La crápula de la plutocracia y los consensos


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Al fin la plutocracia se quitó todas sus máscaras, ya no hay mediaciones de inteligencia para persuadir, porque no hace falta. Hoy en su liderazgo en varios lugares del planeta se ha instalado una crápula que lo falsea todo y ejerce un autoritarismo insolente que no necesita nada más que saber si eres un cordero seguidor o una cucaracha para aplastar. No hay filosofía o política que sustente la plutocracia, quizás por esta razón no sea pertinente compararla con el nazismo, no necesita ninguna valoración de la comunidad científica ni de la inteligencia o sentido común, tampoco de la mayoría del pueblo, ni siquiera la aceptación de las llamadas “fuerzas vivas”, la sociedad civil o la “opinión pública”. Nada de eso sirve para nada, solo cuenta el interés para conducir los destinos de una sociedad siguiendo la meta del incremento de utilidades en que la crápula plutócrata es la principal beneficiaria de la ganancia neta; su discurso se enmarca en resaltar el triunfo de “vencedores” que se instala en la subjetividad, porque con dinero se resuelve todo y lo que se oponga es arrasado, ya sea un líder, un pueblo o la naturaleza.

La plutocracia pertenece a la oligarquía, es un sector de ella. Desde la época de Jenofonte ha tenido un sentido negativo porque provocaba desequilibrios y estragos, incluso entre los ricos. Los más poderosos económicamente han formado élites políticas, pero entre ellos debía producirse un mínimo de acuerdos para gobernar con estabilidad; nunca ha sido conveniente que solo un sector de esa plutocracia provoque acciones desproporcionadas que pongan en riesgo la estabilidad de un sistema en que toda la oligarquía se beneficia, de ahí que sus miembros siempre han actuado con cautela, de acuerdo con su espíritu conservador. Históricamente los plutócratas han respondido, con cierta responsabilidad según ciertas conveniencias, a quienes los apoyaron, y de alguna manera les rinden cuenta de su gestión. Una parte de la plutocracia ha tenido en su historia la vulnerabilidad de que puede ser removida por la voluntad de otros sectores de sus propias filas cuyas expectativas en cuestiones estratégicas no lograron satisfacer, con el consiguiente descrédito.

Todas estas reglas hoy se han roto. La desproporción y el desequilibrio que pueda causar este grupúsculo en el poder, aun entre los más ricos, no importa. Tampoco interesa la estabilidad del sistema a nivel doméstico ni a nivel mundial; la irresponsabilidad puede sobrepasar cualquier línea roja y atentar contra la sobrevivencia de las especies, incluida la humana. ¿Por qué ha sucedido esto? Hoy estamos en la fase más aguda y jamás conocida de la crisis general de la sociedad capitalista, y no solo ha tocado fondo con sus crisis económicas y políticas, sino que el concepto elemental de política ha caído en el más rotundo descrédito. La política y los políticos han roto, en sentido general, la frontera con la ética y casi nadie cree en sus discursos, aunque se desgarren las vestiduras. En un planeta en que todo se disemina gracias a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, y casi todo se conoce mal, se manipula, se distorsiona, y ya hasta se inventa, por los dueños del ciberespacio, es presumible que todo o casi todo provoque desconfianza; que el cinismo se adueñe de los discursos hasta hacer creer ciertas las falsedades y lo contrario; que la impudicia sea cotidiana, natural y aceptada; que prevalezcan la soberbia y la fanfarronería, el racismo sin disfraces, la burla al débil y al desvalido, el autoritarismo machista, el supremacismo racial, ideológico, religioso…

