Elaine Vilar Madruga: Un autor para niños no debe tener miedo (ni a la infancia, ni a las palabras) / Por Enrique Pérez Díaz


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Elaine Vilar (1) es un ser increíble, que no me canso de admirar. Una especie de ciclón literario caribeño siempre a punto de sorprendernos con un nuevo libro, escrito en un registro literario diferente y con el asombro que regala cada página ante el talento de esta muchacha, con aspecto de princesa abandonada o de Khalessi que se enfrenta a la proeza de conquistar siete reinos imposibles. En verdad esa imagen me agrada. ¿Acaso no han sido las editoriales —de cualquier época o geografía— reinos imposibles, ya sea porque entrar a ellas podría ser sacrificar parte de ti o de tu obra o, en caso contrario, convertirte en el pálpito de una sombra esquiva? Pero Elaine tiene energía, talento e iniciativa para conquistar cualquier dominio, por inexpugnable y bien guardado que parezca. Siempre activa, siempre en la aventura, siempre entrando en otro libro donde se desdobla como Sheherezade moderna en muchos personajes, cuyas anécdotas nos devuelven la confianza inestimable de que la buena literatura también existe y la inspiración no es un mito… por eso aunque hablar con ella nos transmite sus dudas y certezas sobre cuál es la mejor literatura, nos sentimos seguros de que esta irrepetible muchacha es una guerrera por la salvaguarda de la infancia eterna…

¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA? o simplemente ¿Literatura para personas?

—Mi primera (y casi única) definición de la literatura es tan simple que apenas vale la pena reseñarla (y tal vez en lo simple se encuentre lo complejo): buena o mala. Dentro de la categoría de literatura valiosa, digna de leer, caben todos los géneros del mundo, dirigidos tanto al público infantil, como al juvenil y de adultos. El resto de las definiciones, creo, han sido invenciones críticas, aparatos teóricos que levantan murallas, delimitan barricadas y construyen edificios que no son necesarios ni para un escritor y mucho menos para el lector. Pero vivimos, a veces por desgracia, en un mundo que parece necesitar definiciones para moverse sobre su propio eje. De ahí que la literatura, como casi todas las artes, se haya convertido en un andamiaje teórico que luce, desde lejos, como un titán (de papier mâché): en apariencia muy fuerte por fuera, muchas veces hueco por dentro. Por eso sobran muchas literaturas, y falta esa Literatura en letras altas, en mayúscula, espléndida, mayéutica.

¿Qué piensas de la infancia?

—Es la etapa de la vida que los seres humanos menos comprendemos y valoramos, amén de ser la más breve. Apenas da tiempo a recordarla. Y, por algún motivo de los mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro (o, al menos del mío), muchos de los recuerdos de la infancia aparecen confundidos con la fantasía y las anécdotas familiares. Por su carácter breve, de crisálida, debería amarse más la infancia, redimensionarla (individualmente) a su verdadera medida. Es un período también duro. Los niños son en ocasiones violentados, vapuleados hasta por los mejores padres y siempre con las mejores intenciones. Yo no creo en las infancias totalmente felices, carentes de traumas, porque en ese período de eclosión del ser humano que algún día seremos no escasean los cambios, los movimientos (en ocasiones telúricos), los aprendizajes que simulan un salto en paracaídas. Y aunque luego los adultos pasamos parte de nuestra vida deseando comprender a ese niño que fuimos o a esa infancia que tuvimos (intentamos revivirla en nuestros hijos o en el ejercicio constante de nuestra escritura), su carácter efímero hace que esta sea una tarea hermosa e imposible. Al menos, casi siempre.

¿En tu concepto los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?

