Adalberto: cuatro sones y una esperanza


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El primer recuerdo tangible que tengo de Adalberto Álvarez lo debo a Osiris, un vecino que se ufanaba de dos cosas: poseer una gran colección de música cubana alimentada por su padre y el hecho de ser amigo de algunos músicos importantes; entre ellos el pianista Joseíto González, director del Conjunto Rumbavanaque era su compadre y amigo de la infancia.

Osiris, que era marino mercante de profesión y nos introdujo a muchos en el gusto por la música salsa al poner todos los domingos sus discos de Las Estrellas de Fania y otras novedades, escuchaba obligatoriamente los discos de Rumbavana y del Conjunto Roberto Faz.

Una de esas tardes montados en el elevador del edificio y que se traba entre los pisos cuatro y cinco como era su costumbre Osiris venía acompañado de su compadre y otro hombre que presentó a todos los acorralados en aquella caja metálica de paredes rayadas con las llaves de todos los apartamentos: este hombre cambiará la música cubana. Era Adalberto Álvarez y recién acababa de estrenar con Rumbavana dos temas que la radio repetía una y otra vez: Con un besito de mi amor y El son de Adalberto que cantaba como nadie un sonero de la talla de Raúl Planas.

Ciertamente no le faltaba razón, solo que en ese momento ninguno de los presentes le prestó la suficiente atención a sus palabras. Eso sí; a todos nos gustaba aquel tema que terminaba con un estribillo (aún no le llamábamos coro) muy pegajoso que decía: “…como te quiso ese hombre nadie te podrá querer…”; y que mi madre repetía abrazada al trapeador.

Pasaron algunos años hasta que un buen día nos levantamos sabiendo de la existencia de un conjunto santiaguero llamado Son 14 y que nos puso a todos a bailar con aquello de A Bayamo en coche y El son de la madrugada. Dos temas que se escuchaban en las fiestas sabatinas minutos antes de que la voz de Roberto Carlos nos permitiera disfrutar del furtivo abrazo a la cintura de aquella adolescente que amábamos en secreto.

Aquel disco, o ese disco que está condenado a no envejecer dentro de la música cubana, se convirtió, por derecho propio, en el más tesoro preciado de las colecciones de música que se atesoraban en cada casa. No había tocadiscos en esta ciudad cuya aguja no dejara sus huellas en cada uno de sus surcos. 

Adalberto era el músico del momento y en nuestro barrio era común verlo visitando a Osiris, siempre acompañado de JoseítoGonzález y derrochando una paciencia infinita cuando los vecinos le detenían para agradecerle o preguntarle por el próximo tema que les haría bailar. 

El surgimiento de Son 14 trajo dos consecuencias a la música cubana. Una de ellas fue que menguo la popularidad de Rumbavana y la otra; más importante aún: un músico cubano había replanteado las reglas del juego en la salsa. Todo el mismo año que las Estrellas de Fania visitaron por vez primera Cuba. Era 1979.

El matrimonio entre Son 14 y Adalberto tuvo su fin a mediados de 1983, el mismo año que Oscar de León visitaba Cuba. De eso nos enteramos su primera legión de seguidores cuando el sonero venezolano estrenó su tema Defiéndete tú y declaró que Adalberto estaba formando una nueva orquesta.

El son de Adalberto, o Adalberto y su son. El orden de las palabras no alteró el producto ni su talento. Era son cubano duro y puro. Ahora como músico se mostraba más osado y entre un buen tema y otro nos acercó a Arsenio Rodríguez, solo que esta vez desde la altura de la contemporaneidad, con los códigos de estos tiempos y los suyos muy particular.

Un conjunto sonero necesita un buen cantante. Consciente de ello nos devolvió a Félix Valoy y en voz y estilo nuevas crónicas. Y nos hizo cómplices de la búsqueda de María o a gritar a los cuatro vientos que “…la negra no quería que le montarán en la guagua por detrás…”. 

No se hablaba a toda voz del flamenco y sus implicaciones con la música cubana cuando Adalberto nos puso a soñar con una gitana a la que esperábamos ver antes de que llegara el día. Cierta vez escuché decir a Helio Orovio que aquel tema era una versión cubana del Romancero gitano, de Federico García Lorca.

Pero Adalberto quería y necesitaba más, lo mismo que la música cubana, que el son en toda su dimensión. Y sus seguidores también. 

Para ese entonces ya le había conocido un poco más y comenzaba a entender su estatura humana y musical. 

Pero la apoteosis de su carrera llegó el día que compuso y estreno el manifiesto religioso de la nación cubana y para ello apeló a un cantante proveniente del rock y la trova. Era un momento parecido a este. La nación se encontraba en una encrucijada determinante para su futuro y él, consciente de ello, nos propuso un rayo de unidad, una tabla de salvación espiritual. Pedimos de conjunto, oramos a una sola voz y nos aferramos a una esperanza.

Que tú quieres que te den, así se llamó el tema, resumió todos los tratados de Fernando Ortiz, los textos de Lidia Cabrera, Rómulo Lachatacheré y Natalia Bolívar acerca de la impronta africana en nuestras vidas cotidianas y en nuestra cultura. Él, como todo buen sacerdote de ifá nos extendía su profesía y con ella aprendimos a vivir y seguimos viviendo.

Ya estaba hecha su parte importante de la tarea sonera. Esa penitencia musical que había definido su vida cuando siendo niño debutó con el conjunto de su padre. Había pagado sus votos con Arsenio Rodríguez. Era hora de mirar al futuro.

El futuro era regresar al baile en parejas. Rescatar esa alegría de mirarse a los ojos las parejas cuando bailan, de tomar la mano de la compañera o el compañero. De sudar alegrías y sentir el goce de la música. Y que mejor forma de hacerlo que bailando casino; ese baile para el que no existe una música propia que resume la evolución danzaría del son, que era más que un ladrillito, que estaba a otra altura.

También estaba dignificar el son. Si esa música que una vez fue marginada por nacer, lo mismo que la rumba, lejos de los salones, los oropeles y las casas de bien. Esa música que olía a solar, a tierra recién labrada y que tenía como base el tres, los bongoes y las tumbadoras; y por encima de todas las cosas era negra y cimarrona.

Respetar a los mayores. No olvidar nunca que alguien, alguna vez, abrió la puerta por la que el son entró a nuestras vidas; que ese alguien se pudo llamar Arsenio, o Miguel (Matamoros o Cuní), que bien pudo dejarnos en la memoria colectiva su voz, su modo de ejecutar un instrumento o simplemente unos versos que repetirán otras generaciones. 

Muchas de las veces que converse o coincidí con Adalberto hablamos de aquel domingo en que un elevador trabado entre dos pisos nos puso frente a frente sin saber que con el paso de los años yo escribiría una y otra vez sobre sus discos, sus historias y algunos de sus proyectos.

Y como siempre acordamos encontrarnos un día X para compartir algunas de sus tantas historias. Aún me queda la esperanza de que volveremos a encontrarnos.


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