Ian y las muchas Cubas


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Cuba colectiva Obra colectiva 1967 Mural 54 m2 Museo Bellas Artes de La Habana

Difícilmente en Cuba quede alguien mayor de 20 años que no haya vivido un ciclón, un huracán, un tornado o una tormenta tropical. Esos fenómenos meteorológicos andan incorporado en nosotros como la vacuna en el hombro izquierdo que nos recibe al nacer en este archipiélago del Caribe.

Hace solo unas horas Pinar del Río vivió el último de ellos. Se llama Ian (porque aún azota, ahora al territorio de La Florida) y fue tan fresco que anduvo siete horas por el verde del tabaco, por San Luis, San Juan y Martínez, Guane, Viñales, por la ciudad de Pinar hasta que salió por Puerto Esperanza. ¡Siete horas! Una madrugada entera en que nadie durmió temeroso por la vida, por la dolorosa destrucción que siempre deja.

Nada queda más en la memoria que los silbidos destructores de los vientos, la lluvia a chorros por paredes y techos averiados, las inundaciones a alturas increíbles, la sepultura de postes y árboles en las calles, la cara ajada de quienes pierden equipos, ropas, techos, casas… Así volvió a vivirse este 27 de septiembre, sobre todo en los territorios afectados.

Y como si fuera poco, mientras el maldito Ian se despedía con no pocas ráfagas mortíferas hacia Artemisa, Mayabeque y La Habana, una avería eléctrica apagó un país en fracciones de minutos. Explicaciones más técnicas, explicaciones humanas al fin y al cabo, lo cierto es que provincias que ni siquiera saludaron de lejos a Ian se quedaron a oscuras. Y cuando escribo estas líneas aún siguen en penumbra.

Pero el ánimo de compartir este post llegó con la frase de un colega. ¡Qué 2022 coj…, qué 2022… tantas tragedias juntas! Y no le falta razón. La naturaleza golpeó cuando menos hubiéramos querido porque ya estábamos saturados de desgracias. Y es ahí donde sacamos el extra los cubanos, solo que este vez debemos sacarlo desde las muchas Cubas que habitan en una Cuba, parafraseando aquella canción de Buena Fe para la película Habanastation.

Acabamos de salir de una votación por el Código de las Familias que mostró esas muchas Cubas. Cero unanimidad, mayoría respetable por el Sí, derecho adecuado para quienes marcaron NO y una inusual inasistencia a las urnas de un grupo importante. Pero ese mismo mosaico es el que está saliendo a restablecer la normalidad y al que habrá que levantarle un monumento por tanta resistencia, coraje y voluntad.

Eso sí, necesitamos más que nunca recuperar una fe triunfadora, una señal de futuro, un aliento real en la vida cotidiana, pues la comida, el transporte, la energía, la burocracia, los ineptos en puestos intermedios, las redes sociales llenas de odio visceral, la sangría migratoria de jóvenes y no tan jóvenes están agujereando un proyecto revolucionario crecido desde nuestros abuelos y que solo lo sostiene ese intento de justicia social y unidad como familia, como pueblo y como nación. Todo lo demás suena a teque hoy.

Sé que ahora mismo crecen en algunos los brazos caídos, un egoísmo que no conocíamos hace 10, 20 años atrás y hasta cierta petulancia de que la solución de nuestros problemas está fuera de Cuba. Las crisis económicas traen en su maletín esas manifestaciones y otras más agresivas.

Sin embargo, ahora mismo nada debiera mover más nuestras ideas y corazones que las fotos e imágenes de quienes desafiaron a Ian y a pesar de la pérdida material de sus objetos agradecen estar vivos. En San Luis, San Juan y Martínez, Guane, Viñales, la ciudad de Pinar de Río, La Coloma y en muchos otros lugares de la geografía pinareña los ojos rojos de insomnio y dolor son los ojos de las muchas Cuba que habitamos. Conjuguemos entonces el verbo ayudar y amar en primera persona. Yo ayudo. Yo amo. ¡Viva Cuba!


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