—Menos. Las dinámicas del mundo en que vivimos han beneficiado la tecnología por encima del libro. Un niño hoy en día prefiere una película o un videojuego a los libros. Excepciones existen, cómo no, englobar todo dentro de un gran disco rayado no vale la pena. Pero la mayor parte de los niños buscan otras alternativas de entretenimiento. Videojuegos y películas son aun variables factibles, no hablemos de esa infancia (dañada en su propio concepto) que escucha ritmos bailables para adultos o vive, como en juego, situaciones límites que serían (o son) difíciles de manejar hasta por sus propios padres. Ahí me escapo del margen de tu pregunta, pero son estas dudas (preocupaciones) que uno lleva —lugar común— como espina/estaca en el corazón. Sobre la lectura y el niño de hoy (tengo optimismo), sería prudente replantearnos, como escritores, para qué tipo de infancia escribimos: ¿la nuestra, la que vivimos hace diez, veinte, treinta años atrás, o esta, la del día cotidiano? Por ejemplo, yo no imagino a un escritor que pueda vivir desconectado de algún roce, aunque sea mínimo, con los niños. La lectura no debe ser un acto de violencia que le impongamos en la escuela con libros de textos que están viejos, desactualizados y que, según entiendo, siguen siendo los mismos que han leído varias generaciones. Ni obligarlos a ir a la biblioteca porque es el horario que se supone deben consumir en un espacio institucional. O en casa, porque los padres necesitan tiempo de tranquilidad o simplemente se preocupan por la ortografía de los hijos. Si la lectura es imposición, no se generará ni pensamiento, ni disfrute, ni virtud alguna. Ni siquiera se gestará un lector mediocre, sino un abanderado anti-lectura y pro-cualquier-otra-cosa que parezca entretenida. Cuando logremos tener padres amantes de los libros, bibliotecarios que en realidad mueran por su trabajo (ah, lugar común, aquella frase de los viejos tiempos) y maestros apasionados por la formación de las nuevas generaciones en general, y por la literatura en particular, tendremos entonces niños lectores. Por ahora, ¿qué queda?, ¿conformarnos con la minoría en el por ciento? ¿Aceptar el hecho y ya?

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?

—Toda historia que se cuente desde una verdad (y los niñ@s saben identificar, no lo dudes, cuándo sí y cuándo no) tendrá el tono apropiado y resultará de interés. En lo personal, yo evito el lenguaje que minimiza al niño, que lo convierte en ser degradado, inferior a mí; huyo de ese estilo de escritura que mira al niño por encima del hombro, que educa con moraleja muy semejante al terrorismo mental (si haces x cosa, te sucederá esto, ¡horror!), del melodrama baratico y manipulador (aunque esté bien escrito), pero también del autor pedante, que vende una historia que ni él mismo estaría dispuesto a leerse (ya por su complejidad a lo Joyce en formato infantil como por su reverso, la historia bodrio, poco dinámica, estática, (autor)céntrica): vade retro.

¿Te pareces a tus personajes?

—Estoy en todos mis personajes y a la vez en ninguno. Con esto quiero decir, que hay suficiente de mí en cada una de sus células literarias como para que pueda reconocerme en ellos, pero es una dosis medida (no sé si en la justa proporción pero al menos lo intento), ninguno de mis personajes es un reflejo camuflado de quien soy, he sido o seré. Nunca me ha interesado la literatura con tintes autobiográficos, decía antes, (autor)céntrica. Existen tantas criaturas interesantes en el mundo, ¿por qué querría yo copiarme en una página? Quizás porque es un ejercicio simple, el más simple de todos, intentar un calcado más o menos preciso de quienes creemos ser, pero eso nunca me ha interesado. Mirar al Otro sí. Tomar una foto de su vida, al paso, en un momento determinado (que puede o no ser importante). Luego, terminar de construir la existencia de ese ser humano que ya se ha convertido en personaje. Eso es ser un poco (y a veces) fotógrafa, reconstructora de antigüedades, antropóloga, etnóloga, psicóloga, zapadora y, sobre todo, arqueóloga de un campo de trabajo mental, virtual, sin cuerpo físico.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?

—Un autor sincero, sin miedo a las palabras que se usan de verdad (y desde la verdad). Que todavía sepa jugar y hacer cuentos como las abuelas, con un niño frente a ti. En realidad, un autor para niñ@s no debe tener miedo (ni a la infancia, ni a las palabras).

