El "Ánima" de Ailen Maleta


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“Libre”, serie Ánima. Fotos: Cortesía del autor.

La más reciente muestra personal de Ailen Maleta ha sido finalmente socializada. Tras varios aplazamientos debido a la pandemia de coronavirus, el pasado jueves 8, con motivo del Día Internacional de la Mujer, fue inaugurada de forma virtual en las plataformas digitales de la creadora. Ailen no deseaba esperar más: Ánima clamaba por luz.

Mi primer contacto con la obra de esta joven artista se produjo en fecha reciente. Fue un encuentro sorpresivo: andaba yo revisitando información con motivo de una conferencia sobre fotografía performática cubana con enfoque de género realizada por mujeres, cuando su dossier recabó en mis manos. La cubanísima belleza de Ailen ya me resultaba conocida gracias a una serie de instantáneas realizadas por Ronald Vil en las que aparece transformada en una Ochún rediviva, con el característico collar de cuentas amarillas dispuesto a la usanza de las padaung o mujeres cuello de jirafa. Tras explorar el dossier supe que estaba frente a la obra de una creadora centrada en la construcción de un universo iconográfico propio con una marcada presencia del discurso de género.

Ailen se inserta en un camino visual, inaugurado en la Isla por Marta María Pérez Bravo en la segunda mitad de los años ochenta, que han recorrido artistas pertenecientes a diversas generaciones: Cirenaica Moreira, Lidzie Alvisa, Carolina Vilches Monzón, Lisandra López Sotuyo, Katiuska Saavedra y, en fecha más reciente, Yanahara Mauri, Lianet Martínez, Khadis de la Rosa, Marirosa Beltrán y Aneli Pupo. La mezcla entre performance, fotografía, autorrepresentación y roles conferidos por el orden patriarcal a las mujeres en espacios principalmente domésticos están presenten en la mayoría de las series que ha desarrollado hasta la actualidad. Ánima, en cuanto grupo de instantáneas y exposición personal, puede ser considerada como un paso de avance en dicha trayectoria.

La artista parte del concepto de ánima (“alma” en latín) propuesto por el psicoanalista Carl Gustav Jung para definir a las imágenes arquetípicas de lo femenino que, en el inconsciente de los hombres, abren un camino potencial hacia el conocimiento del sí mismo, centro y totalidad de la psique. Por consiguiente, Ailen se ha concentrado en lo eterno femenino, articulado desde una perspectiva patriarcal, que habita dentro de lo masculino, mas lo hace desde una perspectiva mordaz, cáustica, visualmente impactante, con un sabio uso del blanco y negro que enfatiza en la blancura y su dimensión simbólica.

“Alma”.

Ailen acostada en una cuna. Ailen desnuda, semioculta por una cortina. Ailen saltando sobre el colchón porque no sabe qué hacer, qué rumbo tomar. Ailen colgando de un perchero en la infinita pequeñez de un closet, tendiendo ropa de cama recién lavada (estando, ella misma, tendida en un cordel) o sufriendo una suerte de experiencia extracorporal: la carne se desplaza en un sentido mientras el espíritu se mueve en otro. El rostro permanece en el anonimato. Puede ser cualquier mujer, pero sabemos que es ella gracias a la única pieza que muestra sus facciones rodeadas (casi asfixiadas) por densos drapeados. En ella está a punto de ser devorada, consumida, aniquilada. Toma el ultimo respiro, nos mira fijo (nos taladra con una mirada harto elocuente) y se abandona a su suerte.

El blanco que relumbra oculta desvelos y sacrificios, saliva y la sangre, el copioso sudor explayado en las jornadas cotidianas y la lucha por alcanzar los sueños. Es un océano de posibilidades que nunca se cumplieron; un desierto pletórico de inopia y silencio. Así, el arquetipo propuesto por Jung, asociado directamente al efecto subyugante que provoca lo femenino en lo masculino (“cuando alguien dice ‘no puedo dejar a esa mujer aunque lo querría hacer’, eso es el ánima”, aclara el psicoanalista), es subvertido desde lo personal (y lo personal es político) para llamar nuestra atención, entre otras cuestiones, sobre las estrategias de dominación patriarcal que históricamente han circunscrito y sepultado a las mujeres en roles y espacios específicos.

“Amarras”.

Es inevitable que conecte esta propuesta de Maleta con series tan significativas como Metálica (1998-1999) y Cartas desde el inxilio (2000-2002), de Cirenaica Moreira, o Turno corrido (2006), de Carolina Vilches Monzón, centradas en las dinámicas cotidianas de esposas-madres-cuidadoras encorsetadas, violentadas, desgastadas o convertidas en objetos de deseo masculino. Ailen respeta los referentes inmediatos, mas procura un despliegue iconográfico personal, sencillo pero contundente, que explora las posibilidades semánticas de un símbolo puesto, también de las preocupaciones existenciales que le atenazaron durante dos años, los vínculos generacionales entre las mujeres de su familia, el diálogo con el espacio doméstico y el retorno a la infancia implícito en la vejez. Repaso por enésima vez algunas de las piezas y no puedo dejar de pensar en mi progenitora y su obsesión con la limpieza y el lavado: tareas que desde pequeña le inculcaron como “propias” de su género, patrón que mi madre reproduce constantemente al reclamar para sí el derecho exclusivo a ponerlas en práctica en el ámbito familiar.

En Ánima la tela adquiere una connotación similar a la conferida por los célebres Christo y Jeanne-Claude, artistas del Land Art, para quienes el tejido expresaba la cualidad única de la fugacidad. La tela es frágil, cierto, y altamente manejable. Ailen la asocia con el sueño, la pérdida, el anonimato, la manipulación, los años perdidos, los caminos nunca recorridos y la muerte. Ora la convierte en arenas movedizas, ora en mortaja. Pero también presupone un regreso a la inocencia, un nuevo comienzo, otro punto de partida. Es fácil estrujarla; al mismo tiempo, sus dobleces desaparecen con igual facilidad. Usada sabiamente puede ser transformada en crisálida o barrera de contención.

“Refugio”.

Ánima acusa una capacidad de síntesis iconográfica y conceptual inédita en la carrera de una artista en conformación cuya trayectoria propongo seguir muy de cerca. La exposición también implica un acto de valentía, pues, con anterioridad, Ailen nunca se había expuesto de manera tan abierta, tanto en lo físico como en lo espiritual, y, según me confesó en diálogo vía WhatsApp, albergaba reticencias al respecto. Ello, aparejado a la notable polisemia de las instantáneas, enriquece el atractivo de una propuesta que, a pesar de los inconvenientes logísticos y expositivos impuestos por la pandemia, debemos disfrutar a fondo y con cuidado. No olvidemos que en ella palpita el alma de su creadora, hallada al fin, o reencontrada, tras la purificación cotidiana.


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