Ser un artista nuevo siempre. Dialogo con Zenén Calero


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Hace 40 años, Zenén Calero Medina era uno de los más jóvenes diseñadores escénicos nacionales, dedicados al teatro para niños y de títeres. Su nombre, al lado de maestros como Jesús Ruíz, Armando Morales, René Fernández, Derubin Jácome, Allán Alfonso o Enrique Misa, entre otros, comenzó a brillar con luz propia con apenas 24 años, desde el Teatro Papalote de Matanzas, hasta convertirse en la actualidad en el diseñador general de Teatro de Las Estaciones y director del Centro Cultural Pelusín del Monte. Entrevistarlo vísperas del 27 de marzo, día internacional del teatro, no es solo un placer, sino un acto de justicia para quien se dedica a una profesión donde aunque se esté detrás, ya sea en los talleres y los ensayos, se está delante porque es la imagen con lo primero que se encuentran los espectadores.

¿Pudiste dedicarte a otra manifestación escénica o especialidad gráfica con las que también has trabajado desde tus inicios, dígase la danza, el teatro para adultos, la ilustración de libros o la cartelería promocional y sin embargo te dedicaste al teatro de títeres, por qué?

Las casualidades o el destino escrito existen. A mí lo que me atrajo hacia el diseño fueron los escenarios de los festivales de la canción en la playa de Varadero, en Matanzas, un lugar cercano a donde viví toda mi vida, Boca de Camarioca. Luego los espectáculos del Teatro Lírico de Matanzas en el majestuoso Teatro Sauto. Nunca estuve en un teatro de títeres, pero fue en ese género donde se me dio la primera posibilidad profesional, mediante la invitación del director artístico Eddy Socorro a trabajar como diseñador de escenografía, vestuario y títeres en el Teatro para Niños y Jóvenes de Matanzas, justo en el momento en que el pasaba a trabajar como director del Teatro Nacional de Guiñol, a finales de los años 70. Yo no tenía ni idea de lo que era aquello, pero era muy joven, con ganas de trabajar y con lo poquito que traía de mis estudios elementales de artes plásticas y el apoyo de la actriz Sarita Miyares, quien quedó al frente de la institución que aún radica en la calle Daoiz 83, el actual Teatro Papalote, pues le entré de frente a lo que hoy me apasiona y le dedico mi vida.

Trabajaste con René Fernández en el Teatro Papalote desde 1981 a 1997, más de 15 años ¿Que te aportó profesionalmente esa relación de trabajo con un artista de su talla?

Adquirir conocimientos sólidos sobre la técnica títiritera, René venía también del mundo del diseño teatral. Tener conciencia de que con disciplina se pueden alcanzar sitios vedados para los que no la tienen, basándome sobre todo en el esfuerzo y la consagración, y principalmente me descubrió un mundo maravilloso y antiguo del cual podía sentir legítimo orgullo, pues posee una historia que halla sus comienzos hace siglos. Me enamoré y esa pasión nunca se ha debilitado, al contrario tomó fuerza. No sé vivir sin eso, aunque estoy preparado para la vida por diversas circunstancias personales, pero es en el teatro de títeres donde me siento a mis anchas, con los temores necesarios que no debe perder ningún artista, pero que puestos en la balanza con el disfrute inmenso que me provoca imaginar los universos de cada puesta en escena, son nada.

¿Solo trabajaste en ese período que mencionas con Teatro Papalote o tuviste otras experiencias útiles para tu formación?

El joven de 24 años tenía en 1985 30 años, y a esa edad me llegaron los primeros premios como diseñador, los viajes nacionales e internacionales, comencé a realizar exposiciones y por supuesto mi trabajo comenzó a ser conocido más allá de las fronteras de Matanzas y del Teatro Papalote. Trabajé en 1987 con el prestigioso Teatro Escambray, en 1991 con el Teatro Caribeño de Eugenio Hernández Espinosa, y la Compañía de Marionetas Hilos Mágicos de Carlos González, el Teatro Nacional de Guiñol y dos de sus más destacados directores Roberto Fernández y Ulises García, y con dos directores extranjeros, Juan Margallo, de España y Rafael Daboín, de Venezuela. Para 1994, fundo con Rubén Darío Salazar el Teatro de Las Estaciones, ese espacio de libertad absoluta, como dice Rubén, una casa llena de ventanas. Fui invitado a diseñar para el Teatro Arbolé, de Zaragoza, España, y los Guiñoleros UAS, de Sinaloa, México, en 1999, y más acá, en 2015, por el Teatro SEA, de Nueva York, Estados Unidos. Más cosas he hecho, tanto a nivel gráfico, televisivo o escénico. Todo me completa y a la vez me siento que siempre tengo que aprender.

