Por las monumentos, a mi aire


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Patrimonio es un concepto que, como todo concepto, uno lo maneja a su mejor saber y entender. Una definición aproximada sería un conjunto de bienes que pertenecen a una persona o conjunto de personas, algo así como una herencia que es la idea a la que más se relaciona en el común vivir. Ahora bien, cuando hablamos de bienes o valores a los que accedemos por ser miembros de una comunidad, digamos una provincia o un país, estamos cayendo en la idea de lo que denominamos, al menos en Cuba, patrimonios culturales. Y nos vamos acercando al cuento.

Cuando las palabras Patrimonio Cultural resuenan en el ambiente, generalmente nos extraviamos y tenemos toda la razón del mundo si no somos iniciados: el patrimonio se divide y subdivide y vuelve a dividirse para poder clasificarlo y estudiarlo y todo lo demás. Es como un gran saco cultural donde encontramos una locomotora y una porcelana de Sevres, un cuartel y un teatro, una tumba y una tumbadora. Bienes Culturales, piezas de Museo, Monumentos: aquí es donde debe comenzar el cuento.

Si uno es un aleyo, es decir si uno no pertenece al místico equipo de investigadores del Patrimonio Cultural, se agarra de la palabra Monumentos y dice: ahora ya entendí. ¡Qué pena por uno mismo! Monumento nos lleva al monumento a las madres del parque más próximo, al Martí de la Plaza, al Maceo de Santiago. En fin, que oímos Monumento y decimos: ¡escultura, ahora sí que lo entendí! Pues, no.

Monumentos pueden ser edificaciones, industrias, cementerios, sitios, otro mar de cosas, y entre ellas las esculturas, que en ese mundo no se clasifican como esculturas sino como construcciones conmemorativas, conmemoren o no alguna cosa: todo depende de los valores históricos, artísticos o estéticos, y otros cuantos detalles, y algo más posiblemente. Pero, no debe uno amilanarse: aún los más conocedores, en el habitual caminar de cada día, hablan del monumento a Máximo Gómez o del monumento a Antonio Maceo. Así que no hay que achicarse, y vayamos por los monumentos, esas Construcciones Conmemorativas del Patrimonio Cultural. Pero, no cualquier monumento, no un monumento que uno siempre ve, porque de ser así ¿dónde estaría la gracia?

Voy a Carlos III, que no siempre se llamó así, pero no hay que apurarse con eso porque solamente vamos a llegar al final de la avenida para reconstruir con la imaginación, allí, de frente a lo que fuera la Loma de Aróstegui y donde se levantó el Castillo del Príncipe, exactamente en la falda de la loma, donde nace la calle Zapata, una fuente, la última que quedaba de las fuentes que embellecieron el Paseo, que estaba rematada por una escultura de Esculapio, dios de la Medicina y la curación. Yo no la vi nunca, jamás, en esta vida mía: es saludable acláralo por aquellos que gustan de las matemáticas etáreas.

Su ubicación allí, donde inicia el camino que conduce al cementerio, me lleva a debatirme entre si se trataba de una inocente contradicción o de una cubanísima ironía esa intención de combinar el dios médico con la morada de los fallecidos. Por allá anduvo hasta que se decidió modernizar la zona, o tal vez se retiró para subsanar esa broma filosófica de nuestros abuelos. ¿Dónde fue a dar? Sinceramente, no la he buscado: se cuenta que era una obra artística bastante feíta.

Ya en Carlos III lo mejor, para no regresar más tarde, es llegar al inicio del Paseo y recordar lo leído… Fue deseo expreso del General Miguel Tacón que esta Alameda estuviera provista de cuatro filas de árboles que delimitasen otras tantas calles para ofrecer solaz y esparcimiento a los pobladores, posiblemente pensado en cansar caminado a los levantiscos habaneros. Contaba con varias fuentes –la última, la de Esculapio- y cinco rotondas con sus glorietas incluidas. En la primera de todas estas, exactamente al inicio, se colocó una escultura del Rey, entonces el Paseo de Tacón comenzó a llamarse como hasta hoy.

