Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, su impronta cultural


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Dentro de la narrativa cubana del siglo XIX es seguramente Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, del escritor Cirilo Villaverde, la pieza más representativa. Durante esa centuria la Mayor de las Antillas experimentó un extraordinario desarrollo de la prosa literaria, situación que coincide con movimientos sociales y políticos de notable intensidad, determinados en gran parte por la crisis abierta en torno a las relaciones de dependencia con España dentro del contexto hispanoamericano, y la sedimentación de un sentimiento de conciencia nacional.

Asimismo, y un factor de marcada incidencia en este contexto será el problema de la esclavitud, que dará lugar a todo un ciclo de novelas que, como Cecilia Valdés…dejarán evidente impronta en la cultura nacional para todos los tiempos.

La figura de Villaverde (1812-1894) representa muy bien al intelectual cubano de este siglo. Periodista, narrador y pedagogo, luchador por la causa de la independencia de su país, exiliado durante dos largos períodos en Estados Unidos, donde llegó a defender la idea de la anexión de Cuba a ese país como única solución posible para cambiar de status.

Cecilia Valdés es una exposición fehaciente de la Cuba de esa época, de su sociedad en el siglo XIX pero, ante todo, es una novela costumbrista de fuerte crítica social en la que el tema de la esclavitud y de los prejuicios e injusticias que trajo consigo llega a cobrar un profundo dramatismo, a la vez que otorga escenas y matices indiscutibles de carácter romántico-realista. Definición ésta que para algunos críticos constituye el primer acierto concebido de una novela regionalista americana.

Decir que la novela tiene como asunto los amores infortunados de Cecilia Valdés, bella mulata de aspecto blanco, y Leonardo, hijo de un rico hacendado español, con el que le unen insospechados lazos de sangre que convierten en incestuosa su relación, es definir únicamente el eje utilizado como fundamento, no muy vigoroso en ocasiones, y apoyatura de todo un entramado temático que da al relato una gran complejidad. Cecilia Valdés, comparada con otras dos máximas creaciones de la narrativa hispanoamericana del XIX: Amalia, de José Mármol, y María, de Jorge Isaacs, se nos revela como menos, ajustada que la primera en cuanto a montaje de elementos narrativos conducentes a articular una historia y mucho menos sutil y analítica que la segunda en lo que respecta al diseño del fenómeno amoroso. Con todo, la novela cubana ofrece unos indiscutibles valores que no sólo reposan en lo paradigmático y testimonial, aunque esto sea lo primero que se aprecia en ella.

Igualmente, resultan innegables los elementos románticos en Cecilia Valdés. Está, ante todo, la historia del amor imposible entre Cecilia y Leonardo, aunque cada uno de ellos la viva con una aspiración diferente. El secreto que sobre ellos pesa, cuyo desvelamiento está a punto de producirse a veces ante quienes están directamente afectados por él, es una circunstancia que domina el relato, determinante del inevitable final desgraciado. Final, preconcebido a partir de los obstáculos sociales que separan a la pareja. Cecilia, en definitiva, si se atiende a sus antecedentes familiares, no es sino el último escalón de un negativo ciclo de relaciones entre la raza negra o mulata y la blanca, cuya fusión normalizada se sentía como imposible. Bien lo manifiestan estas palabras de María de Regla a Cecilia: “Su merced es pobre, no tiene ni gota de sangre azul y es hija... de la Casa Cuna. No es posible que lo dejen [a Leonardo] casarse con su merced”.

Trama de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel

“La acción de la novela se desarrolla en el primer tercio del siglo XIX. Nada más comenzar se nos va introduciendo en las enigmáticas circunstancias del nacimiento de Cecilia, hija natural, según sabremos después, del hacendado don Cándido Gamboa y de una mulata. Asistiremos luego al desarrollo de la muchacha en el popular barrio habanero de la Loma del Ángel, amada en silencio por un hombre de color, José Dolores Pimienta, sastre y tocador de clarinete, y, sin platonismo alguno, por el joven Leonardo, hijo legítimo del mismo don Cándido, a quien corresponde, ignorantes ambos de su consanguinidad. Muy pronto entraremos en el ámbito de la familia Gamboa, representante conspicua de la alta burguesía cubana, y de sus allegados.

