Prensa cubana: celebración y responsabilidad


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Un presunto chiste habla de miembros de una comunidad religiosa empeñados sanamente en librar de su adicción a un alcohólico. Con tan noble empeño lograron llevarlo a misas, aunque solamente, porque no aceptó más, a las vinculadas con las festividades navideñas. Tras haberlo llevado a dos o tres de ellas, y aun sin haber visto que el alcohólico intentara dejar de serlo, pero notando que atendía la misa en éxtasis —a saber si por la atmósfera religiosa o por efectos de la bebida—, un feligrés le preguntó qué le había parecido, y él respondió impasible: “Lo mismitico del año pasa’o”.

El autor de este artículo —quien confiesa que, gracias a Dios, cree ser ateo— prefiere, más que reírse con la anécdota, pensar en la tenacidad de los predicadores que saben necesario, y no temen recibir escarnios por ello, repetir y repetir sus sermones. Mucho más si son honrados y verdaderamente creen en el valor de lo que predican para el bien de la humanidad. Similar disposición ha de tener la prensa honrada, máxime si quiere ser revolucionaria de veras, transformadora.

En eso piensa un autor que se acostó a dormir con la desazón de haber visto cómo el nuevo artículo —otro más— destinado por él a refutar el extendido mal uso del calificativo humanitario, y humanitaria, un relevante periódico lo encabezó con un epígrafe y lo ilustró con un pie de foto que avalaban, ambos, el mal uso repudiado en el texto. Lo peor es que ni siquiera tiene motivos para suponer que el aval fue un modo de refutar lo escrito por él, sino un indicio de algo peor: quienes procesaron y diseñaron la edición del texto no tuvieron el cuidado de leerlo hasta saber en plenitud qué expresaba.

Para colmo, el mismo autor amaneció al día siguiente oyendo cómo cada treinta minutos una escuchadísima emisora radial informaba que los Estados Unidos buscaban pretextos para imponer a determinado país “una ayuda humanitaria”. Así el despacho periodístico la aceptaba como tal. Si quería mostrar lo contrario, debió haber hablado de una “supuesta ayuda humanitaria”, ni siquiera de una “ayuda supuestamente humanitaria”, porque tampoco era una ayuda, sino, como distintas voces han advertido, un perverso caballo de Troya.

Son varias las desorientaciones propaladas por la prensa con insistencia digna de mejor —mucho mejor— causa, y, como se ha visto, no solamente lo hace la prensa imperialista, sino también la revolucionaria, incluso en Cuba. A menudo se repite confiadamente el rótulo de terroristas con que el imperio califica no solo a quienes lo merecen, sino también, o en especial, a quienes se le enfrentan para rechazar sus desmanes. Es el mismo imperio que desata guerras genocidas y otros actos terroristas contra pueblos para saquear sus recursos naturales, y simultáneamente aúpa y financia actos terroristas como los que ahora está sufriendo el pueblo venezolano.

A ese pueblo lo preside un gobierno democrático y legítimo, avalado por tantas y tan dignas elecciones como difícilmente se hallarán hoy, y menos en tan pocos años, en otro país del mundo. Pero es brutalmente acusado de dictatorial, con el fin de fabricar pretextos para atacarlo, por el imperio cuyo césar quisiera tener en su haber, para alardear de ellos en un día de Acción de Gracias, resultados de participación electoral y de aprobación comparables con los del presidente calumniado. Nada detiene al césar: ni los manejos vistos en la componenda que en su país lo declaró vencedor, regida por normas inmorales provenientes de la esclavitud que la legislación imperial ni siquiera ha abolido en términos explícitos.

Ahora es posible que en la prensa revolucionaria haya voces, revolucionarias también, que afirmen que los Estados Unidos buscan tener un solo modelo de gobierno en el mundo. Esa es, cuando menos, una afirmación imprecisa. La arrogante potencia pretenderá imponer un pensamiento único —el suyo—, pero no le molesta, por ejemplo, que Arabia Saudita sea gobernada por una satrapía monárquica de rancia estirpe feudal, aunque insertada en el capitalismo, o que a España la rija una mezcla de monarquía y falsa democracia —lo que un excomunista, léase traidor al comunismo— calificó de monarquía republicana, oxímoron que daría risa si no fuera tan cínico.