Pero, la imagen de Carlos III no llegó directamente hasta ahí, de eso nada. En verdad el monarca llegó de manos del Marqués de Someruelos, en 1803, para rematar el Paseo de Extramuros, que fuera Paseo de Isabel II, que hoy se llama José Martí, pero que siempre ha sido el Prado. Ahí estuvo hasta que Tacón cargó con él para su Paseo, más o menos por 1836. Y lo digo así por respetar la dignidad real porque fue en esa fecha que llegó la Fuente de la India para ocupar su lugar y esto sería afirmar que Su Majestad fue destronada por una aborigen, y no quiero caer en tales asuntos.

Y así llegamos al Prado, ahí donde termina, o donde comienza que eso depende de donde una vaya a comenzar a caminar… La Fuente de la India, que en verdad se llama Fuente de la Noble Habana, -toda de mármol de Carrara, como el depuesto Carlos-, llegó para quedarse y no se movió del sitio, en la vecindad del Parque de la Fraternidad, que realmente se llama Plaza de la Fraternidad Americana.

Por cierto que el Parque –o la Plaza, como se quiera- nació Campo de Marte y con Tacón –realmente el hombre, a pesar de su mal carácter, era un émulo de Forestier- se convirtió en Parque de Colón y para ello se mandó hacer una escultura del Almirante que ha tenido más mala suerte que los restos del finado. Colón jamás llegó al Parque, se quedó en el patio del Palacio de loa Capitanes Generales y solo salió una vez. Eso fue para cubrirle el turno a Isabel II, seguro que en reconocimiento y memoria de su tocaya Isabel de Castilla.

Caminemos, entonces, por el Prado, rumbo al Gran Teatro y el Parque Central: vamos en busca de la Reina de los Tristes Destinos, como se la conoce. Y si una efigie ha dado más vueltas que una jícara de micción en tiempos de baile esa es Isabel II, hija de Fernando VII.

Todo comenzó con una pequeña estatua de bronce colocada frente al Gran Teatro que entonces era Teatro Tacón, porque estoy hablando de 1840. Diecisiete años después –suficiente tiempo para reconsiderar el tamaño de la figura y la inmensidad atribuida a la realeza- fue sustituida por otra, de mármol y de una factura excepcional. Isabel en traje de corte donde se aprecian hasta los encajes del vestido. Se cuenta que la figura de cobre desapareció, hay quienes se adelantan y dicen que fue fundida: yo no sé nada, soy inocente.

Isabel reinó entonces en ese espacio que sería nuestro Parque Central hasta que, en 1868, la española Revolución Septembrina –La Gloriosa- arrojó a los Borbones del trono, y llegó Amadeo todo italiano y extraviado, y entonces Isabel abandonó su pedestal rumbo a los patios municipales. Es el momento en que Cristóbal Colón sale del patio del Palacio para cubrirle la plaza. La ausencia fue asunto breve, baste recordar la famosa frase de Amadeo I: io non capisco niente… En 1873 dejó la corona sobre el trono y partió.

Cansados los habaneros –pienso yo- de tanto trajín con la Reina a cuestas esperaron que se asentaran las aguas: en diciembre de 1874 comenzó a reinar Alfonso XII, hijo de Isabel, y en enero de 1875 salió la estatua del municipio al parque, mientras que Colón –quien tal vez pensó que era su chance de ir al otro parque- regresó al patio de Palacio.

Todavía no habían cesado los vítores por la caída de España, y caía la imagen de la Reina de los Tristes Destinos, con un ídem incierto hasta que fue a dar al Museo de Cárdenas. El espacio quedó vacante por algún tiempo, pero no voy a continuar así de seguido para ceder espacio a las aclaraciones.

No se llame nadie a errores pensando que solo las rondas de los cambiazos enriquecen el mundo de la estatuaria o que solamente es un problema capitalino. Nada de eso. Montones de curiosidades envuelven las construcciones conmemorativas en todo el país, lo que pasa es que no hay quien escriba tanto.

Estoy segura que todos hemos visto esos monumentos o esculturas que hacen exclamar ¿Y esto qué cosa es?, o ¡Y esto como cayó aquí! De seguro que sí, sobre todo si uno recorre el Reparto Alamar, por donde queda el llamado Palacio de Pioneros, y se queda mirando la figura que tiene al frente y, óigame, si no pregunta se lleva un mal pensamiento. Le describo: un puño cerrado que mantiene en alto un dedo que, dada la configuración, no puede deducirse si es el dedo medio, aunque lo parece. Salvo que el observador no sea cubano o padezca de ingenuidad congénita, ese gesto es… ese gesto. Ese que dependiendo del contexto y del movimiento o frase que lo acompañe, es un gesto bastante comprometido, por así decirlo. Pues, no. No es un monumento a la “eso” como quiera que se llame. Es en homenaje a un Congreso Pioneril. Siempre hay que preguntar para ser prudentes.

