Cultura local Vs. Cultura cubana. Camagüey (I)


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Iconos relacionados con Ignacio Agramonte y Loynaz, El Mayor.

Significar la cultura en términos territoriales, amén a las dimensiones espaciales y las complejidades inherentes a su formación, constituye un desafío que solo puede conseguirse a medias. Basta tener en cuenta dos de sus principios para ello: primero, a la cultura le es propia una dinámica que continuamente redefine sus bordes; y, segundo, uno de sus elementos esenciales, prácticamente inatrapable, es la diversidad cultural que acompaña a sus protagonistas, tras la ocupación del espacio, en el transcurrir del tiempo, detalle que, por lo general, sumerge la interpretación y significación de la cultura en un proceso de exclusión/inclusión. A pesar de ello, por la necesidad de reconocernos en una unicidad cuya potencialidad nos permitirá dialogar con otras unidades territoriales, asumimos una y otra vez el inefable desafío.

Consciente de ello, se pretende aquí rendir tributo a la Jornada por la Cultura Cubana desde una de sus regiones históricas, la camagüeyana. Utilizando para ello una perspectiva patrimonial, también un constructo social, precisamente por encontrarse en sus elementos, tangibles e intangibles, la expresión de su identidad cultural. Téngase en cuanta que el Centro Histórico de Camagüey, junto a las reconocidas primeras siete villas fundadas en Cuba, fue declarado Monumento Nacional en 1978 como cumplimiento en la Isla de la “Recomendación relativa a la salvaguardia de Centros Históricos y su Función en la Vida Contemporánea” indicada por la UNESCO en 1976, donde se considera que tales Centros “ofrecen a través de las edades los testimonios más tangibles de la riqueza y de la diversidad de las creaciones culturales, religiosas y sociales”. Así, en la red de ciudades cubanas, Camagüey deviene exponente esencial de la cultura nacional, máxime si con su excepcionalidad ratifica la diversidad que le es inherente.

En correspondencia a los principios señalados con anterioridad, se aborda la configuración de la cultura camagüeyana siguiendo los presupuestos del antropólogo cultural Clifford Geertz en su Interpretación de la cultura; es decir, desde la construcción y significación del sistema de signos que, compartidos y aprendidos, suministraron a sus habitantes un marco significativo para orientarse en sus relaciones con el mundo y consigo mismos. Y, por otro lado, sin evadir los hitos sacralizados por la historiografía local, apuesta este trabajo por el artículo no. 2 de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (2001): “En nuestras sociedades cada vez más diversificadas, resulta indispensable garantizar una interacción armoniosa y una voluntad de convivir de personas y grupos con identidades culturales a un tiempo plural, variadas y dinámicas”, criterio a tener en cuenta en pos de favorecer la integración y la participación de todos los ciudadanos, la cohesión social, la vitalidad de la sociedad civil y la paz.

Por el interés de defender el proceso de formación cultural transcurrido en un arco temporal que supera los cinco siglos, expondremos las ideas en tres fragmentos: I) Origen y fomento de una cultura, II) Camagüey ante la Ilustración y III) El Camagüey moderno.

I.- Origen y fomento de una cultura

Los inicios de la historia cultural de la villa Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, se ubican entre 1510 y 1513 aproximadamente, cuando en un puerto en la costa norte de la Isla, al que llamaron Del Príncipe, se estableció una empalizada y un foso como fortaleza militar que protegería cuanto de español estaba en aquellos lares, una obra probablemente construida en colaboración con los aborígenes de la zona, quienes aportaron su experiencia en el uso de los materiales naturales de la región. Este debió ser uno de los primeros contactos entre españoles e indios en la región camagüeyana y en ello, el primer diálogo cultural entre sus respectivos horizontes culturales. Por un lado, una región de España, “una de sus patrias chicas”; por otra, uno de los cacicazgos de la Isla de Cuba. Los primeros, en el sagrado cumplimiento militar para con sus más altas dignidades: Dios y el Rey; los segundos, fieles a poder de la lluvia, la tierra, la fertilidad o los accidentes geográficos. Varias debieron ser las continuidades y rupturas de unos y otros, para lograr, unidos, hacerse de aquella fortaleza que, si bien no pasaba de una empalizada, simbolizaba la ocupación y defensa del territorio.