¿Reconoces en tu estilo alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?

—Quienes leemos mucho (y escribimos) siempre tenemos influencias menos o más reconocidas dentro de nuestra obra. A mí me gusta creer y decir que, si no hubiera leído buenos libros en mi infancia (y no los hubiera criticado luego porque quería más páginas o porque, ilusa idea, pensaba que podía escribirlos mejores o distintos), tal vez no hubiera sido jamás escritora. Yo no sé si es influencia pero sí admiro a Faulkner, a Saramago, a Martí, a Sartre, a Ende, a Dahl, a muchos otros.

¿Cuáles fueron tus lecturas de niña?

—Tuve mucha influencia de la literatura oral. En mi familia hay buenos cuentacuentos. Y grandes imaginaciones. En el acto de escuchar la literatura (y también la historia) nació mi primer contacto con el arte. Leí después mucho y de todo, tanto literatura para niños como para adultos (que a veces leía escondida, en complicidad con una tía abuela que no tuvo hijos pero sí muchos libros y que vivía con mi familia, conmigo; su cuarto no era un espacio recogido, en ocasiones había polvo y mucho, pero debajo del polvo, estaban los libros. Y, en ocasiones, me daba un buchito de café). Con cada sueldo de mi mamá, llegaban a casa nuevos títulos y eso era siempre una fiesta. Recuerdo aquellos libros rusos, quiero decir, los hermosos libros-arte del ya caído Campo Socialista: algunos eran míos, otros los pedía en préstamos en la por entonces aun viva biblioteca municipal de Playa (en un estado profundo de coma desde aquellos años, qué tristeza). Leí los clásicos infantiles y algunos buenos libros para adultos. Yo era muy feliz entonces.

¿Quién es tu héroe de ficción?

—Mis héroes cambian con el tiempo. Son móviles. Dependen de mis lecturas (y de la traidora memoria). Por lo común, admiro a los antihéroes. En estos días me releo, por motivos de trabajo, Flores para Algernon, de Daniel Keyes: Charlie Gordon, su personaje principal, creo que es uno de esos héroes inolvidables.

¿Quién, tu villano?

—Macbeth. Es lo suficientemente valiente para entender la ironía trágica de su vida y enfrentar la muerte como un héroe, y ser parcialmente redimido de su maldad por ello; pero también tiene la dosis de villanía necesaria (y traición, y codicia, e inteligencia) como para resultar un hermoso monstruo.

¿Cómo te insertas en el panorama de la literatura cubana para niños?

—Trato de ser distinta. Me interesa el humor como ironía, no como carcajada. Amo el gótico, el terror, la magia, las estéticas que van por la ruta de Tim Burton (por calificarlo de alguna manera). Me fascina la mezcla de géneros, la ruptura de las formalidades sin que por eso el texto se convierta en un bodrio sin pies ni cabeza. Trato de que mis libros no se parezcan, que cada uno de ellos sea un punto final, un renglón distinto de mi trabajo. No sé si el tipo de literatura que hago encaja con todo tipo de público (asunto ese que no me interesa, la masividad no la desprecio pero no me quita el sueño, pues casi siempre es un concepto falso, sobrestimado, panfletario) y sé que es una literatura que funciona con pocos jurados (y esto, si cabe, me preocupa menos). Mi ejercicio constante no es insertar mi obra en un canon nacional, sino internacional. Me gustan las utopías y los largos saltos. Algo, dentro de lo que hago, sé que late bien y funciona, y en eso confío con los ojos cerrados. Como tampoco existe una crítica especializada (¿hay crítica acaso?) en Cuba, solo me ocupa mostrar mi obra a un grupo pequeño de colegas y luego, eso sí vale, al público.

¿Qué te enciende emocionalmente-creativamente?

