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¡Sin Rumba, no hay Son!


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El Son cubano que se ha internacionalizado tuvo su formulación hace algo más de doscientos años, cuando en La Habana se cocinó la “salsa” musical cuyos condimentos esenciales fueron las composiciones rurales de todo el archipiélago —no solamente de la zona oriental—, el folclor africano con preponderancia de la música conga, del Calabar, y otras vertientes foráneas, en un prolongado proceso de evolución, dieron como resultado las puramente criollas, teniendo como punto de confluencia o epicentro los barrios de la capital.

Cuando en los inicios del siglo pasado aparecieran los primeros sones cantados en La Habana, ya eran cotidianas las “rumbas de solar” en los barrios de Carraguao, Pueblo Nuevo y Jesús María, entre otros. Allí encontrarían refugio los primeros cantadores de bolero criollo y la canción trovadoresca, pues es evidente que el Son cubano, el que hoy se conoce, si bien tuvo como semilla aquellas guarachas y cantos marginales desde el primer siglo de la conquista, poco tiene que ver con el Son urbano habanero, surgido, conformado y difundido desde los barrios de la capital, nacionalizado a toda la isla y después internacionalizado hasta nuestros días mediante las pioneras grabaciones y, con posterioridad, con la presencia de los sextetos de sones en los más intrincados rincones del planeta.

En La Habana —sin lugar a dudas, al amparo de trovadores y rumberos— sufrirían notable evolución aquellas músicas de pueblos rurales de la urbe y de otros lares que,  coincidentemente, tuvieron espacios públicos para su subsistencia en cafés, cines y bares en la céntrica Avenida Jesús del Monte, ubicada en el barrio de Jesús María, meca del folclor y la rumba de Cuba.

El callejón Puerta Cerrada del barrio de Jesús María era célebre por las rumbas, y existen testimonios de su fama. Se asegura que vivió un personaje llamado “Pancho el Zurdo” (1) donde, en 1909, se escucharon sonar los treseros con ritmos venidos de la provincia oriental, según se ha dicho, con los soldados de la “Permanente”; pero, como se ha demostrado, no eran soneros, sino tocadores de tonadas, kiribá, changüí y nengón, pues para esa fecha en que hacen su aparición estos soldados, ya los rumberos habaneros habían plasmado en fonograma la rumba Mamá Teresa para los discos Zhon O Phon (1904), siendo esta obra musical un Son habanero tocado con mandolina, guitarra y la clave 3x2 en ritmo de 2/4.

A escasos metros de este callejón, en la calle Águila, nació Ignacio Piñeiro Martínez (La Habana, 21/5/1888 – 12/3/1969). Allí se educó como cantante y decimista en los coros de clave u orfeón popular “El timbre de oro” (1904), y posteriormente liderando el coro de rumba y guaguancó “Los roncos”, hasta 1912. La rivalidad fraternal por la defensa de su barrio era común entre los grupos de rumba, amparados por las sociedades de negros y mulatos —llamados “cabildos de nación”—, y con toda su estructura. Las rumbas eran fuente propicia para marcar y crear estribillos que seguían a las bellas improvisaciones, decentes y literarias, a las que Piñeiro introdujo poesías, en un inicio parodiando a Calderón de la Barca (2), y después de su propia cosecha, trasformándolas en un estilo propio: el guaguancó.  

En opinión de Odilio Urfé: “El más famoso de los guaguancós del coro ‘Los roncos’ fue compuesto por su líder Ignacio Piñeiro, gran folclorista y bailador, conocido como «El Rey de la Rumba»” (3), cuestión que lo hizo rivalizar con el coro “El paso franco”. Por ello su célebre guaguancó ¿Dónde andaba anoche?, compuesto a manera de reto a sus contrincantes, sería la rumba adaptada al Son referencia para la música bailable de nuestro pueblo, pues es portadora de esa evolución sintetizada, que hasta hoy perdura, del estilo rumbero que caracteriza al Son cubano.

¿Dónde andaba anoche?