A la experiencia de militares e indios se inició la exploración de tierra adentro con un enriquecimiento social sin límites. Con la llegada de los primeros pobladores o de “ciertos españoles”, como dicen los documentos de época, se distanciaron los protagonistas de las inhóspitas costas y se adentraron al territorio en compañía de la fe y la fidelidad al modo urbano del que procedían, de ahí que entre ellos no faltara quien se encargara de cumplir con los oficios religiosos y el control que exige la dinámica social hispana. De la Cerda, Del Castillo, Velásquez, Zayas-Bazán, Recio-Miranda y Arteaga son apellidos que por su primacía devinieron signos de linaje social, pero de profunda raíz popular si tenemos en cuenta que se encomendaron a la protección de la Candelaria, tal vez porque fuese ella, dentro del culto mariano, la que les protegiese en la travesía por mar hasta llegar a tierra. Quedó lejos el Puerto del Príncipe, pero su nombre les acompañaría por siempre.

En una extensa llanura, pasaron de portuarios a mineros, y apenas unos años después a se trasladaron a las cercanías del cacicazgo de Camagüebax, entre el Tínima y el Hatibonico, cargando una experiencia cultural adquirida en la Isla, que no por prematura podía ser ni minimizada, ni cerrada a otras lecciones. Desde la praxis y en correspondencia a las Leyes de Ultramar en la cima estuviesen los hidalgos, entendidos como primeros pobladores de España en América, y a su semejanza el Cacique; los descendientes de ambos gozaban de iguales privilegios; juntos, aunque documentalmente separados. Y unos y otros se enamoraron y contrajeron matrimonio; descendientes de blancos e indias pasaron a ser asentados en los libros de blancos españoles contando así con un documento que, en caso necesario, bien podría probar la pureza de sangre.

Nuevos cambios llegaron con el reconocimiento de villa, una de las siete fundadas en la Isla, y con dicha condición se agudizó la subordinación a un centro administrativo, a una ciudad que unas veces sería La Habana; otras, Santiago de Cuba, y entre un período y otro, harían las cosas a su modo. Privados de puertos para el libre comercio y llenos de impuestos y riesgos para trasladar sus productos a centros de comercios autorizados, optaron por las estrategias de sumergirse en el contrabando. Postura que le otorgó esa autonomía y carácter que solo pueden darse cuando la obra es fruto del esfuerzo propio. Nació autónoma la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe y esa libertad le hizo cumplir con diplomacia las órdenes y cédulas dictadas por la Metrópoli para sus territorios de ultramar, al tiempo que se encargaban de tomar iniciativas propias en el fomento de la cultura.

Casona del XVIII,  Avellaneda y Martí.

Silvestre de Balboa, Rodrigo de Balboa, Juan Rodríguez de Cifuentes, Pedro de la Torre, Cristóbal de la Coba y Bartolomé Sánchez, no solo están implicados en la escritura de Espejo de Paciencia, sino, además, en el contrabando, ¿y no será que gracias a sus pericias de contrabandistas pudieron componer sonetos tan criollos? Los reclamos de los señores de Justicia y Regimiento de la villa, hechos en la Casa Capitular en junio de 1729 van más allá de la necesidad de “cera o vino para celebrar, sin posibilidades para alumbrar el Santísimo Sacramento, y carencia de vestiduras para las imágenes religiosas, ni recursos para adornar los altares”. De familias “contrabandistas” llegaron las regalías a la Iglesia, al Ayuntamiento y a la ciudad: machones de velas, instrumentos musicales, lencerías, cubiertos, bebidas, etc., y todo cuanto brillaba en el mundo europeo entró a esta ciudad gracias al contrabando, mantenida en un sistema de relaciones de la que es testigo el patrimonio documental atesorado en el Fondo de Marina en el Archivo Histórico Provincial.

Campanario de la Iglesia de San Juan de Dios.

Culturalmente, en diálogo con las coordenadas se sumó también a la trata negrera, pero también en este tema mantuvo mesura. Ajena a un sistema plantacioncita, desde su producción ganadera garantizó la carne salada con la que no solo abasteció las regiones de centro y occidente, sino también al Caribe multicultural. Así, ilustres camagüeyanos establecieron acciones comerciales los puertos o embarcaderos de sus costas norte y sur, desde donde llegaron a La Habana, Gibara, Baracoa, Santiago de Cuba, Mayarí, pero también a San Felipe de Puerto Plata, en República Dominicana, a Mayagüez, Aguadilla o San Juan, en Puerto Rico, a Sant Thomas, en Haití; a Kingston, Jamaica; a Santo Domingo, en República Dominicana; a Santa Martha o Colón, en Panamá.

Finalizando el siglo XVIII, la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, La ciudad de las iglesias, resultaba ya un sustancial fragmento en la identidad cultural de Isla, las centurias posteriores se encargarían de ratificar y engrandecer ese espacio.

4.- Iglesia Catedral.


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