“En la segunda parte de la novela aparecen los primeros contactos con el tema de la esclavitud, a través de las disquisiciones sobre los problemas referentes a la trata de negros, uno de los saneados negocios del hacendado, mientras los hilos de la trama van amplificando las situaciones básicas. En la tercera parte la acción se traslada a un nuevo escenario: el ingenio azucarero de “La Tinaja” adonde los Gamboa se desplazan con otros personajes para pasar las Pascuas. Aquí tendremos ocasión de enfrentarnos abiertamente con el mundo de los esclavos, retratado en crudas escenas, a la vez que van perfilándose los datos concernientes al origen de Cecilia.

“En la cuarta parte volvemos a La Habana. Los acontecimientos marchan con rapidez. Encerrada Cecilia en la Casa de Recogidas por instigación de Gamboa, que desea romper la inaceptable relación entre ella y su hijo, obtiene la libertad por mediación de Leonardo. Sin embargo, tras el nacimiento de una niña hija de ambos, el joven se alejará de ella y prepara su boda con una muchacha de su clase, Isabel. La boda no llegará a celebrarse al ser apuñalado y muerto por Pimienta, el respetuoso adorador de Cecilia, instigado por ésta. Cecilia es encerrada durante un año en un hospital, donde conoce a su madre y puede suponerse que queda enterada por ella de su identidad”. (1)

La narración parte de un nacimiento y concluye en una muerte; situación carente, como siempre ocurre en este género literario de conducir a nuevos cambios o modificaciones debido, y como resulta indudable, a que el condicionamiento original que pesa sobre la pareja no podrá nunca ser superado.

Así, el principal interés de esta novela de ninguna forma pesa a que la pareja Cecilia-Leonardo pueda encontrar un feliz cauce para su mutua atracción –lo cual está descartado–, sino que depende del dilema entre una solución que evite el amenazador incesto y ofrezca una salida a los dos personajes.

Las expectativas también entre ambos están completamente cerradas por su pertenencia a grupos sociales absolutamente dispares por lo que el hecho de que Cecilia y Leonardo sean hermanos, siendo tan grave, difícilmente puede contribuir a ahondarla más.

En el caso de Cecilia, por ejemplo, esta es una criatura que no acaba de soportar bien su papel de heroína; la tantas veces llamada Virgencita de bronce no acaba de alcanzar la dimensión dramáticamente humana que las circunstancias propiciarían. Recorre el camino hacia su inexorable destino sin rebelarse contra su condición y lo oscuro de sus orígenes. Lejos de poseer una conciencia de clase o raza, rechaza la idea de casarse con quien no sea blanco, y sus afanes están más cerca de la obstinación que de la perseverancia.

En la novela resultan abundantes las alusiones a lugares, hechos y personajes auténticos de la época descrita, época bien delimitada y punteada ciertamente mediante la indicación de fechas concretas: desde el mes de noviembre de 1812 en que nace Cecilia, hasta el mismo mes de 1831, momento del crimen.

El problema de la esclavitud

Aunque se concibe como un subtema dentro de la novela en un principio, según transcurre su lectura va cobrando una dimensión bastante profunda. Al respecto vale la pena recordar que Cuba produjo un grupo muy caracterizado de relatos en torno al tema, entre los que destacan, además de Cecilia Valdés, Francisco, de Anselmo Suárez Romero; Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, y Romualdo: uno de tantos, de Francisco Calcagno, por referirnos sólo a las creaciones del período romántico.

Y algo fundamental: el tema negro en la realidad cubana parte de los orígenes de nuestra Literatura, es decir, del poema Espejo de paciencia, de Silvestre de Balboa. Para considerar su importancia ya en nuestra época, baste recordar la excepcional obra de Nicolás Guillén.

