Un cubano en el cosmos


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A diferencia de otros temas en los que es prolífera la producción de monografías, testimonios, ensayos, artículos de prensa, etc., la cosmonáutica en el país no goza de igual salud.

Tuvo su mejores momentos a partir de abril de 1961 con el primer vuelo al cosmos realizado por Yuri Gagarin, durante su visita a Cuba en julio del propio año y la divulgación de la atención recibida por las autoridades de la Isla, así como de las actividades realizadas durante su estancia en el país, ocasión en  que el pueblo cubano fue familiarizándose con la conquista del espacio cósmico por el hombre, sin desconocer lo que pudieron haber aportado en determinados sectores y grupos etarios las obras literarias de Archille Eyraud, Edgar E. Hale y Julio Verne sobre la posibilidad de construir y poner en órbita satélites artificiales desde la Tierra y naves espaciales tripuladas.

Desde entonces cada logro soviético en este empeño llegaba a los cubanos a través de la televisión y la prensa radial y escrita, acompañada de las visitas de los cosmonautas al país y su descanso en la casa que con tal objetivo se les destinó en la playa de Varadero.

Decenas de nombres de pilotos cosmonautas soviéticos se hicieron habituales en la población cubana y el vocabulario común se enriqueció con palabras como sputnik, chaika, vosjod, soyuz, saliut, y otras tantas más.

Conocíamos que soviéticos y americanos luchaban por la conquista del espacio, los primeros con fines pacíficos y los segundos para dominar desde las alturas el universo terrestre; de la existencia de un Programa Intercosmos —ya desaparecido— y de que en la Unión Soviética existía un centro de preparación de cosmonautas, conocido popularmente como Ciudad Estelar, desde el cual se seleccionaban los que realizarían el vuelo al cosmos.

Sin embargo, ¿qué sabíamos y hasta dónde podíamos hablar de cómo se selecciona y prepara un cosmonauta, de cómo está construida la nave para poder cumplir su misión y qué ocurre durante  el vuelo de “ida y regreso”, de la relación del hombre con la nave espacial, de la tensión de los primeros momentos del despegue, de la trepada vertiginosa, de la incorporación a la órbita prevista, del acople con la otra nave y de la vida a bordo, en qué se invierte el tiempo en tales condiciones, qué se experimenta, de la dirección del vuelo desde el Puesto de Mando, del proceso de regreso y preparación para adaptarse a la vida terrestre nuevamente? No siempre los artículos radiales y escritos daban respuestas a tantas inquietudes ni los segmentos mostrados por la televisión de cada vuelo cósmico nos podían facilitar la dimensión completa.

Ahora, las respuestas a estas y muchas más interrogantes se pueden encontrar en Un cubano en el cosmos, del general de brigada Arnaldo Tamayo Méndez, piloto de guerra y cosmonauta investigador, que ostenta el título de Héroe de la República de Cuba y la Orden Playa Girón, la Medalla de Oro de Héroe de la URSS y la Orden Lenin, y que la Casa Editorial Verde Olivo ha puesto a disposición de un amplio círculo de lectores e interesados en la temática, disponible en el sistema de librerías del país.

La obra, escrita de modo ameno, con lenguaje claro y sencillo, familiar, sin palabras rebuscadas ni frases fuera del alcance del lector común, atrapa con fuerza desde sus primeros párrafos y el interés por conocer lo que ha de ocurrir a posteriori le apresa de tal modo que, prácticamente, cuanto más lee más quiere seguir leyendo, cuanto más conoce más quiere seguir conociendo. Al final, tal vez le ocurra como a este lector, se queda con deseos de seguir encontrando respuestas a otras preguntas y de poder comunicarse con Tamayo Méndez para entablar nuevos diálogos y conocer más de ese apasionante mundo que a modo de privilegio solo pueden disfrutar aquellos que, como dijo Fidel, “no se escogen al azar”.

