Marcando la distancia (II parte)


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Entrevista a un grande de la salsa cubana

Si dirigir esa orquesta te era gratificante, ¿por qué la dejas entonces? ¿Qué causas te motivaron a venir para La Habana?

Comienzo por decirte que la Maravilla era un orquesta popular en toda Cuba en los años 80. Trabajaba en todas las plazas bailables del país, de oriente a occidente, y alternaba con las mejores orquestas del momento. Ser su director me permitió conocer a una parte de los músicos que fueron surgiendo o que ya estaban establecidos. Pero los años 90 cambiaron el país y ese cambio influyó en el desestímulo de muchos músicos. Si las reglas del juego cambiaron en La Habana, te podrás imaginar que en las provincias las cosas fueron muy duras. Se acabaron las giras por provincias y eso eliminó la posibilidad de mantener una popularidad; si no te ven, si no te escuchan, no existes. A eso nos tuvimos que enfrentar los músicos del “campo”.

Si miras fríamente esos años, verás que desaparecieron muchas de las buenas orquestas de todas las provincias, como la Aliamén o Los Taínos de Mayarí, incluso algunas de La Habana, como el conjunto de Roberto Faz o Los Latinos —para ponerte dos ejemplos que me son cercanos. Eso fue desastroso para la música y los músicos. En las nuevas condiciones económicas que se establecieron, las orquestas de Provincia estaban en desventaja. Las que lograron sobrevivir lo hicieron pagando un alto precio.

En mi caso pasaron dos cosas. Una fue que Elio Revé me propuso ser el pianista y director musical de su orquesta. Mientras tomo una decisión, vengo a La Habana a ver cómo estaban las cosas. De regreso, más que responderle decido arriesgarme a convencer a un grupo de músicos de la Maravilla de correr el riesgo de emigrar para acá y hacer una orquesta. Decidí correr un riesgo y tentar a mi buena suerte y un grupo de músicos confió en mí y lo dejaron todo para lanzarse a la aventura.

Revé me apoyó cuando le respondí y le dije que prefería hacer una orquesta aquí en vez de trabajar con él y me dio un apoyo tremendo. Después el puntillazo lo dio Juan Formell cuando me dijo que viniera para La Habana que él me daba sus instrumentos para trabajar. Contaba con el apoyo de dos figuras importante de la música popular cubana para lanzarme al futuro y además con la confianza de una parte importante de mis compañeros de orquesta.

Pero las cosas no serían tan fáciles como parecían. Lo económico y lo profesional influyeron en mi decisión futura.

Ya te hablé de lo económico. Lo profesional tiene que ver con otras inquietudes.  Recuerda que comencé parte de mi vida profesional (si se puede decir así) haciendo pininos con un conjunto; por lo que el sonido de los metales me fascinó desde siempre. Pero mi trabajo profesional se desarrolla fundamentalmente en una charanga, donde predominan las cuerdas, para las que aprendí a escribir —cosa que no es fácil. Entonces me propuse combinar esos dos formatos.

Búsqueda profesional y razones económicas son razones más que suficientes para correr todo tipo de riesgo.  Camagüey no era el lugar adecuado para ello. La Habana me estaba llamando.

No vayas a pensar que fue fácil establecernos aquí. Primero había que conseguir dónde vivir toda la gente, éramos como quince personas, menos Laíto, que vivía en casa del padre. Después había que conseguir una plantilla en una empresa y aquí vino el primer problema grave.

De Camagüey mandaron cuantos emisarios que pudieron torpedearnos el camino, tanto que ninguna empresa quería aceptarnos, se decían que habíamos abandonado la orquesta, cosa que no era cierta pues habíamos pedido la baja todos, pero éramos parte importante de la Maravilla, la orquesta insignia de la provincia. Así estuvimos ensayando en 11 y Paseo casi un año hasta que nos invitan a tocar a una actividad en el Ministerio de Cultura y alguien pregunta por la empresa y todo el mundo se desayuna con que éramos los músicos camagüeyanos “castigados” por venir para La Habana a buscar un futuro. Resumen, alguien gestionó y nos mandaron a ubicarnos en la empresa “Benny Moré” y de allí salió el nombre de la orquesta: El Trabuco. Se lo puso Regla Giménez, la hija de Generoso. Y en esa empresa ya estaba todo listo para contratarnos desde mucho antes.

Teníamos empresa y contrato de trabajo, ya existíamos para la música cubana. Y debutamos con los Van Van en La Tropical un 24 de febrero del año 1993.

El nombre de Trabuco en un comienzo a mí no me gustó mucho, pero no quería cuestionar a la gente de la empresa —no te mencioné que el nombre también lo puso Dulce María, que trabajaba junto a Regla. Con el paso del tiempo fuimos descubriendo que funcionaba entre los bailadores y la gente lo asumió con mucha naturalidad.

Siempre he pensado que los nombres en una orquesta o agrupación definen su sonido —a mí no me gusta mucho usar la palabra estética cuando hablo de estos temas—, y me alegro de no haberlo rechazado. Sonamos como un trabuco y en música, sobre todo en la bailable, ese sonido es macho, viril y por sobre todo convincente.