Desde que Diego Velázquez inició en 1511 la auténtica colonización de la isla, la afluencia de esclavos africanos fue incesante. Ya en 1544 aproximadamente una cuarta parte de los 2 000 individuos que componían la población de la isla estaba compuesta por esclavos. A comienzos del XIX se iniciaron los esfuerzos serios de acabar con la institución, sobre todo a partir de 1808, cuando las presiones de Inglaterra, que promulgó la abolición de este tráfico en tal año, se hicieron muy intensas. Pero era muy difícil, a pesar de los intentos que se realizaron en las Cortes de Cádiz y de las recomendaciones del Congreso de Viena, acabar con un sistema en el que convergían tantos intereses y sobre el que reposaba la economía de las Antillas españolas. En 1872 llegó a Cuba el último barco con esclavos, tras haberse decretado en 1870 la libertad de los hijos de éstos en el momento de su nacimiento. El Pacto del Zanjón, que puso fin en 1878 a diez años de guerra interna, significó sólo la libertad de los esclavos negros que habían luchado en el bando revolucionario. Finalmente, la esclavitud será derogada de forma absoluta en 1886.

En la época en que se desarrolla la acción de esta novela, la trata de esclavos tenía verdadero auge, a pesar de las limitaciones derivadas del control ejercido por los ingleses sobre los barcos españoles, de acuerdo con el tratado de 1817, según el cual los británicos debían comprobar en cada caso si el cargamento de esclavos procedía de África, lo cual no era tolerado, o, por el contrario, de otras colonias españolas, en cuyo caso podían seguir a su destino. Las posibilidades de crear equívocos fraudulentos eran sin duda muy amplias, de modo que en 1827 se calculaba en 286 942 el número de esclavos existentes en Cuba.

En Cecilia Valdés el tema aparece por primera vez planteado en toda su crudeza en el capítulo XII de la primera parte, cuando la esposa y el hijo del hacendado Gamboa conversan acerca de las actividades del mismo como receptor de mano de obra negra, y sigue en el V de la segunda parte, en el que los mismos personajes continúan abordando los problemas concretos relacionados con la llegada de una nutrida expedición de esclavos, problemas nacidos precisamente de la intervención inglesa. Viene después el primer apaleamiento de la obra, dado por Leonardo a un esclavo supuestamente desobediente, y en seguida asistiremos a los preparativos de don Cándido para atender la llegada de un cargamento de bultos (VI, 2.ª parte) y la subsiguiente explicación a su esposa, donde sale a relucir el tratado con Inglaterra y las terribles circunstancias que rodean la venida de estos negros, algunos de ellos arrojados al mar ante la persecución de un navío inglés.

Según algunos críticos la novela concluye de forma apresurada. Al diluirse las consecuencias del asesinato del joven: nada se sabe de la suerte del matador, Cecilia es castigada con una pena leve, y los informes sobre otros personajes, uno de ellos ajeno al hecho, aunque escuetos, parecen más importantes que cualquier otra consideración sobre éste.

En relación con el aspecto de Novela costumbrista, el desaparecido profesor universitario y crítico literario cubano Raimundo Lazo señalaba que Cecilia Valdés “puede estar concebida en principio como una trágica historia pasional, pero los elementos superpuestos la convierten ante todo, como se ha dicho, en un relato donde tiene prioridad lo costumbrista, apoyado en datos específicamente reales (…) El tratamiento de las costumbres como medio de sugerir la transformación de una sociedad injusta y cruel”.

Algo en lo que debemos puntualizar, según el mencionado crítico literario: “Villaverde no es ni mucho menos un escritor revolucionario sino un filántropo reformista. De la novela no se deduce ningún ataque a fondo a las estructuras sociales, descontando su actitud abolicionista en lo referente a la esclavitud y, por supuesto, su deseo de romper lazos con España. Lo que denuncia es sobre todo comportamientos viles: los reprobables medios de enriquecimiento de la burguesía representada por don Cándido en la trata y uso de negros, su inmoderado afán de auparse hasta la nobleza por la fuerza del dinero, la corrupción de funcionarios. “En cuanto a la crítica política, los sentimientos del autor se traducen en consideraciones acerca del sistema colonial personificado en el capitán general Vives, cuya actividad se basaba en el principio maquiavélico de corromper para dominar”.

 

Nota:

  1. Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, edición crítica y notas por Esteban Rodríguez Herrera, La Habana, Lex, 1953.

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