Claro que a veces nadie sabe responder, como me ha sucedido a mí con el Monumento al Huevo, como he bautizado a la figura que embellece el malecón matancero, ese malecón que –tristemente para mí y otros coterráneos- es hoy un malecón de tierra. Allí se levanta esa figura que bien pudiera ser un prisma rectangular si fuera recto por alguna de sus caras, que lleva algunas de sus aristas talladas con unas ondas como alas de gallina y que tiene un hueco en el centro que permite mirar al otro lado. En el centro de ese agujero descansa una figura redondeada que se debate entre circular u oval. Por falta de preguntas no ha sido: no he encontrado a la persona para la respuesta adecuada, entre tanto yo lo llamo Monumento al Huevo y me parece que no está nada mal el nombre porque el huevo bien que se lo merece, diga alguien que no…

Y si de Matanzas se continúa viaje hasta Villa Clara uno se encuentra un par de ellas que nos llenan de preguntas, algunas con respuestas y otras no, al menos hasta el día que corre. Tal es el caso del Niño de la Bota Infortunada, que voy a contar ahora porque, producto a investigaciones relacionadas con otros temas, conozco de otro Niño con su bota rota, más antigua y que tal parece fue mandada a hacer directamente, aunque esto último no puedo asegurarlo del todo. Allá va todo junto, dudas e historias.

De la primera que tuve noticias es de 1913 y se encuentra en Hershey, Pensilvania. Fue resguardada en el Museo del lugar en 1997 y sustituida por una réplica de fibra de vidrio. Considerada uno de los símbolos del lugar, siempre pensé que era única. Cuál no sería mi sorpresa cuando andando las años y como quien descubre el agua tibia, me encuentro otro Niño en un parque de Santa Clara.

He buscado respuestas y aún me faltan las que verdaderamente despiertan mi curiosidad, pero allá llegaré. Por ahora solo sé que fue inaugurada en 1925. Quedó incluida entre las obras del Parque por iniciativa del Coronel mambí Francisco López Leiva. Conocí que fue destruida en 1959 y que transcurridos 11 años se rescataron sus restos y se trasladaron al Museo Provincial. Fue reconstruida en bronce por el artista José de Larra y situada en el lugar que hoy ocupa el l5 de julio de 1989.

¿Cómo fue que López Leyva dio con la imagen? Un catálogo acaso, una foto encontrada, algún conocimiento sobre Hershey a la entrada de la compañía en Cuba, en 1916, recién terminado su mandato como Secretario Nacional de Gobernación. Todavía no lo sé. Así que, ya en Villa Clara lo mejor es ir a Remedios y allí sí que sí.

A un costado del parque nos espera Miss Liberty, pero que no es exactamente Miss Liberty. Desde 1911 se alza la imagen de la Libertad llevando la inscripción: “El pueblo de Remedio a las Mártires de la Patria”. No es lo que pudiéramos llamar réplica exacta de la estatua de Bartholdi: no lleva diadema de siete picos sino que luce un gorro frigio, la antorcha está en su mano izquierda, en la otra porta una espada y su rostro es más bien el de un anciano, como sugerencia a la inconformidad de ver pasar siglos y siglos de opresión. Toda una historia de colectas públicas y cientos de gestiones hasta que llegara a la octava villa la obra del escultor Carlos Nicoly y Manfredy.

¡Miss Liberty en Remedios! Esa exclamación se le escaparía a cualquiera que no sepa que la idea no fue original de los remedianos. Y así regresamos a La Habana, al mismo lugar donde nos habíamos quedado: el Parque Central.

Ya Isabel II había descendido del pedestal, y se hacía necesario llenar el espacio y había que decidir qué imagen la sustituiría. Se realizó un escrutinio, que se repitió dos veces, y donde la imagen de nuestro Apóstol ganó por una diferencia de cuatro votos contra Lady Liberty.