Ya tenías, empresa, nombre para la orquesta. ¿Entonces qué vino después?

Trabajar muchísimo. Nos llamaron para ser la orquesta base de un programa de TV llamado Mi salsa, ¿te acuerdas?, cuando organizaron aquello de “Buscando un sonero”. Estar en la tele todos los domingos permitió que se ajustara el sonido de la orquesta y me permitió agregar dos buenos soneros a los cantantes que ya tenía: Carlos Manuel Calunga y el Gayo. Mis primeros cantantes fueron Laíto hijo, que venía de la Maravilla y después se fue a trabajar con su padre, y Alexander, que se enamoró se fue a vivir a Europa.

Algo que aprendí desde siempre en este asunto de lo bailable es la importancia del cantante. No siempre se trata de que tenga una buena presencia, eso ayuda, debe ser alguien capaz de atraer y conmover al público, al bailador —además de lo que debe cantar, que también es importante, y yo he tenido la suerte de que desde el primero hasta el último cantante del Trabuco han cumplido esa norma.

Ya que tocas ese tema. Una mirada a tu discografía, la de tu orquesta, deja ver tu respeto por quienes te antecedieron. ¿Qué sentiste cuando un tema como Sabrosona, un éxito de la Aragón de los 50, la gente lo bailaba como si acabara de ser estrenado?

Tengo una debilidad por la buena música cubana, por eso me esfuerzo mucho en estudiarla y en informarme. Sabrosona, lo mismo que “El martes” (un hit de Formell con Revé en los 60) son temas fundamentales para probar la intemporalidad —no le dice así ustedes los críticos y los periodistas a esas cosas— de la buena música.

Y está el hecho de que a mí La Aragón me fascina, y por otra parte estuve a punto de formar parte de la orquesta de Revé. Acuérdate que dirigí una charanga, la Maravilla. Con esos temas saldé dos deudas, o debo decir tres. Dos con Formell, pues además de la música le debía un piano que nos prestó para trabajar y se rompió y él lo único que me pidió a cambio fue que hiciera buena música. Creo que se ha pagado y se lo pagaré siempre. Y la otra con Revé, que era un sabio.

Si revisas la discografía de la orquesta verás que siempre hay buena música cubana. Hemos puesto a bailar a la gente de hoy con un chachachá: “Esta noche se rompieron los termómetros” y también con un danzón.

No creo que esa música haya pasado de moda, simplemente hay que apostar a ella pero también saber dosificársela al bailador de hoy. La gente en Cuba hay bailado hasta vallenato hecho por el Trabuco. ¿Te acuerdas de El Parrandero?. Aquí no hay cultura de esa música pero el tema me gustó, le hice el arreglo y fue un hit tremendo de la orquesta incluso en Colombia. Como se dice, bailamos en casa del trompo aquel.

Fíjate si hacer buena música tiene su valor que en una gira por Europa, tocando en una discoteca, había una joven que no paraba de bailar; bailaba muchísimo y fue como a tres presentaciones de la orquesta. Te confieso que para nosotros era una fanática más de la música cubana, que sabes que en Europa hay muchos. En resumen, un buen día nos mandan a buscar porque aquella muchacha quería que Manolito Simonet y su Orquesta, es decir el Trabuco, tocaran en su boda. Nosotros estábamos en Cuba y mandaron un avión para que fuéramos dos días. Era una boda de la realeza europea.

Te cuento otra anécdota, no sé si es interesante, sobre hasta donde la música cubana puede llegar a ser un puente. En otra gira europea estuvimos en Noruega y aquellos conciertos abrieron las puertas a las relaciones culturales entre aquel país y Cuba. Además de músicos, embajadores. Todavía hay quien no valora lo que podemos hacer y a dónde podemos llegar.

Hablemos de la discografía de Manolito Simonet, antes de pasar a otros temas que me parecen más complicados.

Discográficamente me siento afortunado. El primer disco de la orquesta lo hicimos con la EGREM, cuando estábamos haciendo el programa Mi salsa, como premio a ser la Orquesta Novel del año. Fue en 1994 y se llamó Directo al corazón. Después trabajamos con una casa discográfica canaria llamada EuroTropical y el sello Manzana, que internacionalizo la orquesta. Nuestro primer disco con ellos, titulado Contra todos los pronósticos, le dio la vuelta al mundo prácticamente y le debo grandes alegrías, entre ellos el Premio de la Asociación de Cronistas del Espectáculo de Nueva York y que un tema como El águila llegara a ser de los más versionados por los salseros de Estados Unidos y Puerto Rico. Pero eso pasó con el tercer disco, Marcando la distancia, y se vincula con el segundo.

Además de EuroTropical, he grabado mis últimos discos con Bis Music y han funcionado en el mercado, tanto que hicimos hasta un disco con algunos temas de jazz, cosa que sorprendió a muchas personas que no se imaginaban al Trabuco haciendo ese género. De alguna forma también soy jazzista.

 


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