Ediciones El Lugareño: Historia de Puerto Príncipe, de Tomás Pío Betancourt


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Retrato de El Lugareño, Museo Provincial Ignacio Agramonte.

Comprender el presente exige siempre un asomo al pasado. Es en el tiempo pretérito donde se han de buscar, y encontrar, las raíces de nuestro actuar y el modo de concebir la vida; de ahí lo invaluable que resulta el legado recibido. Sin embargo, el pasado se revela al presente como un complejo documento cultural que lejos de reducirse a la Historia, se manifiesta en expresiones tan diversas como el urbanismo y la arquitectura; la artesanía, las costumbres y las tradiciones; la música, el teatro, la danza y la pintura, en fin ¡la vida toda! Esa tesis, tan vital en la defensa del patrimonio cultural, permite entender el presente, pero, al mismo tiempo, avizorar el futuro. Pero si la diversidad es el leitmotiv del legado recibido, heterogéneo han de ser los espacios para protegerlo y defenderlo; si pretendemos, como es necesario, atrapar al mayor número de receptores, es preciso tener en cuenta todos los lenguajes posibles; más, ¡cuidado!!!!!, por la polisemia inherente a todo texto cultural y la potencialidad de su interpretación, urge centrar esfuerzo en aquellos peldaños que se muestran sólidos y firmes.

A ello responde Ediciones El Lugareño, editorial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey con sede en la calle Carmen no. 7, en un edificio cuya historia se remonta a la primera mitad del siglo XIX (1829), pues su construcción responde a la necesidad de crear una sede para el Monasterio de las Ursulinas, primera institución dedicada a la enseñanza de las féminas en Cuba, que en el caso de Puerto Príncipe se remonta a 1804.

Entre el 2016 y 2017, Ediciones El Lugareño, en su Colección Esencias, reeditó los cuatros textos básicos de la historiografía camagüeyana, obras que requieren detallada contextualización a fin de evaluarlas en su justa dimensión. Sus autores, Tomás Pío Betancourt, Gaspar Betancourt Cisneros, Juan Torres Lasquetti y Jorge Juárez Cano, fueron, detalle que con frecuencia se olvida, fruto del tiempo y espacio en que les tocó vivir y, como todo mortal, fueron amados y odiados tanto en su tiempo histórico como con posterioridad. Esas obras: Historia de Puerto Príncipe, Escenas cotidianas, Colección de datos históricos-geográficos y estadísticos de Puerto del Príncipe y su jurisdicción y Apuntes de Camagüey, despiertan consideraciones que por su complejidad serán abordadas de manera independiente.   

El texto más antiguo de los reeditados por Ediciones El Lugareño es Historia de Puerto Príncipe, del Alférez Real don Tomás Pío Betancourt Sánchez-Pereira, obra que, si bien vio la luz en las Memorias de la Sociedad Económica Amigos del País, alcanza socialización en el ámbito de la Historia mediante su inserción entre las páginas 503-566 del tomo III en la compilación realizada por Rafael Cowley bajo el título Los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba (1876), en la Imprenta de Andrés Pego, en la calle Obispo no. 34, La Habana, aproximadamente tres décadas después de concluida. Acompaña la presente edición (2017), a modo de prólogo, un enjundioso y utilísimo texto de la historiadora y museóloga, Bárbara Oliva García.

¿Qué elementos propiciaron la creación de esta obra? En primer lugar, el amor acumulado por los principeños por su ciudad y la región, proceder que les llevó a registrar con un sentido antropológico el latir de sus habitantes y su relación con la naturaleza y el mundo; los apuntes de los cronistas Diego Varona de la Torre y Matías Boza Vergara en el siglo XVIII son francas expresiones de ello. En segundo, la creación en Puerto Príncipe de la Sociedad Patriótica en 1813, resonancia de la Sociedad Económica de Amigos del País fundada en La Habana en 1792, cuyo accionar señalaba, desde sus inicios, el interés por la ciudad como signo civilizatorio y sus historias como reafirmación de las raíces culturales del criollismo cubano. Con anterioridad a Historia…, bebían los investigadores del legado de los obispos en sus visitas eclesiásticas, fundamentalmente el informe de Pedro Agustín Morell de Santa Cruz en su recorrido de 1756.

