Estelas "escénicas" del… VERANO


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El Verano cruza también, con mucha fuerza, por las tablas habaneras y de toda la Isla. Un calor diferente, proveniente de la escena invade la sensibilidad y el gusto de los espectadores en los teatros —aunque a veces es también físico por la falta de aire acondicionado en los mismos, ya que en esta época les da ¡por romperse!, en muchos casos ¿? Pero no obstante, la calidad y diversidad de las propuestas en la amplia cartelera, sobrepasa cualquier obstáculo y hace hasta olvidarlo, al regalar cada semana espectáculos variados, para todos los gustos, ya sea en teatro dramático, para jóvenes y niños, danza contemporánea, ballet, folclor, popular…, que resultan imanes atractivos que acercan muchos espectadores.

Por eso, mirando un poco en retrospectiva enunciaremos algunas obras y grupos que por estos días estivales han dejado una agradable estela escénica en nuestros teatros…

Veitía y aquel Brujo Amor

No hay dudas de que Eduardo Veitía y su equipo, en todos estos años, han logrado crear un lenguaje teatral contemporáneo desde el complejo cultural del flamenco y otras raíces culturales de nuestra idiosincrasia. La carga emotiva, la profundidad de los sentimientos, la proyección del gesto/baile hacen de este código escénico un ejemplo elocuente de cuánto puede penetrar la danza en la naturaleza humana y en la vida de un pueblo, para expresarlas.Al apreciar los espectáculos actuales del Ballet Español de Cuba (BEC) —compañía que ha dejado sus marcas en países como Costa Rica, Ecuador, Colombia, Nicaragua, México, el Principado de Andorra, así como en España, donde en 1992 alcanzó el 2do. Premio en el Primer Certamen Internacional de Coreografías y Danzas Españolas y Flamenco—, aparece nítidamente la influencia del flamenco en nuestros propios ritmos y en la fuerte base percutida de la música y el baile de la Isla grande del Caribe. Se baila con todo el cuerpo, con las manos, con los pies, con la mirada. Hay mucho más, simbiosis, creatividad, ganas de hacer que se multiplica en la escena ante cada nueva salida.

 

En homenaje al aniversario 50 del fallecimiento del compositor español Manuel de Falla, el Ballet Español de Cuba estrenó, hacia 1996, Aquel brujo amor, una puesta en escena donde se combina con acierto el gesto, la danza y la emoción. A 18 años de la primera vez, el BEC trajo a las tablas de la sala Avellaneda del teatro Nacional, una pieza renovada, ya sea por los jóvenes intérpretes, como por algunos cambios en su concepción y diseños de escenografía y otros, que indudablemente la van enriqueciendo.

La enigmática música de Manuel de Falla marca los pasos y la atmósfera de esta obra en dos actos (prólogo y cuatro escenas), que está inspirada en el ballet pantomímico El amor brujo aporta otra parte del triunfo. En poco más de una hora, Eduardo Veitía, ataviado como coreógrafo ha realizado una labor de investigación en los bailes, pues, no se trata solo de flamenco, sino que se amplía al ballet clásico, del que es deudor el director, así como a otras danzas populares que dejan en él su huella. Son, claro está, cubanos que bailan lo español, ya que como ha expresado en reiteradas ocasiones Veitía “Solo pretendo mostrar en la escena, a través de la danza y la música, la fusión de estas raíces que conforman nuestra cultura nacional”.

Al ver las creaciones de la compañía, uno comprende que el BEC demuestra siempre deseos de seguir adelante y, sobre todo de trabajar, en cada puesta se pone el empeño de todos y eso hay que saludarlo. Aquel brujo amor, sustenta un credo artístico, y vuelve a lograr su más alto instante cuando penetra en el mundo flamenco. Por ejemplo, la última escena, con los gitanos que se unen a la alegría de la pareja (Candela/ Ailién Puerto —excelente, y más aún cuando la juvenil bailarina se estrenaba en el rol, tanto en el baile como en la actuación, donde dejó en claro su nivel artístico y que tiene condiciones y proyección escénica para triunfar en estos caminos de lo español.

 

Carmelo en la piel del también joven Marlon de la Concepción, encontró un intérprete de calibre que se dejó sentir en la escena por todas las aristas, aunque tiene aún un camino que recorrer de estudio dramatúrgico del personaje que llegará de seguro interpretándolo, una y otra vez. José/Daniel Martínez se integró a la perfección al decir del personaje que bordó con su clase, dibujando con variados matices sus sentires.

