La familia cubana llega a 2020 celebrando y unida


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Cuando se acercan las fiestas de fin de año, la familia cubana sale a comprar. Se trata de un magical mystery tour, porque uno nunca sabe qué arcanos productos encontrará en el sorprendente recorrido. Durante el llamado Período Especial la salida podía resultar un “Viaje al país de las sombras largas”, y encontrarse con un boniato o una calabaza era como venir de las minas de California con el zurrón lleno de oro. Ahora es un “Pasaje a lo desconocido”: en el consejo de familia se acuerda la planificación para estos días, y se sale a comprar lo que quedó pendiente —mucho menos que hace algunos años—, pero aparece algo que no se había pensado, y se va completando o variando la mesa para intentar satisfacer todos los gustos. No hay turrones de almendras pero sí unos de maní que han ido logrando una delicada textura y un delicioso sabor que poco tienen que envidiarles a sus parientes españoles; no hay uvas ni manzanas, pero los dulces de coco, guayaba o fruta bomba en almíbar pueden aliviar el paladar después del casi infaltable cerdo asado o el pollo al carbón, la yuca con mojo y los moros y cristianos; algunos optan por la elaboración casera de buñuelos, flanes o pudines, y si bien no hay mazapanes ni higos secos, se consiguen unos panecillos con frutas abrillantadas, remedos del panettone, que se desvanecen en la boca…

En mi niñez el 24 de diciembre era un día consagrado a la reunión familiar en espera de la cena de Nochebuena, que se hacía muy tarde —hoy se ha ido trasladando para las 8 o las 9 de la noche—, mientras el 31 de diciembre las personas mayores solían celebrar fuera de la casa, en centros nocturnos o fiestas entre amigos para “recibir” el nuevo año. Aunque esas costumbres se fueron transformando, según circunstancias familiares, económicas, laborales, políticas…, generalmente se reserva al menos un día para la reunión con los más allegados. Después del 20 de diciembre, cuando debería declararse “tiempo muerto” en los centros de trabajo, la familia comienza a “conectarse”, pues algunos de sus integrantes pueden llegar de los lugares más recónditos del planeta y es necesario contar con ellos para el Gran Día. Abundan entonces los brindis con añejo, vodka, wiski, vino, o el tradicional ron blanco, en botella o a granel; los cuentos, las puestas al día, los comentarios sobre la pelota o acerca de la situación internacional, el último nacimiento o el próximo divorcio, casi siempre apagados por el alarde de quien tira a la mesa el doble nueve para pegarse.

La red de conexión en el barrio para la compra cotidiana se intensifica durante el fin de año, con una precisión y un lenguaje críptico que provocaría envidia en el Mosad: “están dando las posturas en la carnicería”, “llegó jamonada de pollo a la pescadería”, “sacaron perfumes en la tienda del Cupet”, “hay una nueva vuelta de Íntima, “vinieron los medicamentos a la farmacia” —para cualquiera que no viva el día a día de la Isla sería un misterio por qué se vende jamonada de pollo en una pescadería, o perfumes en un servicentro, o cuál es el ciclo de distribución de los medicamentos en la farmacia. Sabemos que el bloqueo y el autobloqueo nos ponen a prueba todos los días y respondemos ante ambos con la solidaridad entre familias, amigos y vecinos, acrecentada por estos días en que lo mismo se propone una guataca en 13 pesos porque no tiene cabo, que un taladro eléctrico, posiblemente con el motor oxidado, pues lleva 20 años en un almacén y ya constituye un “producto ocioso”. En el fin de año el comercio liquida y los compradores se organizan mejor que los países de la OPEP.

Los últimos días de diciembre son propicios para regalar los libros repetidos o “desaparecer” las compras fallidas que hicimos en el año, entre ellas algunos ejemplares de cuyo nombre no quiero acordarme; para obsequiar regalos que nos hicieron junto al consabido gladiolo y que solo por encima del cadáver de hijos o esposa “adornarían” el más oscuro rincón de la casa; para adquirir otro litro de aceite —todo cubano que se respete y tenga el dinero, si lo ve, lo compra, en previsión de futuras desapariciones del mercado—; para salir con varias jabas en el bolsillo, aunque se vaya para una fiesta, con la esperanza de alguna “operación sorpresa” que nos ponga delante jabones de tocador en moneda nacional, salchichas, Hipoclorito para el agua “que está perdido” o colonia Alejandro; para llamar o escribirles a los amigos y parientes distanciados con un mensaje de reconciliación; para recordar a los que estarán solos o tristes —son como nuestros “casos sociales”— e invitarlos a nuestra mesa. También para hacer el recuento del año y resumir a distancia, con ecuanimidad y equilibrio, el saldo de nuestras meteduras de pata con personas sin culpas, las malas respuestas a culpables que nos rebajaron a su nivel, las inoportunidades cometidas sin darnos cuenta, que trajeron tantos malos entendidos; los desajustes al perder la paciencia con la burocracia cuando se sabe que es lo único que sobrevivirá a la extinción del planeta; las iras desproporcionadas hacia el que le tocaba y hacia el que no, y trazar un plan de enmienda para el año próximo, hasta donde nos lo permita nuestra naturaleza.

La familia cubana llega al 2020 celebrando y unida. Cada cual festeja lo que cree o considera mejor y ningún miembro debe violentarse por las maneras de pensar de los demás, porque solo se puede lograr la unidad a partir de la diferencia, y convencer, o no, con argumentos sólidos y serenos. Ese respeto es la fórmula para conmemorar en unidad. En el encuentro alborozado de lo que nos une tiene mucho que ver hacer memoria, volver a pasar por el corazón, identificarnos en los momentos más felices o en los difíciles a los que nos sobrepusimos juntos. Unos van al cementerio para recordar a quienes ya no están, o los llevan en la memoria sin tener que ir ni comprar flores; otros prefieren bailar, porque “todo lo malo se va bailando”; muchos se reconcilian con los que han peleado o discutido, pues saben que la indulgencia o las disculpas engrandecen y el rencor es, a la larga, autodestructivo, nocivo para la salud y hasta para la belleza. Sería absurdo tirar a matar contra la estabilidad de la familia cubana, porque hoy y siempre, especialmente en las fiestas de fin de año, estará unida.        

        


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