El inicio indispensable


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Ruinas del Central La Demajagua, perteneciente a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, localizadas en el Museo Parque Nacional del mismo nombre en el municipio Manzanillo.

Aquella alborada lo cambió todo. Los campos se quedaron a la espera del corte, en el ingenio no se molió azúcar y los negros, por vez primera tratados como iguales, respondieron con gritos enardecidos al llamado de la libertad.

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Hoy cuando han transcurrido ya 151 años de aquel inicio indispensable aún la añeja máquina, testigo tantas veces del ir y venir de pies descalzos y cuerpos fatigados por el trabajo forzoso en los cañaverales, persiste allí a pesar del tiempo “atada” para la historia a un jagüey que la preserva junto a una rueda y la emblemática campana, como símbolos fehacientes de lo ocurrido en aquel ingenio el 10 de octubre de 1868.

Pero La Demajagua, es más que su campana, un árbol y las ruinas de una máquina de vapor. Es más que su manifiesto, el juramento y la bandera.

Allí, donde acaeció el parto de la nación cubana, tras años de árida gestación, se revive cada octubre la hazaña de un hombre insigne y la de los patriotas que lo secundaron.

Allí, muy cerca del mar, se cuenta a los bisoños que recién estrenan sus pañoletas de pioneros, cómo Carlos Manuel de Céspedes se desprendió de sus posiciones, esclavos y comodidades para exigir desde las precariedades de la manigua y con el machete en la mano, los derechos negados a los criollos por España durante más de tres siglos.

Allí, en ese sitio sagrado, donde se rinde tributo al despertar de la patria, y se conservan con celo admirable documentos, objetos y retazos de lo que fuera la hacienda es donde se comprende mejor las razones de Céspedes, para la fecha ya designado General en Jefe del Ejército Libertador.

Porque escoger una propiedad azucarera de esclavistas para el inicio de la lucha no fue casual. Céspedes elegía la industria que más explotaba al negro en Cuba, no solo para darle su libertad, sino para dignificarlo con la condición de ciudadano.

De aquel día glorioso el patriota Bartolomé Masó escribió: …”el General en Jefe reunió a sus esclavos y los declaró libres en ese instante, invitándolos a que nos ayudasen «si querían» a conquistar nuestras libertades.

También varios textos e investigadores narran que desde el atardecer previo al acto de rebeldía en el ingenio la vida era un hervidero. Céspedes daba órdenes, ultimaba detalles, “cocinaba” ideas en la redacción de un manifiesto y proyectaba sobre un papel, al lado de otros patriotas, un nuevo estandarte que los acompañaría como símbolo en la guerra.

Aquella bandera, encargada a las amorosas manos de la joven Candelaria Acosta, hija de un trabajador libre del ingenio, recibió sus últimas puntadas el propio 10 de octubre.

Esa madrugada, cerca de las cuatro, ya Céspedes estaba en pie, pues según pensaba: “el primer deber de un soldado de la libertad es que no lo sorprenda la aurora dormido”. A esa hora también, despertó al músico Manuel Muñoz Cedeño, a quien le entregó una carta dirigida a Perucho Figueredo, donde en clave exponía: …”he reunido al ganado y con la piara me dirijo a Bayamo”.

Unas horas después se escuchaba el grito de independencia.

Ese fue el 10 de octubre de 1868, un suceso inédito que acompañado de un programa muy progresista para su tiempo, daba la perspectiva a la nueva sociedad de que en ella todos los hombres tendrían el derecho a ser iguales.

Ese fue el inicio indispensable que abrió el camino a la única y verdadera libertad de los cubanos.


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