La imborrable huella de Antonia Eiriz


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“Ella me enseñó a ver”, ha dicho el gran pintor Tomás Sánchez al recordar aquella etapa de los años 60 del siglo XX cuando en la Escuela Nacional de Arte fue alumno de Antonia Eiriz, una de nuestras artistas de mayor reconocimiento internacional y marcada influencia en sucesivas generaciones de creadores cubanos.

Ya para entonces, su muy personal estilo artístico había acaparado la atención de la crítica especializada y el favor de aquellos espectadores capaces de asimilar los demoledores lienzos en los que Ñica, como le llamaban los allegados, arremetía contra la maldad humana y las ridículas posturas que en ocasiones asume nuestra especie.

En 1968, en los albores de lo que luego se conocería como Quinquenio gris, Antonia Eiriz se retira de la vida pública y comienza una intensa labor comunitaria en el capitalino Reparto Juanelo, en el que nació y vivió prácticamente toda su existencia. A la enseñanza de las técnicas del papier maché subordinó entonces el gran talento con que vino al mundo.

No es hasta 1991 que su trabajo personal sale nuevamente a la luz, gracias a la exposición Reencuentro organizada en la Galería Galiano, la cual posibilitó volver a ver aquellos grandes lienzos de los años 60, junto a sus dibujos, grabados y ensamblajes.

Antonia Eiriz realizó exposiciones personales en España, Estados Unidos, Francia y México. Participó en varias Bienales de Arte en Japón, Chile, Brasil y Polonia. Obras suyas figuran en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, Casa de las Américas, Galería La Acacia y el Museo de Arte de Fort Lauderdale, en los Estados Unidos, país donde falleció el 9 de marzo de 1995 a los 65 años de edad.


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