FIART, nacida para mantenerse


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Cuando en el segundo lustro de los años 80s concebimos la primera Feria Internacional de Artesanía de La Habana, no teníamos la seguridad de su permanencia y conversión en uno de los sucesos de mayor arraigo en la población cubana. FIART era entonces un proyecto que respondía al tema: la influencia de la cultura en el desarrollo económico-social. E igualmente constituía un vehículo para conectarnos con las producciones artesanales y modernas de distintas regiones del mundo, reactivar –actualizándolas- fuentes de la tradición artesanal de nuestro país, reivindicar el trabajo de los artesanos y enlazar los oficios manuales heredados con el arte plástico y con los conceptos y las búsquedas del diseño en varios de sus géneros. De ahí que se intentara establecer un centro de documentación que ayudara a racionalizar el despliegue en ese campo, y que se buscara el apoyo de especialistas, antropólogos, etnólogos, estetas y economistas vinculados a la investigación de la Artesanía. Artífices individuales, familias y talleres dados a esa útil y expresiva ocupación, reservorios indígenas de una producción igualmente simbólica, entidades de la denominada pequeña industria y diseñadores de esta época, fueron así reunidos y puestos a dialogar en un hervidero de apasionadas voluntades.

FIART no se detuvo.  Se adecuó a otras circunstancias y reajustó a veces su tiempo de concreción. Sobrevivió al llamado “Período Especial” de los noventa, trascendió desviaciones en las prácticas culturales, logró dejar de lado equívocos o quebrantaduras, y pudo estabilizarse en lo posible como una de las dimensiones estructurales del Fondo Cubano de Bienes Culturales que a la larga exigiría mayor nivel de autonomía y reordenamiento empresarial. Lo que se veía cada año en esa Feria de las técnicas y las formas, de las propuestas disímiles para el cuerpo y el espacio de vida, llegó a convertirse en callado paradigma que guiaría el mejoramiento de la calidad de hechura y opción estética en realizaciones de otras empresas, órganos y talleres del territorio nacional.

En la urdimbre de su aparición anual ha estado siempre el estímulo a la sana competencia, la evaluación de lo auténtico y lo renovador, la búsqueda de alternativas productivas basadas en recursos naturales y medios propios, el análisis del objeto y la imagen ornamental desde perspectivas universales, la reactivación de las distintas líneas de fabricación destinadas a satisfacer el hábitat y el deseo de hermosura, el reconocimiento de identidades artesanales de Nuestra América, y la aceptación de aquello distintivo del “universo artesanal” de África, Asia y Europa.

Para preservar mucho del aporte financiero del Fondo a la vida cultural de Cuba, y a la vez asegurar que FIART sea una realidad imborrable, se ha tenido que transigir a veces en la aceptación de participantes que nada tienen que ver con la artesanía histórica o la nueva artesanía coincidente con las llamadas “Artes Aplicadas”, en algún modo situada entre lo que genera el artesano y lo que programa el diseñador. Esa interferencia emergente ha propiciado la entrada en la Feria de ofertas masivas de maquiladoras, mercancías que nacen de la industria, estilos reificados (de buen gusto o  Kitchs) marcados por una concepción transnacional del traje, los aditamentos corporales, la decoración de interiores y cuanto es común a la subcultura consumista de mercado y lucro. Semejante dicotomía en su interior, el desbalance entre lo inédito y lo estandarizado, además de una presencia ecléctica que desorienta y no educa al público que tanto la visita, han dado paso -junto a los significativos méritos y justos aciertos del evento- a una contradicción de naturaleza cultural y económica que debe ser resuelta mediante el rediseño de los espacios, zonas y sitios que integran lo que es ya dos ferias en una: la que responde a la esencia profesional originaria, y aquella de servicio popular que coloca en manos de las gentes lo que requieren y afina sus sensibilidades.

Habrá que esperar la enorme casa funcional del Fondo en la calle Línea de El Vedado habanero, para que no sólo se solucione un dilema de sede que se arrastra; sino también para encontrar la fórmula salvadora que otorgue, a cada una de las ferias fundidas y confundidas en el organismo FIART, el sentido y “paisaje” que le debe particularizar.

Llegó -con esa bifurcación- otra etapa de ascenso para esa periódica ocasión de encuentro multinacional, reto imaginativo y valor humanista, inherente a la Feria que culminará el próximo 21 de diciembre el número 23 de su puesta en acto.


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