—Todo lo que se hace desde la buena fe y la buena voluntad. Asunto ese que abunda poco en el “bajo mundo” literario, pero que —por suerte— no es carencia entre los poquísimos creadores con los que mantengo una real amistad, y no una relación (más o menos cordial) entre colegas. Escribir me enciende en todo sentido. No tengo que decirlo. Y todo aquel que sienta que sin escribir no existe vida posible, sabrá a qué me refiero.

¿Qué es lo que te desanima?

—Los falsos escritores. Los (autor)céntricos. Las posturas y etiquetas de la (pseudo)intelectualidad. El facilismo. La envidia camuflada de camaradería. Los múltiples rostros de la mediocridad. El sálvese quien pueda. El dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. O el dejar para que haga otro lo que puedo hacer yo. La apatía. El desgano porque sí. La falta de responsabilidad. En fin, todo eso que tanto abunda en este mundo que vivimos y, específicamente, en este mundo creativo que poblamos.

¿Qué atributos morales debe portar consigo un buen libro infantil?

—Honestidad. Con esa basta. Todas las demás virtudes están contenidas en esa.

Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer?

—Cantante de musicales. O actriz de teatro (no de cine). O tal vez veterinaria. Desde que perdí a mi perrita, valoro mucho más esta profesión. Me gustaría saber curar o aliviar a los animales en un mundo donde ni nos ocupamos por los seres humanos, y mucho menos por esas criaturas —ángeles, para mí— que nos acompañan.

Probablemente no sería capaz de ver la sangre ni de infligir dolor, aunque sea para bien, pero si naciera de nuevo (y fuera una versión menos impresionable de quien soy hoy), veterinaria sería una buena opción.

¿Qué profesión nunca ejercerías?

—Aeromoza o piloto. No sé. No me imagino en un avión tantas horas al día.

¿Podrías opinar de la relación autor-editor?

—He tenido buenas experiencias en ese sentido. Casi todos mis editores, tanto en Cuba como en el extranjero, se han convertido además en mis amigos. A unos pocos, los considero parte de mi familia. Aún en los peores casos que he vivido, he tratado de que la cordialidad sea siempre la clave que prime. Al fin y al cabo, un buen editor es aquel que cuida por la perfección de tu obra. En otros lugares del globo, que no Cuba, son además quienes velan porque tu obra sea bien vendida, bien difundida y por los canales adecuados de promoción. No es pensar como un cínico ni por conveniencia, es solo que en relaciones tan profundas como esas, tan viscerales como la que prima entre un autor y un editor, ambos comprometidos en una misma obra, denominador común, se ha de pensar primero en el bienestar de ese texto y luego en las simpatías o antipatías personales. Por lo común, yo guardo en la memoria emotiva las buenas experiencias con todos esos magníficos editores que he tenido; las malas, el aprendizaje tal vez más difícil pero más útil, lo grabo también, pero en un historial distinto: el de la inteligencia de mercado, que es otro ámbito muy diferente. Justo en el centro, en la encrucijada donde se encuentran ambas experiencias, voy construyendo al tipo de autora que quiero ser. Igual, cada relación con un nuevo editor es, siempre, un salto al vacío y una prueba de fe. En estos tiempos que nos ha tocado vivir en Cuba, en nuestro mundo editorial que no carece de cambios, movimientos telúricos y algunos derrumbes, cada vez valoro más al editor. Perder a un buen editor es un lujo que nuestras casas editoriales, nuestro Instituto Cubano del Libro, nuestro mercado, no pueden darse. El ojo de un editor hábil sobre el tapiz de un texto es una clave de éxito, que no se subestime. No se puede convertir el proceso de gestar una obra de arte en mercadeo, trabajo en serie, automatizado, sin alma, sin esencia, sin espíritu. Entonces, mejor, que no se hagan libros.

¿Qué piensas del fan para niños en Cuba?

Hace pocos días, en un espacio literario de la capital, mencionaba que no soy la autora más cercana a los fanes. No por ser distante. Los lectores que me han buscado lo saben. Con algunos de ellos mantengo, incluso, relaciones de amistad. Pero por algún motivo tampoco soy de las autoras más abiertas, no me encuentro por lo común en contacto directo con los lectores. Prefiero que sean ellos quienes me sorprendan. Que nos hallemos, si así ha de ser, con un libro en mano, y compartamos un café o un par de palabras. Si el lector es niño, mejor aún.

Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?

—Tendría que salvar uno de los míos, quizás una saga de novelas que no haya terminado de escribir, y sobre todo si es un manuscrito original (y no tengo copias a salvo en tierra firme). No podría evitar salvar mis libros de un naufragio. Para mí, que aún no tengo hijos, mis propios libros forman parte de una maternidad distinta, virtual, espiritual. Otros nueve libros que salvaría: Absalón, Absalón, de William Faulkner; Lolita, de Vladimir Nabokov; si no pudiera rescatar las obras completas de Shakespeare, al menos un tomo de sus tragedias; Vergüenza, de Salman Rushdie; La estación de la Calle Perdido, de China Miéville; El señor de los anillos, de J.R.R.Tolkien; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; idealmente, alguna buena antología que tuviera obras del teatro psicologista norteamericano junto a las maravillosa piezas del teatro alemán contemporáneo (sí, es trampa, ya lo sé); La reina de la nieve, de Joan D. Vinge; y sí, no podría evitarlo, tendría que llevarme algún libro con la poesía de Martí, fundamentalmente sus Versos Libres. Quisiera llevarme muchos libros más. Llenar una balsa de salvamento con libros. Probablemente me tiren al agua por el intento. Y también rescataría música. Partituras y grabaciones. Todo Bach. Todo Rachmaninov. Satie. Grieg. Händel. Haydn. Las grandes arias de óperas de Verdi y Puccini. Mozart. Beethoven. Sin música, como sin literatura, no habría mundo completo.

 

 

 

NOTAS:

 

  • La Habana, 1989. Narradora, poeta y dramaturga. Licenciada en Arte Teatral, especialidad Dramaturgia, del Instituto Superior de Arte (ISA). Graduada de Nivel Medio de Música en la especialidad de guitarra clásica. Graduada del XI Curso de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Miembro de la AHS y la UNEAC. Coordinadora y fundadora del Taller de Literatura Fantástica Espacio Abierto (2009-2016). Ha publicado la cuenti-novela Al límite de los Olivos, Editorial Extramuros 2009; La hembra alfa (cuento), Editorial Letras Cubanas 2013; reedición Editorial Guantanamera, España, 2016; Promesas de la Tierra Rota (novela juvenil), Editorial Gente Nueva, año 2013; Salomé (noveleta), Casa Editorial Abril, 2013; Dime, bruja que destellas (cuentos infantiles), Casa Editorial Abril, 2013; Alter Medea (teatro), Antares Publishing House of Spanish Culture, Canadá, 2014; De caballeros y dragones (cuentos infantiles), Ediciones La Luz, 2014; reed. Ediciones La Luz, 2016; Framboyán (poesía), Ediciones La Luz, 2014; Soy la abuela que vuela (cuento infantil), Ediciones Unión, 2014; El árbol de los gatos (teatro), Metec Alegre Edizioni, Italia, 2015; Bestia (novela), Lugar Común Editorial, Canadá, 2015, Los arcos del norte (cuento), Editorial Gente Nueva, 2015; Carmen, la gitana del amor, (literatura juvenil, escrita en colaboración con Enrique Pérez Díaz), Editorial Gente Nueva, 2015; Escudo de todas las cabezas (poesía), Ediciones Loynaz, 2015; Hentai (teatro), Ediciones Loynaz, 2015; Culto de acoplamiento (cuento), Editorial José Martí, 2015; Las criaturas del silencio (poesía infantil), Editorial Sanlope, 2015; Canto de cisne (poesía), Editorial Voces de Hoy, Miami, Estados Unidos, 2016; Sakura (poesía), Editorial Desbordes, Chile, 2016; Las montañas de la extinción (poesía), Ediciones Matanzas, 2016; Lin y la casa de la soledad (literatura infantil), Selvi Ediciones, España, 2016.

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