Del destino —personaje que aquí lo interpretan tanto valores femeninos como masculinos— hay que decir que cobra protagonismo en la puesta desde sus inicios, y por él han pasado muchos nombres singulares de la compañía. En esta ocasión (sábado) fue interpretado por Roilán Peña, quien a pesar de su juventud demostró tener capacidades histriónicas y técnicas, y se mantuvo siempre en el papel sin salirse ni un ápice, amén que el personaje como tal ha ganado mucho con los singulares diseños (pinturas en el cuerpo y rostro) de la diseñadora Mirta Luna. No hay dudas de que la mitad del triunfo de este ballet se debe a la coreografía, donde sobresalen elementos novedosos, como en la tercera escena (la danza de los espíritus dentro del lecho de las llamas para hacer desaparecer el espectro de José), amén que con el tiempo se ha enriquecido y pulido, muy bien la utilización de ciertos telones que aportan colorido a la puesta. En La danza del fuego, se suman, del lado positivo, los diseños de decorado elaborados por Salvador Fernández, la dualidad del vestuario, informal y teatral al mismo tiempo.

La pasión, según Irene Rodríguez

Rasgan las guitarras, hay lamentos en las voces, taconeo, suenan las palmas de las manos, se arquean los cuerpos y la sinfonía de una gran orquesta marca la historia del lado sonoro, la subraya, siendo co-protagonista de un instante mágico vivido en el teatro Mella de la capital hace varios días.

Sinfonía española de lo clásico al Flamenco fue el título del programa que involucró a la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa y la Compañía Irene Rodríguez, donde gesto, danza, buen gusto y pasión se entremezclaron en una sencilla y sutil escenografía: cámara negra, (la OSN de fondo), dos lámparas que con sus tonalidades daban intimidad o comunicaban sentimientos, y ese profesionalismo que vibró a flor de piel de las dos instituciones protagonistas. Todo ello regaló espacio a la imaginación que con el buen decir de músicos/bailarines o bailaores (porque en ellos está también latente lo clásico y el flamenco), la escena del coliseo de Línea brilló durante casi dos horas.

 

Bajo la dirección artística y general de la propia Irene Rodríguez, quien firmó casi todas las coreografías, Sinfonía española…  entregó un lenguaje teatral contemporáneo a partir  del complejo cultural del flamenco que no es en modo alguno tradición muerta, sino poderosa savia que fluye con toda vigencia por la escena con su carga de hispanidad. Eso lo demostraron con creces sobre las tablas, tanto los bailaores como los miembros del grupo musical de la compañía (especial mención al cantaor Samir Osorio) que se unió a la OSN. Ellos resaltaron la carga emotiva de cada entrega en un espectáculo que reunió importantes obras de conocidos compositores españoles, que de forma novedosa se enfrentaron al flamenco  y  fue traducido en baile y música,  de manera profesional. Porque la profundidad del gesto, la proyección de los sentimientos hicieron de este código escénico un ejemplo elocuente de cuánto puede penetrar la danza y la música en la naturaleza humana y en la idiosincrasia de un pueblo. 

 

El espectáculo sustentó ese credo artístico en sus obras. Irene Rodríguez volvió a demostrar sobre las tablas que es toda pasión, una fuerza que lleva en las venas y que permea al resto de los integrantes del grupo de una manera singular sobrepasando niveles de interpretación/baile que son muy bien recibidos por el espectador que ovacionó cada entrega. Hubo instantes altos como los de la Danza ritual del fuego, en la que ella trasmitió con total sinceridad/energía, desde adentro, el ímpetu de baile/gesto, que conjuntamente con la magnífica interpretación de la OSN, sabiamente conducida por el maestro Pérez Mesa, acaparó los más fuertes aplausos de la velada.

 

Algo que fue hilo conductor de la jornada, porque cada pieza nos trajo sorpresas: en Farruca escarlata, Irene como coreógrafa entremezcló el misterio y sensualidad del tango al flamenco, original fue el Zapateado (Danza española No. 6) con el solista Víctor Basilio Pérez, excelente bailaó, que dejó en claro su alta clase, y el resto del elenco masculino, donde el taconeo alternó con el golpear de los bastones en las tablas; la suite de El sombrero de tres picos, Secreto (Zapateao), Solera (Soleá por Bulerías), o España un terreno fértil que sacó lo mejor de nuestra alta institución sinfónica, aunque en todas fue protagonista del buen decir en esa mágica noche. Otras obras también hicieron subir la temperatura del Mella. La otra mitad del triunfo del original programa Sinfonía española…, está también en las coreografías en las que el flamenco asume preponderancia, pero en las que también aparecen otros modos de danzas tradicionales y hasta actuales en armoniosa combinación. Ahora, esperemos que pueda crecer, en número, la Compañía de Irene Rodríguez, pues con la capacidad y entrega de su directora en la formación de bailarines (algunos muy buenos) puede llegar a brillar aun mas, porque a pesar  de sus dos años y medio de creada, ya ocupa primeros planos en esta área de la danza cubana. Así lo va demostrando en la escena, pues dondequiera que se presenta deja una agradable estela de triunfo.

