Un homenaje a Trilce en su centenario


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A la memoria de Enrique Saínz de la Torriente

De César Vallejo pudiera decirse, sin temor a exageración, lo mismo que Paul Valery expresó sobre Virgilio, “No es un poeta, es un texto”. La intensidad de su obra y la magnificencia y profundidad de su lírica así lo permiten. Pudiera, incluso, extremar el símil y añadir de mi cosecha: “César Vallejo es un lenguaje”, porque su tentativa fue ciertamente esa, crear una forma de decir absolutamente nueva dentro de la poesía.

Ya se sabe que 1922 cambió, para bien, la literatura occidental. La publicación de Trilce, de Vallejo, Ulises de James Joyce y Tierra Baldía de T.S. Elliot, produjeron y encabezaron esa transformación en dos de los principales idiomas de Occidente. En particular, la poesía recibió un estremecimiento transformador con los libros de Vallejo y Elliot. Pero antes de que Trilce se convirtiera en el fenómeno epistemológico y literario que después fue a nivel universal, es necesario analizarlo en el marco del idioma y de las corrientes literarias desde la cual alzó su trascendencia; y analizarlo igualmente en su intimidad.

Los que se acerquen hoy a Trilce disponen de toneladas de papel escrito sobre sus páginas, sobre su autor y, por supuesto, sobre el contexto en el que se escribió, estudios realizados durante un siglo por críticos con variados niveles de seriedad y calidad analítica. Sigue siendo un tema apasionante la manera en que este poemario se instaló en la atención de la crítica especializada internacional; aún lo hace.

Los Heraldos Negros (1918), su ópera prima, fue todo un impacto cuando vio la luz. Demoró en ser reconocido, pero cuando ello ocurrió, se convirtió en un clásico de la poesía en lengua castellana.

A cien años de su primera edición, Trilce se nos presenta aún como un libro difícil de clasificar, a veces imposible de clasificar, tan es así que Julio Ortega, uno de los principales especialistas en la obra vallejiana, si no el más importante de todos, expresó hace solo siete años, después de dedicarle previamente centenares de enjundiosas páginas, que, ¨Trilce es un hueco en el lenguaje, un espacio a deshabitar para que las palabras reorganicen la nueva armonía, no la Armonía clásica...¨, es decir, un ejercicio contraestético abierto, roturador y desafiante[1].                                                               

Con toda probabilidad, la visita del poeta a Lima, su contacto con figuras relevantes de la intelectualidad peruana, más nuevas y plurales lecturas, y la eclosión de lo que bullía en su interior, fueron los hechos que se materializarían, a partir de 1919, en su segundo poemario. De cualquier manera, sorprende el cambio y la irrupción con una poética radicalmente distinta, ahora despojada del modernismo y simbolismo de su primer poemario.                                                     

Con Trilce se puso en evidencia que surgía una voz muy original, una voz absolutamente libre y diferente. Mucho más que eso, fue, en esencia, una eficaz tentativa de crítica a la poesía existente hasta ese momento. Vallejo agredió el escenario poético peruano y continental, también el de la lengua, situándose en una posición disidente dentro de ella. El libro se erigió con los años en un hito de la poesía hispanoamericana, confirmó los valores de Los heraldos negros y planteó una expectativa por lo siguiente que pudiera escribir su autor. De hecho, se convirtió con el tiempo en uno de los poetas más seguidos del continente y del idioma.

Muchos[2], entre los que me incluyo, consideran a Trilce, en un primer momento, un texto desconcertante, a veces absurdo, a ratos incomprensible y en ocasiones inquietante, con una clara tendencia a la mala escritura, lo que colinda, a su vez, con lo antipoético o al dislate literario, rasgos todos que solo una atenta mirada, incisiva e intencional, una mirada esencialmente culta, puede descubrir lo erróneo de esa primera impresión. A pesar de todos esos señalamientos, el libro se impone por su deslumbrante emotividad, la hermética intimidad que lo atraviesa y la densa tristeza o nostalgia que emanan de su interior; también por el amor y la ternura que desprende hacia los seres humanos y la familia. Trilce nos gana en cada vuelta a sus páginas, siempre un regreso en el que deseamos aproximarnos todavía más a lo que nos quiso decir Vallejo. Esa conversación fluida y sin igual que se establece entre lector y autor, diálogo complejo por su densidad y exclusividad, es el lugar en el que la poesía vallejiana obtiene su triunfo definitivo, su dominio.

