Escribir en José Martí: Nuestra América


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La maestría del entramado entre vivencia,  lectura e  imagen coloca este ensayo de José Martí dentro del campo de los más sofisticados productos artísticos, por el disfrute estético que puede proporcionar con la belleza de su construcción y la armonía que rige a la escritura tanto en sus momentos más densamente poéticos como en las tiradas de recta reflexión política, histórica o social. Vida, conspiración y lectura reflexiva son acciones naturales y simultáneas en José Martí, y es capaz de integrarlas en su escritura de manera imposible de desagregar, pero un mero repaso de sus cuadernos de apuntes y sus fragmentos nos colocan en el interior de esa actividad crítico lectora que enriquece continuamente las fuentes y los contenidos de su experiencia práctica, al igual que de sus recursos poéticos a la hora de articular un imaginario americanista que complemente la idea con una carga mitopoética que movilice las emociones y los sentimientos del lector. 

A modo de ejemplo podemos mencionar los cuadernos de apuntes 7 y 13, de los años 1881 y 1882,  en los cuales estudia concentradamente para un libro que se llamará Los milagros de América. Allí se citan decenas de libros, se reflexiona sobre toda la literatura producida en el Antiguo Virreinato de Nueva Granada, sus mitos indígenas, la confrontación y los procesos sincréticos a que da lugar el choque civilizatorio entre las culturas indígenas y el mundo europeo, las guerras de independencia y las vicisitudes de las nuevas repúblicas del sur. La finura de los análisis que van desde las creencias populares a las escrituras ilustradas asombran por el eje antropológico que no abandona Martí y que lo conduce a la construcción de sus tesis americanistas. Martí está haciendo ese tipo de lecturas desde sus días mexicanos, pero este es el testimonio más extenso y detallado de ese tipo de estudios americanistas que realiza con una aplicación de científico. 

De las antiguas crónicas desprende sus conocimientos, como cuando comenta: “En Nueva Granada, cayeron sobre odios recientes, 80 años antes de la venida de los españoles, avasalló el Zippa Nemeguené (hueso de león) al Cacique de la rica y poderosa comarca de Guatavita”,  o leyendo la historia de la literatura colombiana escrita por Vergara y Vergara, apunta: “Sí, se puede hacer algo en una Historia de la Lit. Am. [Literatura Americana]: y es esto: ¿Qué ha puesto de su espíritu propio y nuevo, la América en lo que han escrito los americanos? Han puesto algo. ¿Cuándo se parecen a alguien?”

Por eso se puede decir de Martí, lo mismo que dijo Montaigne de sus Ensayos, “yo soy el asunto de mi libro”.  Se entrega a sí mismo en su escritura, identificado con su objeto, ya que se ha construido una subjetividad americana que no solo puede ser el fruto de un nacimiento en una parte del mundo sino también de la ardua reflexión libre de una historia, la latinoamericana, en su contexto universal, de una poesía, de un sistema de creencias, para argumentar a partir de ella sus estrategias de desarrollo independiente de esas repúblicas. 

Su peregrinación por los países de América, su trabajo como diplomático, su intervención directa o indirecta en la política de su tiempo, su conspiración por la libertad de Cuba con una visión continental y universal, son elementos que intervienen en la conformación de esa escritura nueva. Por eso Nuestra América nos ofrece una enorme cantidad de conexiones transtextuales evidentes y que fundamentan y explican ese polo densamente poético que escoge para la prosa de su ensayo. No se trata en este caso de escribir un texto político exactamente, Martí demuestra que es capaz de hacerlo con una racionalidad y un lenguaje directos, sin perder su condición de poeta, y así están escritos sus conocidos documentos políticos, sus cartas de conspirador con  precisión y un mínimo de recursos tropólógicos. 

