El Decreto 349 salvaguarda la brújula martiana


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La lectura en la Gaceta oficial del Decreto No 349/2018, hizo saltar de alegría mis neuronas por la consecución del reclamo de tantos años, en diferentes asambleas y congresos de la Uneac, lectura que me hizo exclamar: Ahora sí salvamos la Cultura Cubana, ahora sí salvamos a los hacedores verdaderos de la Cultura Cubana!

El Decreto 349 salvaguarda la brújula martiana y sus directrices expuestas en el prólogo-poema-manifiesto, de su libro Ismaelillo, dedicado a su hijo José Francisco Martí Zayas Bazán: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud,…” Los cubanos de buena voluntad, los agradecidos, patria toda, reconocemos la necesaria emergencia de estos tiempos de cambios, y unidos, con mirada aguzada, escudriñadora, en un examen desde la sensibilidad y el compromiso, portadores de una prudencia humanista, DEBEMOS cambiar todo lo que debe ser cambiado.

Es la hora del orden, dice el Decreto 349, de la superación constante de funcionarios, artistas y escritores, preparación y aliento cognoscitivo de inspectores y especialistas, que impregnados de los fundamentos de nuestra Política Cultural, abogarán por la institucionalidad garante de aficionados y grupos portadores de lo más genuino de nuestras tradiciones, del arte callejero, del germen espontáneo y popular de manifestaciones artísticas autóctonas y transgresoras, porque, infiere el Decreto, nunca demeritaremos la creación artística que como río fluyente  surge de la espiritualidad del pueblo.

Si nuestros aborígenes gritaban manicato e iban a luchar contra los colonizadores, dice el Decreto 349 ¿Quiénes deben preocuparse?: los arribistas, mediocres de alma, los autodenominados “artistas”, los que con el discurso de “la lucha” y “el bisne”, se adueñan de espacios públicos que estupidizan a destinatarios, que desgraciadamente son nuestros niños, jóvenes, trabajadores, a los que se les desvirtúa sistemáticamente su apreciación y buen gusto, consumidores de productos artísticos banales, donde la vulgaridad, la improvisación de falsos “humoristas”, “payasos”, ”reguetoneros narcisistas”, la reproducción de Maikeles Jackson en centros turísticos, la prostitución de las artes plásticas con la  venta de bodrios en plazas y mercados, el video sexista, obsceno, no hacen otra cosa que mostrar la isla de la “carnavalización” y el deterioro moral.

Pensemos al salvar la cultura que estamos salvando la Patria. Cuando miramos con ojo escudriñador la Cuba de hoy, cotidiana, ¿qué escuchamos? Ruido, mucho ruido, improperios, irrespeto a las normas de convivencia, guapería, violencia explícita, maltrato a los animales, desorden en los espacio públicos… La Cuba de hoy necesita del silencio de la introspección, la meditación de qué es necesario o está mal hecho. La Cuba de hoy necesita delicadeza, oído presto a la buena poesía, música…, tacto, una ética que nos desbroce el camino hacia una sociedad sin mácula.

No, dice el Decreto 349, a  la proliferación de la indisciplina social, la burocracia. No al rechazo y banalización de símbolos y valores patrios. No al intrusismo profesional. No a la contaminación sonora. No a los que actúan por intereses propios o foráneos. No a los que ofrecen arte facilista por prebendas económicas.  El pueblo cubano, sagaz, y su proyecto ético cultural, no permitirán los intereses mezquinos de un grupo que pretende privatizar, desvirtuar, empobrecer el derecho inalienable a una vida cultural plena,  sedimentada con la savia nutricia de lo mejor de la intelectualidad cubana.

Seremos piedra de tropiezo y algunos quedarán en el camino. Pero permanecerán los que apostaron por la patria nueva, los rompedores de la inercia, los cumplidores de la ley, los garantes de la calidad, los que ofrecen al pueblo lo que enaltece y beneficia.

No dejaremos perder la brújula martiana: “¡Allá, en el bullicio y tropiezos del acomodo, nacerá por fin un pueblo de mucha tierra nueva, donde la cultura previa y vigilante no permita el imperio de la injusticia…”

Sí al Decreto 349, y parafraseando al soñador impenitente: Ladran, Sancho, es señal de que cabalgamos.


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