Ni le molestará nada de eso mientras ambos países se sometan a sus planes, le sirvan en ellos, aunque sea por vías criminales. Si mañana Israel decidiera darse un régimen a la vieja usanza monárquica, pero siguiera siendo una sucursal, una lanza del imperio, este continuaría apoyándolo sin parar mientes en la masacre del pueblo palestino.

Si el gobierno venezolano se sometiera a las ambiciones imperialistas de dominar a su antojo las riquezas petroleras, y otras, de la nación sudamericana, los Estados Unidos no invertirían ni un centavo, ni prohijarían un títere sainetero como el que ahora manejan, en pos de que Venezuela renuncie a hablar de socialismo del siglo XXI. Pero el gobierno venezolano, democráticamente electo y apoyado por la mayoría de su pueblo, no se le ha sometido, y eso, no otra cosa, es lo que no le perdona el imperio que tampoco se resigna a la humillación que se ganó el 23 de febrero en su afán de imponerle a Venezuela una ayuda falsa y mal llamada humanitaria, y seguirá haciendo cualquier barbaridad para desquitarse. La verdad está a la vista, para quien quiera verla.

En el hipotético caso de que Cuba siguiera proclamándose socialista, mantuviera un sistema de partido único y la preponderancia del control estatal sobre sus medios de producción, pero se prestara para complacer al imperio en su afán de dominarla, el césar no vacilaría en agasajar al gobierno cubano y mostrarlo como aliado suyo ante el mundo, o socio al menos. Pero Cuba es consecuente con su proyecto socialista, con su voluntad de defender la soberanía nacional que el imperialismo estadounidense le usurpó de 1998 a 1958, y no renuncia a volver a quitarle.

De tal apetencia vinieron la invasión mercenaria por Playa Girón y las criminales bandas de alzados. Vinieron otros actos terroristas que han enlutado al pueblo cubano. Viene el pertinaz bloqueo destinado a sumir a este pueblo en penurias para provocar que se rebele contra su gobierno y dé así pretextos para la intervención directa del imperio. Vienen las campañas difamatorias para deslegitimar al proyecto socialista cubano y a su gobierno, y crear a base de mentiras —¿por qué edulcorarlas con el nombre, que acústicamente pudiera hasta parecer simpático, de fake news?— una atmósfera que justifique lanzar contra Cuba acciones todavía más feroces. O, si no, taimadas maniobras como la que puso en marcha el césar que anunció su propósito de alcanzar por otros caminos lo que el imperio no ha logrado con el bloqueo y la hostilidad abierta.

Esas son realidades ante las cuales debe estar bien alerta la prensa cubana, como parte del pensamiento revolucionario que mantiene en pie al país y lo prepara para seguir resistiendo, y venciendo, sobre el imperio y quienes lo apoyan en sus planes, aunque no sea más, ni menos, que prestándole su voz. En el terreno jurídico no se habla de culpable de un delito mientras no se pruebe que lo es. Hasta entonces se habla de un supuesto culpable, o de un acusado de supuestos cargos, o de un presunto criminal.

¿Por qué entonces hacerle al imperio el regalo de considerar humanitarias —es decir: que hacen bien a los seres humanos— sus maniobras y las crisis que ellas provocan? ¿No estará todavía fresca en la mente del mundo el momento, aún cercano en el tiempo, en que la OTAN —manejada por los Estados Unidos— calificó de humanitarios sus salvajes, genocidas bombardeos contra Serbia, y otros actos similares? Remember Kosovo, please!, parecería necesario decir. Aceptar, siquiera sea por desprevención o inercia, o por ignorancia —se sabe que el desconocimiento de la ley no autoriza a cometer delitos ni significa inocencia—, que los actos del imperialismo son “humanitarios”, y “daños colaterales” sus víctimas, constituye en la práctica un apoyo en favor del monstruo voraz, usurpador, genocida.

Y ese monstruo no solamente capitaliza las maniobras verbales ya citadas, sino también otras. Una fue la de llamar “estado de bienestar” al presentado para impedir, con armas socialdemócratas, afanes socialistas verdaderos, aunque el mayor bienestar —el de verdad, materialmente hablando— era para los más ricos. Ahora se ha puesto de moda hablar de “austeridad” para justificar recortes antisociales que no acarrean de hecho otra cosa que mayores penurias para los pobres, sin afectar la riqueza de los poderosos, salvo para asegurarla y —como habitualmente consiguen— hacerla crecer.

