que la obra de teatro en que se inspira, está protagonizado por Tulipa, vieja stripper de un circo ambulante que es sustituida por una joven rumbera. La mujer mayor debe enseñarle el oficio a su sucesora o tratar de imponer un acto que valora como arte verdadero. De este modo se aborda la tradicional historia de conflicto entre la artista madura, envejecida, y la joven sustituta, pero ahora se ambienta en un circo ambulante y se exalta la dignidad de esta artista adulta, precisada al retiro, y la dudosa moralidad de los jefes y de la arribista. 

Cuando el cine, y el arte cubano en general, apostaba por todo lo que fuera, o pareciera, absolutamente nuevo, en medio del turbión paroxístico que significó la primera década de la Revolución, la segunda obra de Manuel Octavio Gómez “se limitaba” a proponer una mirada al pasado plena de conmiseración y humanidad (al igual que en sus posteriores filmes Los días del agua y Gallego), al tiempo que desnudaba la intimidad del ser humano derrotado por las circunstancias, arrastrado por tragedias tan ancestrales como la vejez y el irrespeto a la dignidad individual. 

Más allá de la simple anécdota, el director describe, a través del universo de este circo, a ciertos personajes que operaban en un nivel social que trasciende la carpa, en una época marcada por las frustraciones, el oportunismo, la falsedad y la sensación generalizada de encontrarse ante un callejón sin salida. La historia de Tulipa, en perfecta simbiosis con el contexto que le tocó vivir, deviene un combate diario con los dueños del circo. Solo le queda su infatigable capacidad para mantenerse erguida. 

Tal es el eje dramático sobre el cual se erige este filme que también discursa a propósito de las relaciones entre el artista y su público. Tulipa emerge de la sordidez reinante gracias a su claridad de ideas respecto al decoro y la respetabilidad, aunque se supiera condenada a la soledad y el olvido, bailarina con tarifa de diez centavos en un circo de mala muerte. 

Debe aclararse que, en cuanto a la preeminencia del discurso femenino, Tulipa sería digna antecesora de Lucía (Humberto Solás, 1968); De cierta manera (1974), de Sara Gómez; Retrato de Teresa (1979) y Habanera (1984), de Pastor Vega; Mujer ante el espejo (1983), de Marisol Trujillo; Otra mujer (1986) y Lisanka (2009) de Daniel Díaz Torres; Hello Hemingway (1990) y Madagascar (1994), de Fernando Pérez; Mujer transparente (1990), de varios autores; Reina y Rey (1995), de Julio García Espinosa, entre otras.

Tulipa no solo se anticipó a una de las líneas temáticas fundamentales del ICAIC, sino que también colocaba a nuestro cine en posición de confluencia con las principales tendencias del cine de autor internacional, pues el filme aparece pleno de resonancias fellinescas y hasta bergmanianas —tanto La strada como La noche de los titiriteros serían figuras tutelares— y Tulipa resulta por momentos hasta más pesimista que las obras de los maestros citados, en tanto apenas concede algún resquicio a la redención y generosidad, pues en la cinta cubana domina la gritería del gentío y de la fanfarria ambulante. La vida continúa y “triunfa” la nueva reina de la maroma sicalíptica. Los perdedores son desechados, expulsados de la carpa, porque, como se dice en algún momento del filme, se trata de “una bachata que no acaba”.

Tulipa —junto con su contemporánea Un día en el solar (1965), de Eduardo Manet— potencia y recrea prototipos escénicos y culturales que brillarían por su ausencia en nuestro cine hasta muchos años después. Son... o no son (1980), de Julio García Espinosa; Patakín… (1983), del propio Manuel Octavio; La bella del Alhambra (1989), de Enrique Pineda Barnet y Un paraíso bajo las estrellas (1999), de Gerardo Chijona, explayarían desde sus notables desigualdades ese regusto por el sentido espectacular de la cultura popular y de masas que, con todo y el dramatismo reinante, también domina en este filme notable y subestimado que ahora celebra más de medio siglo.


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