 

 

Temáticamente, Trilce aborda el amor y la nostalgia familiar (en particular la nostalgia por la infancia perdida), el dolor que ocasiona la frustración amorosa, cierto erotismo (a veces muy acentuado y frontal), la muerte y sus connotaciones, el sufrimiento íntimo del autor, la asunción de un lenguaje infantil, la introspección anímica y reflexiones de índole moral (entre ellas la sensación particular de la impotencia de estar preso). Sobresalen el uso de neologismos, vocablos inventados, vocablos griegos y quechuas, peruanismos propios de la región andina que habitaba el autor y otras rarezas del lenguaje que Vallejo pone a jugar en sus poemas. Constantemente se percibe la sensación de que es una extensa conversación del autor consigo mismo, a ratos distendida, a ratos desoladora o sobrecogedora, de una opresión que se traslada de forma contaminante al lector. La obra poética de Vallejo, en particular sus dos primeros poemarios, están transidos de dolor, de sufrimiento, mientras más herméticos se tornan sus poemas, más atormentado se muestra el poeta. El libro nos dice, y debo ser reiterativo en ello, que el dolor es una de las esencias del ser humano, y que mientras menos indiferente es el hombre al dolor, se acercará más a su verdadera naturaleza.

La asunción de una voz infantil aparece en varios poemas, es probablemente de los momentos más emotivos del poemario, el poeta nos sitúa en medio de su familia, siendo él un niño o adolescente y sentimos en carne propia sus reacciones y sentimientos. Aquí palpita un latido de la orfandad y el desarraigo familiar en los que se sintió sumido Vallejo desde su juventud. Cuando casi todos nos hemos olvidado del niño que una vez fuimos, el poeta nos da un tirón, un jalón, y nos dice que no cometamos semejante error, que no olvidemos esa etapa de nuestras vidas. Hay mucha piedad en estos poemas de Trilce, tristeza y piedad auténticos, no lacrimosos ni sensibleros, ese es uno de los misterios de su arte.

Vallejo nos exige una disposición ante el hecho poético totalmente diferente a la que existía previamente a Trilce. No basta con ser un asiduo lector de buena poesía o haber estudiado a los clásicos, lo cual seguiría siendo insuficiente, este poemario reclama despojarnos de antiguos hábitos literarios y atender especialmente la carga de emociones que prodiga y cómo lo hace. No hay un discurso retórico claramente trazado, sino una percepción sui géneris de la realidad que está dada por lo emotivo. Los vocablos tienen un peso específico diferente. Es otra forma de comunicar la poesía. Vallejo se entrega a un juego sostenido de exprimir vocablos para extraerles significados inéditos, entroncando de esa forma con cierto hacer de Herrerra y Reisig del que fue deudor.                                                 

El libro recibió la incomprensión general, incluyendo algunos calificativos fuertes, como reconoció Raúl Hernández Novás, otro especialista en la obra vallejiana, en su introducción a la Poesía Completa de Vallejo editada en Cuba[3], estudio introductorio que es indudablemente el mejor texto escrito en nuestro país sobre la obra del peruano.

Pero ya Trilce había comenzado su itinerario hacia el infinito y se abrió camino gradual e indeteniblemente. Cuando en 1936 la crema y nata de la intelectualidad y letras mundiales, en particular los más reconocidos poetas de Occidente, se reunió en España, para asistir al Segundo Encuentro de Escritores Antifascistas, en apoyo a la República Española agredida por los fascistas, ya César Vallejo era un  poeta respetado y admirado entre sus pares.                                                         

La conversación que sostuvo Trilce con la poesía existente hasta 1922 fue un diálogo difícil y contencioso. El cholo, con su segundo poemario, se sumergió en un torbellino de sensaciones incontenibles y planteó, como traducción de las mismas, un orden de palabras que atentó contra lo que usualmente se consideraba la armonía de lo literario. Vallejo no temió esa dificultad, sino que la detonó desde dentro. Así mismo creó un escenario crítico en el que el lenguaje sufrió los ataques más fuertes y creativos de que fue capaz. Se puede entonces afirmar con Julio Ortega que ¨Trilce postuló una epistemología poética¨[4]

Trilce se me antoja como un manantial inagotable para los degustadores de poesía, miles han abrevado en sus aguas, con toda seguridad miles lo seguirán haciendo en el futuro. La Galaxia Vallejo implantó, a base de una osadía extrema, un vocabulario y una forma de lenguaje propios, de ahí su originalidad inconfundible. Reclamó amor y ternura humanos, ese fue su estremecedor grito poético. Todavía sigue resonando, un siglo después.

 


[1]     Julio Ortega, César Vallejo. La escritura del devenir, Taurus, Barcelona, España, 2015, pag, 119.

[2]     Julio Ortega, considera a Trilce el libro más complejo de la poesía escrita en lengua castellana.

[3]     Raúl Hernández Novás (Ed.), Poesía Completa. En el cincuentenario de César Vallejo, Biblioteca de Literatura Universal, Casa de las Américas e Instituto Caro y Cuervo, Serie Valoración Múltiple, 2000, pag LVII.

[4]     Op cit (1).


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