La obra de Tomás Pío Betancourt se inserta en el quehacer que siguió a los cronistas de Indias, y se distanció de aquellas, porque su discurso legitimaba los logros de los criollos en el espacio geográfico al que les ligaban sus orígenes. Las fuentes para esta construcción literaria serían los archivos de las instituciones jurídicas y religiosas de la localidad: Parroquias, Ayuntamiento, Audiencias e Intendencias, ofrecieron sus anotaciones. En marzo de 1839 Tomás Pío fue nombrado regidor de Puerto Príncipe y abogado de la Real Audiencia.  

Betancourt Sánchez Pereira sigue en su obra el esquema indicado por el género literario de la corografía en España y América desde el siglo XVII, en el que no debía faltar una descripción geográfica de la ciudad, sus contornos, el clima y la riqueza del comercio, para terminar por subrayar su función e impronta en la red de ciudades. Las circunstancias que acompañaron la fundación u origen del asentamiento, adentrándose en la etimología de su nombre, era el punto de partida de estas historias. Lima, en Perú, se convirtió en el centro de la obra de Buenaventura de Salinas y Córdova con su Memorial de las Historias de la Fundación del Nuevo Perú (1630) y de Bernabé Cobo, con Historia de la Fundación de Lima, extracto de su magna pieza Historia del Nuevo Mundo, obras que tendría en la literatura española importantes referentes si tomamos en cuenta que forman parte de bibliotecas privadas en Perú Historia de la muy noble y leal ciudad de Cuenca, de Juan Pablo Rio (Madrid, 1629); La muy antigua, noble y coronada villa de Madrid: historia de su antigüedad, nobleza y grandeza, de Jerónimo de Quintana (Madrid, 1629); Historia, antigüedades y grandeza de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, de Pablo Espinosa de los Monteros (Sevilla, 1627) y Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla, de Rodrigo Caro (Sevilla, 1634) producción que coexistía con producciones regionales como Sitio, naturaleza y propiedades de la ciudad de México, de Diego de Cisneros (México, 1618).

En Cuba la corografía alcanzaría un importante peldaño en la segunda mitad del siglo XVIII con José Martín Félix de Arrate y Acosta y su título Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. La Habana descriptiva: noticias de su fundación, aumento y estado, titulo con el que dialoga de forma directa Apuntes para la historia de la Siempre Fiel, Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe, de los regidores Manuel de Jesús Arango, Manuel Castellanos y José de la Cruz, en 1841.

Tras una mirada crítica a la historiografía camagüeyana de este periodo y en comparación con Escenas Cotidianas, de El Lugareño, obra a la que dedicaremos un próximo espacio, apunta el Dr. Roberto Méndez Martínez:  

Hacia 1840, ciertas élites de Puerto Príncipe comienzan a vivir su “era de las luces”. Marcados por un prudente liberalismo de fisiócratas, algunos patricios se empeñan en problemas de estadistas: fomentar la industria, abrir vías al comercio, renovar la educación. Para ello, además de elevar memoriales a la Corona y reunir estadísticas, necesitan demostrar, urbi et orbi, el derecho ancestral para sus reclamos, hay que probar que son guardianes de una historia. // Si El Lugareño, el más grande de ellos, hace una crítica de las costumbres para remover el tedio secular y se empeña en ser nuestro Jovellanos, otros recogen el caos informe de datos y memorias y procuran elaborar con ellos una cronología coherente, así lo hacen Tomás Pío Betancourt en su Historia de Puerto Príncipe –título demasiado pretencioso para unos apuntes- y aquella comisión de regidores que en 1844 se atreve a enviar a la Corona unos Apuntes para la historia de la Siempre Fiel, Muy Noble y Muy Leal ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe. Inundaciones o sequías, epidemias, acontecimientos religiosos y militares se suceden en sus páginas, aunque en realidad apenas sirven de marco para destacar la evolución económica del territorio; de ahí que siempre los datos más precisos sean los relativos a la construcción de puentes y hospitales, a la colocación de relojes públicos y a la fijación de las primeras estadísticas vitales y económicas que poseemos. Lo esencial para ellos era mostrar, como se decía entonces, el “adelantamiento” del territorio, para que las autoridades superiores favorecieran aún más sus empeños. Sus puntos de vista estaban más cerca de la economía política que de la historia.


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