Las batallas en la esfera del lenguaje no son cosa de palabras y estructuras verbales más o menos felices. Con ello serían ya importantes las batallas, nadie lo dude. Pero se trata, sobre todo, de una lucha en la esfera del pensamiento, en el cual los defensores de la verdad, de la justicia, de la ética, deben estar cada vez más atentos, no dormidos ni confiados. Las fuerzas imperialistas poseen —no solo en el terreno económico y material, sino igualmente en el mediático y desinformativo— recursos poderosísimos para imponer sus designios, y conseguir que pasen por naturales a fuerza de repetirlos sin pudor hasta hacer que, de ser mentiras, pasen a considerarse verdad.

Frente a eso las fuerzas justicieras no tienen ni deben aspirar a tener el derecho a mentir, a inventarle defectos o errores a la derecha, como desvergonzadamente hace ella contra sus adversarios. Sí ocurre que las izquierdas tienen una gran responsabilidad con la ética y la defensa de la verdad, y tampoco deben permitir que esa responsabilidad se convierta en lentitud letal o parálisis ante un poderío cuya agilidad desinformativa tiene, junto a los recursos materiales de los que dispone, el apoyo de la desfachatez.

No, las fuerzas de izquierda no tienen que fabricarle crímenes a la derecha. Demasiados tiene ella, y solo se necesita rapidez y sabiduría para hacer que se conozcan, a pesar de las campañas de autoedulcoración y de injurias contra la izquierda desatadas por la derecha y sus voceros. La izquierda no necesita acudir a las astucias inmorales en que la derecha siempre la aventajaría y derrotaría, porque es diestra y poderosa en ellos.

Necesita y debe, eso sí, no descansar en la tarea de esclarecer la verdad y refutar las maniobras imperialistas. Tampoco debe dejarse paralizar por el temor a repetir, un temor ajeno al pastor honrado que, frente al saetazo de que su prédica reitera “lo mismitico del año pasa’o”, ha de buscar que ella sea cada vez más sabia y eficaz y, en caso de que, a pesar de todo, no logre lo que honradamente busca, poder decirle a quien la acusa de repetitiva: “Es que tú sigues siendo el mismitico borracho de siempre”.

Grandes son, en lo doméstico y en lo internacional, los reclamos que tiene ante sí el periodismo cubano, que debe mantener su empeño de superarse cada día, y contribuir a la preparación y el perfeccionamiento de las fuerzas con que el país debe enfrentar y vencer al enemigo imperialista. A la vez urge erradicar las deficiencias internas en las cuales el imperio halla complicidad objetiva, sin descartar que, a veces, sea intencional.

La altura necesaria, profesionalidad incluida, de su periodismo es para Cuba una vía para fortalecer y afinar sus armas en el combate antimperialista, y contra los problemas propios. La nación necesita que prevalezca la disciplina social para alcanzar el debido ordenamiento del país y erradicar el cáncer de la corrupción, presto siempre a la metástasis. Sin esos pasos, que la prensa debe apoyar a la vez que se exige a sí misma la superación indispensable, no se alcanzará la calidad de los servicios y el funcionamiento social necesarios para que el pueblo disfrute la vida cotidiana amable que merece alcanzar. Y la prensa no tiene derecho a exigir sin exigirse, ni se le ha de exigir que haga lo que debe hacer, si no se le permite cumplir plenamente su función.

Siempre será necesario y digno recordarlo, y mucho más aún lo es en vísperas del Día de la Prensa Cubana, con el cual se rinde homenaje al José Martí fundador del periódico Patria y mentor de la Revolución que se hizo y triunfó para defender al país y salvarlo de la voracidad imperialista. La grandeza de la obra martiana, y de los ideales que ella inspira, señala claramente que el 14 de marzo es un hito que no empieza ni termina en sí mismo, sino un digno estímulo para alumbrar el año, la vida toda de la nación y de su prensa. Es un momento especial de celebración y responsabilidad.


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