Horacio "El Negro" Hernández: bajo la piel del drums


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Foto tomada de Cubasí.

Es Horacio, “El Negro” Hernández. En sus manos trae un par de baquetas. Saluda a los presentes con una familiaridad inusual, les obsequia una franca sonrisa. Nada escapa a su mirada de adolescente.

Mientras espera que se inicie la sesión de grabación, golpea intuitivamente sobre la mesa, tamborilea; una cuchara golpea el piso imitando el sonido de un platillo; y en su mesa casi se derrama el café.

Este no es su primer disco, ni el de Italuba. Según las estadísticas será el tercero; con la particularidad que es el primero hecho en Cuba, totalmente cubano.

Todo está listo. El Negro revisa una vez más su batería. Repasa cada llave, verifica la afinación de los parches, la disposición de los platillos. Propone un “pase en frío”. Cada músico ocupa su atril. Golpes de baqueta al aire, conteo de compases.

Su batería, verde limón, parece una nave espacial.

¡Caballero, vamos a divertirnos. Estamos listos para grabar!

Horacio se ha confesado tamborero callejero; sin embargo, todo su mundo musical orbita alrededor de la batería. Así ha sido desde que tiene uso de razón, desde que tuvo entre sus manos un par de baquetas –su historia es la clásica del niño que con una lata y un palo construye sus sueños–, desde que sin saber afeitarse correctamente se subió a un escenario profesionalmente.

Sus influencias musicales más directas están en su familia. En esa “casa de locos” como solía llamarla su madre “al reino donde suenan muchas músicas, todas a la vez”: Don Horacio Hernández, el abuelo, todo un señor trompeta de son haciendo valer su jerarquía y amando una música que no pasa de moda; el padre, Horacio también, escuchando lo mejor del jazz; el hermano oyendo rock & roll y ella diciendo a todo pulmón aquellos boleros que no se le borran de la cabeza; y él, el menor de todos, jugando a ser el “mejor baterista del mundo”. “Los sueños, sueños son”, escribió Calderón de la Barca; y hay sueños que son la vida misma si se saben vivir.

Después vendrá un periodo de decantación profesional. De buscarse más adentro, de entender la complejidad del instrumento, de amar la batería por sobre todas las cosas; de crear y perfeccionar un sonido, un modo de tocar que sea el “estilo del Negro”. Curiosamente el estilo del Negro es dialéctico, siempre en crescendo.

Sus aventuras musicales le han llevado por todos los rincones de este mundo. Ha sido parte de algunos de los proyectos musicales más importantes de los últimos treinta años. Ha compartido y vivido las historias que algunos quisieran contar, y en ellas han estado involucrados sus ídolos y los de su padre; el gran Horacio Hernández que nos abrió a muchos las puertas al jazz desde la radio.

Me gusta ese pasaje… creo que podemos repetirlo… pero estaría mejor si el bajo hace… seguimos…

Cada tema que se ejecuta y se graba responde a una dinámica musical. Horacio prefiere que el protagonismo lo lleven sus invitados y el jazz band de Joaquín Betancourt. Su misión fundamental es ser parte de un todo. Divertirse y conspirar musicalmente con los Vizcaíno, Roberto y su hijo Tato, quienes desde las pailas y las congas le acompañan a reinventar espacios dentro de la percusión del Latin jazz de estos tiempos. Este es, tal vez, el mayor secreto de este disco.

Por otra parte está Italuba y la manera en que se complementan, que interrelacionan los instrumentos. Horacio sabe que el jazz es cosa de muchos, donde cada voz cuenta. No hay solos gratuitos, no hay protagonismos superlativos. Es jazzing de verdad. Italuba es la nueva aventura musical de Horacio; sin abandonar Volcán y otros proyectos a los que siempre está presto.

El concepto de la “descarga cubana” ha evolucionado desde los años cincuenta a esta fecha. Enriquecido por músicos de diversas generaciones y el Negro ha estado –lo mismo que su tío Papito Hernández, desde el bajo, en un comienzo—en el epicentro de ese devenir por más de treinta años.

La historia de la batería como instrumento fundamental en la música cubana se sigue escribiendo y grabando. Tiene sus comienzos en las manos de Alberto Jiménez Rebollar en los años treinta del pasado siglo; en la capacidad de Walfredo de los Reyes para incorporarle a ese instrumento las pailas y comenzar su “era cubiche”; en la habilidad de Guillermo Barreto, el magisterio de Fausto García Rivera; la virtud de Enrique Pla; en la maestría de Changuito; en la presencia de los contemporáneos de el Negro y los que han venido y vendrán después.

Negro… y ahora qué tocamos…

Caballero, el tema que sigue es Fofí…

Y los papeles…

Fofí no lleva papeles… Descarguemos… señores, descarguemos… uno, dos, tres… aggg…

Este DVD es un capítulo obligado y necesario en esta historia. El Negro lo sabe y por ello ha dejado en él la piel.


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