La familia redescubierta en los estudios de Ana Vera Estrada


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Este miércoles 21 de febrero a la 10:00 a.m., en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, con sede en Avenida Boyeros, no. 63, entre Bruzón y Lugareño, La obra editorial de Ana Vera Estrada. Una retrospectiva. Presentación de libros de su autoría.


 

Al examinarse el currículo de Ana Vera Estrada, se aprecia una extensa bibliografía especializada en el tema. Pero, más allá de este, resulta significativa su inserción en las ciencias sociales. Cuestión que permite afirmar que es una de las pocas especialistas cubanas cultivadora, en la casi totalidad de su obra, de este fascinante saber científico, Así lo evidencian sus incursiones en la literatura, la antropología cultural, la sociología y la historia, sin soslayar la politología y la psicología social. Característica que deviene un referente imprescindible para las investigaciones de los complejos procesos polisémicos actuales.

Las publicaciones de Ana Vera que abordan la temática familiar alcanzan la cifra de más de treinta títulos. Sus ensayos, artículos y monografías personales y colectivas incluyen la colonia, la república burguesa neocolonial y la Revolución en el poder.

Sus hipótesis, ampliamente demostradas, comprenden a la familia consanguínea como una característica definitoria de la sociedad cubana y constituye la base de su organización interna.

Interrogándola en torno a sus motivaciones científicas, expresó que la familia ocupa un lugar preferente en cualquier tipo de sociedad, sea pasada o contemporánea, por lo que su estudio resulta imprescindible para su real y abarcador conocimiento. A lo que agrega que se inició en este complejo mundo buscando las relaciones sociales en la literatura, su campo de formación específico.

La familia tradicional, incluida la de los sectores populares, ocupa un lugar preferencial en sus investigaciones, cuestión que merece alguna que otra reflexión, en tanto es común valorarla dentro de los exclusivos contextos de las élites económicamente poderosas, ignorándose su presencia en el resto de los segmentos socioclasistas de la estructura social. Las costumbres y los hábitos de vida, así como los imaginarios y proyectos existenciales no constituyen un coto cerrado, por el contrario, son elementos conformadores de la espiritualidad característica de una época con su singular sistema de relaciones socioeconómicas. Sus influencias no pueden enmarcarse en un determinado tiempo histórico, aunque el régimen sustentador sufra transformaciones radicales y profundas. De ahí que, sin negar la presencia de las especificidades, las clases trabajadoras asuman los patrones de conducta de la burguesía, incluyendo los de las relaciones familiares.

Las escuelas francesa y española constituyen los principales referentes en la obra de Ana Vera. Razón ampliamente justificada por sus encomiables tributos metodológicos conducentes a un mayor entendimiento de la relación entre sociedad y familia. Aspecto necesitado de nuevas interpretaciones por su vigencia dentro de la epistemología científica social, en concordancia con los reclamos del complejo mundo contemporáneo.

Las teorías y los métodos utilizados en su obra se muestran a través de un inacabado diálogo con sus actores y experiencias derivadas de sus concreciones. De esa forma, ella desmenuza e imbrica, en su objeto de estudio, los horizontes foráneos con los de su país. Cuestión que posibilita la develación del propósito de construir un modelo expositivo carente de fabulaciones inútiles. En este sentido, la científica revela su virtual renuncia a la ficción literaria.

Tal como he expresado anteriormente, Ana, en sus múltiples publicaciones, denota su interés por la familia cubana de raigambre popular. Tal preferencia la aleja de la literatura especializada, nacional y extranjera. En la nuestra, presente en las historias regionales, las élites gozaron de la preferencia de sus historiadores —algunos devenidos en asalariados—, cuyos propósitos fueron los de socializar su riqueza y poder político dentro de sus áreas de influencia y, también, a nivel nacional. Ahí puede apreciarse, durante varias épocas, a la estirpe como indicador preferencial del desarrollo de una localidad y provincia determinadas. Ella estableció un indiscutible patrón de conductas e imaginarios dentro del conjunto social y geográfico cubano.

Es conocida la corriente historiográfica reivindicadora de la mal llamada gente sin historia, referida a los que no figuran como líderes o protagonistas principales de los grandes aconteceres políticos y bélicos. La década del setenta del pasado siglo albergó el inicio de las investigaciones sobre este asunto. Sus mayores artífices fueron Juan Pérez de la Riva y Pedro Deschamps Chapeaux. Pero no debemos soslayar los aportes, de gran trascendencia, de José Luciano Franco, Pedro Serviat y Juan Jiménez Pastrana, entre otros, sobre las actividades políticas de los negros, mulatos, asiáticos y obreros en general. En la actualidad, dicha corriente incluye a la religión, los movimientos insurreccionales y reformistas, la sociabilidad y el asociacionismo, los nexos familiares y grupos de poder, las manifestaciones artísticas y literarias, las tradiciones, el ideario independentista y las aspiraciones por el mejoramiento de las condiciones de vida. Sus artífices son historiadores, etnólogos, sociólogos y lingüistas especializados en las culturas populares de origen africano, español e indígena prevalecientes durante las relaciones esclavistas de producción y, en menor medida, después del establecimiento de las capitalistas a partir de 1886.

El análisis de la sociedad republicana burguesa continúa esperando por la preferencia de los cultivadores de las ciencias sociales. No obstante, hay encomiables aportes directamente relacionados con la familia en las obras especializadas en el arte y la literatura, incluyendo la arquitectura, las costumbres, las contradicciones, la educación y, en menor medida, el racismo, la misoginia, la marginalidad, la prostitución, el juego y la violencia de género característica del patriarcado machista. Así lo demuestran las creaciones de Miguel Coyula, Avelino Víctor Couceiro, Tomás Fernández Robaina, Emma Álvarez Tabío, María Elena Llanas, Ciro Bianchi, entre otros. A los que deben agregarse los aportes, de gran significación, de los intelectuales no radicados en la urbe habanera cuyas investigaciones han develado el alcance y magnitud de la cultura cubana.

Para Ana Vera —así lo demuestra su quehacer científico—, la familia es identidad en tanto es origen y condición espiritual de cualquier país, época o sociedad determinada, sea histórica o contemporánea. La mencionada investigadora revela que es parte sustancial de la condición humana y fragua permanente de valores. Su estudio resulta imprescindible para el entendimiento de la cultura que nos hace andar hacia la emancipación social.

Las complejidades del mundo actual, con sus crisis viscerales y endémicas, de las que Cuba no puede evadirse, junto a los grandes retos internos característicos de una sociedad en permanente construcción, exigen de investigaciones como las realizadas por Ana Vera, retadoras y sugerentes para quienes no cesan en el empeño de modernizar el mundo específico que les ha correspondido vivir, siempre desde la cultura del buen entendimiento.

Es de agradecer al Instituto de Investigaciones Culturales “Juan Marinello”, en el contexto de la presente Feria Internacional del libro, la presentación de sus resultados científicos.

Bienvenidos sean los caminos transitados por Ana Vera, quien sabe crear sueños inteligentes y útiles para el bien de un país, siempre luchador y triunfante.


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