 

Ballet de Camagüey: Don Quijote

Hace casi dos años, en diciembre de 2012, Gonzalo Galguera, conocido bailarín, coreógrafo y director del Ballet de Magdeburgo (Alemania) se acercó a Camagüey para recordar, y con varios regalos coreográficos en la escena para el Ballet de Camagüey, compañía que integró, como bailarín, entre 1987-1988, tras graduarse de la ENA.

El creador, quien obtuviera con Peregrinos, el Premio del Primer Certamen Iberoamericano de Coreografía CIC 1998, Alicia Alonso, comentó en aquella ocasión que el Ballet de Magdeburgo, que dirige desde hace nueve años, está integrado por 25 bailarines. Es una compañía de autor, con un estilo y forma propia. Antes de venir estrenó allá Rapsodia francesa, y tiene entre muchas otras obras con su firma, las versiones de El lago de los cisnes, Don Quijote, Romeo y Julieta, Las sílfides... De esos clásicos he hecho mi versión, dijo, aunque traté de continuar el mensaje y la lectura, pues considero que uno no debe mejorar, “uno tiene que interpretarlo y tratar de entenderlo para hacerlo y crear como coreógrafo. Eso me mantiene vivo, pues me trato de reinventar cada día”.

Precisamente, su versión de Don Quijote, que montó para el Ballet de Camagüey (BC), apareció en este verano en la sala Avellaneda del teatro Nacional. Y la compañía agramontina volvió a despertar el interés de los espectadores que reconocen a una agrupación que siempre tiene algo nuevo que decir sobre las tablas con un énfasis particular.

 

El conocido clásico, que en Cuba tiene varias versiones, del Ballet Nacional y del Ballet Pro Danza, sumó ahora esta que según su autor está bien alejada de la tradicional, y por eso decidió colocarla en este conjunto cubano que siempre, desde sus inicios estuvo abierto tanto a lo clásico coma lo contemporáneo, haciendo una fusión interesante que es parte de su personalidad artística en los escenarios.

Con un aliento cercano a otras producciones conocidas de Don Quijote, como por ejemplo de la Rudolf Nureyev o la de M. Denard, entre otras, Galguera se inspira en el conocido personaje Cervantes, y da rienda suelta a una interpretación singular, siendo característica primordial, en el BC la fuerza en el baile de sus componente, y la interpretación (pantomima). Dramatúrgicamente y del lado coreográfico observamos singulares conceptos, sobre todo cuando se recuerdan versiones cercanas como las del Ballet Nacional de Cuba y otras que vistas en el tiempo.

 

Sin embargo, el escenario de la sala Avellaneda resultó inmenso para esta versión, y los pocos bailarines que la integraban, amén de que la escenografía es mínima y no abarca gran parte del mismo. La fuerza del baile y lo que pudieron o no hacer los bailarines en ese tiempo queda como el resultado esencial. Aunque, como siempre, esa compañía que dirige Regina Balaguer se las arregla para desatar las ovaciones del público y dejar una buena impresión. Pues, bailan con el alma y lo dan todo en la escena, vibra una enorme energía que llenó la sala de un aliento particular, ese es uno de los puntos positivos a resaltar. Entre los intérpretes que sobresalieron en esa función está el novel Alain García, como Basilio que demostró que tiene madera para llegar a ser un gran bailarín, con mucha fuerza en el decir danzario, y entre las muchachas destacaron Rosa M. Armengol y Laura Rodríguez, en la Kitri. Hubo otros solistas destacados, mientras que el cuerpo de baile, en general estuvo poco homogéneo con sus altas y bajas visibles.

Pero en términos generales hay que saludar esta versión y, sobre todo, el enorme esfuerzo realizado para esta obra por el BC, en cuanto al vestuario (que es menester mejorar en el tiempo), orquestaciones, y muchos otros que son sobrepasados por una agrupación que sigue en pie, a pesar de las dificultades, a sus casi 47 años de creada.

 


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