Ser Mariana, un ejemplo que trasciende


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Mucho, y bien, se ha escrito sobre Mariana Grajales Cuello (1808-1893). Su voluntad y valor, su humildad y sacrificio, su entereza y dedicación para con su familia y su Patria.

Pero más allá de eso, Cuba tiene una Mariana que convive, matiza nuestra identidad, nuestro acervo cultural. Está en el argot popular, en las actitudes, en el día a día. Lo dicen sus frases y acciones, convertidas en paremias dentro del amplio mundo de la oralitura nacional:
“¡Fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas!”

La frase es reconocida a partir de vivencias de profundo dolor: Mariana Grajales vio ser apresados o morir, poco a poco, a su esposo y a varios de sus hijos –tanto los de apellido Regüeyferos como Maceo–, todos incorporados a la lucha independentista. Ella misma, como enfermera, asumió la hostil vida en campaña como forma de ayudar con todas sus fuerzas tanto a los insurrectos como a los enemigos heridos. Y fue uno de esos días de 1869, mientras cuidaba a José y a Rafael, que supo la noticia de que Antonio, nuestro Titán de Bronce, había sido también herido gravemente en combate. Allá fue, rápida y decidida, a atenderlo. Al pasar por el lado de las hijas, nueras y otras mujeres llorosas, Mariana, con una serenidad inusitada, profirió la sentencia que se hizo inmortal, y cuya segunda oración hoy en día caracteriza la actitud que debe seguirse en momentos de decisiones que merecen entereza, rectitud, integridad.

Solo un momento después, otra imperecedera:

“Y tú, empínate, ya es tiempo de que pelees por tu Patria”

Fue dirigida a Marcos Maceo, el más pequeño de sus hijos, de apenas 14 años, al pasar por delante de él en busca de vendajes. Desde ese momento en adelante, es popularmente una orden para la toma de decisiones firmes, para crecer. Y es a su vez emblema para el desprendimiento de intereses personales frente a uno que es más insoslayable y colectivo.

Ser una Mariana

La presencia de Mariana Grajales en la simbología identitaria del cubano es también un acto de reconocimiento, de gratitud, y a la vez un reto: ser una Mariana es tener bravura, coraje, fuerza; es tomar decisiones inquebrantables, es darlo todo por una causa, es resistir. Es el mayor apelativo que, en materia de entereza, puede darse a una mujer.

Madre de la Patria

El 27 de noviembre de 1893, en ocasión de su muerte, escribe José Martí sobre  Mariana Grajales en Patria: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio (...), qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto? Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan” (…) “Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra: ¡Madre!”

Tal descripción, puede ser, con mucho, la base justa y definitoria del epíteto que enaltece la figura de Mariana Grajales como Madre de todos los cubanos, como Madre de la Patria. Los valores que defendió en vida –responsabilidad, principios morales, valor, amor, educación, solidaridad, unión, concepto del deber…– son los que, desde siempre, identifican a la familia cubana, y alegóricamente, a la mujer.

Por tradición, por respeto, por costumbre, la hemos erigido en ese pedestal que tanto merece, como muestra de admiración, como homenaje a su impronta.


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