En su libro Tamayo, como todos le conocen, nos presenta una estructura capitular en que la lógica y la coherencia van llevando de lo sencillo a lo complejo, de lo individual a lo colectivo, de lo particular y singular a lo general, del punto de partida inicial al objetivo final, demostrando lo que es capaz de resistir y vencer la voluntad del hombre cuando está dotado de amor y compromiso, cuando siente responsabilidad y sentido del deber, cuando ha empeñado su palabra y sabe la trascendencia histórica del acto para el cual se prepara.

De tal modo, da inicio al texto un segmento del discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro en el acto central por el vuelo conjunto, el 15 de octubre de 1980, en el que caracteriza las condiciones que debe tener un cosmonauta, presentes en Tamayo Méndez, en las que el líder cubano enfatiza que “se requiere un gran carácter, se requiere una gran capacidad; se requiere un gran valor, una gran serenidad; se requiere una actitud revolucionaria, se requiere una moral muy alta, se requiere ser un ejemplo. […] Él es un símbolo del carácter, de la decisión, de la audacia, del valor, de la inteligencia y del espíritu revolucionario de nuestro pueblo […]”

En las notas al lector, Tamayo Méndez reflexiona sobre el tiempo transcurrido desde la realización del vuelo hasta el momento que tomó en serio escribir el libro y con proverbial sencillez nos dice: “Esta será mi obraLlegue a las manos de mi pueblo, pues también es suya.”

Bajo el título “Guantánamo en mis raíces”, el autor nos relata sus primeros años de vida, las carencias económicas familiares, el atrasado sistema de salud reinante entonces, la pérdida de su madre en pleno esplendor de la vida cuando solo tenía ocho meses, la atención y ternura de su abuela, que supo combinar su cariño y bondad con la exigencia de buenos hábitos de conducta; su paso por la enseñanza primaria y su inclinación por la Historia de Cuba. La narración sana y con cierta picardía de sus travesuras, sus ocupaciones laborales y su incesante búsqueda de superación para garantizar el sustento propio y familiar, complementa el período en que el niño va dejando atrás la infancia y en pleno proceso biológico avanza hacia la juventud. Lo sorprende el triunfo y con él Tamayo empieza a empinarse por otros caminos.

En “Fragua de voluntades”, como denominó Tamayo el capítulo siguiente, examina retrospectivamente el modo en que el proceso revolucionario no solo amplió su horizonte político y cultural, sino que le abrió las puertas para insertarse en las filas de Asociación de Jóvenes Rebeldes, de la cual fue fundador en su natal Guantánamo, así como a las Brigadas Juveniles de Trabajo Revolucionario Camilo Cienfuegos y como parte de su actividad, andar por la serranía, palpar las huellas de la guerra in situ, tocar la historia con sus propias manos. Complementa su narración lo acontecido desde su arribo a La Habana el 6 de diciembre de 1960, pasando por su inclusión entre los que optaban por plazas de pilotos de combate, las dificultades sorteadas para lograrlo, las acciones subversivas del imperio contra Cuba, hasta la inserción en el grupo de jóvenes que viajarían a la Unión Soviética para formarse como técnicos de aviación.

En una especie de diálogo interactivo en el capítulo denominado “Piloto de guerra”, el autor nos va describiendo las situaciones que se dieron para que aquel joven desaprobado por astigmatismo llegara a ser piloto de guerra, cómo transcurrió la preparación y qué tareas asumió con su regreso al país después de un año de estudio en la Unión Soviética; el tránsito natural y ascendente por las tropas, su incorporación a las filas de la UJC en el momento de su fundación en la institución armada y posteriormente al Partido Comunista de Cuba. Con singular modestia nos acerca a un episodio casi desconocido y tal vez poco trabajado por la historiografía cubana: la presencia militar en Vietnam como parte del estudio de las acciones de guerra del imperialismo norteamericano y su importancia para la defensa del país.

