Camarero déjeme esos boleros (I)


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O como David Álvarez paga sus Deudas

I

Alguna vez leí que el bolero era el método cartesiano surgido en el Caribe para entender los corazones; un bolero —afirmaba tal definición— mal interpretado, o entendido, puede generar un conflicto de baja intensidad en cualquier ciudad del continente; provocar una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU y hasta poner en alerta máxima a los comandos militares estratégicos de cualquier potencia. Es el gobierno y la dictadura de los sentimientos humanos.

El bolero, o los boleros, pasaron de ser cantados bajo el dintel de una ventana, solo acompañados por una guitarra, a los grandes salones de la aristocracia latina del siglo XX donde estuvo presente toda familia de instrumentos; tanto que se habló de boleros sinfónicos. Hubo boleros que inspiraron campañas de bien público, boleros escritos a partir de una frase escuchada al vuelo. En este género musical, lo mismo que en la guerra, todo es válido.

Hay boleros que no son tal; como aquel que inundo las cortes españolas a fines del siglo XVIII como baile introducido por Sebastián Cerezo y que “reflejaba la grandeza de del reino de España”. También hay otros boleros famosos, que son ni arientes ni parientes del que nos ocupa, y en esa definición encaja como dedo en dedal el compuesto por Maurice Ravel y que es muestra total del impresionismo musical; y que tienen en común solamente el nombre.

Escritores de boleros ha habido decenas y boleros malos también. El bolero es lo único que tiene bien definido los roles de género y clase sociales. En él hay un traicionado y un traidor, uno que ama y otro que desprecia. Es la pedagogía de la vida expresada en tres o cuatro cuartetas.

Al bolero le es indispensable, además de las lágrimas, el alcohol y los amigos; una victrola y una voz que nos represente y que hable por nosotros lo mismo ante Dios que ante las autoridades de la nación. Ese es el vocero de nuestras penas y alegrías.

Afirmaba Gabriel García Márquez que escribir un bolero era el acto creativo más difícil a que podía se enfrentar. Él prefería escucharlos y se habla de que los coleccionaba.

II

Luis Marquetti, lo mismo que Julio Gutiérrez, son posiblemente mis compositores cubanos de cabecera; muchos de sus boleros  hoy son clásicos del género y se vuelven a grabar una y otra vez; sin importar los vaivenes del mercado y sirven de plataforma a nuevas figuras.

Hay versiones y boleros que son dignos de culto. Es lo que ocurre cuando se oyen cantados por Vicentico Valdés o por Roberto Faz; para citar dos nombres necesarios e imprescindibles a la hora de pensar en boleros, bares, dolor y cantina. También pueden entrar en este culto los Orlando(s), Contreras y Vallejo; Panchito Risé; caben además Ñico Membiela y Rolando La Serie; está “el jefé” y su modo muy particular, tanto que nos trajo un día a Pepé Merino con sus tintes y desplantes incluidos. Y para que no se nos acuse de sexista hay espacio para Olga y su versión del tema Miénteme, del mexicano Chamaco Domínguez. Y por supuesto el Benny; porque sin él la victrola y el dolor no están completos.

Pero fueron Vicentico y Roberto Faz los grandes portavoces de los dolores de amor de Luis Marquetti; en eso casi todos estamos de acuerdo.  

Vicentico, aunque vivía lejos del bullicio habanero, era el rey de las victrolas —según palabras de mis mayores. Ocurriera lo que ocurriera, tema que Vicentico grababa, al momento estaba en boca de todos y así fue y ha sido hasta este momento. A diferencia de otros cantantes y músicos cubanos que vivieron y murieron fuera y a los cuales un día les perdimos el rastro; él siempre estuvo presente entre nosotros; tanto que la Radio mantuvo por años un programa con sus canciones. No importa que hubiera que repetirlas una y otra vez. Es Vicentico, que nadie lo olvide.

Roberto Faz. Era la otra voz del Conjunto Casino. Reglano al cien por cien y capaz de cantar aquellas guarachas con un estilo inigualable hasta que comenzó a cantar los boleros del maestro. Si porque Luis Marquetti era maestro de escuela y un hombre enamorado y conocedor del dolor propio y ajeno.

Roberto Faz cantó Deuda y Desastre entonces todo cambio. Tanto que han sido muchas las versiones posteriores y ninguna habían superado a las suyas. No por gusto aún no pasan de moda; muy a pesar de que haya quedado su voz para alimentar la memoria de aquellos que le conocieron. Faz también se atrevió a legarnos “Los mosaicos”; fragmentos de boleros unidos por un puente musical.

Pero los tiempos han cambiado. En los noventa del pasado siglo los boleros volvieron nuevamente. Esta vez fue Luis Miguel en México; y en Cuba años antes Pablo Milanés los agrupó en la serie Años y los cantó en el Cabaret Tropicana mientras “Panchito Bejerano” martilleaba el un dos en los bongoes.

III

Rosa Marquetti, amiga de casi todos los músicos en Cuba y madre putativa de algunas causas musicales tuvo a bien hablarme por vez primera, hace un par de meses, del disco que David Álvarez había hecho con los boleros de Luis Marquetti.

Confieso que aunque confió en su habilidad para detectar lo bueno en música; mi primer pensamiento fue dudar; después de todo ella es familia del compositor. Sin embargo, un amigo me hizo llegar una copia del disco recién terminado y comprendí de una vez las razones de mi amiga: estaba ante un disco que merece todo mi respeto y mi tiempo.

Deuda; así se titula el CD que intenta resumir en doce temas toda la música de Luis Marquetti y en el que participan a modo de invitados Eduardo Sosa y Paulito F.G.; quienes representan dos polos opuestos dentro de la música cubana de estos tiempos; para nada excluyentes; pues la voluntad de cantar un buen bolero les une.

Sosa, quien se dio a conocer con el dúo Postrova, representa los nuevos aires de la trova santiaguera; esa que forjo una tradición musical que parece nunca acabar. Paulo, por su parte posee amplias cualidades como bolerista y fe de ello da su disco, inédito, homenaje a Tito Rodríguez.

La hora de una relectura musical y de arriesgar nuevos caminos comenzaba para este trío de músicos cubanos.

Continuará...


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