Cuando se hable de la cerámica artística en nuestro país, no puede dejar de mencionarse el nombre de Fernando Velázquez Vigil (La Habana, 1950-2002), cuyos mayores reconocimientos los obtuvo modelando el barro y haciendo un uso exquisito de esmaltes y pigmentos, aun cuando sus inicios en el campo de la creación estuvieron en el dibujo y la pintura,

De él se refiere que fue el primero en convertir objetos cotidianos en verdaderas obras de arte, destacando en el conjunto de sus piezas aquellas que tituló Guardados en un cristal y La máquina de escribir.

Treinta años de los 52 que vivió los dedicó Velázquez Vigila la cerámica, incorporando paso a paso los detalles de su técnica, de la mano del maestro Alfredo Sosa Bravo en un principio y, posteriormente, con las experiencias obtenidas en el Taller de Cerámica Artística Cubanacán, donde en los años 60 coincidió con otras figuras de renombre como José Antonio Rodríguez Fúster y Ángel Rogelio Oliva.

Más tarde llegarían los estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte, los cuales también lo proveerían de herramientas imprescindibles para investigar y encontrar un estilo muy personal en la soledad de su taller. Miembro fundador de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, ACAA, expuso en instituciones de Cuba, Italia, Rumanía, Japón, Alemania, Polonia, Estados Unidos, Holanda y Dinamarca; obteniendo numerosos premios, entre ellos en varias ocasiones los del Salón de Artes Plásticas de la UNEAC y de la Bienal de Cerámica de Pequeño Formato.

Al cumplirse este 15 de marzo 71 años de su nacimiento, las artes visuales cubanas lo recuerdan y constatan con beneplácito la prolongación de esa pasión por el barro que supo transmitir a su hijo, David Velázquez Torres (La Habana, 1976), actualmente uno de nuestros más sobresalientes ceramistas.