Cerrando filas a lo Maikel Blanco


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Estreno del DVD Cerrando filas de la orquesta cubana de Maikel Blanco y su Salsa Mayor. Foto: Marielena Dufflar

En música, como en casi todos los órdenes sociales, funciona la selección natural. En la última década hemos visto nacer (y morir) al menos medio centenar de proyectos musicales; algunos con mayor o menor fortuna ante el público y los medios masivos. En la categoría de los que ya no están se deben incluir aquellos que cambiaron de nombre o que se han perdido en tierras allende el malecón ante la infatigable sed de trascender más allá de nuestras fronteras, que como una epidemia incontrolable cunde en algunos músicos cubanos, como resultante de condicionantes económicas que no les satisfacen. En el grupo de los trascendentes, de los que han sobrevivido a la fagocitosis social y del mercado, se puede situar como adelantado a Maikel Blanco.

Mi primer acercamiento a su música y a su trabajo lo propicio mi amigo Manolito Simonet y su manager Paquito: “… el chiquito tiene tremenda bomba… tienes que conocerlo y oír su música…”. Confieso que para ese momento nada me sorprendía en el panorama musical bailable cubano de comienzos del siglo y de su década debut. Sin embargo, armado con la habitual dosis de desconfianza que me ayuda a entender un fenómeno como lo bailable en la Cuba de los últimos años; decidí honrar mí tiempo escuchando su música y/o asistiendo a una de sus presentaciones que coincidió con una peña de Simonet y su Trabuco. Después pasaron los años, otros conciertos y algunos discos que reflejaban su trabajo dentro de la música cubana y su persistencia.

Definamos que hoy por hoy no hay nada innovador dentro del sonido bailable cubano que por demás, acusa de un discreto agotamiento; pero en el trabajo de Maikel Blanco había cierta sutileza en el tratamiento de los tumbaos y el empaste de los metales que no resultaba lacerante al oído del bailador y eso es digno de agradecer. Comenzaba a buscar su estilo desde la primera nota y en ese empeño ha trazado un camino digno de admirar, pues sin negar la tradición trata de mostrar su voz propia con el beneplácito de bailadores y músicos.

Diez años después estoy frente a su concierto celebración en el teatro Lázaro Peña; donde cierra un primer ciclo de trabajo. Desde mi luneta estas son algunas consideraciones necesarias sobre esa noche y un posible futuro.

Partamos del presupuesto que una presentación en teatro, a diferencia de un concierto en una sala de fiesta o en un área bailable, es diametralmente diferente. Se supone que al teatro vamos a disfrutar de otras aristas distintas; en pocas palabras a una puesta en escena cautivante e inusual. Y es este posiblemente el talón de Aquiles de la música cubana hoy; sobre todo cuando involucra a lo bailable. Tal parece que los dramaturgos no resultan personal útil a este género.

Novedoso resultó el haber puesto una larga alfombra roja por la que desfilaron los invitados, las personalidades de la cultura y otras afines invitadas por los músicos y los organizadores. Un hábito que bien merece retornar, pues la pasarela es el momento en que quien invita puede tomar el pulso de quienes le estiman. La alfombra de Maikel más que un desfile de estrellas y glamorosas apariciones fue un fresco de amigos y admiradores no marcados por la necesidad de protagonismo y es que hasta el presente nuestras pasarelas (al menos las menos humildes y sobrias) se precian de reiterar afectos y no sobresaturar con distracciones tontas. No se olvide que la pasarela puede ser por momentos sinónima de buen gusto y cultura.

En materia de diseños de luces y vestuario resulta interesante como esos detalles fueron estudiados tanto por los músicos como su equipo de trabajo; logrando armonía en una tarea tan complicada como iluminar un teatro que no goza de un buen diseño estructural y que resulta inadecuado como espacio público, dado los avances tecnológicos de estos tiempos.

Si hubo pasarela, lo correcto era que los músicos mostraran elegancia en el vestir, pero era vestir desde la atmósfera de su generación, de su tiempo de vida. La elegancia fue siempre una virtud inobjetable de la música cubana en su conjunto y a ella contribuyeron no solo los modistos (hoy diseñadores), sino también los medios dando cuenta de la imagen como parte de una forma de ser, hacer y entender la música. Y esa elegancia, pienso yo, debía trascender el escenario de los teatros, para incidir en toda la sociedad. Ese es un valor que a gritos necesitamos rescatar y volver a situar como paradigma social.

Dramatúrgicamente asistimos a un concierto más de la orquesta de Maikel Blanco, no importa que haya estrenado nuevos temas. Hubiera preferido ver otras facetas de su música, de su creatividad que se necesita mostrar; que tal habernos puesto al corriente de aquellos estudios musicales que le marcaron; que tal un buen tema instrumental donde pudiéramos juzgar a su cuerda de metales que confieso nada debe envidiar a la de otras formaciones afines. Por qué no haber explotado otras variantes de las potencialidades de sus cantantes al hacer versiones de esos temas que fueron hit en el momento de su aparición en el panorama musical cubano; o que tal un bolerón.

Quien asiste a un teatro va en busca de novedades, de algo distinto. Exige emociones.

Recuerdo mi primer encuentro con este músico que se alza al futuro con talento, voluntad y muchos deseos de trascender y aún sigo viendo a un adolescente que quiere devorar el mundo de un solo bocado de amor. Creo en su talento y en su música; sé que por el momento ha logrado marcar a su generación; sin embargo, exigirle cosas como las antes mencionadas es una muestra de confianza y respeto.

La puerta del futuro se abre a su música y estoy seguro que en sus próximas filas cubrirá estos y otros flancos; después de todo no es un hijo del Saturno que rodea a la música cubana.


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