Homenaje: memorias y reverencia


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Un barco me trajo (mixta /tela, 2020). Autor: Juan Carlos Romero.

 

Como sucede muchas veces en la plástica, se nos presenta una especie de narración compleja, o una síntesis que roza el minimalismo y nos obliga a imaginar lo no representado o, a la inversa, representar lo inimaginable…

Roberto Diago (La Habana, 1971) nos pone frente a lo indescifrable, lo primitivo, oculto…, en sus trabajos recientes que aunque son deudores de su quehacer anterior, proponen ahora una síntesis de su iconografía con un cierto matiz abstracto. Eso lo podemos descifrar/palpar en la excelente muestra Homenaje (abierta en la galería de arte Villa Manuela, de la Uneac, sita en calle H, No. 406, entre 17 y 19, Vedado) con la que reverencia —arte mediante— a ese gran creador que fue Roberto Diago Querol, su abuelo.

Como apunte inobjetable, hay que significar que en sus escasas tres décadas y media de existencia, Roberto Diago Querol (La Habana, 1920-Madrid, 1955) dejó como legado a Cuba una obra recia, impregnada de una raigambre de cubanía, matizada con su cultura, astucia y esas ganas de ser originalmente criollo, pues trató siempre de esbozar entre sus líneas, tonalidades y formas, lo más profundo de nuestra nacionalidad, al pintar los problemas de la población negra cubana. Y abrió caminos, tanto en sus temáticas como en su obra, al universo de leyendas y realidades afrocubanas, a veces no exenta de tintes y ejemplos de los primeros pobladores de esta Isla caribeña, lo autóctono nuestro, como ningún otro. Provisto de un talento creativo nato, y un alma que seguía el ritmo de los latidos de su cubanía, realizó una suerte de arqueología artística, de donde extraer la savia nutricia de las raíces, para crear una obra singular. Esa que hoy constituye un tesoro de nuestra cultura.

Como expresara la crítica de arte, ensayista y periodista Loló de la Torriente: «… su arte rebosa audacia, innovación y conquista. El artista va y pinta su medio, ahonda en los problemas de la población negra cubana y busca la manera de explicar, en sus temas y en su plástica, el mundo oscuro de la leyenda afrocubana. Quizá, sin saberlo, esté creando la nueva modalidad de la plástica nacional, aun cuando por el momento, su pintura refleje también, un poco la pintura de Picasso, que han imitado todos los pintores jóvenes…». (El Nacional, México D.F, 1947)

Al cruzar el umbral de la hermosa institución que alberga la muestra, nos da la bienvenida un Autorretrato (óleo/tela) de Diago Querol (el homenajeado en su centenario) y un retrato de él, realizado por Loló Soldevilla. Todo está «servido», pues, para adentrarnos en la recia obra del joven Diago, quien aquí esboza una serie de personajes que emergen de zonas abstractas del tiempo para entregarnos un equilibrio perfecto entre figuración/abstracción, que evocan el ayer y también la contemporaneidad.

Esos seres hablan desde lo más profundo, como si quisieran  convocar los ancestros africanos latentes en los adentros para renacer en el presente con su carga de dignidad. Y como sentencia de manera precisa Virginia Alberdi, directora de la galería, en las palabras del catálogo: «El negro está en su pintura, dibujos e instalaciones escultóricas, pero va más allá del atrincheramiento del color de la piel y de la mera vindicación racializada». Porque él nos relata historias, sentimientos, verdades de todo un tiempo.

Recurre a materiales orgánicos y naturales: madera, metales, nudos que recontextualiza y, al mismo tiempo, entremezcla para ir armando un lenguaje particular de estructuras que dialogan entre sí y ponen en tensión los elementos utilizados. Amén de proponer en sus piezas un equilibrio entre la civilización contemporánea y aquellas expresiones más primitivas de la cultura humana.

Es que en el tiempo, el joven Diago ha tenido curiosidad en observar aquella parte de la cultura nuestra (en particular afrocubana) que hemos tenido en el pasado y que ha llegado hasta hoy. Pero pasando por un tamiz personal para expresarlo artísticamente de una manera mucho más contemporánea, apareciendo el creador como una suerte de vehículo, vínculo o enlace con una cultura que le pertenece…

Roberto Diago es, sin dudas, uno de los más genuinos valores de la plástica cubana contemporánea, y un caso singular de positiva ascendencia artística que, generalmente, no resulta siempre válida para reafirmar la conocida frase: «De tal palo, tal astilla», en referencia a la obra de su abuelo, Roberto Diago Querol.

Él ha sabido ganarse, a fuerza de tesón y mucha inteligencia, un elevado lugar en el arte actual, tanto en la manera personal y original que muestra a la hora de trabajar en sus sólidas creaciones en las que aflora un sistema iconográfico que dibuja lo cubano, y donde pone en juego motivos, ambientes y situaciones de la cotidianeidad para decir en arte, como en la manera hábil por la que lleva su carrera artística.

Hay de todo en la muestra: pinturas, dibujos, instalaciones… En ellas, como en toda su obra creativa, se unen filosofías, razas, culturas, como fiel heredero de las tradiciones del Caribe y de Cuba, en el estrecho marco de una pieza, para componer una obra neoexpresionista, posmoderna, cuya operación artística tiene rastros también del ritmo primitivo.

Con tintes de sugerente misterio, dado por las tonalidades que se mueven entre el negro y los ocres, con algún que otro matiz, Diago entrega estas pinturas actuales, realizadas —la gran mayoría— sobre madera, metal y otras superficies, para hacerla más natural y cercana a nosotros, amén de la textura que le proporciona.

Paños mágicos 5 (excelente instalación de maderas recicladas y alambres), La piel que habla (mixta/tela), Un barco me trajo (mixta/tela)…, hasta un total de 13 piezas entrelaza recuerdos que convocan las memorias, la historia y muchas verdades, de manera artística y también subyugante.

Siempre juntos, serie Los amantes de la noche (mixta/tela, 2020). Foto: Juan Carlos Romero.

S/T (mixta / cartulina, 2000). Foto: Juan Carlos Romero.

 

 


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