En esta ocasión ya Martí ha modulado el tema americano en todos sus registros, desde hace muchos años, en sus lecturas anotadas de los cuadernos de apuntes se despliega la crítica más objetiva. Citemos algunos ejemplos de esa actividad de lectura crítica entre decenas que podrían hacerse:

1.La lectura anotada y comentada en el Cuaderno de Apuntes 3 (escrito entre 1877 y 1880) del libro Historia del movimiento republicano en Europa (Madrid, 1875, 2 vols.), de Emilio Castelar y  Ripoll, entre sus extensas notas de lectura se puede leer: “!Cuánto ha quedado por decir, siquiera fuese somerísimamente de aquellos turbios orígenes, arrebatado empuje, labor limpia y gestación dolorosa de nuestra América Latina!—¡Cuánto sobre sus errores necesarios, sobre sus guerras fatales, sobre la heredada cizaña, sobre el majestuoso porvenir!—¡Qué callar a Bolívar, como si no cupiera en Castelar, para el hombre más grande de la raza latina en estos tiempos, aquella hermosa frase de Quintana!” 

2. En el cuaderno 13, escrito hacia 1881-1882, entre las notas de su detenida y minuciosa lectura de Historia de la Guerra del Pacífico, de Diego Barros Arana, de 1880, escribe un anatema durísimo: “Porque dos pueblos de América merecen ser quemados por el fuego de Dios si vienen a guerra!, y  por dineros!,  y por cuestión de pan y bolsa!  Oh!, que fuera la ira látigo que flagelase, o barrera que cercase, o palabra que ennobleciese y conmoviese a su hermano traidor! Traidor a su dogma de hombre, y a su dogma de pueblo americano!”

3. En el cuaderno 13 también, encontramos la lectura citada y comentada del libro Elegía de varones ilustres de Indias (1559), de Juan de Castellano, que cita y comenta con prolijo empeño, sobre todo en los que respecta al extravío de la cuarta parte, donde analiza: “… es fijo que este libro fue voluntariamente perdido, o por enemigos personales de Quesada [cuyas hazañas se narraban allí], lo cual no lo explicaba bastante, o por avisados españoles que comprendían cuán importante era que quedaran envueltos en el agrandador misterio los sucesos de la conquista,--y no se hiciera vulnerable por aquellas mismas artes y hendiduras por las que ella se había entrado. Y no convenía que Castellanos hiciera con la conquista de Nueva Granada lo que Gage hizo, en su donairoso libro—con la toma de México, y las otras hazañas de Cortés.”

Y el libro mencionado de Thomas Gage, The English-American or a New Survey of the West Indies (Los Angloamericanos o nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales), de 1648, fue también una lectura martiana. Con esta muestra lo que intento es ilustrar esas arduas lecturas críticas que Martí realiza sobre el tema americano a lo largo de toda su vida, incorporando y construyendo todos los saberes que  a la altura de su tiempo podían conformar un paradigma de americanidad. El listado es impresionante y puede ser un tema de estudio a lo largo de sus fragmentos y apuntes, porque se sigue paso a paso la construcción de un saber y una sensibilidad rica y diversa.

En el cuaderno 18, que se puede fechar más o menos hacia los años 1889 y 1891, período que en se escriben todo un manojo de textos americanistas martianos, hay una nota lacerante: “Cansa ya oír hablar tanto a los hisp. ams. ignorantes de la frecuencia de las revoluciones, y de la incapacidad de sus gobiernos. Cumpliera cada con uno con su deber, y los gobiernos, donde sean malos, habrían de ser mejores. Dejen vivir como lapas inmundas, pegadas a los oficios del Estado.”

Tan cruda y directa amonestación, aunque magníficamente utilizada cuando fue necesario,  está lejos del estilo que adoptará José Martí para Nuestra América,  donde la crítica se desprenderá de la invocación poética de nuestra historia, eliminando todo lo accidental para trazar grandes líneas de fuerza, donde el ensayo traza direcciones precisas, estrategias, principios, pero no dará fórmulas coyunturales, ni programas en el exacto significado del término. No es un tiene que ser, como se ha dicho, sino un deber ser, expresado en una lengua para todos los tiempos.

De manera que el conocimiento de la obra martiana nos obliga a reparar en que Nuestra América es una especie de palimpsesto, a la manera de Gérard Genette, donde la transtextualidad campea por su respeto, ya que una enorme suma de lecturas forman parte del entramado escritural  del ensayo de manera explícita o no. Y si se nos ocurriera salir del texto y de todos los textos posibles que dialogan con él, tendríamos que hablar entonces de un texto respaldado por los actos de su biografía. Pero no es el propósito de este trabajo.

 

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