Ya ve usted la de historias que envuelven las construcciones conmemorativas, esas que de habitual llamamos monumentos, y la de cosas extrañas que suceden, y las que hacemos con ellas, que eso no puede obviarse. Por ejemplo tenemos las esculturas de Cervantes, allí en el parque, por Aguiar y San Juan de Dios, y la de Albear, en la plazuela que lleva su nombre, a la entrada de la calle Obispo.

Distantes y de personalidades con méritos no relacionados, las hemos unido con el mal actuar ciudadano: les arrancaron las plumas. Uno como escritor y el otro como ingeniero llevaban plumas ?de esas de época, plumas emplumadas, por así decir? como símbolo de intelectualidad, y hete ahí que un facineroso las arrancó quien sabe porque malas ideas. Y me preocupo entonces pensando en la nueva estatua de un famoso escritor que ha sido colocada en la antigua Plazuela de Santo Domingo, al fondo de los Capitanes Generales: ¿también quedará desplumada?

Bueno, es algo que está muy mal, pero son cosas quitadas a las estatuas, como los espejuelos de Lennon.  Lo que resulta más extraño es cuando quitamos la estatua y queda alguna cosa de ella: el resultado puede ser imprevisible. Digamos, al final de la calle Paseo o Avenida de los Presidentes, donde, por muchos años, estuvo el monumento de Estrada Palma. Un buen día, posterior a 1959, fue retirada la estatua, pero quedaron los zapatos, que se veían ahí chiquiticos y abandonados. Los estudiantes del albergue de F y Tercera enseguida bautizaron los restos de don Tomás: los Zapaticos de Rosa.

Claro que hay mucho más, lo que pasa es que no hay tiempo. ¿Usted sabe quién fue Alan Kardec? De acuerdo al Vuelo del Gato de Abel, Kardec fue el Codificador, el profeta del espiritismo auténtico. Grandes seguidores tuvo ?o tiene, no sé? el Codificador para que exista un busto suyo en uno de nuestros parques ¿Qué no lo ha visto nuca? Pues, ni se apene: para encontrarlo hay que ser espiritista o un impaciente que debe sufrir la cola de la 400 en invierno y verano, y recorrer el parque que le queda enfrente a la parada para encontrarlo tomando sombra bajo un árbol frente a la calle opuesta. Yo soy de estos últimos…

Y que me cuenta de Lázaro Ludoviko Zamenkof, fundador del Esperanto. Pues existe una tarja colocada por la Sociedad Cubana para la Propagación del Esperanto, con motivo del 75 Congreso Universal del idioma. Eso sí, difícil que la vea si no tiene que ir la Lonja del Comercio. Ahora bien, eso no es así como así. Si usted es de los que fuma y sale hacerlo al portal, y además lo hace mirando hacia todas partes, puede descubrirla en la parte interior de una columna, la última columna como quien sale hacia las mesas donde se vende delicioso café en CUC. También puede verla si es de los que pueden tomar café en moneda convertible, siempre y cuando vaya mirando en derredor. Yo no soy de estos últimos.

Y qué más… Ni sé. Tal vez La Pilarica, la Virgen del Pilar que nadie la ve, allá arriba de la Columna de Cajigal, ante el Templete. La altura, las ramas de la ceiba y ese complejo ridículo que tienen tantísimas personas de pensar que si nos detenemos a observar las cosas que tenemos alrededor nos dicen guajiros, hacen que la Patrona de los Marineros pase inadvertida. Yo no tengo ese problema: yo sí que soy guajira.

Mi verdadero problema es el transporte y ya que llegué hasta aquí, donde debo terminar porque me queda cerca para coger el tren, me quedo mirando la escultura del Padre de la Patria, porque este año se cumplen 60 años de que fuera colocada en el lugar.

Hasta aquí llegó en 1955 para terminar con el reinado casi infinito de Fernando VII, que se encaramó en el podio de la Plaza de Armas en 1834 y no había forma de que bajara, o no hubo alguien a quien se le ocurriera destronarlo. Más de 120 años y que no es poco, mucho menos para El Deseado ?no sé quién sería el masoquista que así le bautizó? que implantó el absolutismo absoluto, si es que eso tiene algún sentido.

¿Qué si se acabó? No, para nada. Lo que se terminó fue el tiempo. Pero queda demostrado, conmemoren o no conmemoren, todas esas construcciones tiene sus historias, y sus chismes de alcoba, solo hay que salir a recorrer los monumentos, cada cual a su aire.


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