“Legado”: La hora del renacimiento Van Van / Por Emir García Meralla


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Siempre he admirado de la música cubana, como sistema, su alta capacidad para reinventarse a partir de sus propias raíces u orígenes. Esa capacidad es lo que los filósofos han definido como movimiento dialéctico; y al que han asociado determinadas leyes que, hasta el presente, nadie pretende refutar. Esa capacidad de saltar sobre sí misma cuando menos lo esperan sus seguidores y cultores es lo que le ha permitido adaptarse a los tiempos que corran —es decir modismos, tendencias del mercado y hasta disparates musicales de ocasión—; por esa razón en los años sesenta no temió definirse “moderna” o considerar algunas de sus propuestas como “popular de concierto”; entre otras tantas denominaciones, en los años setenta y décadas subsiguientes hasta llegar al presente y pienso que así será en el futuro.

Son esas mis primeras impresiones tras escuchar el CD Legado, de Formell y Van Van —es hora de suprimir el Juan, aunque nos duela mucho, nombre de su fundador para ascender al futuro—, que fue presentado como regalo de fin de año a los seguidores de esta orquesta cubana bajo el paraguas del sello Egrem.

De las propuestas musicales del disco en cuestión ya había habido adelantos semanas antes en el megaconcierto realizado en la habanera Ciudad Deportiva donde concurrieron cerca de cien mil cubanos y extranjeros; sobre todo se develaba públicamente la figura de su nueva cantante Vanessa Formell (preferiría decir más que nueva que sería su reincorporación a la orquesta de su padre, pues su debut como tal ocurrió en los años ochenta con esta misma agrupación; para ese entonces contaba con doce años), que fue bien recibida por el público asistente que superaba la “yenimanía” que hasta ese momento había definido la presencia femenina en esta orquesta.

Qué virtudes y qué defectos puede tener este disco. Qué lo diferencia del resto. Es esta la propuesta del futuro de una de las orquestas más trascendentes del último medio siglo. Qué piensan los seguidores. Estas y otras tantas interrogantes han acechado a los seguidores de los Van Van después de los acontecimientos del 1 de mayo del año 2014.

Personalmente me atreveré a responder algunas de ellas.

Por simple definición este es el primer fonograma en que “el toque” de Juan Formell no está presente; es decir no produjo ni orquestó ningún tema; por lo que el riesgo de que “el sonido vanvanero” fuera modificado o adulterado, estaba latente. Sin embargo eso no ocurrió; desde hacía al menos veinte años Formell había comenzado a preparar su retirada profesional y personal de la orquesta —previsión o simplemente instinto de conservación, eso nunca se sabrá— cuando nombró a su hijo Samuel como director adjunto de la misma; mientras hacía esto permitía que músicos talentosos como Boris Luna y Jorge Leliebre se encargaran de parte de los arreglos. Y algo definitorio en función del futuro: la fuerza musical pasó del bajo a la batería; ratificando la importancia de la percusión en el songo.

Un simple análisis de la discografía de los Van Van indica que el disco El baile del buey cansado; producido en 1981 marcó un punto de giro en la perspectiva musical de esta orquesta a partir de modificaciones importantes como la entrada de los trombones y un acercamiento más fuerte hacía determinados sonidos caribeños. Desde aquel momento no fueron los mismos y seguían siendo Van Van. Con esa referencia como antecedente, me permito afirmar que con total premeditación Legado se manifiesta como una suerte de continuidad y ruptura del disco antes mencionado; solo que treinta y seis años después; lo que no manifiesta una ausencia de creatividad; al contrario es una apuesta atrevida en función del bailador cubano e internacional de hoy. Simple juego sicológico: activar una referencia del pasado para definir un futuro.

Simplemente genial, como solía decir el estudioso cubano Leonardo Acosta cuando se refería a la habilidad de Formell para encarar el futuro.

Pero si musicalmente se estaba planteando un reto, importante serán las historias a contar. Innegablemente existe un repertorio como antecedente al que se puede acudir, repertorio por demás que no ha envejecido en su gran mayoría; por lo que temas como Amiga mía o Te extraño, para citar dos que están presentes, funcionan a nivel de público y medios de comunicación.

Las historias contadas por Van Van en casi medio siglo de existencia, son nuestras historias, son la crónica de la vida de un país o una ciudad que siempre está renovándose; Tributo no es una excepción, y esa responsabilidad ha recaído en Roberto Hernández, Jorge Leliebre, Boris Luna y el mismo Samuel, fundamentalmente.

Textos sencillos, con constantes referencias al sentido de pertenencia, a la filiación vanvanera de sus integrantes llenan los setenta minutos del fonograma donde cada cantante sabe qué hacer, que estribillo manejar y donde se debe incidir para llamar la atención del bailador/destinatario. Donde la nota novedosa es la voz de Vanessa Formell, que se aleja de los giros modales que definen a las mujeres que hoy en Cuba forman parte de las orquesta bailables, y afianza su personalidad evitando toda posible comparación con su antecesora.

Musicalmente es digno de destaque el trabajo de los violines y la sección de trombones. Impecables, dignas de figurar en una selección de los mejores empastes logrados en la trayectoria de esta orquesta y de la música cubana en general; lo mismo se puede decir del pianismo de Efrén Chivás  y de la maestría de Samuel en la sección de rimo.

Legado, demuestra que Van Van y el songo son organismos vivos, en los que los esquemas y las fórmulas no son lo más importante y es que estructuralmente el songo es una célula abierta, lista a interactuar con cualquier corriente e imponer su marca; a mutar en función de los tiempos sin perder su personalidad. Es un ADN dominante.

Como cierre está la propuesta de diseño, donde la obra de Michel Mirabal demuestra su fuerza y cubanía, una cubanía que nunca es puesta a prueba pues los Van Van son la patria, son Cuba… son cada uno de nosotros…


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