Érase una vez la salsa: E pur si muove


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Innegablemente el año 1983 fue un año de importantes sucesos que tuvieron una repercusión única en la música cubana. Ese año ocurre la salida de Adalberto Álvarez del Conjunto Son 14 por diferencias con los músicos acerca de la conveniencia o no de establecerse definitivamente en la Ciudad de La Habana. Israel Sardiñas abandona Los Van Van en el tope de su popularidad como cantante de esa orquesta y es sustituido por Mayito “El flaco”, lo que dejará definitivamente a Pedrito Calvo como la cara que identifica a la orquesta. Pero el acontecimiento más importante fue el viaje y las posteriores presentaciones del sonero venezolano Oscar de León.

Aquella visita, que ha quedado en el imaginario popular como uno de los mejores momentos de toda la historia musical cubana de la segunda mitad del siglo XX provocó, entre otros efectos, la reivindicación ante muchos cubanos del cantante Barbarito Diez.

No se trataba de que la carrera musical de Barbarito Diez estuviera acabada o que estuviera marginado del mundo musical cubano. Simplemente él seguía siendo el cantante danzonero por excelencia y el danzón no era de las músicas más populares en esta década, aunque estaba presente –de modo intermitente— en algunos espacios de la televisión (sobre todo en los programas San Nicolás del Peladero donde alternaba con la orquesta de Cheo Belén Puig, quien le acompañó durante años y en el programa Álbum de Cuba que conducía Ester Borja). Mientras que en el entorno radial se le escuchaba más allá de los programas especializados en el género o de corte histórico.

Con una dicción clara y una voz casi perfecta Barbarito había construido su carrera interpretando fundamentalmente danzones y boleros. A él se debía que temas como La cleptómana, La mora, Labios malvados y La rosa roja fueran conocidos por muchos de los jóvenes que en ese momento se decantaban por la música cubana, sobre todo por la trova tradicional. Tanto, que su versión del tema Perla marina de Sindo Garay fue el preferido de los diletantes de la época.

Oscar, en su primera presentación en el Anfiteatro de Varadero, le llamó al escenario y públicamente le “llamó su papá” y afirmaría que “…su voz había sido parte fundamental de su amor por la música cubana, en especial los boleros (…) aquellos boleros que le cantaba su madre antes de dormir…”.

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Barbarito Diez y Oscar de León. Cuba, 1983

Parecía que todo iba a quedar ahí, en una simple lisonja. Pero no. Le invitó a cantar La mora con su orquesta –no sabemos si de modo premeditado—pero esa noche ocurrió el gran milagro: Barbarito Diez bailó por vez primera en un escenario en Cuba, algo que por más de cincuenta años toda Cuba quería que ocurriera y deseaba ver.

Emoción, contagio de la energía que estaba derrochando el venezolano en el escenario. Nadie sabe la respuesta. Simplemente ocurrió: Barbarito Diez “tiró su pasillo” ante la mirada atónita de todo el pueblo de Cuba.

En su segunda presentación en Varadero, De León volvió a invitarlo, solo que esta vez le acompañaba su orquesta, llamada Siglo XX, y juntos deleitaron al público con un repertorio de boleros y danzones. También tuvo de invitada a la Orquesta Aragón con la que interpretó Calculadora, pero la estrella de la noche fue Barbarito.

Entonces se desató una “barbarito diez manías” en las emisoras de radio y en algunos programas de televisión que hasta ese entonces consideraban al danzón como música de viejos o simplemente consideraban que Barbarito Diez no estaba a la altura de los tiempos.

Pero el gran momento del cantante llegaría meses después cuando se presenta ante más de ocho mil espectadores en el Poliedro de Caracas y ofrece en el teatro Teresa Carreño de esa ciudad dos memorables conciertos: uno con su orquesta y el otro acompañado de la Rondalla Venezolana, que dará pie posteriormente a uno de los mejores discos de la carrera de este cantante cubano: Barbarito Diez y la Rondalla venezolana. El disco en cuestión fue todo un acontecimiento en ese país y en Colombia, a donde fue invitado a repetir los mismos conciertos.

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Mientras tanto en Cuba, pasada la euforia de la visita del venezolano, las aguas musicales retomaban su nivel y Los Van Van, la orquesta Revé y el grupo Irakere respiraban tranquilos y volvían a su rutina de presentaciones.

Ese año, 1984, sería el año en que dos temas musicales de la banda que dirigía Juan Formell definirían la vida de todos los cubanos: Sandunguera y Será que se acabó. Mientras que Barbarito Diez y sus músicos regresarían a su rutina, una rutina que terminaría con la retirada definitiva de los escenarios del que había sido llamado “la voz de oro del Danzón”.

En el recuerdo de muchos quedaba su imagen “pretendiendo bailar” en el escenario del anfiteatro de Varadero.

El hombre se movió.


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