En los capítulos siguientes “En busca de un cosmonauta”, “Tenacidad a toda prueba” yDesafío de los Taimires”, Tamayo Méndez nos acerca al Programa Intercosmos y sus objetivos, el proceso de selección de candidatos sobre la base de un grupo de requisitos entre los cuales se encontraban conocer el idioma ruso, ser piloto con categorías de primera o segunda clases, poseer buen nivel cultural —preferiblemente enseñanza superior—, tener correcta disciplina y actitud ante el trabajo, y haber alcanzado resultados positivos en el cumplimiento del plan de preparación combativa y política. El estado físico y mental de cada candidato determinaba la continuidad del proceso en opción a cosmonauta.

Resulta de interés para el lector el modo en que Tamayo más que hablar de sí, habla de todos aquellos que le acompañaron desde el inicio del proceso de selección hasta el momento final en que de los dos que fueron venciendo con mejores posibilidades las exigencias, llegaron hasta el cosmódromo de Baikonour, en Kazajastán, entonces República Socialista Soviética hasta la desintegración de la URSS en diciembre de 1991, para escuchar la decisión de la Comisión Gubernamental de cuáles serían los dos cosmonautas que viajarían a bordo de la nave de transporte espacial Soyúz-38.

En estos capítulos nos habla de las emotivas despedidas en diferentes instituciones y unidades militares. Particular atención presta a la sostenida con los principales jefes y el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro Ruz, en su despacho del MINFAR, previo a la salida para Moscú, el 18 de marzo de 1978; las palabras tanto de él como de su compañero de preparación José Armando López Falcón. Refiere Tamayo que pasada una hora no solo habló el ministro, sino que sintieron la voz del padre cuando le habla a sus hijos. Un nuevo encuentro con los aspirantes a cosmonautas cubanos se describe en el texto cuando en ocasión de un nuevo aniversario del Ejército Rojo, Raúl es invitado a la URSS y visita la Ciudad Estelar en febrero de 1979.

Interesante resulta para el lector acercarse a las exigencias de la preparación para el vuelo, el conocimiento de los experimentos preparados por los científicos cubanos y que ahora se llevarían al cosmos, así como la decisión de la Comisión Médica de autorizar el vuelo, el examen final, el viaje hasta Baikonour y la decisión de la Comisión Gubernamental.

“¡Vámonos!”, siguiendo la tradición rusa, así denominó Tamayo el capítulo en el cual le expone al lector hasta los mínimos detalles desde la arrancada de la potente nave espacial hasta su regreso a la tierra, los días en los que vivió en el espacio y las actividades realizadas en el cosmos, la adaptación, alimentación y sueño, la preparación para el regreso, la despedida y el desacople, el encuentro y la readaptación a la vida terrestre. Durante la lectura, Tamayo logra que el lector casi se sienta un cosmonauta y experimente las sensaciones, preocupaciones y hasta el temor por lo que pueda ocurrir.

El diseño interior y la realización, con sus esquemas y variada iconografía, mantienen un dialogo permanente con los lectores, explicando, demostrando, favoreciendo y ampliando el conocimiento de tan complejos procesos como los que ocurren desde la selección de los candidatos a cosmonautas hasta el regreso del vuelo espacial. Los trece anexos adicionan un nuevo valor a la obra y satisfacen, en mucho, las curiosidades del interesado en acercarse a los rigores que tuvo que vencer Tamayo Méndez para ser el primer cubano que pudo observar a su tierra natal desde el cosmos.

Un cubano en el cosmos es también una lección de historia, de modestia, desinterés, heroísmo, principios y valores.

Con el objetivo de contribuir a la ampliación del horizonte estético-cultural de un amplio y variado sector poblacional, la Casa Editorial Verde Olivo, cuidadosa en la selección de sus publicaciones, pone este texto en manos de los lectores, una obra que cautiva y enseña.


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