Avísale a mi contrario que aquí estoy yo,

que venga para que aprecie dulce cantar,

no quiero que después diga,

que di la rumba y no lo invité,

que venga para que aprecie sonoridad,

¿Dónde andaba anoche?

¡Que bien te busqué!

Recorrí La Habana,

Y no te encontré,

Ven ven, Siroco ven, ven.

Los motivos de sones rurales del interior de Cuba, llegados a la capital, contenían breves estribillos que alternaban con la cadencia del ritmo instrumental. En el caso de los traídos de la zona Oriental, marcados por el rayado de la guitarra tres, fueron acogidos en los lugares de esparcimiento del habanero; allí la rumba constituía su principal forma de expresión musical. Es por ello que rápidamente se adopta por los músicos bohemios la guitarra tres oriental, desplazando a la mandolina y el tiple de los cuartetos y quintetos soneros en La Habana. Lo cierto es que con la aparición del autóctono tres oriental, en la capital evolucionó el Son habanero e incluso se estilizó el modo de ejecución del instrumento por los soneros. Pero no significa que con su llegada al occidente llegó el Son desde oriente, porque ya La Habana tenía su Son.

Hacia 1912 concluye la “guerra” del coro de clave “El paso franco” del barrio de Carraguao y el coro de clave y guaguancó “Los roncos” del barrio Pueblo Nuevo, que desde finales del siglo anterior se había desatado con la participación de los más connotados rumberos de la Habana. Estos coros fueron gigantescos orfeones con la participación de hasta 150 integrantes, con la tropicalización o africanización de los orfeones españoles, llegados hacia 1840 a La Habana de la mano del maestro Clavé. El resultado de la batalla musical fue la consolidación del guaguancó, impuesto por la calidad de “Los roncos” y su líder decimista Ignacio Piñeiro; al tiempo que los militantes rumberos de estas formaciones corales evolucionaron a la cofradía sonera con la aparición de los pequeños formatos instrumentales cultivadores de rumbas —que en realidad eran sones—, antes que se le denominara o atribuyera a esa música el concepto musical de Son. Esto es lo que explica que en las primeras grabaciones, testimonios irrevocables de la historia musical, aparecieran los sones con la identificación de rumba.

El surgimiento de las agrupaciones musicales denominadas Sextetos de Sones tuvo su aparición formal hacia 1914 en el barrio Dragones, donde se reunían los músicos participantes del conjunto “Los Apaches”; mucho antes de la época del 40, cuando la palabra “conjunto” tenía otro significado para los soneros. Del primero de los sextetos que se tiene referencia fue del organizado en 1914 por Alfredo Boloña y Manguito Menocal junto a otros militantes de “Los Apaches”, entre los que se distinguía el inmenso trovador Manuel Corona y Alberto Villalón. Es por ello que los sones habaneros tuvieron una fuerte influencia trovadoresca. Este Sexteto Boloña no solo fue pionero de este formato instrumental, sino además de las grabaciones fonográficas en Cuba. Sin embargo, no es hasta que Ignacio Piñeiro organiza su Sexteto Habana Sport, en 1926, que el Son habanero tomó una fisonomía bailable definitiva con la asimilación del guaguancó impuesto por el Septeto Nacional en 1927, cristalizando así, con éxito rotundo, lo que hoy se denomina Son cubano.

Esta fórmula de fusión empleada por Ignacio Piñeiro renovó los sones de todas las regiones y barrios de La Mayor de las Antillas a la categoría de Son cubano por su lograda universalización, haciendo que para bailar, ¡sin Rumba, no hay Son!

Bibliografía:

(1) Blanco Aguilar, Jesús. 80 años del Son y Soneros en el Caribe. Fondo Editorial Tropykos. Venezuela. 1992. Pág. 14.

(2) López-Nussa, Leonel. “Entrevista a Piñeiro”, 1966 (citado por Omar Vázquez: “Ignacio”. Febrero de 2008. Pág. 2

(3) LP Cuban Carnival, de Judson Records 3011 / 1956. NY.

Fotos:

—Septeto Nacional en 1929. Pabellón de Cuba, Feria de Sevilla.

—Día de Reyes en La Habana.


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