Érase una vez la salsa: de Matanzas han traído un recado…


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ÉRASE UNA VEZ LA SALSA

 

Contar la historia de la música cubana de los últimos cincuenta años implica, obligatoriamente, tomar en consideración y resaltar el papel jugado por un grupo de músicos que no siempre desarrollaron su trabajo en La Habana, pero que su propuesta se hace referencia obligada para entender muchos de esos acontecimientos.

Poco se habla de las propuestas musicales que se estaban realizando en el interior del país; lo más recurrente es el acercamiento a la música y los músicos de Santiago de Cuba, ignorando que en ciudades como Santa Clara, Camagüey y Matanzas estaban ocurriendo acontecimientos muy interesantes, tanto que tendrán repercusión acá en la capital. Y algo muy importante es que en esas orquestas se formarán nombres hoy referenciales.

La conexión matancera

Si en alguna provincia estaba ocurriendo un fenómeno musical interesante desde la segunda mitad de los años sesenta, esa es Matanzas. No se trata de desdorar al resto de las ciudades antes citadas, es simplemente que siempre ha existido una fuerte conexión musical entre La Habana y La ciudad de los puentes, y ese vínculo ha trascendido en más de una oportunidad las fronteras nacionales.

Propongo revisar la historia, de modo somero, para entender la anterior afirmación.

En el siglo XIX las ciudades de La Habana y Matanzas eran los dos polos de mayor desarrollo urbano y cultural, por lo era común que en ambas se desarrollaran los llamados “bailes de arroz con frijoles”, que no eran otra cosa que fiestas en las que coincidían orquestas formadas por músicos negros y blancos y el público no era menos. Estos bailes se efectuaban, generalmente, los primeros días del mes de enero de cada año y era lo más natural el estreno de algún tema en tiempo de danza. Solo que en el efectuado en la ciudad de Matanzas el día primero de enero del año 1878, Miguel Failde estrenó el primer danzón conocido –o reconocido públicamente, así lo afirma Ezequiel Rodríguez Domínguez en su libro Iconografía del Danzón—; sin embargo Odilio Urfé había descubierto que el fenómeno del danzón ya estaba en formación y que ese distanciamiento de la habitual contradanza ya estaba sucediendo de modo indistinto en La Habana y en la misma ciudad de Matanzas, donde interactuaban músicos de esas dos urbes; solo que hasta ese momento no se había definido como un posible género musical o al menos no se había estructurado como se le conoció desde ese día.

En ese vínculo musical entre las dos ciudades tienen un peso fundamental la rumba y las ceremonias de la asociación fraternal secreta de hombres negros conocida como Ñañiguismo o Abakuá. No se olvide que son dos ciudades donde la actividad portuaria tenía un fuerte peso económico y sus primeros barrios periféricos –asentados en los alrededores de sus respetivas bahías— fueron habitados por negros libertos, inmigrantes peninsulares que no lograron hacer fortuna y de otras nacionalidades como polacos, turcos y asiáticos provenientes de los Estados Unidos. Con la diferencia que en La Habana solo había un puerto, mientras que Matanzas tenía también el de Cárdenas.

En pleno auge de los Septetos soneros al estilo del Nacional de Piñeiro, en Matanzas surge una agrupación llamada Estudiantina Sonora Matancera –que en realidad era un septeto— que asimila a profundidad la impronta abakuá que el habanero había introducido; se ha especulado que Valentín Cané, fundador y figura importante en su trabajo musical, era ecobio de Piñeiro y que en más de una oportunidad coincidieron en diversas ceremonias de esa asociación religioso fraternal. Algo similar se afirma de Severino Ramos, otro de sus miembros.

Este mismo septeto mutará al formato de conjunto aprovechando las posibilidades sonoras de esta nueva forma de hacer el son y suprimirá la palabra Estudiantina de su nombre. La Sonora Matancera es, después del Conjunto de Arsenio Rodríguez, la formación musical cubana de más influencia y seguidores, allende los mares. De hecho, el estilo de ambos conjuntos son determinantes en el fenómeno salsa.

En el caso de Matanzas la rumba fue más allá de la ciudad capital y estableció núcleos importantes en las zonas donde había concentraciones de negros involucrados en la siembra y corte de caña. Esos centros suburbanos y rurales desarrollaron variantes de la rumba que han sido determinantes en toda la historia de la música y la cultura cubanas. Y ese ciclo de interacción de la rumba entre las dos ciudades se cierra, al menos temporalmente, en el mismo momento que comienza la leyenda de Los muñequitos de Matanzas en los años cincuenta.

Con estos antecedentes llegamos a la década de los setenta y a la presencia en la música cubana de dos formaciones poco mencionadas y reconocidas en la actualidad: el Conjunto Yagüarimú y a Los Yakos, cuyas improntas son fundamentales en el fenómeno musical conocido como timba.

Yagüarimú y Los Yakos definieron el sonido musical matancero y están fuertemente influidas por el modo de hacer la rumba de los Muñequitos de Matanzas en su sección de percusión, y junto a ello desarrollaban un estilo interpretativo en el que sus cuerdas de metales conformada por dos trompetas, un saxo tenor y un trombón ejecutaban grandes bloques musicales impresionantes que para nada se asemejaban a los que por ese entonces proponía Irakere, lo que no quita la influencia de esta banda en su trabajo.

Y como la rumba era su elemento fundamental, sus cantantes apelaban al fraseo rumbero en sus interpretaciones, bien fuera interpretando un son o un bolero.

Como dato curioso es digno destacar que fueron Los Yakos la agrupación matancera que más cerca estuvo de la vida musical de la ciudad de La Habana, tanto que eran constante presencia en diversos cabarets de esta ciudad, aunque su base fundamental de trabajo –lo mismo que la de Yagüarimú— eran el cabaret Guanimar y las fiestas populares de toda la provincia.

Esa impronta rumbera, muy de Matanzas, de estas dos orquestas matanceras está presente en el decir de cantantes de orquestas como Opus 13, Afrocuba, La 440, La ley, La Y, y otras formaciones menos conocidas; y será el nombre de Israel Sardiñas (*) el más recurrente cuando se menciona esta etapa de la música cubana a partir de su inclusión como parte de Los Van Van.

Sin embargo; creo que quien asimiló esta influencia con más fuerza en un momento de su carrera sería el violinista Tony Calá, primero como parte de la orquesta Ritmo Oriental en la que se desempeñaría como compositor y voz líder, y posteriormente en NG La Banda. También están los casos de los cantantes Paulo Fernández Gallo y Aramis Galindo que fueron cantantes de Los Yakos en determinados momentos.

Para fines de la década de los ochenta la presencia de Los Yakos y Yagüarimú en el panorama musical, tanto nacional como provincial, comienza a languidecer; paralelo a ello un avezado observador saca frutos de ese trabajo y cerrará el ciclo musical que ha de conducir a la timba: José Luis Cortés, “El Tosco”, quien se apropiaría de todos ese elementos y comenzaría a revaluarlos, primero como parte de Irakere, después en compañía de Germán Velazco cuando producen los discos Abriendo el ciclo y A través del ciclo; y que culminaría con la fundación de NG La Banda.

Después de 1988 la música cubana no volvería a ser la misma y la conexión matancera había jugado su papel en este proceso.

(*) Fue a sugerencia de “El Tosco” que Formell incluyó a Israel Sardiñas como cantante de Los Van Van y se decidió a usar los trombones en su orquesta.

 

 


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