No han quedado vestigios de la vieja manera de hacer política y se aplica de manera acelerada un modelo impuesto por la crápula. El nivel de sarcasmo, insolencia y obscenidad ha roto todos los récords imaginables en casi todos los lugares, incluso en sectores en los que se hacía la “alta política”, como el diplomático. Lo “elegante” es lo procaz, y lo vulgar, lo divertido; distinguido es sinónimo de anticuado; la sobriedad y el refinamiento significan aburrimiento y fastidio; se exige la audacia ordinaria y grosera, sobrepasarse es símbolo de fuerza y el show mediático la demostración de esa dureza. No importan las razones ni los argumentos, solo cuenta sonar repetidamente, golpear en profundidad, desprestigiar continuamente, desestabilizar creando caos en el contrario, usar de manera creativa y burlona cualquier medio y personaje para ridiculizar, desacreditar, denigrar…

La política vive un proceso de estulticia como nunca antes y de esa decadencia, desgraciadamente, no se salva casi nadie, pues por muy atentos que estemos, inconscientemente podemos reproducir esos “recursos” como defensa ante las provocaciones. De ahí que debamos autoexaminarnos permanentemente para no caer y valernos de ningún método mafioso o crapuloso, actuar con trampas o con espíritu de pandilla, resucitar vicios de colonialidad heredados de sociedades en que se gobierna sobre la base de la explotación y la opresión. Ahora están a prueba la capacidad política del socialismo y los recursos de su inteligencia para responder a cada agresión sin imitar los modelos de quienes nos atacan. El rechazo sobre la base de principios garantizará nuestra estabilidad, fundada en el apoyo popular y la confianza en el pueblo. Los métodos de la plutocracia y su crápula nada tienen que ver con los de los revolucionarios en el poder; por mucho que se quiera impedir que se descubran sus engaños y manejos turbios están destinados a fracasar. Abraham Lincoln, en el período de mayor crisis moral y política de su siglo, afirmó que no se puede engañar a todo un pueblo, todo el tiempo.

La crápula plutócrata se asemeja a la nobleza parasitaria de los últimos años de la aristocracia; perdieron sus modales y el vicio los degradó hasta sumergirlos en la cloaca de la Historia; sin embargo, ha logrado construir ciertos consensos porque ha sabido azuzar odios, repetir mentiras hasta hacerlas parecer ciertas, explotar miedos e inseguridades, enfatizar estereotipos, promover patrones de consumo cultural que apoyen el individualismo, potenciar nacionalismos diversos fundados en el recelo al diferente, incluso, acusando de “nacionalistas” a los que se les oponen, como un ejercicio de dominación cínico. Fundar una nueva manera de hacer política es una exigencia ineludible de las sociedades que pretenden ser emancipadas, ahora con herramientas y búsqueda de conocimiento planetarias.

Pareciera poco útil intentar descifrar los mañosos discursos de la crápula; como sus representantes no creen en la palabra, la usan como prostituta para vender lo que les conviene y confundir a los quienes les creen; hay que atender a lo que hacen para lograr sus objetivos finales y aprenderlos a identificar, enmascarados en una retórica vacía. Tienen a su favor la cultura capitalista de la economía y del Derecho, hoy establecida en las sociedades occidentales, pues el socialismo no cuenta con un modelo propio económico y se dejó secuestrar conceptos como “derechos humanos” y “libertad”. No solo la autosustentabilidad es imprescindible, sino también el progreso, para que el socialismo sea atractivo; para ello debemos contar con la construcción cultural verdaderamente socialista, del consumo y del bienestar humano.

Derrotar a la mayor crápula de plutócratas en Occidente empeñada en aniquilarnos mediante todos los recursos económicos, comerciales, financieros, mediáticos, políticos, diplomáticos…, partiendo de un modelo socialista propio, en construcción, ajustado a cada circunstancia, en un país que no puede autoabastecerse en alimentos ni energía, una isla donde todavía subyacen no pocos elementos de la cultura capitalista dependiente, es uno de los mayores desafíos que una nación se haya trazado. La construcción de consensos, el espíritu inclusivo, no es una consigna que nuestro presidente ha sintetizado en “pensar como país”; se trata de la única manera de mantener la soberanía y avanzar en la construcción de una sociedad emancipada, sin contaminarnos con la soberbia, el autoritarismo, la autosuficiencia, la ignorancia, el esquematismo…de los plutócratas crapulosos y sus adláteres.


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