¿Mencionas Teatro de Las Estaciones y se te ponen los ojos brillantes, por qué?

Imaginate, yo he estado ahí desde 1994, es una casa construida por mí y por Rubén Darío Salazar desde sus cimientos. En Teatro Papalote ambos aprendimos, nos desarrollamos, crecimos, pero es una casa construida en 1962, primero por Rolando Arencibia, un ser humano excepcional que tuve el gusto de conocer, y luego en 1964 por ese maestrazo que es René Fernández, del cual todos sus alumnos, Rubén también lo es, nos sentimos orgullosos y agradecidos; pero en Las Estaciones todo, desde un clavo en la pared hasta el color de las puertas ha sido pensado y concebido por mí desde su primera vez. Con esta compañía regresé a México, España y Francia una y otra vez y descubrí países como Italia, Costa Rica, República Dominicana, Martinica, Uruguay, Brasil, Venezuela y los Estados Unidos. He diseñado libros, carteles, impartido conferencias y me he relacionado con artistas como Alfredo Sosabravo, Bárbara Llanes, William Vivanco, Rochy Ameneiro, la Orquesta Faílde, el cineasta Marcel Beltrán, entre otros, todos han sido motivos de inspiración para mí desde sus obras propias que yo he hecho mías con mi visión pictórica. Hay más, solo tenemos 25 años y ya sueño con proyectos futuros.

Teatro de Las Estaciones ha podido constatar su valía en varios lugares del mundo ¿Qué has recibido como teatrista en esos intercambios?

Que el teatro cubano no va a la saga de nada ni de nadie. Somos un país en desarrollo, pero con una imaginación desbordada y una historia joven pero contundente. Nos hemos crecido cuando no ha habido nada con que trabajar. En 2015 recibí el Premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York a la mejor producción, nada más y nada menos que con Por el monte Carulé, una hermosa obra que Norge Espinosa escribió para Teatro de Las Estaciones, pero que en materia de producción es super económica, lo más caro fueron los zapatos que son artesanales, lo demás fue hecho a golpe de retazos e inventos. Con La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón,obra inspirada en una apropiación de Lorca sobre un cuento andaluz, que hemos presentado en varios países de Europa, el Caribe y Las Américas, constatamos que no siempre la tecnología sofisticada es necesaria, aunque es importante conocerla y dominarla, pero también con una vieja maleta del siglo pasado y muñecos de papel y cartón uno puede hacer que el público toque el cielo.

Eres uno de los diseñadores más premiados del país, tal vez el más premiado en la actualidad ¿Qué sientes que te falta aún como diseñador?

Muchas cosas. No he terminado nada. Los premios no son para mí un medidor certero. Unas cuantas veces me he ido con las manos vacías de festivales y concursos y por eso no me morí ni se detuvo mi carrera, al contrario me dio más fuerza para seguir, investigar y no sentirme conforme con lo que he hecho hasta hoy. Yo quiero que cada obra sea una sorpresa, un viaje hacia los demás desde mi mismo. Mi más reciente creación Todo está cantando en la vida (Un recital de afectos para Teresita Fernández) fue con muñecos ensamblados con materiales reciclados, pobres, desechables, cosas recogidas en basureros y me hizo tan feliz como cuando trabajé con encajes, sedas y rasos en Los zapaticos de rosa. En materia de arte la última palabra aún no está escrita y sentir que ya uno se las sabe todas es muy ingenuo. Cada día aparece un artista nuevo, que hace cosas maravillosas, y eso quiero yo, ser un artista nuevo siempre.

 


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