Bailando así. El pasillo que nos debe Chucho Valdés


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Hoy voy a romper todos los esquemas. Hoy seré el peor de los vecinos para algunos, para otros resultaré anacrónico y habrá un grupo, puede que mayoritario, que apruebe mi actitud de este día. Este día, mientras me dure la alegría, el ron y los recuerdos –podrá ser una larga jornada— es posible que me convierta en el mayor contaminante sonoro del lugar en que habito. Hoy no me han de importar las noticias sobre el cambio climático; el precio del petróleo o el gas en Europa; o los estragos de esta pandemia que nos ha convertido en neo cavernícolas digitales. Hoy es día de jolgorio y todos, desde la distancia, están invitados a gozar como Dios manda.

Ocurre que mí, nuestro, querido Chucho Valdés está de cumpleaños. Ya son ochenta y soplar esa cantidad de velas requiere de un esfuerzo superior. Hoy habrá otros cubanos y seguidores de su música, de su vida, que también estarán de fiesta; soplarán sus velas y harán un ejercicio similar al que me preparo a realizar: escuchar toda la música posible que lleve su marca.

Les comento el orden del programa.

Tras el desayuno y mientras cumplo mi tarea sabatina de limpiar el portal y el jardín, pondré a medio volumen sus versiones de las Danzas de Manuel Saumell y de Ignacio Cervantes. Habrá tiempo para escuchar ciertas variaciones sobre temas de Ernesto Lecuona que ha dejado registradas de modo disperso a lo largo de su carrera discográfica. Si no me falla la memoria. en algunas de ellas le acompañan los músicos de Irakere.

También pondré grabaciones de discos memorables que son parte de mi colección. Como cierre, antes del almuerzo, subiré por vez primera el volumen cuando comience a escuchar a la Orquesta Cubana de Música Moderna.

La sobremesa musical, tras el almuerzo –el sábado es pan con tortilla y un refresco de guachipupa, degustando el primer trago— corre cargo de parte de su trabajo con distintos cuartetos de jazz. Mi amigo Pedro me hizo una copia de los discos del Afro-Cuban Messengers. Esto no dañará la siesta de los vecinos, de los recién nacidos y de algunos ancianos que me rodean. Para salir del sopor del sueño, he dispuesto que corran los temas del disco Irakere en vivo en el Ronie Scott. Ese disco es el pretexto perfecto para enfrentar la ola musical de los vecinos más jóvenes que a esa hora –declarada muerta Lola— asoman su gigantesca bocina y arman el circo del dominó.

Comienza la tarde y es hora de presentar batalla. Todos los vecinos están despiertos. Tengo tiempo antes de que comience la novela.

Hora de mover todos los huesos. De gritar a todo pulmón aquellas palabras que me acompañaron durante una parte importante de esa juventud que no me resisto a abandonar: “…oye yo si tengo el uno…”, a coro con la voz de Oscar Valdés.

Uno a uno repaso los discos de la banda. Recuerdo a Chucho saltando emocionado sobre el piano cualquier día en una presentación de Irakere en el espacio menos imaginado. Sus manos apuntando a los metales para que descargaran sobre nuestras cabezas andanadas de notas, exuberancia sonora propia de un tiempo que no pasa.

Repaso en mi memoria aquello de que Bacalao con Pan es marginal; que Moja el pan en la salsa induce a malos hábitos a los niños; me compadezco de Xiomara y sus lágrimas que desfiguran la belleza de su cara; y siento que mi sangre hierve cuando me siento Cimarrón.

He logrado una victoria barrial. Que no es pírrica, si es lo que están pensando. Los familiares del vecino que pone la música –el líder de la contaminación sonora habitual— me han pedido que les preste los discos, la memoria o lo que sea. Que esa es la música buena de verdad.

Coro barrial y cada uno aporta su propia versión de lo que es Irakere, de haber bailado con ellos, de haberle dado la mano a Chucho Valdés al finalizar un concierto. Lo mismo en un teatro, que en el Salón Mambí, que en la Tropical; o un 24 de febrero en Pogolotti. — Yo lo conozco. Afirma un vecino que se ufana de ser bailador en Santa Amalia, que visitaba su casa materna y que conoce algunas historias personales que por hombría, pudor y concepto no cuenta; pero que hablan de la rectitud del hombre. — Pura charlatanería. Dice otro vecino que conoce al chaleco.

Sin saber de quien fue la idea, el ron corre de vaso en vaso. La música sube a niveles que se expanden más allá de las cuatro esquinas de mi cuadra y comienzan a llegar los vecinos. Hay uno de ellos que hoy organizó un ágape para sus santos, tiene hecho Yemaya, lo mismo que Chucho, y comparten la misma casa de santo; porque está de cumpleaños.

Realmente no sé qué hacer. Lo curioso es que ningún vecino se ha quejado. Las señoras han olvidado la hora de la telenovela. Nadie protesta. Me preocupo. Sin embargo; la música sigue su curso y hay formada hasta una rueda de casino y la calle está encendida, todos los portales están iluminados. 

Y como en todo lugar hay un despistado; el nuestro pregunta de quién es la fiesta. — Dicen que es el cumpleaños de Chucho Valdés. Hace una mueca de aprobación y con su teléfono le comenta al mundo que en su barrio la gente canta felicidades a ese hombre que desde el piano nos ha hecho más universales.

Esta fiesta de mi barrio es tendencia en las redes. A propuesta de todos los vecinos, el sábado siguiente que se repita el programa. 

Esperamos que cualquier día Chucho Valdés venga y baile con nosotros así.

 

 


1 comentarios

Elsida
9 de Octubre de 2021 a las 13:02

Lindo querido Emir!!!! Salgo para allá jajaja... Un fuerte abrazo!!!!

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