Érase una vez un disco… en la memoria y en la imaginación


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A Pedro Vega, que siempre desde el ayer nos mira en este hoy.

Érase una vez un disco

Primeros momentos de la EGREM en imágenes

Los orígenes de la EGREM se remiten a la antigua Imprenta Nacional de Cuba, surgida en 1959 bajo la dirección del novelista Alejo Carpentier; y que tuvo entre sus grandes logros el haber publicado lo mejor de la literatura universal, pero además recogió bajo su manto los trabajos que inició el Instituto de Etnología y Folklore, no solo en la investigación de campo para registrar la memoria histórica de la nación, sino también para que quedara fe de ella en testimonios fonográficos. Aquellas primeras grabaciones fueron continuidad de las que en las décadas anteriores hiciera la folklorista cubana Lydia Cabrera, lo que esta vez desde una óptica más de equipo de investigación que desde el trabajo individual y donde los recursos provenían de fuentes oficiales y no del peculio personal. Pioneros en este empeño trascendental fueron prestigiosas figuras de la música como Argeliers León, María Teresa Linares, Odilio Urfé y otros investigadores y cuidadores de la memoria.

La Imprenta Nacional agrupo además los estudios de la calle San Miguel en pleno centro de La Habana; la fábrica de discos y las editoras musicales existentes en aquel momento entre las que sobresalía MUSICAHABANA, creada por los cultores del feeling para proteger sus derechos y bajo el amparo del Partido Socialista Popular y que contó con Giraldo Piloto, el abuelo, como delegado en los Estados Unidos. Aquellos hechos tendrían en la mañana del 31 de mayo de 1964 su punto de ebullición. Nacía para el futuro de la música cubana la Empresa de Grabaciones y Reproducciones Musicales, o simplemente la EGREM; y para liderar esta tarea se llamó al compositor Pedro Vega, hombre de probada honestidad.

En la historia de la cultura musical cubana el nacimiento de la EGREM definió el carácter cultural que debía asumir la música en los nuevos tiempos que estaba viviendo el país; era o difundirlo todo o asumir el mercado como elemento determinante. La apuesta fue por la difusión, para el mercado había tiempo.

Una mirada a los archivos de la naciente empresa discográfica que monopolizaría el mundo de la reproducción musical en Cuba por casi treinta años, muestra que sus producciones recogieron lo mejor y más trascendente del talento y la historia musical cubana; pero también abrieron las puertas a un fenómeno importante en la cultura de América Latina: recoger en las voces de sus protagonistas y creadores parte de la música de lo que fue la nueva Canción latinoamericana y fragmentos de obras literarias de aquellos escritores que de alguna manera forman parte de lo que posteriormente se llamó “el boom de la literatura latinoamericana” cuyos orígenes están en los años sesenta y tienen a la Casa de las Américas como uno de sus protagonistas e impulsores. Tal esfuerzo solo era posible desde una empresa cuyos recursos miraran más a la cultura que a los beneficios económicos.

En sus archivos conviven las matrices de manifestaciones culturales cubanas que hoy son puramente mención en tratados de folklores o de las que quedan reminiscencias propias de la tradición oral en lejanas zonas rurales del país, algunas de difícil acceso. Los costos de hacer esas investigaciones de campo son ínfimos comparados con el caudal cultural que arrojan en estos días. Un detalle importante: hoy en Cuba hay al menos tres instituciones folklóricas declaradas “Patrimonio Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO, esas tres, y otras que desconocen los expertos de la oficina de Naciones Unidas, así como algunos connacionales; están recogidas en varias series de discos que en una primera etapa realizó la folklorista y etnóloga Lydia Cabrera y que completaron acuciosamente Argeliers León y María Teresa Linares desde la dinámica empresarial de la EGREM.

Pero con el paso de los años los discos del sello Areito llenaron nuestras vidas –muy al decir de Alberto Vera—y marcaron el paso de la música cubana en los años sesenta y setenta (según Hernán López-Nussa, los peores grabados pero con una música que tiene un swing inimitable y que por mucho tiempo no volverán a tener nuestras orquestas y solistas), donde es muy complicado atreverse a hacer una selección de los cincuenta mejores discos.

En los años setenta, a finales, la EGREM se pone a tono con los tiempos y comienza a comercializar la música en cassettes, y es que llevar un disco de pasta a una fiesta comenzaba a ser complicado y hasta bochornoso para muchos compatriotas en esos años. Comenzaban los tiempos de las revoluciones industriales en la música hasta que Sony presentó el Disco Compacto, como el elemento innovador para registrar la música. Sin embargo, nosotros, seguimos amando por otros años el scrach de las agujas cuando atacaban los discos, aquellas fotos desplegadas y las enjundiosas notas –algunas tan banales para agradecer al peluquero—que nos orientaban sobre el valor de lo que escucharíamos.

Mi colección es al menos de unos mil discos de pasta. Muchos están polvorientos pues hace ya más de quince años que no los escucho. Una gran parte es de música popular cubana, la misma que muchos compatriotas descubrieron en los noventa cuando “apareció” el Buenavista Social Club o Compay Segundo; están casi todos los discos de la Nueva Trova y es que mis contemporáneos crecieron con ella y persiguieron con saña la salida de los discos de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez (los Trípticos y el Unicornio despertaron avidez y hasta encarnadas disputas por un lado, mientras que Querido Pablo conmovió los cimientos de la difusión. Éramos silvistas o pablistas… y aún lo somos.

También atesoro las mejores obras de la música universal, y es que la EGREM abrió las puertas a la música europea –no solo socialista—y norteamericana clásica de mejor factura, importando desde cualquier parte las mejores grabaciones, las mejores versiones y los músicos más destacados; lo que nos hacía cultos. También logré hacer una reserva de mis “joyas musicales”. Esas que el tiempo no ha podido borrar y que el mercado hoy hace imposible de reeditar cuando se nos propone tanta música desechable.

Así fue la memoria de esta empresa, nuestra discográfica, hasta que en los años noventa, impulsados por la crisis, el abanico fonográfico se abrió con la aparición de nuevos actores económicos y creativos…  parecía que la EGREM se quedaba en el camino.

Citando al poeta: voces de muerte sonaron… pero la EGREM tenía preparada una estrategia de salida.

 


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